Ética hacker y empresa: el reto de las TIC en los valores de empresa.

 

A mediados del año 2002 se planteó en Estados Unidos y, de manera más dispersa, también en Europa, un importante debate sobre la ética en los negocios y en las organizaciones a raíz del descubrimiento de una serie continuada de escándalos en la gestión empresarial, en cuyo origen era fácil detectar una importante falta de valores éticos. El hundimiento de empresas emblemáticas como Enron, Global Crossing, Adelphia, Arthur Andersen o Worldcom en Estados Unidos y los problemas de otras en Europa, como Vivendi y BBVA, siendo de índole muy diversa, tienen, sin embargo un denominador común: la falta de mecanismos reales de transparencia (openness) en la gestión y una concepción de la ética reducida a esquema propagandístico. Nunca sabremos si la crisis del 2002 en los mercados financieros se habría producido con la misma intensidad si la gestión empresarial se hubiese desarrollado con criterios de limpieza y equidad. Es posible, incluso, que se deba buscar el origen de esta situación en un conjunto de elementos implícitos en el desarrollo estadístico de los ciclos económicos. Pero es lo cierto que cada vez que se "desinfla" una burbuja financiera se oyen los mismos lamentos por la falta de gestión ética que, sospechosamente, desaparecen cuando los mercados bursátiles vuelven a la senda de los beneficios.

La referencia a la necesidad de ética no deja de ser un tópico recurrente, pero hay algunos hechos significativos que permiten considerar que, a principios del tercer milenio, crece una especial sensibilidad hacia la ética y, en general hacia los contenidos morales en ciencias sociales como elemento central de la estrategia empresarial. Sugeriría al presidente de la Harvard Business School que propusiese menos cursos de management y más cursos de ética, y menos cursos de finanzas y más de historia, declara a "Le Monde", Felix Rohatyn, antiguo director de Lazard New York y exembajador en Francia. Esa parece ser hoy la tónica dominante en la gestión, cuando ya nadie cree que sólo la tecnología o la habilidad financiera sean suficientes para una gestión de la empresa en los mercados de la era de la información.

Hay algunos buenos motivos para suponer que el comportamiento ético va a ser cada vez más valorado en los mercados. Y, evidentemente, el menos significativo entre ellos, es el de preservar la "imagen de empresa". Si la ética fuese sólo un componente, más o menos táctico, del marketing y de la imagen, entonces -seamos coherentes- resultaría más propio referirnos a "cosmética" que a otra cosa. Los argumentos de mayor peso van ciertamente por otro lado y se centran en la misma estructura de la actividad económica en la época de las TIC [Tecnologías de la información y del conocimiento]. Una empresa actual debiera saber que en Europa occidental alrededor del 40 % de los menores de treinta años han pasado por la universidad, o tienen estudios superiores equivalentes. Con independencia de que los hayan culminado o no, eso significa que nos encontramos ante el público potencial de consumidores mejor formado de la historia, a los que no va a ser fácil dar "gato por liebre" en el aspecto ético, ni en la calidad del servicio. La época en que el precio era el único elemento importante a la hora de decidir el consumo ha acabado, o está a punto de acabar, por lo menos en el área de la Unión Europea.

Además, una buena parte del consumo doméstico ordinario -más del 80% en muchas familias- es determinado por las mujeres, especialmente sensibles a argumentos de género y de gestión ética. Por si eso fuese poco, aparecen nuevas estructuras sociales muy atomizadas, al margen de la familia tradicional, cuyas demandas se orientan al ámbito de la ecología y los derechos individuales (incluyendo el derecho a la propia opción sexual). Incluso el hecho de que las sociedades postmodernas -y ricas- hayan desarrollado una especial sensibilidad, más o menos patológica, hacia el riesgo las hace también más sensibles a argumentos éticos.

