E.
MOUNIER (1905-1950) Y EL PERSONALISMO
Decía
Giovanni Papini que la tragedia del hombre moderno no es que
venda su alma al demonio, sino que ya ni siquiera el demonio
se interesa por comprarla. La filosofía personalista
constituye para algunos el síntoma y para otros la respuesta
a esa situación de nihilismo, cuando ni el diablo, ni
la soledad, ni la muerte permiten responder a la pregunta por
el sentido y la “persona” se otea en el horizonte
conceptual como alternativa la crisis de la modernidad.
Según
el creador del movimiento personalista, Emmanuel Mounier, «personalismo»
fue usado en primer lugar como concepto por el poeta norteamericano
Walt Witman en su libro DEMOCRATIC VISTAS (1867) y entró
en filosofía de la mano del oscuro pensador catalán
del norte, RENOUVIER que definió con esta palabra su
sistema filosófico en 1903. Sin embargo, en su uso moderno,
«personalismo» es una escuela filosófica
muy concreta, que se origina en la obra de Mounier y en la revista
“ESPRIT” a partir de la fundación del movimiento
en la localidad pirenaica de Font-Romeu en agosto de 1932.
La
filosofía personalista es la expresión del existencialismo
católico o, si se prefiere, del “inconformismo religioso”
que se desarrolló principalmente entre católicos
en Francia, pero también, y simultáneamente, en
pequeños núcleos judíos y protestantes de
Alemania, en las décadas de 1930 a 1950. Las raíces
del «personalismo» habría que buscarlas en
la ética fenomenológica de JASPERS y de Max SCHELER
(autor de NATURALEZA Y FORMAS DE LA SIMPATÍA; EL SENTIDO
DEL SUFRIMIENTO; EL GENIO, EL HÉROE, EL SANTO; LA IDEAL
DEL HOMBRE Y LA HISTORIA, etc.) así como en la filosofía
de ALAIN, un profesor de bachillerato que consiguió una
singular audiencia (entre sus alumnos estuvo, por ejemplo, Simone
WEIL) en ambientes cristianos.
El
«personalismo» no propugna una filosofía
de la historia, ni una antropología, ni una teoría
política, sino que se tiene a sí mismo por un
movimiento de acción social de tipo cristiano que une
fuertes elementos comunitarios con la reflexión conceptual
de raíz teológica sobre el sentido transcendente
de la vida. De ahí que a los personalistas no les guste
considerase como militantes de un sistema o de una “ideología”,
sino que asumen el personalismo como una “orientación”
de la vida en sentido comunitario. Así el «personalismo»
consiste, más que en una teoría cerrada, en una
“matriz filosófica” cristiana, o una tendencia
de pensamiento dentro de la cual son posibles matices muy diversos
pero que tiene en común asumir la perspectiva creyente
y la condición dialógica de la persona, es decir,
la apuesta por el diálogo comunitario, como condición
que hace posible la filosofía. Para comprender su propuesta
es necesario asumir, casi como un axioma, o como una regla de
vida, que “persona” significa mucho más que
“hombre”, e incluso simboliza lo contrario de “individuo”.
Los principales autores personalistas son:
·
Emmanuel MOUNIER:(MANIFIESTO AL SERVICIO DEL PERSONALISMO; EL
PERSONALISMO y especialmente la revista “ESPRIT”,
órgano del movimiento)
·
Gabriel MARCEL: (SER Y TENER; DIARIO METAFÍSICO; LOS HOMBRES
CONTRA LO HUMANO)
·
Jean WAHL: (ESTUDIOS KIERKEGAARDIANOS)
·
Jean LACROIX: (PERSONA Y AMOR; EL PERSONALISMO COMO ANTIIDEOLOGÍA)
·
Martin BUBER (¿QUÉ ES EL HOMBRE?; YO Y TU)
·
Paul-Ludwig LANDSBERG (EXPERIENCIA DE LA MUERTE).
