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CHARLES FOURIER; EL AMOR Y LAS UTOPÍAS

Ramon ALCOBERRO

Charles Fourier (1772-1837) fue en vida un personaje bastante marginal. Pero el azar brindó una oportunidad para que su obra se recuperase cuando en 1967 se publicó en Francia su libro El nuevo mundo amoroso, inédito durante más de un siglo porque sus discípulos más pacatos lo consideraron pornográfico. Al cabo de unos pocos meses estalló la revolución de Mayo del 68 y los jóvenes estudiantes parisinos, huérfanos de referencias culturales libertarias, tomaron a Fourier como un autor de cabecera (junto a Reich, a la Sexpol y a otros “liberadores del amor”, por usar una expresión entonces muy en boga). En 1969 incluso le erigieron una estatua que duró pocos días.
Aunque el primer padrino de Fourier fue André Breton, que le dedicó una Oda, y aunque en el ámbito del surrealismo su reivindicación de la libertad amorosa era conocida, resulta discutible que los revolucionarios de 68 lo hubiesen leído seriamente. Más bien era para ellos una cita culta o una moda. Pero desde entonces el nombre de Fourier quedó asociado al mundo “burgués bohemio”, esteticista y de revolución retórica, que se asocia al Mayo francés.
Al cabo de los años, lo que ha sobrevivido de Mayo fue casi exclusivamente la liberación sexual y eso ha permitido que siga existiendo un pequeño grupo de fourieristas, o cuanto menos de lectores de Fourier. Su reivindicación de Venus (sin pedantismo ni imbecilidad) tal vez provoque hoy una sonrisa, pero en su momento fue de una radicalidad casi emocionante. Su obra tal vez no se sostiene demasiado en estructuras lógicas (tenía una tendencia atroz a clasificar todo cuanto ocurría en la sociedad y en la naturaleza con criterios tan literarios como ineficaces).
Pero lo importante en Fourier fue la intuición más que el concepto. Su significado hay que buscarlo en lo que denuncia (la miseria pasional como herramienta del poder, y en lo que critica (el papel de las instituciones de la civilización al servicio de la castración intelectual), pero no en su capacidad de cálculo.
Cuando Gilles Deleuze decía aquello de que: «el sistema nos quiere tristes, y debemos conseguir estar alegres para resistirle», eso es el mejor resumen de las ideas fourieristas que yo conozco.
Lejos de Fourier cualquier intento de pactar con el la realidad más chata; su mundo fue el del racionalismo, pero se trata de un racionalismo que solo expresa «Una ilusión de realidad» (Barthes) a veces incluso caricaturesca. Pero él era consecuente hasta el final. Por poner un ejemplo, mientras Marx aceptaba el trabajo de los niños en las fábricas, Fourier solo los podía imaginar jugando felices en un falansterio. Fourier es el pensador de la riqueza pasional de las sociedad humanas y quien más en profundidad criticó al capitalismo, no por solo por su forma ineficaz de producir riqueza, sino por la miseria emocional que produce.
Su franqueza en el ámbito de la sexualidad puede resultar hiriente y no tiene empacho en escribir cosas como ésta: «Todo hombre y toda mujer desearían tener un harén, si la dependencia y la ley lo permitiesen. Los graves holandeses, tan morales en Amsterdam, poseen en Batavia sus harenes, surtidos de mujeres de tres colores, blancas, negras y mestizas. He aquí el secreto de la moral: solo es hipocresía que se adapta a las circunstancias y se quita la máscara cuando puede hacerlo impunemente», dice en El nuevo mundo amoroso.
Fourier no tiene problemas ni con la poligamia, ni con las orgías, ni con cualquier tipo de sexualidad. Tan válido es el amor espiritual como el material, la Armonía: «solo tenderá a mantenerlos en equilibrio.» Si como él mismo dice: «no hay asunto más embrollado que el de los usos del sentimiento en el amor», entonces la única solución es “liberar” el amor, evitar que la sexualidad sea un elemento de la sumisión al poder y prescindir de la hipocresía burguesa.
En cambio, es bastante tradicional la manera como nos propone huir de esa sociedad moralmente hipócrita y –a la vez– económicamente ineficaz La creación de un falansterio, en la tradición que va del jardín epicúreo a Fontenelle, el último utopista ilustrado significativo no es precisamente una gran idea – y de hecho nunca se llevó a la práctica en vida del autor. Fontenelle, por lo demás, parece que incluso publicó un anuncio en la prensa anunciando que todas las tardes estaría en casa esperando a algún benefactor del género humano que quisiera invertir en la creación del falansterio pero nadie le hizo ni caso…
