Fragmento de CONVERSACIONES CON ISAIAH BERLIN de Ramin JAHANBEGLOO
R.J.: Pasemos a otro pensador político, Thomas Hobbes, a quien usted nunca menciona en sus ensayos.
I.B.: Hobbes no me interesa mucho aunque me parece un pensador brillante y un maravilloso escritor. Lo cierto es que sí he escrito algo sobre él. Una vez escribí una reseña de un libro de un marxista, C.B. Macpherson. El libro LA TEORÍA POLÍTICA DEL INDIVIDUALISMO POSESIVO. DE HOBBES A LOCKE, sostenía que Leviatán no es el Estado ni el grupo gobernante, sino la clase capitalista. Me pareció una idea imprecisa. Dudo de que Hobbes pensara en la burguesía. He dado clases sobre Hobbes y tengo mis opiniones sobre él, Spinoza. Locke y otros pensadores políticos del siglo XVII, pero no tengo ganas de hacer un libro de historia de la teoría política; por consiguiente, no escribo mucho sobre ellos. Maquiavelo me interesó porque me preocupa cuándo y cómo empezó la oposición al monismo, a la ‘philosophia peremnis’. Leí a Croce y me pareció bastante convencional y, respeto a Maquiavelo, equivocado. Nunca he comprendido cómo Croce llegó a dominar tanto la vida intelectual italiana. Me parece un dominio sin paralelo en ninguna parte; no conozco ningún caso comparable y me resulta anonadante. Todos los escritores italianos modernos se sienten obligados a saldar cuentas con Croce, cualquiera que sea el asunto. Algunos se le enfrentan, pero creen que deben decir por qué. Por supuesto que era un escritor de muchas facetas. Escribió sobre metafísica, historia, estética, marxismo y muchas otras cosas; pero no se le puede comparar con los pensadores mayores, con Spinoza, Leibniz, Kant, ni siquiera con Hegel, ni con filósofos del siglo XX como Husserl, Wittgenstein, Russell o William James.
R.J.: ¿En qué contexto coloca la teoría política de Hobbes?
I.B.: Me parece una pregunta demasiado general. Clasificar es extremadamente tedioso.
R.J.: ¿Cuándo empezó a interesarle Hobbes?
I.B.: Cuando era estudiante, desde luego. Leí a Hobbes y a Locke como leí a Descartes, Kant y William James.
R.J.: ¿Le parece un pensador relevante?
I.B.: Bueno, en cierto modo sí. Yo creo que la historia se mueve en espirales. Hay ciertos autores que se vuelven interesantes porque escriben sobre situaciones que se parecen a determinadas situaciones posteriores. Durante el siglo XIX nadie pensaba mucho en Hobbes porque sus ideas no parecían naturalmente relevantes para sociedades como la Inglaterra victoriana, la Francia del siglo XIX, los Estados Unidos y ni siquiera la Italia o la Alemania de entonces. Pero el siglo XX está políticamente más cerca del XVII. Las grandes luchas violentas por el poder, el surgimiento de Estados totalitarios, la brutalidad, el peligro a que está expuesta la vida individual son incluso mayores en este siglo que en aquél. Una de las cosas de las que habló Hobbes es de la protección contra el asesinato. La gente temía morir violentamente. La posibilidad de una muerte violenta era más real en la Inglaterra del siglo XVII que, por ejemplo, en la de John Stuart Mill. De modo que en nuestra época Hobbes volvió a hacerse interesante. Hay ciertos momentos en que ciertos períodos del pasado cobran interés. La Atenas del siglo III no le interesa a nadie porque sus problemas nos resultan demasiado lejanos. En esto Croce tiene razón: todos los problemas reales son de algún modo contemporáneos. Hobbes describe un Estado autoritario, haciendo hincapié en leyes carentes de método legal de reforma. La razón para que obedezcamos al Estado es la protección que ofrece a nuestra seguridad. Son primordiales el miedo a la muerte, al daño o a la inseguridad. Así es en el fascismo o en otros sistemas totalitarios, donde la razón que uno obedece es la del miedo. La gente siguió a Mussolini porque le daba miedo la anarquía, la ocupación de fábricas por los obreros, hasta liberales como Croce o y Toscanini lo siguieron al principio, y pronto se arrepintieron. El motivo mayor de Hobbes es el miedo al desorden. Por eso estaba contra la diversidad de opiniones, especialmente en materia religiosa. Las sectas son gusanos en las entrañas del cuerpo político. Hay que suprimirlas.
R.J.: De modo que Hobbes es un pensador monista.