Éste
último, judío de origen alemán, fue ayudante
de cátedra de Scheler y, tras las leyes antisemitas de
Hitler se trasladó primero a París, donde participó
en el “Colegio de Sociología” y, posteriormente,
a Barcelona, llamado por Joaquín XIRAU para formar parte
del profesorado de la Universidad Autónoma; de manera
que ambos pueden ser considerados los iniciadores del personalismo
filosófico en Catalunya y en España. Landsberg
terminó sus días suicidándose, según
parece, con una dosis de cianuro, en un campo de concentración
nazi. El personalismo, por su esencia democrática, se
desplegó de una forma muy significativa en Catalunya;
tanto antes como después de la guerra de 1936-1939 floreció
un importante movimiento religioso y cultural cuyo autor más
significativo fue el abogado y escritor Maurici SERRAHIMA, amigo
personal de Mounier y colaborador de “Esprit”. La
viuda de Mounier, Paulette, fue incluso detenida en Barcelona
bajo el franquismo, el 29 de enero de 1969, durante el estado
de excepción al reunirse con jesuitas e intelectuales
antifranquistas. El personalismo español en lengua castellana
fue, sin embargo muy minoritario antes de la guerra, limitándose
a la revista “Cruz y Raya” de José BERGAMÍN
y a las colaboraciones en “Esprit” de José
María de SEMPRÚN y GURREA, padre del escritor
antifascista Jorge SEMPRÚN.
Muchos
intelectuales católicos han tenido relación con
el movimiento personalista: puede considerarse también
«personalista» alguna obra del neotomista Jacques
MARITAIN (especialmente HUMANISMO INTEGRAL). Junto a la filosofía,
el personalismo ha tenido un importante componente literario;
la obra de Mounier es díficil de comprender sin la literatura
de Charles PÉGUY. A lo largo de los años centrales
del siglo 20 hay una novelística importante de tipo personalista
que se expresa en las obras de Graham GREEN (EL PODER Y LA GLORIA;
EL FONDO DEL PROBLEMA) o de Aldous HUXLEY (EL MEJOR DE LOS MUNDOS;
CIEGO EN GAZA). Sin embargo, el autor que desde el punto de vista
literario encarna mejor el ideal personalista es SAINT-ÉXUPERY
(EL PRINCIPITO, VUELO NOCTURNO, CARTA AL GENERAL y, especialmente,
ese texto hermoso por hermético que es CIUDADELA).
El
personalismo, aunque ha contado con autores judíos (Buber,
Landsberg, Levinas), y protestantes (Ellul) es un existencialismo
básicamente católico y jugó un papel fundamental
en la renovación del pensamiento eclesiástico
previo al Concilio Vaticano II que, asumiendo gran parte de
sus tesis sobre la relación entre Iglesia y mundo seglar,
lo dejó casi sin objeto. De hecho, la revista “Esprit”
se ha movido políticamente desde hace más de medio
siglo en la órbita del socialismo democrático
intelectualizado.
En
tanto que existencialismo leído en clave creyente, el movimiento
personalista substituye el nihilismo desesperado por la esperanza
transcendente y por la experiencia comunitaria. De hecho, todos
los personalistas comparten el diagnóstico de Scheler en
LA IDEA DEL HOMBRE Y LA HISTORIA según el cual:
«En
ninguna época han sido las opiniones sobre la esencia
y el origen del hombre más inciertas, imprecisas y múltiples
que en nuestro tiempo. Muchos años de profundo estudio
consagrado al problema del hombre dan al autor el derecho de
hacer esta afirmación. Al cabo de unos diez mil años
de historia, es nuestra época la primera en que el hombre
se ha hecho plena, íntegramente “problemático”;
ya no sabe lo que es pero sabe que no lo sabe. Y para obtener
de nuevo opiniones aceptables acerca del hombre, no hay más
que un medio: hacer, de una vez “tabula rasa” de
todas las tradiciones referentes al problema y dirigir la mirada
hacia el ser llamado “hombre”, olvidando metódicamente
que pertenecemos a la humanidad».