En la sociedad de la información, el "discurso de los derechos" no para de crecer en paralelo a la extensión del conocimiento. Hoy abarca ya a los animales no-humanos e incluso al paisaje físico, por no hablar del medio ambiente, cuya necesidad de protección es globalmente sentida. La sociedad de la información refuerza, como es bien sabido, las posiciones éticas subjetivistas y los discursos basados en elementos emocionales. Pierden fuerza los argumentos favorables a subordinar los derechos individuales, ante supuestas exigencias grupales o comuntarias, cuya legitimidad muchas veces no se percibe claramente. Pero, al mismo tiempo se acentúa la importancia de éticas que no se basan en reglas, sino en "vivencias". La personalización de la ética se convierte, cada vez más, en el campo para experiencias "postpolíticas" (que se pueden ejemplarizar en el ascenso de las ONG y de propuestas de "banca ética"). La búsqueda creciente de experiencias "cool", e incluso el desarrollo de los negocios basados en ellas (vacaciones "diferentes", moda, música...) es un elemento bien conocido en las sociedades de la información.

El contexto de las TIC se identifica con una facilidad imparable en el intercambio de información a través de nuevas tecnologías... los viajes son cada vez más fáciles y lejanos, y el uso de un idioma común a todo el mundo -el inglés, por si hace falta decirlo- permite divulgar conocimientos a una velocidad insospechada hace sólo treinta años. Emerge, en este contexto, un "green capitalism", producto de la abundancia, cuyas demandas son muy distintas a las de las generaciones que estuvieron en contacto -o incluso participaron- en las guerras mundiales del siglo pasado. Y, naturalmente, la propia organización del trabajo en la empresa hoy ha de ser muy diferente a la de los "ejércitos industriales" de hace dos siglos.

Los cambios en la estructura social llevan a su ocaso una manera de estructurar la empresa que históricamente provenía la "lógica del ingeniero" y que ha perdurado en diversos modelos (del fordismo al "just in time") hasta hace muy poco. La idea tradicional de la organización fabril era de origen benhamiano: "panóptica", con un centro pensante y una periferia organizada para la producción en masa, según el modelo de los ejércitos napoleónicos. El ingeniero -como una especie de general en jefe- dirigía la empresa industrial con criterios de estrategia más o menos calcados al estilo militar, siempre, con una fuerte centralización, y obsesionado por el control. La hipótesis de fondo que se empieza a vislumbrar es que esa idea de la gerencia, si no ha muerto del todo, está bastante agotada por la presión que sobre ella ejercen las nuevas tecnologías.

La "lógica del ingeniero" era sumativa y analítica. Provenía de la filosofía cartesiana según la cual el mundo estaba estructurado como una gran máquina, que consume energía y produce trabajo en un proceso sin fin. La empresa debía ser gestionada, en consecuencia, mediante la aplicación de unos pocos principios que se creían "claros y distintos" por sí mismos: orden y eficacia (es decir: ahorro), en primer lugar, y "last but not least", buen servicio y adaptación al medio. El problema de ese tipo de organización era su misma concepción estática: se suponía que el ingeniero era un individuo culto, que dirigía a una masa de analfabetos y patanes, difícilmente capacitados para obrar por su cuenta sin una dirección organizada.

Las empresas gestionadas con esa "lógica del ingeniero" estaban pensadas básicamente para ofrecer productos a sociedades con niveles de consumo muy bajos, donde "más" y "mejor" se identificaban con facilidad en el imaginario social. Más fábricas, más carreteras y -no se olvide- también más escuelas eran el estandarte de una vida "mejor". Pero ese no es ya el caso en las sociedades postmodernas, caracterizadas por la abundancia y el despilfarro de recursos, y pronto no lo será ni en el tercer mundo por la presión de las TIC sobre la vida cotidiana. En una sociedad de la abundancia se exigen, en el consumo y en la acción social, criterios que cada vez más son de tipo cualitativo y donde la relación proximal hacia las personas vale tanto, o más, que los objetivos de gestión cuantitativos y a largo plazo.

La simple lectura de los índices de alfabetización, que aumentan en todo el mundo, hace que esa idea de un trabajo rutinario, desarrollado por un ejército de pacientes hormigas obreras haya quedado fuera de escala. Los trabajos de poco valor añadido -y de sueldos bajos- van quedando arrinconados a la periferia del sistema, y muy pronto no se harán ni allí. Simplemente, las máquinas por ellas solas, los convierten en innecesarios. Incluso algunas industrias que hoy se concentran en países del tercer mundo (ropa, herramientas deportivas...) están bajo sospecha y periódicos llamamientos al boicot de marcas de "ropa sucia" se desarrollan con éxito creciente, pese a la creciente inversión en imagen, y en patrocinio deportivo, de esas empresas. Un público de mayor nivel cultural, y que consume cada vez mayor cantidad de información, tal vez "no sabe lo que quiere"... pero sabe muy bien lo que no quiere.

