Anarquía: Cioran, contra lo que acostumbran a creer sus admiradores hispanos, no es un anarquista, sino un fascista rumano recriado en París. Tanto el orden como el desorden le parecen absurdos – y el desorden en todo caso es un concepto contradictorio porque no se define sino en relación al orden. ‘La anarquía – dice en De lágrimas y santos – no estaba prevista en los planes de la creación’. Por lo demás la libertad, según su opinión «sólo prospera en un cuerpo enfermo», por lo que es absurdo reivindicarla. Véase: rebelión.
Apatía: Ebriedad del vacío. Situación del filósofo que se encuentra ‘en’ (y no ‘ante’) la podredumbre del mundo. Asumir que lo real es siempre igual a sí mismo y, por lo tanto, intransformable, es la condición de la vida filosófica (si el concepto mismo de ‘filosofía’ no le pareciese insufriblemente retórico).
Budismo: En algún período de su vida (y tal vez por influencia de su compatriota Eliade), Cioran se consideró budista, en la medida en que comparte con el budismo la creencia en que la vida es una ilusión. Hay un fondo de ascetismo budista en su comprensión del mundo. Pero, en el fondo, Buda le parece un optimista incorregible e ingenuo, pues ontológicamente no se puede escapar del dolor –que nos constituye en tanto que humanos. El budismo es excesivamente autocompasivo, lo que le hace inútil en tiempos nihilistas. Más que con el budismo, su desprecio hacia la vida conecta con La Rochefoucauld o Pascal, que le parecen más serenamente desesperados que Buda y psicológicamente más profundos.
Cinismo: En la medida en que pretende ‘desenmascarar la existencia’, Cioran puede ser tomado por un cínico. Él mismo dice en sus Cuadernos: «Soy un filósofo aullador. Mis ideas –si ideas son– ladran, no explican nada, estallan». Pero el cinismo no es una doctrina sino, en su caso, una taxonomía, un criterio de clasificación. Si ‘cínico’ es quien piensa sin pensar en el pensamiento, Cioran es un cínico.
Devenir: Como lector de Schopenhauer y de Dostoievski, Cioran considera que el devenir no añade nada nuevo a la vida. Que nunca habrá redención es una de las tesis fundamentales de su obra. Más que devenir, lo que existe en el mundo es expiación sin redención. Véase: Historia.
Dios: Hijo de un sacerdote ortodoxo rumano, Cioran considera que Dios es un ‘mal demiurgo’, artesano poco eficaz y origen de un mundo donde reina el mal. Quien ha hecho este mundo convulso ha de ser necesariamente un dios epiléptico. Sólo la música de Bach nos puede reconciliar con Dios («Si alguien se lo debe todo a Bach, ese es obviamente Dios»). Por lo demás no se puede amar a la vez a una mujer y a Dios y todo pensamiento sobre Dios lo vuelve trivial.
Estilo: Es la cortesía del nihilista. Si el mundo es inexorable, obscuro y terrible, tal vez lo único que puede resultar diáfano es el estilo. De hecho eso es lo que salva la obra de Cioran (si en su caso ‘salvar’ fuese un concepto con sentido –lo que no es el caso).
Fatalidad: Todo cuanto sucede y tiene un curso consistente pero que carece de sentido. Así, el sufrimiento es fatal. La historia es fatalidad e impugna la libertad, por eso quien ‘comprende’ el mundo inevitablemente fracasa.
Historia: Invento diabólico (Abominable Clio), porque en última instancia el hombre está condenado. Más en concreto, quienes han sido sus víctimas (él mismo y, en general, los pueblos de la Europa del Este), no pueden creer en ella. En una conversación con Léo Gillet (1982), Cioran decía que: «un historiador optimista es una contradicción en los términos», (Conversaciones. Barcelona: Tusquets, 1996).Obviamente, la historia, porque es fatal y sin piedad, ofrece un argumento fáctico para impugnar la moralidad. Véase: Devenir.