El
hombre es “persona” en la medida en que no se esconde
en la masa, ni se deja negar por la tecnología, ni cae
en abstracciones conceptuales individualistas. El personalismo
se constituye –a la vez– como lo contrario al colectivismo,
donde el sujeto se convierte en número, y como lo contrario
al individualismo, que nos vuelve incapaces de comunicarnos. En
palabras de Mounier: «el individividuo es la dispersión
de la persona en la materia, dispersión y avaricia».
En EL PERSONALISMO, Mounier afirmará que: «La persona
no crece más que purificándose del individuo que
hay en ella». Contra el individualismo, propio de una sociedad
despersonalizada, se reivindica que “Persona” es un
ser concreto (que no subjetivo) y por ello relacional y comunicativo,
es decir, “comunitario”. En el MANIFIESTO AL SERVICIO
DEL PERSONALISMO, Mounier la define así:
«Una
persona es un ser espiritual constituido como tal por una manera
de subsistencia e independencia de su ser; mantiene esta subsistencia
por su adhesión a una jerarquía de valores libremente
adoptados, asimilados y vividos por un compromiso responsable
y una conversión constante: unifica así toda su
actividad en la libertad y desarrolla por añadido a golpe
de actos creadores la singularidad de su vocación».
Es
en la comunidad, en la relación concreta de comunicación
con los demás, donde realmente se constituye la persona.
Para el personalismo, los dos conceptos básicos que dan
unidad al pensamiento son “Persona” y “Amor”.
Ambos conceptos se han encontrado también en el pensamiento
liberal y en el romanticismo pero con otra significación
radicalmente distinta; según el movimiento personalista
el significado que de ellos se ha dado, incluso en el ámbito
creyente, ha sido puramente instrumental y alienante. El socialismo
marxista tiene razón en denunciar el idealismo y la ñoñería
de ambos conceptos porque se ha tendido a pensarlos como puras
abstracciones, descarnadas. Cumple, pues, cambiar le punto de
vista desde el que se ha reflexionado sobre ellos. La persona
debe ser comprendida desde un punto de vista relacional: «Encontrarse
dos en recíproca presencia» permite que cada cual
se haga persona. En YO Y TU, por su parte, Buber definirá
el Amor como «El milagro de una presencia exclusiva»
y como «la responsabilidad de un Yo por un Tu».
El
hecho de que esta relación sea profunda, íntima,
está en absoluta contradicción con el cosmpolitismo
burgués, heredado del Renacimiento y de las Luces. En tal
sentido, Mounier era taxativo. En su texto de 1935 REVOLUCIÓN
PERSONALISTA Y COMUNITARIA se lee:
«Quizá
solamente quien ha penetrado profundamente en Dios, es capaz
de amar a todos los hombres en Dios (...) Yo no amo a la humanidad.
No trabajo por la humanidad. Amo algunos hombres, y la experiencia
me ha resultado tan fértil que por ella me siento ligado
a cada prójimo que atraviesa mi camino».
“Persona”
y “Amor” deben ser considerados, pues, no desde el
punto de vista simbólico, o como abstracciones conceptuales,
sino como transcendentales y como expresión de la sacralidad
de la vida; por eso mismo el personalismo tiene una profunda vocación
pedagógica: se trata no sólo de amar, sino de educar
para el amor y la trascendencia a una nueva humanidad: Educar
no consiste en hacer –y hacernos– “mejores personas”,
sino en “despertar” a la persona, pues como dice en
EL PERSONALISMO: «Por definición, una persona se
suscita por una llamada, no se fabrica por domesticación».
El sentido de una pedagogía personalista puede encontrarse
también en la llamada que realizó el papa Pío
XII después de la 2ª Guerra Mundial (ALOCUCIÓN
A LOS MIEMBROS DEL CONGRESO INTERNACIONAL DE FILOSOFÍA,
Roma, nov. 1946):
«Educad
a una nueva generación en el sentimiento de una verdadera
humanidad. Que sea sagrado para la juventud todo lo que tiene
rostro humano: sagrada la familia; sagrados todo pueblo y toda
nación, como le son sagrados su propio pueblo y su propia
patria. Que su espíritu se vuelva hacia Dios, Padre común
de todos, y en el que la filosofía encuentra su norma
sublime y su más alta justificación».