En el paso de una economía industrial a una economía del conocimiento, la ética del trabajo que hemos heredado, simplemente, ya no es pertinente. Sin embargo, no parece que las teorías sobre ética de las organizaciones y, específicamente, sobre ética de los negocios, hayan sacado demasiadas consecuencias sobre la extensión de nuevas formas de autonomía individual en el contexto de la empresa. La vieja "lógica del ingeniero" sigue promocionando modelos formalistas de conducta, sin apercibirse de que lo que está emergiendo lleva a la crisis de la idea misma de "modelo", fragmentado por la emergencia de nuevas formas de sociedad, cada vez más reticulares, o "virtuales", a imagen de la extensión misma de las nuevas tecnologías. La centralidad de lo simbólico, que en las sociedades de la información tiende a confundirse con lo real, implica también una reelaboración de la relación entre el trabajador y el valor -no sólo material, sino fundamentalmente moral- de su trabajo. Una ética de las organizaciones que no sea consciente del cambio de perspectivas sociales en relación al trabajo está condenada al fracaso.

Manuel Castells, en su clásico La era de la información, ha llamado la atención sobre la aparición de una nueva contradicción en el campo laboral en las sociedades de la información: la que se establece entre dos tipos de trabajadores, que denomina respectivamente "productores informacionales" y "mano de obra genérica". Los primeros (ejecutivos, profesionales y técnicos) que forman parte del núcleo económicamente dirigente, suman aproximadamente, según Castells, un tercio de la población activa en los países OCDE y sus valores, sus aspiraciones sociales y culturales y su actitud ante la empresa no pueden describirse mediante ideas que pertenecen la "lógica del ingeniero", aunque los economistas ocupen hoy la plaza de los ingenieros clásicos.

La función de los os "productores informacionales" no puede ser descrita mediante metáforas como "ejército industrial", o "recursos humanos", que corresponden al tipo de necesidades empresariales propia del siglo XIX. Esas metáforas ni siquiera describen ya adecuadamente la "mano de obra genérica", cada vez más segmentada. Incluso los mecanismos de extracción de plusvalía han cambiado hoy de una manera radial respecto a las que regían en la vieja "lógica del ingeniero". En palabras de Castells, que tomamos de la conclusión del tercer volumen de su obra:

Las divisiones sociales verdaderamente fundamentales de la era de la información son: primero, la fragmentación interna de la mano de obra entre productores informacionales y trabajadores genéricos reemplazables. Segundo, la exclusión social de un segmento significativo de la sociedad compuesto por individuos desechados cuyo valor como trabajadores/consumidores se ha agotado y de cuya importancia como personas se prescinde. Y, tercero, la separación entre la lógica de mercado de las realidades globales de los flujos de capital y la experiencia humana de las vidas de los trabajadores.

No asumiremos aquí el segundo elemento del diagnóstico de Castells, excesivamente vinculado aquí a la vieja (y perfectamente fracasada) teoría del "lumpenproletariado" marxista y que, en todo caso, debe ser objeto de una atención ética no paternalista. Nos parece excesiva y poco creíble la hipótesis de una sociedad de la información que se mueva en el círculo infernal de exclusión-subvención, porque el desarraigo social puede ser combatido con mecanismos que provienen de la vieja sociedad del bienestar. En todo caso una sociedad que internalice la fractura digital sería un lugar horrible: claramente imposible de gobernar con métodos democráticos y que, llevada a su extremo, de pura ciencia-ficción, nos conduciría al totalitarismo más que a la lógica interna del capitalismo competitivo realmente existente en sociedades abiertas.

