La noción de ‘ética’ reenvía en el espíritu
de la Grecia antigua a una práctica específica que no se puede reducir a la
representación hoy dominante de la ética. La palabra procede de ‘éthos’,
que en origen significa ‘las costumbres’, la manera de ser habitual que
caracteriza a un ciudadano y, más en concreto, las relaciones que un ciudadano
mantiene consigo mismo y con quienes les rodean. En la perspectiva de
Aristóteles, la ética, que designa un saber a la vez ‘teórico’ y ‘práctico’, se
identifica con la política [ÉTICA A NICÓMACO, I, 1 § 13,
1094b 11], pues, la política en sentido propio tiene por objeto
la virtud general. La búsqueda de la virtud personal y de la virtud general es,
en efecto, inseparable; el sabio debe, en la medida en que es sabio, participar
en la búsqueda del bien común.
La política no viene a completar la ética.
En las antípodas de la dicotomía moderna que separa radicalmente la esfera de
lo ‘privado’ (el dominio de la ética) de la esfera de lo ‘público’ (que
pertenece exclusivamente a la política), Aristóteles concibe el dominio de sí y
el gobierno de los otros como un solo y mismo saber, indisolublemente teórico y
práctico.
Se comprende así que la política tenga como
objeto la felicidad [E.N., I, 2 §1, 1095a 17], lo bello y lo justo [E.N.,
I, 1 §14, 1094b 14], el placer y la pena, el bien y el mal,
tomados en sentido absoluto [E.N., VII, 11 §1,
1152b 1-3] y el alma humana [E.N., I, 11 §8,
1102a 23]. Se comprende, también, porque el filósofo, lejos de encerrarse en
nadie sabe qué vaga contemplación, alejado del mundo, debe esforzarse por adquirir la ciencia del legislador (nomotética) que exige no
sólo el estudio sino también la experiencia concreta en los asuntos de la
ciudad [E.N., X, 10 §18-20, 1181a 8-1181b 15].
La
política-ética, que se distingue de la representación habitual de la política
como simple búsqueda de los honores y del poder, es una dimensión esencial de
la ‘sophia’. En tanto que ciencia suprema organizadora de la totalidad de la
actividad humana (‘ciencia arquitectónica’), establece leyes para la ciudad [METAFÍSICA, A, 2
982a 18] y ‘conoce en vistas a qué fin cada cosa debe ser
hecha, fin que es, en cada cosa su bien y, de una manera general, el soberano
bien en el conjunto de la naturaleza’ [METAFÍSICA, A, 2
982b 5-7]. El soberano bien o fin último es lo real totalizado a
partir de la experiencia humana del ser en general. El lugar en que se opera
esta totalización es un modo específico de existencia: la existencia según la
virtud.
Fragmento del prólogo de
Alfredo GOMÉZ-MULLER (profesor de la facultad de filosofía, en el Instituto
católico de París), a la edición en Livre de Poche, París, 1992 de la ÉTICA A
NICÓMACO de Aristóteles. [Trad. del francés R.A.]
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