La
concepción personalista del mundo es claramente contraria
a la versión que sobre el hombre ofrece la ciencia positiva,
en la medida que para esta filosofía lo humano es, por
definición «Cualitativo» y, por tanto, ajeno
al modelo descriptivo, cuantificable y analítico de las
ciencias, que se daba por supuesto en el mundo académico
francés desde la fundación de la “Sociedad
de Biología” (1848) y de la “Sociedad Médico-Biológica”
(1855). La ciencia positivista, para un personalista, describe
al hombre “desde fuera” pero lo ignora interiormente
o lo considera, como Freud, sólo como pulsión de
placer, que es tanto como decir de dominio. Pero el hombre tiene
aspiraciones morales, estéticas y religiosas que la ciencia
no recoge, ni comprende. El hombres es «Persona»,
es decir, consciencia interior más allá de la pura
materia. Y esa consciencia es, además, relacional, es decir,
está abierta a lo religioso (en cuanto que “religa”)
y a lo comunitario. En cuanto «Persona» el hombre
no es sólo cuerpo sino también alma.
De
ahí que realizar el imperativo pindárico y goethiano:
«Llega a ser lo que eres» en un contexto cristiano
significa empeñarse en construir nuestra capacidad de ser
persona, cualitativamente, en el conjunto de las relaciones que
nos constituyen. Sólo por el amor se accede a la persona.
De ahí la importancia del “testimonio” que
se da mediante la propia vida por encima incluso de la acción
política. El personalismo se ve a sí mismo como
una teoría de la esperanza. En EL PEQUEÑO MIEDO
DEL SIGLO XX, Mounier escribió que: «El nihilismo,
del que se desprende el espíritu de catástrofe,
es una reacción masiva de tipo infantil. Bien sabéis
cómo los seres débiles, los niños, los enfermos,
los nerviosos, se desalientan, (...) Pues bien, la angustia de
una catástrofe colectiva del mundo moderno es, ante todo,
en nuestros contemporáneos una reacción infantil
de viajeros incompetentes y alocados». Una sociedad personalista
sería, pues, la consecuencia de una actitud comunitaria,
que sitúa la comunicación (la “fraternidad”,
entendida como virtud cristiana y no como imperativo republicano)
en el centro de la acción política.
Mounier
en EL PERSONALISMO (Cap. “La Comunicación”)
esbozó los cinco puntos que se hacen necesarios para
que pueda llegar a desarrollarse una sociedad personalista y
comunitaria. Se trata de:
1.-
Salir de sí mismo: luchar contra el “amor
propio”, que hoy denominamos egocentrismo, narcisismo, individualismo.
2.-
Comprender: situarse en el punto de vista del otro, no
buscar en el otro a uno mismo, ni verlo como algo genérico,
sino acoger al otro en su diferencia.
3.-
Tomar sobre sí mismo, asumir: en el sentido de
no sólo compadecer, sino de sufrir con el dolor, el destino,
la pena, la alegría y la labor de los otros.
4.-
Dar: sin reivindicarse como en el individualismo pequeño
burgués y sin lucha a muerte con el destino, como los existencialistas.
Una sociedad personalista se basa, por el contrario, en la donación
y el desinterés. De ahí el valor liberador del perdón.
5.-
Ser fiel: considerando la vida como una aventura creadora,
que exige fidelidad a la propia persona.