Pero tanto la primera como la tercera de las hipótesis propuestas por Castells son de mucho mayor calado y se han de situar en la base de cualquier planteamiento realista del papel de la ética en las organizaciones. Por una parte, es obvia la aparición de un nuevo tipo de trabajadores, con un mayor nivel de preparación y con demandas de tipo cualitativo. Si bien la mayoría de trabajadores informacionales son aún muy jóvenes y, además, están muy poco concienciados desde el punto de vista sindical, ello no es óbice para que se pueda intuir que emerge un nuevo modelo de trabajador de alto "valor añadido", por decirlo en términos de un vocabulario que ya no es útil, cuyas demandas que rompen profundamente con la lógica de la empresa-cuartel. Pero es que, además, en la lógica del ingeniero y en la empresa-cuartel no tiene ningún papel ni la innovación tecnológica, que es el nervio de la empresa moderna.

La tercera cuestión que propone Castells es, con todo, la que implica un mayor fuste moral. Si no se empieza a comprender que la tecnología de la sociedad de la información hace posible una nueva relación entre el trabajador y el producto de su trabajo, la crisis de las viejas éticas protestantes y el hundimiento de las empresas que se basaron en ellos es un hecho fácilmente previsible El mundo digital es demasiado frágil en su diseño como para que cualquier persona con buena preparación informática pueda "hundir" redes cuya organización ha sido complejamente diseñada. Y sólo una ética compartida en el uso del ciberespacio puede ser eficaz tanto para evitar que el trabajador se sienta alienado en el uso de la tecnología, como que, simplemente, la red se convierta en una versión electrónica del far-west. En ese contexto la participación del trabajador en el diseño de su puesto de trabajo, y la extensión de la capacidad creadora se convierten en vectores ya no de eficacia empresarial, sino de dignidad moral.

Un clásico del pensamiento hacker, Eric S. Raymond, en su artículo La catedral y el bazar, contrapone dos modelos distintos de organización social y tecnológica, el cerrado (catedral) y el abierto (bazar) que se prefigura en Internet y en el modelo Linux. En el modelo bazar: "con muchas miradas todos los errores saltarán a la vista". Y eso es válido tanto para los programadores informáticos que trabajan sobre la base del código abierto como para las empresas que se gestionen a partir de las ideas que conlleva la extensión de la sociedad de la información. La "lógica del ingeniero" cerrada y parcial era funcional en un modelo tecnológico que ya no es el actual.

La publicación, en el año 2001 del libro de Pekka Himanen: La ética del hacker resultó especialmente significativa, en la medida que, por primera vez, alguien procedente del mundo informático -y no un observador externo- describía el modelo de trabajo y las opciones éticas implícitas en el contexto de la sociedad de la información. La propuesta ética de Himanen implicaba renovar la cultura corporativa siguiendo las tendencias de la pasión creativa, cuyo exponente es el programador informático, apasionado por su trabajo (hacker). En una economía que se basa en dar apoyo a la creatividad, la ética del diseño, la ética de la creatividad y de la investigación, ocupan un espacio que la vieja "lógica del ingeniero" no podía asumir.

Así aparece un modelo de producción que piensa el trabajo en función de los objetivos y no de las horas que se emplean y que ha de replantear el pacto laboral, especialmente por lo que se refiere a la relación entre trabajo y tiempo libre, exponente básico de la relación entre trabajo y sociedad. El cambio en la naturaleza del trabajo no sólo implica una mayor cualificación profesional, sino que da pie a una transformación cultural de índole global, uno de cuyos componentes es la extensión de las exigencias éticas. En una sociedad-red donde las estructuras de trabajo están solapando las estructuras de ocio, y donde la libertad de expresión es un derecho indiscutible y no jerárquico, la figura del hacker no sólo implica una nueva estética del trabajo, ejemplificada en tópico del joven que se alimenta de Donuts y Pepsi, mientras se dedica obsesivamente a programar. Lo que se propone es, con todo derecho, una nueva opción ética y una nueva cultura del trabajo en un medio innovador. A los hackers les mueven los retos y el "egoboo" [la reputación] tanto o más que las compensaciones materiales tradicionales. Por eso mismo el elemento ético, la creatividad y la socialización, ocupan un lugar central en lo que se espera de una empresa en la sociedad de la información.

