FRANCIS FUKUYAMA

 

Incluye una presentación del autor, por Ramón ALCOBERRO (profesor de la Universitat de Girona; Catalunya), dos entrevistas publicadas en prensa sudamericana y un artículo de FUKUYAMA en el décimo aniversario de “EL FIN DE LA HISTORIA”.

 

 

FRANCIS FUKUYAMA: UNA PRESENTACIÓN.

 

Uno de los deportes más patéticos practicados con asiduidad por los intelectuales ibéricos con vocación tardía de comisario político es el desprestigio de lo que llaman “pensamiento único” o “globalizador”, que se ha convertido en un tópico barato, fácil de manipular y apto para cualquier simplificación. La frase de Nietzsche: “no pensarás”, que él consideraba un mandamiento cristiano se ha vuelto hoy el dogma de fe “antiglobalizador”. Sugerir que (hipotéticamente) Fukuyama pueda tener (algo de) razón equivale a la herejía intelectual más atroz que pueda cometer sociólogo o politólogo alguno. Y, sin embargo, la globalización (liberal), sin ser ninguna panacea, es lo mejor que le ha ocurrido al (antes) llamado Tercer Mundo. El nivel de vida aumenta en forma espectacular cuando un país pobre toma medidas liberalizadoras integrales y desciende cuando cae en el proteccionismo. El hecho está repetidamente demostrado, para espanto de elites universitarias. Pero negarse a asumir los hechos tiene bastante que ver con lo que en el mundo ibérico y latinoamericano se tiene por “ser un intelectual”. Las páginas que siguen son para “espíritus libres”, capaces de pensar sin demonizar.  Como uno anda curado de espantos y tiene unos antecedentes democráticos en regla que pasan por donde hay que pasar (incluyendo la cárcel franquista), supongo que me permitirán decir que en Fukuyama, como en tantos otros pensadores políticos (gremio muy dado a lo mesiánico), hay bueno, malo y regular. Pero sería absurdo negar la solvencia de las dos ideas más atrevidas que ha propuesto: el fin de la historia y el papel de la confianza (Trust)  y del capital social en las  sociedades democráticas. Que ambas ideas puedan ser matizadas y leídas en clave menos enfática de lo que propone su autor, no disminuye su importancia cultural. Y en todo caso, han sido un referente que debe ser discutido, pero no ninguneado.

 

LA TESIS DEL FIN DE LA HISTORIA

 Es la menos nueva de las tesis sociológicas que se puedan imaginar. Los cristianos y los marxistas, entre otros, también habían supuesto que la historia acabaría, justo al imponerse universalmente sus tesis. Pero ambos movimientos fracasaron y, tal vez por eso, van hoy de la mano en la teología de la liberación. En el primer caso, el fin de la historia se producía, porqué Cristo aparece como “la última palabra del Padre”, es decir, el Acontecimiento definitivo, tras del cual nada importante puede suceder. En la hipótesis marxista, lo que termina es la prehistoria: la llegada del Comunismo –formulación teológica, que tanto tiene que ver con el Juicio Final– significaba la fraternidad universal y el fin de la miseria (¡caramba, quien lo dijera!) por extinción de la propiedad privada.

Que un neoliberal como Fukuyama (y hay que recordar que, estrictamente, no es ni tan siquiera neoliberal, sino comunitarista) suponga que la historia acaba, significa, simplemente, ponerse en línea con una profecía vieja como el mundo. Si algo le sobra a la hipótesis del fin de la historia es, precisamente “historicismo”. A un liberal solvente, la historia no le parece un criterio digno para juzgar nada. Desde Hume el pensamiento liberal sabe que lo contrario de cualquier “materia de hecho” es plenamente posible. En consecuencia, la historia podría haber sido perfectamente distinta de lo que fue y –más aún- podría no haber ocurrido en absoluto y ser poco menos que una justificación interesada y a posteriori de algunos prejuicios políticos. El liberalismo es un sistema filosófico indeterminista (precisamente porque asume la libertad como criterio) y no acepta “juicios históricos” de ningún tipo. Que la historia la escriban los vencedores ya demuestra, por lo demás, que no es un criterio muy científico.

Como todas las profecías, el hecho de que se acaba la historia sólo podría ser falsado, puestos a ser rigurosos, si uno visitase la Tierra el día que se desintegre el planeta. En todo caso, va para largo. Pero no es absurdo afirmar que la historia puede detenerse durante siglos. En Europa estuvo, en lo fundamental, quieta y parada (gracias a Carlos Martel) desde el siglo VII al siglo XI de la era cristiana. Y en muchas tribus africanas, se detuvo por milenios hasta llegar lo que (por cierto, abusivamente) se llama “colonialismo”. En fin, si algo ya ha sucedido, puede volver a suceder.

Para Fukuyama el argumento es obvio: la sociedad liberal es la que ha dado más libertad para más gente y durante más tiempo continuadamente. Por lo tanto, es de suponer que los miembros de sociedades no liberales tendrán tendencia a exigir a los gobiernos cada vez mayores libertades públicas. Es “la victoria del vídeo”. Además, ¿dónde hay que buscar otra alternativa? ¿En la Cuba castrista? ¿En las guerrillas islámicas?… No parece que el pueblo soberano esté por la labor. El argumento que esgrime puede parecer poco heroico pero es obvio.

No entraré tampoco en la discutible coherencia filosófica de la idea con relación a Hegel. En cualquier caso es normal que la idea que la historia se acaba pueda ser recibida con desazón en Latinoamérica (donde la historia tal vez ni siquiera ha empezado) pero peores son les mesianismos diversos que se han intentado (peronismo, aprismo, castrismo y otros monstruos de la razón) que, por el momento, sólo han producido hambre y miseria.