Asumir
al individuo como «persona» no significa perderse
en un espiritualismo más o menos platónico, o sublimar
un “doble” imaginario de los humanos concretos, sino
aceptar que el sujeto humano es carne espiritualizada, transcendida
en cuanto que el amor (imagen de un Amor divino, con mayúsculas)
se vive en lo concreto, y en lo material –por eso mismo
el movimiento personalista, tras un breve instante de firteo con
el colaboracionismo de Vichy, se alineó con los comunistas
en la Resistencia antinazi. En palabras de Mounier, la persona
es «existencia encarnada» y olvidar eso conduce a
despersonalizar a los humanos. Como escribió Mounier en
EL PENSAMIENTO DE CHARLES PÉGUY: «ya es hora de sacar
la palabra “mística” de los eriales».
«Amar
realmente a un ser, es amarlo en Dios», escribió
Gabriel Marcel. O en otras palabras, el personalismo quiere
fundar un nuevo humanismo cuyo sentido último se halla
en la idea de la persona como expresión del amor divino.
Maritain, por su parte, lo expresa así en HUMANISMO INTEGRAL:
«La idea discernida en el mundo sobrenatural que sería
como la estrella de ese nuevo humanismo, no sería ya
la idea del sagrado imperio que Dios posee sobre todas las cosas;
sería más bien la idea de la santa libertad de
la criatura a quien la gracia une a Dios».
Por
eso el personalismo es radicalmente antiliberal en la medida en
que no acepta la idea de los humanos como meros “átomos
sociales”; a la idea de libertad le opone la de comunidad:
ese es el único ámbito en que la libertad resulta
pensable. La sociedad es, ante todo, una comunidad de almas, es
decir, una totalidad construida como suma de esfuerzos conjuntados
en que lo material, como quería el poeta Maragall “no
es más que símbolo”. El liberalismo conduciría
a lo que Mounier llamará “existencia dramática”
es decir, a la que ve el tiempo (y el Ser) no como plenitud, sino
como vacío, que se expresa filosóficamente en el
existencialismo sartriano.
El
enfrentamiento con Sartre, a quien Mounier pretendió
ningunear en su INTRODUCCIÓN A LOS EXISTENCIALISMOS (lo
sitúa en la rama izquierda del “árbol existencialista”
cuyo tronco es Kierkegaard y en cuya base está Pascal
para hundir sus raíces en San Agustín) no tiene
tanto que ver con el ateísmo cuanto con lo que Mounier
denomina: «el ala mundana», la moda burguesa del
decadentismo.
PROBLEMA
Y MISTERIO
Gabriel
MARCEL (1889–1973) es autor de un texto en que relata
la experiencia personal de su conversión al cristianismo,
DIARIO METAFÍSICO (1927). Su aportación principal
al personalismo consistió en distinguir entre «problema»
y «misterio».
·
PROBLEMA: es lo que la razón puede resolver, lo
que aparece ante uno mismo, lo que se puede plantear de una manera
objetivable, objetiva y distanciada. Todo problema es una cuestión
técnica.
·
MISTERIO: es todo aquello que no pude resolverse de
forma objetiva ni racional; el misterio transciende toda solución
y sólo permite la confianza y, si corresponde, la adoración.
El
ser, y específicamente, el ser humano, es un misterio profundo
y, como tal, transciende toda solución. En la medida en
que lo humano es incapaz de perdurar, cualquier “yo”
pierde sentido ante el misterio que, en cambio, permanece siempre.
Fidelidad, amor y admiración son los valores que nos constituyen,
en tanto que humanos, ante el misterio. Asumiendo que el hombre,
en tanto que persona, corresponde la categoría de “misterio”,
Mounier dará un paso más considerando que su filosofía
no es un estudio sobre el hombre, sino un «combate por el
hombre».
LOS
TEMAS BÁSICOS DE EMMANUEL MOUNIER (1905-1950)
Emmanuel
MOUNIER (1905-1950), el líder del movimiento personalista
y sin duda su principal ideólogo, corre el peligro de convertirse
en un autor olvidado, sólo apto para uso en contextos clericales;
ciertamente murió con sólo 45 años y buena
parte de su obra es estrictamente “de combate”, pero
aunque su retórica tiene algo de crispado y su vocabulario
suena hoy a “años 30”, su obra no debiera interesar
sólo en el mundo eclesiástico: no es ocioso recordar
que uno de los principales teóricos de la postmodernidad,
Jean-François LYOTARD, se inició en “Esprit”
y otro de los puntales del movimiento, Gianni VATTIMO, fue personalista
en origen.