El concepto de hackerismo apareció a principios de la década de 1980 entre jovencísimos programadores informáticos, acostumbrados a trabajar en Bs [bases de transferencias de ficheros y mensajes electrónicos que están conectadas por medio de un ordenador y un modem] en redes altamente protegidas, a cuyo interior no se puede acceder sin invitación. Los hackers son unos entusiastas de la informática, que experimentan sobre formas innovadoras de uso de los sistemas informáticos y su concepción del trabajo parte de una experiencia laboral que, por muchas razones, era diferente -y distante- a la de otros muchos trabajadores tecnológicos. En 1984 Steven Levy en su obra: Hackers, héroes de la revolución informática, ponía en circulación un sexteto de propuestas éticas, surgidas de este nuevo ámbito, y que implicaban, de suyo, una nueva conciencia social, del todo incompatible con las viejas ideas de los ingenieros clásicos:

Recogemos el código ético hacker en la versión de Levy, porque constituye un excelente resumen de esa nueva conciencia que, a nuestro entender la empresa deberá asumir en el conjunto de los cambios corporativos que implican las TIC.

· ¡Entrégate al imperativo de Transmitir! El acceso a ordenadores -y a cualquier otra cosa que pueda enseñarte como funciona el mundo- debe ser ilimitado y total.

· Toda información debe ser libre

· Desconfía de la autoridad - Promueve la descentralización.

· Los hackers deben ser juzgados por su hacking, no por criterios falsos como títulos, edad, raza o posición.

· Puedes crear arte y belleza en un ordenador

· Los ordenadores pueden cambiar tu vida a mejor.

La ética hacker implica una determinada idea del trabajo cooperativo y propone que la sociedad-red ha de ser transparente y que el derecho a la comunicación no puede ser limitado en ningún ámbito. Eso sitúa a la empresa capitalista tradicional ante un reto que une a la vez la exigencia moral y la eficacia en un contexto de información global. Repensar los elementos éticos implícitos en las TIC significa hacer posible nuevos ámbitos de libertad y de creatividad. Se trata de "dar más libertad a más gente", en la línea de lo que siempre ha exigido el liberalismo, pero en un nuevo ámbito: el de la tecnociencia, donde el imperativo de "producir" no pude separarse del nuevo imperativo hacker: "transmitir".

Linus Torvalds, en el prólogo al libro de Himanen propone, de una manera más o menos irónica, que en los humanos existen tres categorías de motivaciones: "supervivencia", sobre la cual no parece necesario hacer más precisiones, "vida social" y "entretenimiento". Pues bien, el tipo de trabajo que se desarrollará en las sociedades-red basadas en las TIC tiende a abolir la distancia entre las dos últimas categorías. Superada ya en la vieja sociedad industrial la motivación de supervivencia, el problema es la articulación de los otros dos principios en el contexto comunicacional. La vieja obsesión por el dinero deja de ser significativa una vez lograda la sociedad del bienestar socialdemócrata. Como dice Linus:

Obsérvese que con el dinero, por lo general, resulta fácil adquirir supervivencia, aunque es mucho más difícil comprar vínculos sociales y entretenimiento. Sobre todo, entretenimiento con E mayúscula, el que acaba dando sentido y significado a la existencia (...) El dinero continúa siendo algo muy poderoso, pero no es más que un representante, un apoderado de otros factores mucho más fundamentales.

La idea misma del trabajo creativo que se expande a través de Internet une "entretenimiento" y "productividad"; y ese el nuevo ámbito que una ética empresarial debe estudiar. Lo que se acerca es una nueva concepción ("globalizada") de los derechos y, con ella una nueva visión de trabajo que se centra en la creatividad, el libre acceso a la información y en un modelo de "trabajo apasionado" que no es comparable al que conoció, por ejemplo, Max Weber. Aunque -ciertamente- esa hipótesis sea hoy elitista y etnocéntrica, eso no quiere decir que no sea previsible su futura extensión más allá del Norte -supuestamente rico y rubio. Que todavía esté sólo al alcance de una pequeña minoría, y lejos de lo posible en todo el Tercer Mundo, no deja de ser una situación transitoria, pues, como sabe cualquier lector de historia nunca una tecnología se ha quedado sólo en manos de sus inventores. Más bien al contrario, en la lógica misma de lo tecnológico está su expansión, y eso mismo sucederá también con las TIC a más o menos corto plazo.