Contra lo que dicen algunos intelectuales latinoamericanos el fin de la historia no es que “el tiempo se jubila” ni que “mañana es el otro nombre del hoy”. En una sociedad del fin de la historia seguirían sucediendo cosas  (por ejemplo, se podría desarrollar y extender una tecnología  que diese más presencia en los mercados a más gente hoy marginada) pero continuaría viva la contradicción ecológica, por lo menos. Simplemente, se dispondría de criterios consensuados (eficiencia empresarial, mercado…) para gestionar las nuevas contradicciones. Lo que terminaría es, de manera clara, la idea de la “peculiaridad cultural” con la que algunas oligarquías criollas (y sus hijos universitarios radicalizados) justifican su dominio cultural. Ninguna “peculiaridad cultural” puede justificar la miseria. Y echarle la culpa a Estados Unidos de las miserias del (llamado) Tercer Mundo es de una indigencia cultural tremenda. Hay criterios objetivos (eficiencia, tecnología, etc.) que pueden explicar la situación sociopolítica de una manera objetiva. Y que funcionan. Muy por encima: conviene recordar que –con o sin fin de la historia– esos criterios son en la práctica los que se aplican ya en todas partes.

La tesis del fin de la historia puede leerse de –por lo menos– cinco maneras distintas, que intentaré resumir:

1.- Como profecía: no pasa de ser una expresión de un deseo y es imposible de justificar. Nadie sabe si, por ejemplo, la contradicción ecológica puede ser resuelta exclusivamente con instrumentos liberales o si, llegado un cierto extremo, convendrá usar otros mecanismos. Lo peor del argumento de Fukuyama es, precisamente, que él tiende a presentarlo en una forma profética, evidentemente ingenua.

2.- Como constatación del fracaso histórico de las sociedades antiliberales o preliberales: ese es un hecho obvio. Hoy las utopías se han vuelto siniestras. Y además de derechas. La tecnología es mucho más revolucionaria que la utopía. Que el liberalismo no sea el cielo cristiano, no significa que desde el margen se haya ofrecido nada que pueda dar una vida mejor. La sociedad civil ha demostrado ser más eficaz que el Estado burocrático (y que las utopías caribeñas) para resolver los problemas de la gente.

3.- Como hipótesis psicológica: según la cual la necesidad de reconocimiento que todo humano lleva implícita se gestiona mejor en una sociedad liberal, donde la competencia y la diversidad que genera el libre mercado dan más opciones al libre desarrollo de la personalidad. Ese es un terreno resbaladizo (por hobbesiano) pero no es una  hipótesis despreciable, ni  necesariamente errónea. El liberalismo da muchas más oportunidades de triunfo a más gente porque abre más ámbitos de competencia que los sistemas cerrados o de partido único. 

4.- Como hipótesis según la cual la sociedad evolucionará hacia la extensión del liberalismo de manera irreversible: no pasa de ser un piadoso deseo. O un optimismo histórico no necesariamente bien fundado. Es, por lo menos, arriesgado suponer que los atavismos culturales (a veces milenarios) cederán ante el esfuerzo liberador. Por mucho que Fukuyama suponga que “no hay bárbaros a las puertas” puede suceder un “choque de civilizaciones” como el imaginado por S.P. Huntington que impida el éxito de las fuerzas liberales, por ejemplo, en el mundo árabe o en China.

5.- Como observación del hecho que hay un vocabulario que ya no sirve para explicar la historia: ese es, me parece, el mayor interés de la tesis del fin de la historia. Lo que termina no son “los hechos” históricos sino el vocabulario (fundamentalmente marxista) a través del que se había escrito el relato histórico. De la misma manera que nadie usaría seriamente el vocabulario de la historia medieval, usar hoy conceptos marxistas se ha vuelto anacrónico. La explotación no se da en términos de clase social y los factores ideológicos no pueden ser considerados “infraestructurales” (palabrota que nadie sabe qué significa). La creación de significado en la sociedad del conocimiento, deja el marxismo a la altura de la alquimia.

En el fondo, y comparado con Samuel P. Huntington, Fukuyama es un optimista histórico. Sería la extensión de la Ilustración, es decir, el progreso de la dignidad humana y de la racionalidad, lo que nos conduciría al liberalismo y al fin de la historia. Un ecologista, por ejemplo, no estaría tan esperanzado. Para Huntington, “el mundo se ordenará sobre las civilizaciones o no se ordenará en absoluto. Fukuyama, en cambio cree que todas las civilizaciones acabarán por seguir el modelo que ha tenido éxito (liberal y americano) por la sencilla razón de que los individuos saben que ese es el modelo que da más libertad y más progreso. El propio Fukuyama no ha tenido reparo en reconocer que lo que el mundo admira no son los valores americanos de hoy, sino los de dos o tres generaciones atrás (el del el viejo cine en blanco y negro!). Quizás, como todos los optimistas, tienda a la ingenuidad. Pero es Su derecho. 

Fukuyama puede ser entendido, finalmente, como un pensador “anti-“, pero eso no nada significativo. Sencillamente, también se puede sospechar de los filósofos de la sospecha. Lo contrario sería tan absurdo como la tontería de esos padres que, por haber sido moderadamente contestatarios en algún momento del pasado, se sorprenden cuando sus hijos les contestan (también) a ellos. En la urgente tarea de olvidar a Marx, Nietzsche y Freud (cadáveres excelentes, pero cadáveres), Fukuyama tiene, tal vez, algo que decir.