I.B.: Absolutamente, más que nadie. Permítame contarle, si le interesa, algo divertido. Yo pensaba que la Unión Soviética era un estado hobbesiano porque tenía leyes duras. Pero Hobbes no dice que las leyes tengan que ser duras. Esto es un error. Aunque se lo haya interpretado así, Hobbes no quería ni crueldades ni opresión. Lo que quería era leyes rigurosas, pero sólo las absolutamente imprescindibles para mantener el orden público. Es lo mismo que si alguien pensara que puede descontrolarse y se pusiera por propia voluntad una camisa de fuerza. Usa la camisa porque piensa que puede volverse loco y está convencido de que la camisa lo protegerá. Es como el despertador que uno prepara por si se queda dormido. Si uno piensa que podrá perder el control inventa una máquina, Leviatán, cuyo funcionamiento lo frena automáticamente. Es un mecanismo autoimpuesto. Tal es la doctrina de Hobbes. A propósito de esto: en 1946 o 1947 fui a París y tuve un encuentro con Alexandre Kojève, un pensador muy interesante. Es uno de los hombres más divertidos e inteligentes que he conocido. Por ese entonces era un alto funcionario de finanzas. Recuerdo que le dije: «Lástima que sepamos tan poco de los sofistas griegos. La mayor parte de lo que nos llegó de ellos fue a través de sus oponentes, Platón y Aristóteles. Es como si sólo conociéramos las posiciones de Bertrand Russell por los manuales soviéticos». « ¡Ah, no!», me contestó, « ¡Si sólo conociéramos a Russell por los manuales soviéticos podríamos creer que es un filósofo serio!». Hablamos de Hobbes y del Estado soviético. «No», dijo, «no es un Estado hobbesiano». Y explicó que cuando uno comprendía que Rusia era un país de campesinos ignorantes y trabajadores pobres se daba cuenta de que era muy difícil de controlar. En su opinión, Rusia había estado terriblemente atrasada; atrasada en 1917, no sólo en el siglo XVIII. Así, pues, quien se propusiera hacer algo con Rusia tenía que sacudirla con violencia. Si en una sociedad las reglas son muy severas, por absurdas que sean, (supongamos, por ejemplo, una ley que establece que a las tres y media hay que ponerse de cabeza abajo), todo el mundo la cumplirá para salvar la vida. Pero a Stalin eso no le bastaba, no cambiaba suficientemente la situación. Stalin tenía que hacer con sus súbditos una pasta que él pudiera amasar a su antojo. No debía haber hábitos ni reglas en que la gente pudiera apoyarse; de lo contrario, las cosas seguirían siendo inmanejables. Pero si usted acusa a la gente de romper leyes que no rompió, si la acusa de delitos que no cometió, de actos que ni siquiera puede comprender, acaba reduciéndola a papilla. A partir de entonces nadie sabe dónde está, nadie está nunca seguro porque, haga lo que haga, e incluso si no hace nada, puede acabar destruido. Todo lo cual crea una verdadera «anomia». Una vez tiene usted esa clase de gelatina, en cada momento le puede dar la forma que elija. El objetivo es que nada se asiente. Kojève, un pensador ingenioso, se imaginaba que Stalin también lo era. Hobbes concebía una ley que, de ser obedecida, permitía sobrevivir. Las leyes que hizo Stalin eran tales que uno podía ser castigado por obedecerlas o desobedecerlas, al azar. No había nada que se pudiera hacer para salvarse. A uno le castigaban por transgredir o acatar leyes que no existían. No había salvación. El futuro sólo podía construirse con esa materia pasiva a que se habían reducido los humanos. Kojève me contó que le había escrito a Stalin, pero no había recibido respuesta. Creo que se identificaba con Hegel y a Stalin con Napoleón. Era propenso a las fantasías.
R.J.: ¿Hobbes fue traducido al ruso?
I.B.: Sí. En ruso, Hobbes es «Gobbs». Las historias soviéticas de la filosofía lo tratan muy bien porque era materialista. También elogian a Spinoza, a quien también se considera materialista, por absurdo que sea. Los malos pensadores fueron Leibniz, Locke, Berkeley, Hume –idealistas todos y cada uno de ellos. A Hegel no lo condenan del todo gracias a Marx. Tampoco a Feuerbach porque, al fin y al cabo, Lenin lo leía.
Ramin JAHANBEGLOO: CONVERSACIONES CON ISAIAH BERLIN, Barcelona: Arcadia, 2009 [ed. original, 1991], pp.105-111. Trad. de Marcelo Cohen.
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