Mijail A. BAKUNIN (1814-1876)
PATRIA Y NACIONALIDAD
El
Estado no es la patria; es la abstracción, la ficción
metafísica, mística, política y jurídica
de la patria. La gente sencilla de todos los países ama
profundamente a su patria; pero este es un amor natural y real.
El patriotismo del pueblo no es sólo una idea, es un hecho;
pero el patriotismo político, el amor al Estado, no es
la expresión fiel de este hecho: es una expresión
distorsionada por medio de una falsa abstracción, siempre
en beneficio de una minoría explotadora.
La
patria y la nacionalidad son, como la individualidad, hechos naturales
y sociales, fisiológicos e históricos al mismo tiempo;
ninguno de ellos es un principio. Sólo puede considerarse
como un principio humano aquello que es universal y común
a todas las personas; la nacionalidad separa a las personas y,
por tanto, no es un principio. Un principio es el respeto que
cada uno debe tener por los hechos naturales, reales o sociales.
La nacionalidad, como la individualidad, es uno de esos hechos;
y por ello debemos respetarla. Violarla sería cometer un
crimen; y, hablando en el lenguaje de Mazzini, se convierte en
un principio sagrado cada vez que es amenazada y violada. Por
eso me siento siempre y sinceramente el patriota de todas las
patrias oprimidas.
LA
ESENCIA DE LA NACIONALIDAD. Una patria representa el
derecho incuestionable y sagrado de cada persona, de cada grupo
humano, asociación, comuna, región y nación
a vivir, sentir, pensar, desear y actuar a su propio modo; y esta
manera de vivir y de sentir es siempre el resultado indiscutible
de un largo desarrollo histórico.
Por
tanto, nos inclinamos ante la tradición y la historia;
o, más bien, las reconocemos, y no porque se nos presenten
como barreras abstractas levantadas metafísica, jurídica
y políticamente por intérpretes instruidos y profesores
del pasado, sino sólo porque se han incorporado de hecho
a la carne y a la sangre, a los pensamientos reales y a la voluntad
de las poblaciones. Se nos dice que tal o cual región -el
cantón de Tesino [en Suiza], por ejemplo- pertenece evidentemente
a la familia italiana: su lenguaje, sus costumbres y sus restantes
características son idénticos a los de la población
de Lombardía y, en consecuencia, debería pasar a
formar parte del Estafo italiano unificado. Creemos que se trata
de una conclusión radicalmente falsa. Si existiera realmente
una identidad substancial entre el cantón de Tesino y Lombardía,
no hay duda que Tesino se uniría espontáneamente
a Lombardía. Si no es así, si no siente el más
leve deseo de hacerlo, ello demuestra simplemente que la Historia
real -la vigente de generación en generación en
la vida real del pueblo del cantón de Tesino, y responsable
de su disposición contraria a la unión con Lombardía-
es algo completamente distinto de la historia escrita en los libros.
Por
otra parte debe señalarse que la historia real de los individuos
y los pueblos no sólo procede por el desarrollo positivo,
sino muy a menudo por la negación del pasado y por la rebelión
contra él; y que este es el derecho de la vida, el inalienable
derecho de la presente generación, la garantía de
su libertad.
La
nacionalidad y la solidaridad universal. No hay nada
más absurdo y al mismo tiempo más dañino
y mortífero para el pueblo que erigir el principio ficticio
de la nacionalidad como ideal de todas las aspiraciones populares.
El nacionalismo no es un principio humano universal. Es un hecho
histórico y local, que como todos los hechos reales e inofensivos,
tiene derecho a exigir general aceptación. Cada pueblo
y hasta la más pequeña unidad étnica o tradicional
tiene su propio carácter, su específico modo de
existencia, su propia manera de hablar, de sentir, de pensar y
de actuar; y esta idiosincrasia constituye la esencia de la nacionalidad,
resultado de toda la vida histórica y suma total de las
condiciones vitales de ese pueblo. Cada pueblo, como cada persona,
es involuntariamente lo que es, y por eso tiene derecho a ser
él mismo. En eso consisten los llamados derechos nacionales.
Pero si un pueblo o una persona existe de hecho de una forma determinada,
no se sigue de ello que uno u otra tengan derecho a elevar la
nacionalidad, en un caso, y la individualidad en otro, como principios
específicos, ni que deban pasarse la vida discutiendo sobre
la cuestión. Por el contrario, cuanto menos piensen en
sí mismos y más imbuidos estén de valores
humanos universales, más se vitalizan y cargan de sentido
tanto la nacionalidad como la individualidad.
La
responsabilidad histórica de toda nación.
La dignidad de toda nación, como la de todo individuo debe
consistir fundamentalmente en que cada uno acepte la plena responsabilidad
de sus actos, sin tratar de desplazarla a otros. ¿No son
muy estúpidas todas esas lamentaciones de un muchachote
quejándose con lágrimas en los ojos de que alguien
lo ha corrompido y le ha puesto en el mal camino? Y lo que es
impropio en el caso de un muchacho, está, ciertamente,
fuera de lugar en el caso de una nación, cuyo mismo sentimiento
de autoestima debería excluir cualquier intento de cargar
a otros con la culpa de sus propios errores.
Patriotismo
y justicia universal. Cada uno de nosotros debería
elevarse sobre ese patriotismo estrecho y mezquino para el cual
el propio país es el centro del mundo, y que considera
grande a una nación cuando se hace temer por sus vecinos.
Deberíamos situar la justicia humana universal sobre todos
los intereses nacionales. Y abandonar de una vez por todas el
falso principio de la nacionalidad, inventado recientemente por
los déspotas de Francia, Prusia y Rusia para aplastar el
soberano principio de la libertad. La nacionalidad no es un principio;
es un hecho legitimado, como la individualidad. Cada nación,
grande o pequeña, tiene el indiscutible derecho a ser ella
misma, a vivir de acuerdo con su propia naturaleza. Este derecho
es simplemente el corolario del principio general de libertad.
Todo
aquél que desee sinceramente la paz y la justicia internacional
debería renunciar de una vez y para siempre a lo que se
llama la gloria, el poder y la grandeza de la patria, a todos
los intereses egoístas y vanos del patriotismo.
BAKUNIN: La Libertad, Ed. Jucar (fragmento)