 

LA TESIS DE LA CONFIANZA

Conviene “desfacer entuertos” y recordar que Fukuyama no es un liberal en el sentido más usual de la palabra (no admite la libre competencia radical, ni la neutralidad del Estado, ni –mucho menos– el individualismo moral) sino un comunitarista, es decir, un partidario de la comunidad como legitimadora de la moralidad. A un liberal, la comunidad se le presenta, generalmente, como un lamentable amasijo de hipocresías compartidas y de tópicos tradicionales. A Fukuyama, sin embargo, le parece que la comunidad ofrece el conjunto de elementos identitarios básicos, ante los cuales el ser humano es, cuanto menos, “poco libre”. La idea de la centralidad de la familia a la hora de establecer criterios de identidad es, también, vieja como el mundo. La psicología (al poner énfasis sobre el papel de la madre) y la antropología (destacando el valor económico de los vínculos familiares) han  repetido hasta la saciedad ideas similares a las que encontramos en Trust. El valor que puede tener el libro, sin embargo, está en su intento de responder a las tendencias sociológicas que (de Adorno hasta finales del XX) pusieron énfasis en la decadencia de la familia y de las relaciones humanas “cálidas” que parecían poco menos que superadas y premodernas.

Para Fukuyama el motor de la historia es el resorte psicológico (con consecuencias morales) que él denomina “la lucha por el reconocimiento”. Se supone que a los humanos les gusta competir, ser reconocidos y vencer. Por eso el liberalismo –contra la tesis de Weber– sería “natural” y no dependería de ningún tipo de condición sociológica o económica previa. No es la economía, sino la forma de pensar, los hábitos y el consenso social, lo que hace que los humanos actúen como lo hacen. Por así decirlo, primero existe una “mentalidad cooperativa” y después una determinada economía.  El Producto Interior Bruto no es causa, sino consecuencia, de la liberalización. La tecnología, las comunicaciones y el transporte, facilitan la extensión de las sociedades liberales, pero no las provocan.

Y lo mismo podría decirse de la ciencia. En palabras de Fukuyama: “la lógica de una ciencia natural moderna progresista predispone las sociedades humanas hacia el capitalismo sólo hasta cierto punto en la medida en que el hombre pueda ver claramente su propio interés económico”. Es el reconocimiento, el motor (egoísta) de la acción humana, lo que los humanos buscan a través de la economía –y no al revés. En “Trust” queda claro (tal vez es lo más comunitarista del libro) que “el reconocimiento, la religión, la justicia, el prestigio y el honor” (elementos nada utilitarios, por cierto) son cruciales para la sociedad. La economía es una consecuencia –y no una causa- de la búsqueda de reconocimiento. Fukuyama define la cultura como: “Un hábito ético heredado”, es decir, como una serie de pautas, morales cuyo cumplimiento lleva implícito el éxito social comunitario (o “reconocimiento”.

La confianza mutua sería, en ese contexto, una especie de correctivo de las tendencias nihilistas implícitas en una “lucha por el reconocimiento” que, llevada a su extremo significaría la pugna de todos contra todos, en la tradición hobbesiana. Siguiendo al autor: la confianza no reside en los circuitos integrados ni en los cables de fibra óptica”, aunque todo eso no existiría sin confianza.

Textualmente, Fukuyama define así el tema: “Confianza es la expectativa que surge en una comunidad con un comportamiento ordenado, honrado y de cooperación, basándose en normas compartidas por todos los miembros que la integran. Estas normas pueden referirse a cuestiones de “valor” profundo, como la naturaleza de Dios o la justicia, pero engloban también las normas deontológicas como las profesionales y códigos de comportamiento”.

En definitiva, sin “aprendizaje de la colaboración”, sin un esfuerzo de construcción del “arte asociativo”, no hay comunidad posible. Confieso que no entiendo qué tiene esa tesis de nuevo, ni de provocador, ni de contrario a los intereses de los empobrecidos de la Tierra. Más bien me parece puro sentido común. Es más, ni siquiera se puede ser individualista sin un cierto nivel de confianza en los otros individuos. Y cualquier utilitarista que no tenga una visión unilateral del mundo, aceptará que los códigos éticos exigen, para ser eficaces, una confianza en una visión del mundo compartida.

Se podrá discutir el énfasis de Fukuyama en la familia, que oculta mucha miseria y siglos de sumisión femenina, pero –una vez más– no debiera olvidarse que los humanos no somos exactamente “mónadas” leibnizianas. Aprender a trabajar juntos, sin resquemores y sin prejuicios, es una necesidad en la construcción de la sociedad del conocimiento. Y la tesis de la confianza puede ayudarnos a ello.

 

 FRANCIS FUKUYAMA // DOS ENTREVISTAS

Francis Fukuyama nació en el seno de una familia de origen japonés en 1952, en la ciudad de Chicago, Estados Unidos. Creció en Nueva York y se graduó en Harvard. Durante su carrera escribió sobre democratización y política económica internacional, especializándose en la política exterior de la ex Unión Soviética. También trabajó para el Departamento de Estado de los Estados Unidos.

En 1989 Fukuyama escribió un artículo llamado "El fin de la historia", que luego dio origen al libro: "El fin de la historia y el último hombre", donde se afirmaba que la caída del comunismo y el triunfo de las democracias liberales marcaban el comienzo de la "etapa final" en la que no había más lugar para largas batallas ideológicas. En este sentido, la historia habría terminado. "El fin de la historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas". Fukuyama retoma uno de los viejos temas de la filosofía política: ¿Existe una dirección en la historia de la humanidad? Para el politólogo norteamericano la respuesta es afirmativa: la democracia liberal es la forma ideal de gobierno, la etapa final de la historia.