Una actitud hacker ante el trabajo centra la actividad en conceptos como "lo fascinante" y el reto, más que ante el puro cumplimiento pasivo de unas horas laborales en jornadas sin interés. Los hackers saben, en palabras de Eric S. Raymond, que: "les pondrán un diez no por el esfuerzo, sino por los resultados. Ser hacker es incompatible con la cadena de montaje tradicional, porque la cadena es el espacio de la incomunicación, mientras que la creatividad nace del bullicio, del intercambio de ideas y del ruido del bazar.

Para una ética hacker, la condición que hace posible un trabajo a la vez eficiente y ético es el imperativo de conectividad. Se denomina así la exigencia de que cualquier conocimiento debe ser abierto y relacional. En otras palabras: la transparencia (openness) debe ser a la vez una exigencia en la administración de la empresa y en el trabajo. Eso no es incompatible con la propiedad privada, ni supone que todo lo que exista en la red deba ser simplemente gratuito, pero implica un tipo de organización empresarial flexible, y considera la existencia de "buenas vibraciones" (o "buen rollo") no como la exigencia de algunos locos del departamento creativo, sino como la condición misma para poder "vivir en la red" democráticamente.

Precisamente porque la red da poder, debe crecer -al mismo tiempo- la exigencia de conocimiento público, es decir de conectividad y de transparencia en la empresa. En los países desarrollados, donde la libertad de expresión y la privacidad se consideran intocables, se trata ahora de dar un segundo paso: exigir que esos derechos no se queden a la puerta de la empresa e incorporarlos a la exigencia de un buen ambiente laboral. En palabras de Himanen:

Son muchos los hackers que detestan cualquier violación de los límites personales de los individuos, con independencia de que se produzcan en horas de trabajo o fuera de ellas (...) La defensa de la nética hacker de la privacidad pasa a ser un esfuerzo exigente de cooperación.

Hay que plantear el trabajo de otra forma para que siga teniendo sentido en una sociedad de tecnología avanzada. Es ya difícilmente justificable que se perpetúen puestos de trabajo monótonos, rutinarios y con poca, o ninguna autonomía. El diseño, la libertad de expresión en la empresa, la extensión de la información a todos los ámbitos de la empresa -y no sólo al de los ejecutivos- serán retos éticos cuya emergencia debe afrontar cualquier empresa, incluso si no forma todavía parte de la economía de la información porqué, simplemente, están en la lista de expectativas que una sociedad culta y postmoderna puede poner sobre la mesa. De la misma manera que el viejo paternalismo católico -surgido de los gremios medievales- se hundió al llegar la revolución industrial por la exigencia de justicia que provenía del nuevo sindicalismo, también ahora, en la nueva sociedad de la información, la idea de justicia y las exigencias laborales van a cambiar o, mejor dicho, están ya cambiando. La forma actual de la justicia, propia de las sociedades abiertas, es inseparable de la extensión -o "globalización"- de la información, que debe ser abierta en beneficio de todos. Una empresa sin libertad de expresión en su interior, es, además de ineficiente, incompatible con la sociedad-red, que ha sido diseñada para comunicar. De la misma manera, el modelo empresarial centralizado, no tiene opciones de futuro porque está en contradicción con la innovación. Es decir, con el elemento que permite a una empresa seguir viva en un mercado global.

Frente a la obsesión por la seguridad, que resulta prácticamente imposible de lograr por simple cuestión del diseño no centralizado de la red, la actitud hacker pone el acento en la libertad de expresión y en la búsqueda de la privacidad. El trabajo en red permite una nueva serie de experiencias, que van desde nuevas formas telemáticas de educación a contactos en directo con cualquier punto del globo terrestre. Eso no podrá ser gestionado por ninguna "lógica del ingeniero", porque no es una innovación cuantitativa ("de información") sino cualitativa ("de conocimiento"), que exige otra forma de pensar, y no sólo otro criterio técnico de gestión. Incluso las formas de boicot al trabajo y de luddismo tecnológico pueden resultar cada vez más sofisticadas si el teletrabajo se quiere organizar con las viejas fórmulas porque, inevitablemente, ocio y creatividad son incompatibles con rigideces heredadas de la vieja organización empresarial.

