Hay un tipo de novelas juveniles que nos proponen ‘sé el protagonista de tu propia aventura’ y las MEDITACIONES METAFÍSICAS nos invitan a algo parecido. En este libro se pretende que por una vez en la vida —y Descartes insiste en que sólo por una vez—nos propongamos realizar de manera radical un esfuerzo por poner a prueba la verdad nuestras opiniones. Quien logre completar la aventura tendrá un premio: vencerá a los escépticos de todo tipo (incluso al escéptico que habita en cada uno de nosotros) y se probará a sí mismo que eso llamado ‘la verdad’ realmente existe. No es poco premio.
La obra parte de una situación tan válida hoy como en 1641: desde nuestra infancia ‘sabemos’ muchas cosas pero ignoramos el valor real de eso que sabemos. Tenemos un acerbo de informaciones muy grande: hemos ido a la escuela, hemos oído muchas cosas, nos ha influido mucha gente... pero ¿y si eso que sabemos fuese en realidad falso? En general el conjunto de nuestras opiniones nunca es puesto en cuestión. Pero: ¿qué valen en realidad esas opiniones?
Los escépticos acostumbran a considerar que, simple y llanamente, todas las opiniones son puramente subjetivas, es decir, imposibles de universalizar. O incluso afirman que la verdad no existe, pues, en caso contrario nadie podría discutirla y se impondría por si mismo, lo cual visto como está el mundo —lleno de polémicas y de contradicciones— no es el caso, obviamente.
Se trata, pues, de plantear una operación intelectual (intelectual y no política) para analizar el valor del conocimiento hasta llegar a la primera verdad: «yo pienso, yo existo». Es significativo que el libro se plante como una Meditación (subjetiva, dinámica) y no como un Tratado (objetivo, cerrado y dogmático). El texto se presenta como un análisis (tal se dice explícitamente en las Segundas Respuestas) porque en el análisis resulta más fácil ver cómo los efectos dependen de las causas. Al actuar según el orden de razones se está invitando al lector a que él mismo rehaga el itinerario de la reflexión metafísica.
Leibniz ironizando sobre las reglas del método cartesiano dijo que son «como las recetas de algunos farmacéuticos: toma lo que necesites, haz lo que debas y obtendrás lo que quieras» (Bernard Williams, ‘Descartes’, p. 40). Y estaría en lo cierto si la regla de evidencia y el ‘cogito’ se planteasen en abstracto. Pero ambos instrumentos cartesianos sólo adquieren sentido cuando uno se ha enfrentado —otra vez, Williams (p.41): «a problemas intelectuales reales». La investigación cartesiana y el método de la duda adquieren sentido cuando se aplican a los problemas de la matemática y al esfuerzo por intentar encontrar la verdad en uno mismo. Hay un supuesto cartesiano que es implícitamente cristiano (y especialmente central en la comprensión del mundo que le inculcaron sus profesores jesuitas). Para Descartes la búsqueda de la verdad es inseparable de la búsqueda del conocimiento. Y el conocimiento no puede ser algo hipotético o dudoso, sino que ha de fundamentarse sólidamente. Descartes es un investigador de la verdad y por ello mismo sus MEDITACIONES nos indican un camino: el uso de la razón como principio universal. La meditación cartesiana y su método se presentan como una estrategia, como el camino de la racionalidad que se descubre a si misma.