Según el autor durante este siglo hubo sistemas de gobierno que compitieron con la democracia liberal, como el fascismo o el comunismo, pero uno a uno fueron cayendo. Eso no quiere decir que todos los países actualmente sean democracias liberales; para que un sistema de gobierno sea llamado "democracia liberal" debe cumplir con tres condiciones: que tenga una economía de mercado, un gobierno representativo y mantener los derechos jurídicos. Todavía existen gobiernos no democráticos y economías que no son de mercado, pero "como idea, la democracia liberal es el único sistema político con algún tipo de dinamismo"

También hace notar que los países que pudieron obtener un alto nivel de desarrollo industrial como Estados Unidos, Japón, Europa Occidental, son los que lograron generar democracias estables; lo que sugeriría que existe una correlación entre el desarrollo económico de un país y la capacidad de sostener esos sistemas representativos.

En su libro "La gran ruptura", que llegó a nuestro país en 1999, sostiene que, al dejar de ser sociedades industriales para convertirse en sociedades de la información, las naciones ricas experimentaron grandes cambios debido al quiebre en sus valores: aumentaron los crímenes, la gente perdió confianza en las instituciones y tendió a comprometerse menos y a relacionarse en grupos pequeños. Sin embargo, aclara que esta tendencia a la atomización de la sociedad se está frenando debido, en última instancia, a que "nuestros instintos más básicos nos impulsan a crear reglas morales que nos unen en comunidades y a promover la cooperación". Apartándose del liberalismo más ortodoxo, sostiene que el individualismo es una "vulnerabilidad" de las democracias modernas y la cooperación es requisito del desarrollo. "En la sociedad de la información, ni los gobiernos ni las corporaciones van a depender exclusivamente de reglas burocráticas y formales. En cambio, van a descentralizar el poder y descansar en la gente, que se autoorganizará. Para que todo esto funcione es necesario que los individuos internalicen reglas y normas de comportamiento informales, aquellas que provienen de negociaciones horizontales entre ellos, más que de estructuras verticales".

Sin embargo, Fukuyama es un firme defensor de las reformas neoliberales en lo económico y lo político. Resulta muy importante una apertura internacional que le de competitividad al mercado interno. En la economía el Estado debe jugar un papel mínimo, permitiendo que el capital privado se desenvuelva con la mayor seguridad jurídica posible: "Todo funciona mejor si puede dar por sentado un marco jurídico estable y efectivo, que permita la seguridad de los derechos de propiedad y de las personas, y un sistema de asociación privada relativamente transparente. Pero estas características no han prevalecido en los países latinoamericanos. En muchos casos, el Estado ha sido arbitrario y rapaz. Como consecuencia, se redujeron los radios de confianza al nivel de la familia y los amigos y se generó una dependencia a ellos". Pero también es fundamental que existan libertades políticas y se eviten los gobiernos autoritarios o represivos.

Para que un país pueda adaptarse correctamente a un mundo globalizado, es fundamental que su gente tenga confianza en las instituciones: "Si el presidente roba no hay confianza en ese país; la sociedad civil debe organizarse, deben fortalecerse los partidos políticos, las organizaciones sociales, laborales y sindicales; la economía debe funcionar sobre valores éticos; y debe abrírsele paso al capital social, para que la fuerza laboral participe en forma más completa y adecuada en el proceso productivo".

Actualmente, Fukuyama es investigador de la Rand Corporation y miembro de la John Hopkins University School for Advanced International Studies.




La globalización es aún muy superficial

Por Pavlos Papadopoulos

Cuando en 1992 apareció el libro El fin de la historia y el último hombre, del cientista político estadounidense Francis Fukuyama, inmediatamente se produjo un revuelo en los círculos intelectuales de todo el mundo. Realmente provocador resultó para muchos pensadores su tesis de que la historia habría acabado. Esto porque, según Fukuyama, la caída del comunismo y el triunfo a escala mundial del liberalismo político y de la economía de mercado han traído como consecuencia el que ya no exista espacio para nuevas grandes batallas ideológicas.

Como especialista en la relación entre democratización y política económica internacional, desde su cátedra en la George Manson University, Fukuyama ha centrado sus estudios en el rol de la cultura y el capital social en la vida económica moderna. En la siguiente entrevista el profesor de ascendencia japonesa analiza el impacto que ha tenido sobre la economía, la cultura y la política, el fenómeno que más ha marcado este fin de milenio: la globalización.

¿Hasta qué punto ha sido realizada la globalización?.

En muchos aspectos, la globalización es aún muy superficial. Aunque se ha hablado mucho sobre el punto, la verdad es que la economía global todavía es muy limitada. Creo que el verdadero estrato de la globalización está restringido a los mercados de capital. En la mayoría de las otras áreas, las instituciones siguen siendo intensamente locales.

El comercio, por ejemplo, es predominantemente regional: los asiáticos comercian mayoritariamente con asiáticos, los latinoamericanos lo hacen mayoritariamente con latinoamericanos. Incluso en regiones más desarrolladas. Así, el comercio intraeuropeo representa prácticamente el 60 % de todo el comercio europeo. Esta limitación regional es cierta en todas partes, muchas compañías son predominantemente nacionales y los gobiernos continúan siendo muy nacionales. Los mercados de consumo no son sólo nacionales, pero éstos se están segmentando, yendo más allá de las regiones, en tanto la educación de los consumidores mejora.

 

¿Existen aspectos de la globalización que pueden llevar a una homogeneización aún mayor?.