Una ética hacker sirve para entender de otra forma la finalidad del trabajo, poniendo la pasión por transmitir y la creatividad como motor de la excelencia. Poner el acento, como en la época industrial, en una eficiencia que exclusivamente se basa en el "ahorro de costes" es suicida para el futuro de la empresa en las TIC. Las buenas idea siempre han sido "caras" y no hay ninguna razón por la que deban dejar de serlo. Y creer que el nuevo trabajador puede ser tratado con los parámetros del ejercito industrial es sólo una ingenuidad. El dinero, en las sociedades informacionales, está dejando de ser un objetivo por sí mismo, si no va acompañado de valor social. Ya Weber defendió que, ni siquiera en el capitalismo clásico, el dinero era una finalidad por sí mismo y que el "ascetismo laico" tenía fundamentos religiosos, pero hoy -en una sociedad cuya relación con la sexualidad y con la misma idea de "espacio/tiempo" ha cambiado profundamente-, se hace necesario dejar de pensar en términos de utilitarismo craso, para ver "lo útil" en su complejidad.

A principios del siglo XX, el propio Weber, tan denostado en el libro de Himanen, abrió una vía en este sentido, insistiendo en lo que él llamaba "situación de estatus" para explicar la identificación del individuo con su grupo. Para Weber:

A diferencia de la "situación de clase", determinada exclusivamente por factores económicos", la "situación de estatus" alude a todo componente típico del destino existencial de los hombres condicionados por una peculiar estimación social del honor, sea positivo o negativo.

Hoy, en la sociedad-red las formas tradicionales que permitían describir esta situación de estatus han cambiado y las exigencias éticas adquieren un nuevo papel regulador. La ética hacker nos recuerda que los individuos, considerados en tanto que sujetos capaces de organizarse en comunidades (virtuales como en el caso de la red, o proximales como en la ciudad) no pueden ser considerados exclusivamente como productores económicos y tienen además (por lo menos algunos entre ellos), instrumentos y acceso a una tecnología suficiente para no tolerar ser considerados así. Hay en definitiva, nuevas formas de poder en el trabajo, que ni corresponden al sindicalismo clásico, ni a la "lógica del ingeniero". El tipo de sociedad que están implícita en la ética hacker supone una crítica de la ideología del progreso que no puede ser comprendida en la vieja estructura empresarial. Así, para Himanen:

En realidad, no sabemos si el hecho de producir más y más entraña valor superior alguno en términos de humanidad. La idea de progreso es una ideología. Lo bueno, malo o indiferente que sea un nuevo paradigma depende de la perspectiva, de los valores o de los criterios de calidad.

Ese es, pues, el reto. Debemos pensar un modelo ético de relaciones empresariales, basado en la concepción hacker del trabajo creador, que sitúe la conectividad y la transparencia como exigencias morales fundamentales, ("en términos de humanidad") tanto en la relación con los trabajadores, como ante los proveedores y los accionistas. Esa es la forma tecnológica de concebir la autonomía moral, el paradigma que Himanen propuso llamar "informacionalista" y que hoy es tecnológicamente posible, por la flexibilidad y la capacidad recombinatoria de las TIC. O la empresa evoluciona en un sentido ético, o la propia extensión de la tecnología y de los mercados harán inviable los intentos de reelaborar las viejas recetas de la "lógica del ingeniero", de la misma manera que el viejo sindicalismo terminó con el paternalismo empresarial.

No ignoramos que, mientras escribimos este texto, sólo algunos pocos trabajadores son ya informacionales y queda todavía mucha vieja empresa anclada en modelos fordistas. No debiera olvidarse tampoco que el porcentaje de jóvenes que trabajan -y no por su gusto- con contratos precarios es del 25% en la OCDE y hasta del 67% en el Estado español. Tal vez la aplicación del modelo de ética hacker a la empresa tiene algo de utopía. Pero, en todo caso, si la ética no ha sido, ni de lejos, el pasado de la empresa estará, inevitablemente en su futuro. Conceptos como "conectividad" y "transparencia" deberán formar parte del horizonte moral en una sociedad del conocimiento que asuma la perspectiva liberal. A no ser que -¿quién sabe?- alguien prefiera el Apocalipsis tecnológico de un neoluddismo absurdo y al patrullero Gadget en la red...


(Redacción, Noviembre de 2002; Presentado al II Congreso Internacional de Tecnoética).