Mounier
pretendió pensar una filosofía cristiana conscientemente
contemporánea en un momento en que cristianismo y modernidad
se habían dado (¿definitivamente?) la espalda.
Por eso mismo su obra no pude entenderse sin advertir que se
trata de la respuesta creyente a la filosofía de la sospecha
(Marx, Nietzsche, Freud). Sin embargo, y paradójicamente,
Mounier (y de ahí su influencia sobre Lyotard y Vattimo)
anuncia sin saberlo la postmodernidad al proponer “Refaire
la Renaisance” [rehacer o reconstruir el Renacimiento]
como objetivo de un pensamiento católico que no puede
estar frontalmente contra la modernidad sino que debe mostrar
la insuficiencia del modelo humanista (e individualista) heredado
del renacimiento y de la ilustración. Mounier estaría
perfectamente de acuerdo con Gianni Vattimo cuando, en CREER
QUE SE CREE, (1996) el filósofo italiano dice que: «El
Evangelio es más amigable respecto a la razón
(tardo) moderna y sus exigencias de lo que una concepción,
en el fondo autoritaria, de la salvación me quiere hacer
creer», o que: «La verdad del cristianismo es sólo
la que se produce cada vez a través de las “autentificaciones”
que advienen en diálogo con la historia, y con la asistencia
del espíritu, como ha señalado Jesús».
Rehacer
el Renacimiento significa optar por explicar el mensaje de Jesús
a través del camino de Erasmo de Rotterdam en vez de hacerlo
por el de Lutero o Descartes. Se trata de un pensamiento “moralista”
que, por decirlo con Lucien Guissard, «toma conciencia del
desorden», como alternativa a un pensamiento mecanicista
que, en su opinión, conduce a la degradación del
hombre, a la insignificancia de lo humano ante la máquina
y el dinero. En EL PEQUEÑO MIEDO DEL SIGLO XX (1949), Mounier
escribió:
«Si
viéramos reunirse bajo nuestra mirada los elementos históricos
y psicológicos de un terror del año 2000, la perspectiva
seria del todo diferente a aquella grave espera del año
1000. No nace de una profecía básicamente optimista,
sino de una confusión general de las creencias y de las
estructuras
La
crisis de las creencias resulta del hundimiento masivo y más
o menos contemporáneo de las dos grandes religiones del
mundo moderno: el cristianismo y el racionalismo. No es que yo
prejuzgue aquí y ahora el valor ni la duración de
dicho hundimiento. Simplemente constato su difusión sociológica.
Donde, a penas hace un siglo, de entre cien hombres una mayoría
profesaba las verdades cristianas, o donde la mayor parte de los
demás creían a pies juntillas en la infalibilidad
ilimitada de la razón sostenida por la ciencia, allí,
digo, se cuenta ahora con un diez por ciento de creyentes cristianos,
e ignoro si la proporción de racionalistas convencidos
es mucho mayor».
Para
Mounier, la respuesta al ateísmo se encuentra en el necesario
«humanismo concreto»: no hay seres en abstracto
y desarraigados sino “personas” miembros de una
comunidad, de una cultura espiritual en cuyo seno se realizan.
En palabras de Mounier: «La desesperación no es
una idea. Es sobre todo un corrosivo». El ser humano no
es un individuo errático, sino un proyecto de comunicación
y una íntima participación en la vida.