Creo que simultáneamente va a ocurrir una homogeneización y una afirmación de las identidades culturales. En términos de las instituciones económicas y políticas, las culturas son cada vez más homogéneas, puesto que no existen muchas alternativas. Ya no es posible tener un cierto nacionalismo económico "peronista" o un cierto tipo de socialismo. Dada la naturaleza de la economía global, sólo existe una cierta cantidad de maneras en que un sistema político o económico puede ser organizado, ser viable y competitivo. Para llegar a ser una sociedad avanzada, un país tiene que ser democrático y tiene que estar conectado al mercado global. En relación con esto, existe una mayor homogeneización de las instituciones y de las ideologías. En el nivel cultural, no está claro que la homogeneización proceda tan rápido. En cierto sentido, existe una resistencia a la homogeneización cultural.

 

¿Cree usted que la homogeneización podrá ocurrir en un nivel más profundo?.

Podría suceder que la cultura finalmente se homogeneice, al igual que las instituciones políticas, pero pienso que será un proceso más lento. Mucha gente cree que, porque tenemos una avanzada tecnología de las comunicaciones y porque se proyecta mundialmente la cultura global de la televisión, esto podría llevar la homogeneización a un nivel cultural más profundo. Creo que ha ocurrido exactamente lo contrario. Por ejemplo, actualmente es probable que exista una mayor desconfianza y un énfasis mayor en las diferencias entre las culturas de los Estados Unidos y Asia que hace 40 años. En los Œ50 y en los Œ60, Asia miraba a los Estados Unidos como un modelo de modernización. Ahora, los asiáticos observan la decadencia urbana estadounidense y el debilitamiento de la familia y sienten que Estados Unidos ya no es un modelo atractivo. La tecnología de las comunicaciones ha permitido, tanto a asiáticos como estadounidenses, mirarse más claramente, y al final resulta que tienen sistemas de valores muy distintos.

 

¿Pueden las corporaciones globales tener un efecto de homogeneización sobre la cultura?.

Creo que existe una cultura global del consumidor que ha sido esparcida por compañías como McDonald's y la Coca Cola. Sin embargo, si se mira debajo de la superficie y se le pregunta a la gente de diferentes países en dónde tienen puestas sus lealtades, cómo valoran sus familias o cómo evalúan a la autoridad, uno se encuentra con enormes diferencias. Cuando se examina una cultura determinada, se le presta mucha atención a aspectos como el tipo de bienes de consumo que la gente compra, pero eso es muy superficial. En realidad, una cultura consiste en profundas normas morales que afectan la manera en cómo la gente se vincula entre sí.

 

¿Podría aclarar un poco más el punto?.

En mi segundo libro, Confianza: las virtudes sociales y la creación de la prosperidad, una de las tesis centrales dice que estas calidades profundas, las llamadas normas morales, definen la actividad económica. Por ejemplo, en la cultura china la familia es central y limita las transacciones de negocios a la familia extendida. Este hecho tiene muchas consecuencias. Significa que los negocios en China tienden a no ser muy grandes, probablemente porque ellos se resisten a tener "managers" que no son familiares. También significa que es muy difícil construir instituciones que permanezcan más allá de dos o tres generaciones. En el ejemplo de China, la cultura es la que empuja a la economía.

 

¿Qué es lo que constituye a estas identidades culturales más profundas?.

Obviamente, el lenguaje, la religión y la raza son importantes componentes de la identidad local. Mi interés particular tiene que ver con lo que llamo redes de confianza. Creo que para comprender realmente cómo operar en cualquier región del mundo, se necesita conocer las redes de confianza que se dan en esa área. Una vez que se ha establecido una relación de confianza, puede iniciarse una relación de negocios. Por ejemplo, en muchos países de Latinoamérica, muchas de las empresas más grandes son casi siempre controladas por un grupo de familias. Obviamente, las oportunidades de negocios dependerán de la comprensión que se tenga de cómo están entretejidas esas redes sociales. Las únicas personas que entienden bien cómo funcionan son los autóctonos. Es por eso que los "outsiders" encuentran difícil tener negocios en países en donde no tienen relaciones sociales preexistentes y en donde no se tiene el grado esperado de transparencia.

 

¿Existen atributos humanos universales que crucen las culturas y las naciones?.

 Sí. El deseo por el progreso material es obviamente una tendencia universal. Creo que existe una cantidad de evidencias que indica que el deseo de intercambiar en el mercado es también un atributo universal. En aquellos lugares en que no es practicado el intercambio mercantil, casi siempre es el Estado o alguna otra forma de autoridad de gobierno la que lo impide.

 

¿Podría dar ejemplos?.

 El libro de Hernando de Soto sobre Perú otorga un buen ejemplo. El texto muestra el tremendo deseo de los campesinos peruanos pobres, que se han mudado a Lima, para intercambiar. Los campesinos no pueden establecer un negocio formal porque les lleva hasta 25 días obtener un permiso y una gran cantidad de dinero les es necesaria para coimear a los funcionarios. Para poder realizar intercambios mercantiles, ellos han creado una enorme economía informal, la cual incluso tiene su propio sistema judicial.

 

¿Qué ocurre con el espíritu emprendedor?.

 También se puede argumentar muy bien a favor de la universalidad del espíritu emprendedor. Incluso, durante los últimos años, el Banco Mundial ha abogado por el concepto de micropréstamos. Antes, su política había sido prestarles a los bancos centrales y a grandes instituciones. Sin embargo, un examen más cerrado de las redes sociales reveló que la verdadera energía emprendedora se encuentra a un nivel más bajo. Un ejemplo de esto son los servicios de taxi y transporte informales que se han creado en muchos países. En Sudáfrica, el gobierno garantizaba el monopolio del transporte a unas pocas compañías, pero éstas fracasaron al satisfacer la demanda. Así, los servicios de taxi informales se convirtieron en la fuente de ingresos más grande para los negros durante el apartheid.

 

¿Llevará la globalización al desarrollo de otros universales culturales?.

