Bajo el título de «teoría crítica» la Escuela de Frankfurt desarrolla una filosofía social inseparable de un objetivo emancipador.
CUANDO MAX HORKHEIMER escribe en 1937 Teoría tradicional y teoría crítica, no tiene la más mínima intención de crear escuela. En este corto ensayo con valor de programa para el Instituto de Investigación Social de Frankfurt que dirige a partir de 1931 (exiliado desde 1933), quiere sobre todo aportar su contribución a una revolución copernicana en las ciencias humanas y dibujar el horizonte de una filosofía social por venir. Se trata para empezar de rechazar en una perspectiva marxista, la separación tradicional entre filosofía y práctica, pero también entre sujeto y objeto del conocimiento. Porque hay que recordar al sujeto conocedor que está él mismo íntegramente insertado en la sociedad que toma como objeto. La independencia de la mirada científica es una ilusión ideológica, un efecto social de las condiciones materiales de producción del intelecto. El simple hecho de que lo social se pueda considerar mediante una mirada científica como un objeto o un sistema separado de los sujetos que lo componen es la indicación de una alienación de los hombres, desposeídos como están de su poder de obrar en el mundo y limitados a ver cómo su propia existencia histórica y social toma «la figura de poder natural inmutable, de destino que trasciende la humanidad». ¿Pero qué hacer con semejante autoreflexión crítica? ¿Es que no se corre el riesgo, sobre todo, de morderse la cola y hacer que la teoría vire al vacío? No, porque lo que no aparece, de este modo, es el vínculo intrínseco entre teoría y práctica. Todo análisis objetivo de la sociedad es también un diagnóstico sobre las condiciones patológicas en cuyo interior se mueve nuestra existencia social. Esta es, a la vez, una crítica de la injusticia y de la alienación, y el conocimiento de las condiciones bajo las cuales los hombres se hallan privados de sus posibilidades de autodeterminación y «abandonados a intereses particulares y contradictorios».
Cuatro generaciones de pensadores
No obstante, una teoría crítica no dice por ello cómo transformar la sociedad, sino que tiene simplemente un objetivo emancipador: todo conocimiento reflexivo del contexto social de nuestra existencia no tiene valor más que en la perspectiva de una emancipación capaz, a cambio, de orientar la práctica. Como en Emmanuel Kant, hay que contentarse con la utilidad negativa de la crítica: la teoría crítica muestra los límites desapercibidos a una práctica social autónoma. No actúa en el lugar de los hombres, no puede decidir en lugar de ellos, emanciparse, es ella misma «asegurada por el interés que tienen los hombres en transformar la sociedad». Si puede existir un hilo tenso susceptible de reunir a los grandes pensadores Frankfurtianos de casi cuatro generaciones, desde Horkheimer a Axel Honneth, pasando por Theodor Adorno, Herbert Marcuse y Jürgen Habermas, está desde luego en esta tarea y en su redefinición constante; en la relación entre teoría de la sociedad y crítica de la alienación y de la injusticia, entre «autoreflexión» e interés por la emancipación.
Para Adorno y Horkheimer, esta relación quedará trastocada por los horrores de la Segunda Guerra Mundial. La dialéctica de la razón hace que aparezca el trauma de la mirada teórica en un mundo en ruinas y de cara a una conciencia cosificada, es decir, tenida bajo la influencia de la racionalidad instrumental, hasta en los rincones de su intimidad pretendida: el objetivo emancipador no se refleja sino a través de la experiencia de su propia impotencia: Para Adorno, que invierte el paso de Hegel, el concepto debe superarse en lo sucesivo en el arte y en el conocimiento crítico transmitido por la mímesis, forma de representación que permite ver la violencia del mimetismo social, más que por la práctica: el pensamiento crítico rebuscará largo tiempo entre los artistas –Samuel Beckett, Francis Bacon, Arnold Schönberg– otros tantos polos de resistencia a la racionalidad instrumental. Visión filosófica sombría apuntalada por estudios de sociología empírica que exhuman la personalidad autoritaria y las inclinaciones que ocultan las sociedades liberales (Estudios sobre la personalidad autoritaria, 1950). Lejos del pesimismo histórico de sus colegas, Marcuse irá a buscar en el lado de una reinversión estética y erótica del trabajo, las condiciones de una autonomía de la sociedad y de un estado emancipado, que inspira directamente los movimientos de mayo de 1968. Pero la verdadera renovación del programa inicial de Horkheimer procederá de Habermas. Se ha considerado que él rompió con todo objetivo emancipador mediante una visión de lo social donde prima la búsqueda del consenso a través de nuestras interacciones lingüísticas. No es cierto. El autor de Conocimiento e interés intenta, por el contrario, volver a pensar con precisión el vinculo entre teoría y práctica, retomando a través de los recursos de la comunicación lingüística el poder del que pueden disponer los actores sociales en las sociedades modernas y laicas para acceder a la autonomía y liberarse del influjo impersonal de los sistemas económico y administrativo. En este marco, el reconocimiento intersubjetivo se convierte en la condición insoslayable de un estado social emancipado, que no puede verdaderamente expresarse si no es a través de los espacios deliberativos de los Estados de derecho democráticos. La teoría crítica de la sociedad se hace teoría normativa de la discusión. Para Axel Honneth, por el contrario, el reconocimiento no puede tener suficiente con las condiciones de la comunicación lingüística. Ésta presupone una lucha, eternamente recomenzada, contra la diversidad de formas del menosprecio social, sin la cual la emancipación se quedaría en una palabra vana.
Pero es esto, en el fondo, lo que aún hoy día continúa dando sentido al programa de una teoría crítica surgida de la escuela de Frankfurt: ésta se guardará en la tienda de los accesorios el día en que la emancipación se convierta en una palabra vacía de sentido u obsoleta.