Precisamente
el principal error del existencialismo ateo (Sartre) es el de
definir al hombre como proyecto pero sin prestar atención
a las condiciones por medio de las cuales dicho proyecto tiene
sentido (el amor, la familia, la comunidad). Son precisamente
esas instancias comunitarias las que evitan caer en la desesperación,
en el desarraigo, y nos permiten abrirnos al sentido en un mundo
cada vez más cosificado. “Sentido” y “transcendencia”
se descubren como remedios contra la contra la “angustia”
y la “desesperación” existencial. La “revolución
del siglo 20” no sería, pues, el socialismo que considera
a los individuos como números y miembros de una masa, sino
el redescubrimiento de una comunidad donde el hombre logre ser
“persona” y no simple número. Ello exige, por
lo demás, superar la perspectiva tecnológica y instrumental
del humanismo renacentista, para recuperar la transcendencia,
tal como apunta su análisis del maquinismo en EL PEQUEÑO
MIEDO DEL SIGLO XX. De hecho en este libro, que está escrito
en polémica implícita con Jacques Ellul, cae muy
posiblemente en la ingenuidad de minusvalorar la máquina
y la tendencia de lo que Ellul llamaba “sistema técnico”
a dar por clausurada la vida espiritual.
En
su libro REVOLUCIÓN PERSONALISTA Y COMUNITARIA, Mounier
describe los valores personalistas que definen “lo espiritual”
con estas palabras:
«¿Qué
es, pues, para nosotros lo espiritual?
Ésta
es nuestra jerarquía de valores: primacía de lo
vital sobre lo material, primacía de los valores de la
cultura sobre los valores vitales, y primacía, sobre todo,
de estos valores accesibles a todo el mundo en la alegría,
en el sufrimiento, en el amor de cada día, i que, de conformidad
con las definiciones de los vocabularios, denominaremos –dando
a las palabras una fuerza que las libere de la vulgaridad–
valores de amor, de bondad, de caridad. Esta escala dependerá
para algunos de nosotros de la existencia de un Dios transcendente
y de unos valores cristianos, sin que otros la consideren cerrada
por arriba»
Mounier,
que nunca redactó su tesis doctoral en filosofía
y sentía un indisimulado menosprecio por la Academia,
fue, más que un pensador de sistema, un considerable
“constructor de metáforas”, cuya vigencia
sigue siendo central en el pensamiento crítico, incluso
a extramuros del ámbito cristiano. Señalemos algunas
que, como se verá, están marcadas por el intento
de reivindicar el cristianismo reapropiándose de temáticas
surgidas alrededor de Marx y Nietzsche:
Desorden
establecido: situación de la sociedad en que el
orden social se fundamenta exclusivamente en lo económico
y cuya vigencia degrada a la persona. «Ya no hay más
que un dios sonriente y horriblemente simpático: el Burgués.
El hombre ha perdido el sentido del Ser, que no se mueve más
que entre cosas, cosas utilizables, privadas de su misterio»,
dice en el MANIFIESTO AL SERVICIO DEL PERSONALISMO. El desorden
establecido puede definirse también como trivialización
de la vida.
Rehacer el Renacimiento: alternativa al desorden establecido,
que no podrá llevarse a cabo mientras no se separe lo espiritual
de lo político y de lo económico para recuperar
la espiritualidad ocultada por el pensamiento técnico;
«el primer Renacimiento malogró el Renacimiento personalista
y desatendió el comunitario –dice Mounier–
(...) contra el individualismo hemos de reemprender el primero,
pero sólo lo conseguiremos con el auxilio del segundo».
Cristiandad difunta: la que ha muerto por connivencia
con el poder del mundo, por olvidar la profecía, por desatender
el sentido de la parábola del buen samaritano. Para Mounier
es esencial comprender que no hay dos historias, “sagrada”
una y “profana” la otra, sino que la Iglesia debe
optar por lo que denomina “sobrenaturalismo histórico”.
En sus propias palabras: «La tierra ya no puede organizarse
fuera de la fe como la fe no puede desarrollarse sin las fuerzas
de la tierra». Olvidarlo lleva a «renunciar a la unidad
interior de la visión cristiana».
Tercera
fuerza: espacio político definido por la doctrina
social de la iglesia, entre el comunismo (ateo) y el liberalismo
(explotador, utilitarista). Durante algún tiempo esta
posible salida fue explorada por el personalismo como síntesis
y superación dialéctica de las contradicciones.