 Creo que existe un conjunto de atributos culturales que deben acompañar a la modernización económica. Estos incluyen un mayor grado de individualismo, entendido en el sentido de que la gente debe ser evaluada más por sus logros que por su status heredado. Lo que me preocupa de las recientes discusiones sobre la globalización es que se piensa que ésta va a ser más homogeneizadora de lo que es en realidad. De hecho, creo que tendrá el efecto contrario. Québec es un ejemplo, ahí existe mucha división por el tema de la separación. Creo que nadie habría pensado en separarse sin la existencia del Nafta y sin la modernización económica de los 60. Actualmente, Québec está más integrada a la economía estadounidense que con el resto de Canadá. Si llegan a separarse, no les costará nada en términos económicos. La prosperidad aparejada con la globalización les permite a las culturas enfatizar sus rasgos propios.

 

¿Pueden las culturas mejorar al interactuar y al adaptarse a otras?
Ciertos aspectos de la cultura de Estados Unidos fueron adoptados de otras partes del mundo.

 La cultura estadounidense ha mejorado gracias a la suma cultural y a la adaptación más que en otros lugares. De alguna manera, esto distorsiona las percepciones de los estadounidenses. Ellos suelen mirar su experiencia y creer que el proceso será igual de fácil en otras partes. Creo que ello no será tan simple. Incluso, en un país similar a los Estados Unidos como Francia, esta suerte de suma cultural será más complicada. Conozco bastante bien ese país y lo que me llama la atención es lo diferente que es a los Estados Unidos. Durante años intentaron la privatización. Ello generó un fuerte rechazo entre los trabajadores y el gobierno cambió su posición. En cambio, la mayoría de los estadounidenses cree que la privatización es la futura tendencia en las políticas públicas.

 

¿Qué rol juega la tecnología de la información en la globalización?.

 Soy bastante escéptico respecto de la aseveración de que la tecnología por sí sola posibilitará la globalización. El problema es la confianza. Mi percepción es que la confianza es esencial en las relaciones de negocios. La gente genera confianza al interactuar y, a través de esto, se familiarizan con las identidades del otro, con su comportamiento, honestidad y capacidad de realizar ciertas especificaciones. Es muy difícil proveer esa información a través de una red digital.

 

 ¿Por qué?.

 Existe un estudio, hecho a mediados de los 60, que examinó el impacto de las telecomunicaciones en el volumen de las transacciones comerciales y se concluyó que existía una relación muy débil. Así, los negocios transatlánticos estaban fuertemente correlacionados con los viajes aéreos, puesto que muchos tratos no podían ser consumados sin establecer una relación social. Mediante el comercio digital, la gente es técnicamente capaz de llevar a cabo transacciones, pero sin el valor adicional de una relación de confianza. Lo que la globalización requiere no es sólo tecnología en red, sino la creación de una serie de servicios que posibiliten la comunicación de información necesaria para la confianza.

 

¿Llevará la globalización a grandes cambios políticos?.

 Existe una correlación entre el nivel de desarrollo económico de un país y el éxito de la democracia. Recientemente, se hizo un estudio que examinó las transiciones a la democracia en varias naciones. Una vez que se llega a un PIB per cápita de US$ 6. 000 -en valores de 1992-, no hay ningún país que llegue a la democracia que haya vuelto al autoritarismo. La globalización y el desarrollo del capital no producen automáticamente democracias. Sin embargo, el nivel de desarrollo económico resultante de la globalización conduce a la creación de sociedades complejas con una poderosa clase media. Son ellas las que facilitan la democracia.

 

Pero existen casos, como China, en que, a pesar de la fuerte modernización económica, no ocurre lo mismo en términos de apertura política.

 Autores como Samuel Huntington han dicho que China va a desarrollarse radicalmente durante las dos próximas generaciones sin que sus instituciones políticas lleguen a ser similares a las de los Estados Unidos. Huntington no cree que el desarrollo llevará a la gente a demandar participación política, liberalización de la prensa y otras libertades. No me compro ese argumento. Creo que habrá importantes cambios políticos como resultado del desarrollo económico.

 

¿Cómo cambiará la globalización la relación entre los Estados y los ciudadanos?.

 En realidad, el área en dónde la tecnología de la información va a tener probablemente un vasto efecto es en las relaciones de los ciudadanos con el Estado. Existen muchos actores no estatales y transnacionales que no existían en el pasado -grupos ambientalistas, por ejemplo. Uno de mis colegas hizo un estudio de este fenómeno en México, durante la rebelión de Chiapas. El gobierno mexicano iba a responder a la manera usual, reprimiéndola militarmente. Sin embargo, las organizaciones internacionales de derechos humanos fueron capaces de movilizarse rápidamente, usando faxes, correo electrónico y otras tecnologías. Estas organizaciones fueron capaces de "meter" a los indios de Chiapas en la televisión para que contaran su versión. El gobierno mexicano decidió entablar negociaciones con los indígenas debido a la enorme publicidad. A futuro, probablemente, veremos más de estos casos.

 

¿Es la globalización un eufemismo de "americanización"?.

 Creo que lo es, y es por eso que a muchas personas no le gusta. Creo que debe ser "americanización" porque, en algunos aspectos, Estados Unidos es la sociedad capitalista más avanzada del mundo, y sus instituciones representan el lógico desarrollo de las fuerzas del mercado. Si son las fuerzas de mercado las que empujan la globalización, es inevitable que la "americanización" acompañe a la globalización. Sin embargo, creo que el modelo estadounidense que otras culturas están adoptando es de los Estados Unidos de hace dos o tres generaciones. Cuando se piensa en globalización y modernización, muchos piensan en los Estados Unidos de los 50 y 60. No están pensando en los Estados Unidos de los disturbios de Los Ángeles y de O. J. Simpson. La cultura que exportamos en los 50 y en los 60 era idealizada. Realmente presentaba un paquete muy atractivo. La cultura que exportamos ahora es cínica y un modelo bastante menos atractivo para que sea seguido por otras naciones.