Hitler- Nerón: Cioran en su etapa rumana escribió textualmente: «Ningún hombre político en el mundo actual me inspira tanta simpatía y admiración como Hitler». [‘Vremea’]. Como tantos fascistas estetizantes (y no estéticos) de la década de 1930, admiró en Hitler al artista del Estado, es decir, a quien supuestamente pretendió convertir al Estado en obra de arte. En la ‘Carta a un amigo lejano’ (Historia y utopía), recuerda que para él en sus años jóvenes, el régimen parlamentario era una: « vergüenza de la especie». En el fondo, para Cioran toda política (de cualquier signo) es la de Nerón: «Sin un Nerón, los imperios agonizantes carecen de estilo».
Hotel: Cioran gustaba de recordar que vivió veinticinco años en hoteles. Véase: Insomnio.
Humanidad: El buen lector de Mme. Du Deffand y de Chamfort, que es Cioran sabe que la humanidad no tiene remedio. Toda empresa revolucionaria se volverá siempre contra sí misma. Por lo demás lo que nos une a la vida es el miedo, sentimiento básico de la humanidad.
Identidad: Se cuenta que alguien paró a Cioran por la calle y le preguntó: «¿Es usted Cioran?», a lo que éste respondió: «Lo fui». Toda identidad es siempre una ficción.
Insomnio: Cioran es básicamente el autor de una serie de breviarios de negación. En su propia opinión, ello tenía mucho que ver con una experiencia atormentada de largas noches de insomnio y de vida en hoteles de cochambre. «El insomnio (…) es una experiencia extraordinariamente dolorosa, un catástrofe. Pero te hace comprender cosas que los otros no pueden comprender: el insomnio te coloca fuera de los vivos, de la humanidad». (‘Conversación con Léo Gillet’, 1982). Incidentalmente, conviene recordar que también Nietzsche padecía insomnio y vivió largos años en hoteles. El parecido se detiene aquí.
Nihilismo: Cioran siempre defendió que no era un nihilista sino un escéptico, entendiendo como tal al que lucha contra la fascinación. Pero no fue partidario de un escepticismo filosófico (pirronismo), sino de un escepticismo enfermizo. Demoler e inocular la duda es el objetivo mismo de su/la filosofía.
Opinión: «Toda opinión no es más que un punto de vista loco sobre la verdad». (‘Fluctuaciones’, en Contra la historia, 1976). En definitiva, una opinión es la antesala de una decepción.
Política: Que Cioran fue un fascista en su Romanía natal es un hecho documentalmente probado y del todo incontrovertible. A partir de su establecimiento en Francia como ‘parásito social’ (en su propia autodefinición), la política fue substituida por el cinismo. Eso resulta obviamente coherente con su concepción del mundo: si lo que define al hombre es la maldad no puede haber ni por asomo una ‘buena’ política.
Predestinación: Tal vez la única doctrina de encuño cristiano que Cioran defendió. En su propia visión del vagabundaje y del escepticismo hay algo de predestinación. Como concepto, ‘predestinación’ se opone en su obra a ‘destino’ –en la medida en que el destino es trágico y ciego mientras que la predestinación es una situación que uno mismo se labra. Su forma especifica y confesa de predestinación es ‘fortalecerse en la duda’.
Rebelión: El paroxismo del ateismo. Desobedecer a la naturaleza, que nos mandaba ser animales bobos que pacen y descansan felices, es el origen del desorden y del mal.
Suicidio: Homenaje excesivo a la vida. Saber que alguien puede suicidarse cuando quiera es una paradójica manera de soportar el hecho mismo de vivir. Por eso el suicidio les sirve de base para un paradójico optimismo. Como él mismo dijo en Breviario de podredumbre (1949): «Los grilletes y el aire irrespirable de este mundo nos lo quitan todo, salvo la libertad de matarnos; y esta libertad nos insufla una fuerza y un orgullo tales que triunfan sobre los pesos que nos aplastan» (‘Pensadores crepusculares’).
Tedio: Junto al vacío es la otra gran experiencia metafísica.
Tristeza: «No creo haber perdido ni una ocasión de estar triste» (De lágrimas y santos).