Debemos a Fourier el primer análisis profundo de las consecuencias devastadoras del capitalismo en lo emocional. Fourier fue el primero en comprender que las cadenas psíquicas son infinitamente más eficaces y duraderas que las físicas y las económicas. Entendió el papel de la falsedad y de la mentira como herramienta básica de un monstruo que hemos construido entre todos y que denominó «civilización» y afirmó (eso es muy importante) que cada ser humano tiende un derecho primario a ser como es, con sus manías y sus particularidades, por mucho que eso nos pueda parecer ofensivo. Es más sin el reconocimiento a las particularidades bizarras, e incluso a las manías en la sexualidad de cada cual, la sociedad nunca logrará ser feliz.
En Armonía, «siendo los placeres asunto del Estado y objetivo especial de la política social, debe darse necesariamente gran importancia al amor que ocupa el primer rango entre los placeres», siendo el segundo «la cábala gastronómica» o «la ciencia gastrófila» (en sus cuatro ramas) , que en realidad es solo otra forma de amor. También la ópera (que en Armonía será gratuita) y la música en general ayudaran a la extensión de la felicidad. Como dijo Roland Barhes, «el furierismo es un eudaimonismo», es decir, una manera de procurarse la felicidad social.
Pero su concepción de la sociedad la explicó en un lenguaje complicadísimo, mediante neologismos complicados que convierten la lectura de sus textos en un trabajo bastante ingrato. Fourier creía que existían ni más ni menos que 1620 pasiones distintas en los humanos, y que esas pasiones eran combinables pero no transformables. Se trataba (¿simplemente?) de combinar esas pasiones, conforme a principios de complementariedad y las gentes serían felices. Evidentemente, eso hoy nos parece un poco ingenuo, pero es significativo que Fourier entendiese (mucho mejor que Marx, por cierto), que el conflicto no se puede abolir, ni se ha de disimular. En la sociedad feliz, el conflicto no se rehúye, antes al contrario, se expone y se interpreta. La pasión es natural y limpia aunque la civilización pretenda ensuciarla al sofisticarla.
Lo menos significativo de su obra es la propuesta de organizar la sociedad en falansterios. Es profundamente ingenua la tesis (tan habitual entre los utopistas de todos los tiempos), según la cual la felicidad se logra viviendo en una especie de clausura voluntaria, en un edificio maravilloso situado lejos de la ciudad y al margen de la historia. Y lo es todavía más la organización un tanto paramilitar de los falansterios, donde todo el mundo lleva insignias que muestran su rango y su influencia societaria.
Fourier puede parecer con cierta facilidad un hombre de otro tiempo, un soñador o un loco inofensivo que imaginaba un futuro feliz de la humanidad mediante la buena gestión de la sexualidad. Se hace un poco difícil separar la figura de Fourier de la lucha obrera de los artesanos de la seda del viejo Lyon, los canuts, a la vez expertos en lujo y proletarios conscientes. Aunque hoy la ciudad de Lyon haga lo imposible por disimularlo, la ciudad fue durante los años centrales del siglo XIX un laboratorio político muy significativo. Las dos insurrecciones, o Revoltes de canuts (noviembre de 1831 y abril de 1834)   en que los obreros de la seda destruyeron los telares, pero evitaron cualquier pillaje, y las Insurrections des voraces (1848 y 1849), que reivindicaron además los derechos de las mujeres, marcaron la lucha obrera en el sur de Francia y en Catalunya, donde se instalaron muchos de estos obreros de la seda represaliados.
Sin los canuts sin la fusión en tierras occitanas de los ideales saint-simonianos con el fourierismo (elaborado en Lyon entre 1800 y 1815) no hubiesen existido experiencias como el mutualismo y el cooperativismo, tan importantes en el movimiento obrero catalán, por ejemplo. En Fourier como en Saint-Simon se produce, de una forma prácticamente natural, el paso de la caridad cristiana a la fraternidad republicana –que dará lugar al pensamiento político radical burgués–  y eso es tan importante como los aspectos más utópicos de su pensamiento político.
Curiosamente, el interés por Fourier resurge cada treinta o cuarenta años.  La tendencia de la civilización y de los supuestos grandes hombres a «orientarse hacia lo nefasto» (Breton) y a identificar la «libre rapiña» con el comercio (Breton, una vez más), lleva a redescubrir de vez en cuando las tesis de los socialistas utópicos. Fourier merece una y muchas relecturas, tanto por sus fulgurantes intuiciones sobre la represión y el desorden emocional en la civilización, como por su hipótesis de libertad sexual. Creyó que el día en que se realizase Armonía, el océano se convertiría en limonada, y hoy sabemos que eso no sucederá jamás, pero no deja de ser interesante que alguien lo sugiera, ni que sea como provocación para evitar la miseria moral e intelectual. Su individualismo no colectivista y erótico tiene un punto de fascinante, como cualquier fiesta eterna. Nunca asistiremos a ella (y si existiese seguro que nos cansaría), pero imaginarla ofrece por lo menos algo de consuelo en tiempos miserables.

Bibliografía:
Roland Barthes: Sade, Fourier, Loyola. (1971).