 

 Francis Fukuyama: "No existe la brecha digital" 

 SILVIA BACHER

informatica.clarin.com.ar

  Francis Fukuyama, quien se hizo célebre por su libro El fin de la historia, recibió a Informática en su oficina de la George Madison University, en Fairfax, Estados Unidos (ver Un intelectual...). La conversación arrancó con una pregunta sobre la generalizada preocupación por la denominada brecha digital entre países ricos y pobres. "Francamente —respondió— creo que hemos pergeñado este falso tema. Considero que no es una cuestión real y que la gente, más que nada, estaba buscando algún punto negativo de la revolución de la información. Así fue como surgió el tema de la brecha digital, que no existe."

 Fukuyama insiste en que "la tecnología de la información premia a la gente que ya cuenta con una formación y está capacitada para utilizar computadoras. En cambio, en África, muchos padres se enojan porque sus hijos no saben leer ni escribir y se encuentran con que los blancos ricos sólo se preocupan por el acceso a Internet, lo que para ellos, no es la primera prioridad. Y si el niño africano no sabe leer y no está interesado en ninguna cosa que Internet le pueda enseñar, no importa si el Estado le proporciona acceso gratuito a Internet. No va a usarlo."

 

Pero la brecha de todos modos existe...

 Pero es que ahora, con Internet, si usted posee una computadora y está ubicado en un país subdesarrollado, tendrá acceso a toda la información, a todos los sitios de la Web, y a toda la información que posee cualquier persona en los Estados Unidos. Tal vez sea costoso, pero si comparamos esto con la situación anterior a Internet...

 

¿O sea que Internet en sí misma ayuda a saltar la brecha?

 Imagínese lo que ocurría antes de existir Internet. Muchos estudiosos del Tercer Mundo no habrían podido obtener la información que buscaban, no habrían tenido una biblioteca, habrían tenido que depender de la biblioteca local y la posibilidad de que ésta tenga copias impresas del material buscado, y eso sencillamente no existía. Si bien es cierto que ser propietario de una computadora y tener acceso a Internet puede ser costoso en relación con otras cosas en un país pobre, si se compara con lo que hubiera costado anteriormente..., creo que allí reside la naturaleza misma del progreso.

 

¿La tecnología introduce situaciones de igualdad?

 La tecnología de la información es un elemento que podrá permitir a algunos países pobres saltearse etapas del desarrollo industrial, etapas que pueden de hecho dejar de lado y pasar a un área de la tecnología informática más moderna. La introducción de la tecnología digital sirve para diseminar el poder y disminuir las desigualdades en el mundo entre los que tienen y los que no tienen. Pone la información a disposición de más gente.

 

En los países pobres, el acceso a Internet toca a un pequeño porcentaje de la población. ¿Qué pasará en 10 años?

En 10 años no va a estar limitado a un grupo reducido. Cada tecnología que salió en los últimos 100 años atravesó una fuerte caída de precios. Sólo en una generación, los precios de la telefonía cayeron tanto que se transformaron en algo que todos con el tiempo podían alcanzar.

 

¿Cree usted que la tecnología ayudará a profundizar la democracia?

Sí, sin duda. Algo que nos inquieta (y desconozco las estadísticas de la Argentina), es que en los Estados Unidos los jóvenes no leen los diarios. Cada año baja el porcentaje de lectores. Considero que esto puede llevar a una crisis de la democracia, ya que ésta depende de gente que sabe lo que está votando, que entiende un mínimo de asuntos públicos que los preocupa. En el caso de muchos jóvenes, Internet está desplazando a los diarios y a las revistas en cuanto a la forma de obtener la información. Lo importante es intentar promover el uso de Internet para la participación directa en la vida pública.

Silvia Bacher fue becaria Eisenhower.

 

FRANCIS FUKUYAMA: UN ARTÍCULO

 EL PAIS (Madrid,España) Jueves 17 junio 1999 Nº 1140

  Pensando sobre el fin de la historia diez años después

 FRANCIS FUKUYAMA

 Este verano se cumple el décimo aniversario de la publicación de mi artículo 'The end of history?' en The National Interest, y con ese motivo se me ha pedido que escriba una retrospectiva sobre mi hipótesis original. Desde que se publicó el artículo, mis críticos han exigido con regularidad que reconsidere mi opinión de que la historia se ha terminado, con la esperanza de que me retracte. Para ellos, expondré mi balance final: nada de lo que ha sucedido en la política o la economía mundiales en los últimos diez años contradice, en mi opinión, la conclusión de que la democracia liberal y la economía de mercado son las únicas alternativas viables para la sociedad actual.

 Las situaciones más graves en ese periodo han sido la crisis económica de Asia y el aparente estancamiento de la reforma en Rusia. Pero, a pesar de que estos sucesos constituyen lecciones políticas muy interesantes, son, al fin y al cabo, corregibles mediante la política y no suponen un fracaso sistemático del orden liberal que prevalece en el mundo.

 Por otra parte, el argumento que utilicé para demostrar que la historia es direccional, progresiva y que culmina en el moderno Estado liberal, tiene un defecto fundamental, pero sólo uno de los cientos de analistas que discutieron The end of history ha comprendido su verdadera debilidad: la historia no puede terminar, puesto que las ciencias de la naturaleza actuales no tienen fin, y estamos a punto de alcanzar nuevos logros científicos que, en esencia, abolirán la humanidad como tal.