Mounier, sin embargo, se desdijo muy pronto de este intento
porque le parecía poco espiritual. Además era
contrario a moverse en el ámbito confesional, poco profético.
La pretensión del personalismo es clara: «Restituiremos
a la política su bello sentido lleno del aprendizaje
total del hombre hacia las cosas de la comunidad». Posteriormente
el concepto fue usado por la socialdemocracia y por el político
inglés Tony Blair, a finales del siglo 20, como “Tercera
vía”.
Revolución
personalista: en el primer número de ESPRIT (1933),
Mounier proclamó: «la revolución será
moral o no será». También la definirá
como: «una técnica de los medios espirituales»;
en otras palabras: se trata de asumir que la sensibilidad y la
personalidad de la persona representan una fuerza transformadora.
Sin una “conversión” de la persona, la revolución
sería sólo un cambio de gobierno, o un cambio en
las condiciones de la opresión pero no su finalización.
Humanismo concreto: el que se opone a convertir a los
hombres en símbolos y los asume como personas desde su
diferencia pero también desde su espiritualidad. Es el
humanismo que surge de la revolución personalista.
En
cualquier caso, el personalismo es una teoría democrática
en el sentido profundo de la democracia; es decir, más
allá del puro planteamiento estadístico, el personalismo
vincula la democracia con el valor, cualitativo, de la persona
y de la comunidad. Por ello mismo, en momentos de degradación
de los valores, como en la misma postmodernidad, el personalismo
reaparece como un síntoma. Como dirá el propio
MOUNIER en ¿QUÉ ES EL PERSONALISMO?, se trata a
la vez de:
1.- Una perspectiva que va al hombre como un ser material pero
a la vez interior y transcendente.
2.-
Un método para analizar la historia y la acción
humana desde la perspectiva de la persona.
3.-
Una exigencia «de compromiso total y condicional a la vez».
Total porque no se limita a la simple crítica de lo que
ocurre y condicional, pues la persona a la que se aspira, no es
la que vive en el «aturdimiento colectivo» o en la
«evasión colectiva».
Es difícil valorar hoy la “actualidad del personalismo”
por muchas razones. En cualquier caso está claro que la
filosofía personalista, como también el existencialismo,
quedó al margen de la corriente de pensamiento central
en el siglo 20, es decir, fuera del análisis lingüístico;
muchas de sus metáforas aguantarían mal un análisis
de este tipo. Es significativo que los actuales pensadores «comunitaristas»,
muchos de ellos católicos, prácticamente nunca reconocen
su deuda con el movimiento personalista pese a que éste
se basaba muy especialmente en la reivindicación de la
“comunidad”. Y la explicación es sencilla:
el comunitarismo actual es de tipo liberal, mientras que Mounier
abominaba del liberalismo que consideraba anticristiano por poner
al hombre bajo el dinero.
Para Mounier no será posible establecer jamás una
comunidad si no se asume que lo gratuito, lo simbólico
y en general el ámbito de “la comunicación”
han de mantenerse al margen del dinero, que por su propia esencia
lleva a romper la cohesión social. Al individualismo que
denunciaba, se añade hoy un cosmopolitismo en las comunicaciones
(que muchas veces hace imposible “la” comunicación)
y una interculturalidad que puede comprenderse difícilmente
desde una ética de máximos, (y que tiene algo de
postizo, de paternalista y cursi). Sin embargo, no es casualidad
que algunas críticas personalistas a la sociedad burguesa
hayan reaparecido donde menos se les podía esperar a priori,
es decir, en el análisis sociológico de la postmodernidad.
Puede entenderse fácilmente que sea precisamente el postmodernismo
de Lyotard y Vattimo el que beba de fuentes personalistas porque
es precisamente la crítica de Jaspers, de Scheler y de
Mounier la primera que se dirigió simultáneamente
y en profundidad la herencia “progresista” de la Ilustración
y contra el totalitarismo pesimista de Marx, Nietzsche y Freud.