La naturaleza no hace
nada en vano; se rige por fines a los cuales se ordenan la mayor parte de los
fenómenos. Esa es una intuición básica de todo el mundo antiguo y un implícito
en toda la obra aristotélica, que precisamente lo aleja de la intuición básica
de la modernidad. La modernidad ha puesto el azar, lo casual, lo meramente
probable, como centro de su reflexión. Cuando alguien dice que el matrimonio
existe para tener hijos, a cualquier moderno se le encienden las alarmas. En cambio
para Aristóteles, como para cualquier griego, todo tiene su propio sentido; nada
se explica ‘porque sí’.
Ciertos hechos pueden
ser debidos al azar, pero el azar no explica por qué las cosas son como son. La
única causa que muestra el sentido de las cosas, la que Aristóteles considera
predominante, es la causa final. Causa final es la que asigna una meta a los
fenómenos, que será también su término y su sentido, y que coincide con la
forma, es decir, con lo más esencial y determinante en un ser natural. La causa
final permite explicar que los pulmones sirven para la respiración y que la
respiración permite la regulación térmica del organismo.
El fin es también lo
que, en la práctica, orienta nuestras acciones. Igual que ponemos en marcha un
cierto número de de medios para lograr nuestros fines, como recoger fondos para
ayudar a un amigo que se ha quedado sin dinero, también la naturaleza reúne los
medios necesarios para llevar a cabo sus fines. Tal como la hoja de un hacha
debe ser de un material suficientemente duro como para cortar, los tejidos y
los órganos de los animales deben tener propiedades materiales propias y
particulares para poder cumplir su función. Es lo que Aristóteles denomina
necesidad condicional o hipotética. La naturaleza es como el médico que se cura
a sí mismo. (FÍSICA, II, 8).
Eso no quiere decir que la naturaleza esté animada por una especie de inteligencia previsora –punto en que la teoría aristotélica difiere del cristianismo. En realidad, la naturaleza, a diferencia de la técnica, no piensa. La finalidad natural no está dotada de intenciones providenciales: el bien es, básicamente, el equivalente a un programa global de desarrollo inscrito en la constitución de los seres naturales. Pero un programa tal no excluye ni los hechos del azar ni la existencia de fenómenos injustificados. O en palabras de Aristóteles: ‘El ojo existe en vistas a un fin, pero no es azul en vistas a un fin determinado’. (DE LA GENERACIÓN DE LOS ANIMALES, VI, 1).