 Buena parte del debate inicial sobre The end of history fue una absurda cuestión de semántica, ya que muchos lectores no comprendieron que yo estaba haciendo referencia a la historia en su sentido hegeliano y marxista de evolución progresiva de las instituciones políticas y económicas humanas. Mi razonamiento era que la historia entendida de esa forma está dirigida por dos fuerzas básicas: la evolución de las ciencias naturales y la tecnología, que establece las bases para la modernización económica, y la lucha por el reconocimiento, que, en última instancia, exige un sistema político que reconozca los derechos humanos universales. Al contrario que los marxistas, yo afirmaba que este proceso de evolución histórica no culminaba en el socialismo, sino en la democracia y en la economía de mercado.

 La tesis se ha atacado tan frecuente e implacablemente que a estas alturas es difícil imaginar que haya algún punto de vista desde el que no se haya criticado The end of history. A comienzos de los noventa se hacían muchas conjeturas sobre las diversas alternativas de la política mundial; alternativas que, en opinión de muchos observadores, más que acercarse, se alejaban de la democracia liberal. La preocupación más persistente hacía referencia al nacionalismo y al conflicto étnico, una perspectiva comprensible a la vista de los conflictos en la antigua Yugoslavia, Ruanda, Somalia y otros puntos negros. Aunque también se han considerado rivales posibles de la democracia liberal otros regímenes políticos como la teocracia islámica, el autoritarismo blando asiático o incluso el neobolchevismo.

 Los acontecimientos de la segunda mitad de los noventa -con las agitaciones financieras que dieron lugar a la crisis económica asiática, el aparente estancamiento de la reforma democrática en Rusia y la inestabilidad que repentinamente se ha manifestado en el sistema financiero mundial- han sido en muchos aspectos más amenazadoras para la hipótesis del final de la historia que los primeros. Después de todo, yo nunca planteé que todos los países alcanzarían una democracia a corto plazo, sólo que había una lógica de evolución en la historia humana que conduciría a los países más avanzados hacia la democracia y los mercados liberales. Por tanto, el hecho de que algunos países como Serbia o Irán hayan quedado fuera de este proceso evolutivo no sirve como argumento en contra. La actual crisis de Kosovo, por trágica que sea, no es un acontecimiento histórico mundial que vaya a modelar para siempre las instituciones fundamentales. Por otra parte, si se demostrara que la locomotora de la evolución del cambio histórico se había roto, habría que replantearse la idea de que la historia es progresiva. Pero, a pesar de las penurias y los reveses sufridos por México, Tailandia, Indonesia, Corea del Sur y Rusia, como resultado de su integración en la economía mundial, no se está produciendo, como afirma George Soros, una "crisis general del capitalismo".

 Hay al menos dos razones importantes para el progreso indefinido de la mundialización. En primer lugar, no hay una alternativa de modelo de desarrollo viable que prometa mejores resultados, ni siquiera tras la crisis de 1997-1998. En particular, los acontecimientos de los diez últimos años han desacreditado aún más al principal competidor de la mundialización, el denominado "modelo de desarrollo asiático". La crisis económica que golpeó Asia ha demostrado la vacuidad del autoritarismo blando asiático, porque pretendía basar su legitimidad en el avance económico, y eso le hizo vulnerable en los periodos de crisis.

La segunda razón por la que no es probable que se invierta el sentido de la mundialización está relacionada con la tecnología. La mundialización actual está respaldada por la revolución en la tecnología de la información que ha llevado el teléfono, el fax, la radio, la televisión y la Internet a los rincones más remotos de la Tierra. Estos cambios dan autonomía a los individuos y son profundamente democratizadores en muchos niveles. Ningún país puede hoy en día desconectarse de los medios de comunicación mundiales o de las fuentes de comunicación exteriores; las tendencias que se inician en un rincón del mundo se copian rápidamente a miles de kilómetros de distancia. Aquellos que creyeron encontrar el principal punto flaco de la teoría del final de la historia en los acontecimientos políticos y económicos de los últimos diez años hacen leña de un árbol equivocado.

 El principal defecto de ¿El final de la historia? se encuentra en el hecho de que la ciencia puede no tener fin, pues rige el proceso histórico, y estamos en la cúspide de una nueva explosión de innovaciones tecnológicas en las ciencias de la vida y en la biotecnología. El periodo transcurrido desde la Revolución Francesa ha sido testigo de diferentes doctrinas que esperaban superar los límites de la naturaleza humana mediante la creación de un nuevo tipo de ser humano, que no estuviera sometido a los prejuicios y limitaciones del pasado.

 El rotundo fracaso de estos experimentos a finales del siglo XX nos mostró los límites del constructivismo social y refrendó un orden liberal y basado en el mercado, apoyado en verdades evidentes sobre "la naturaleza y el Dios de la naturaleza". Pero a lo mejor las herramientas de los constructivistas del siglo XX, desde las primeras socializaciones de la infancia y el psicoanálisis hasta la agitprop y los campos de trabajo, son sencillamente demasiado burdos como para alterar efectivamente el substrato natural de la conducta humana.

 El carácter abierto de las actuales ciencias naturales indica que la biotecnología nos aportará en las dos generaciones próximas las herramientas que nos van a permitir alcanzar lo que no consiguieron los ingenieros sociales del pasado. En ese punto, habremos concluido definitivamente la historia humana porque habremos abolido los seres humanos como tales. Y entonces comenzará una nueva historia poshumana.

 
Francis Fukuyama es profesor de Política Pública en la Universidad George Mason y autor de The great disruption: human nature and the reconstitution of social order .© Francis Fukuyama, 1999, distribuido por Los Angeles Times Syndicate.