La fenomenología es un método filosófico aparecido a finales del siglo XIX con el filósofo moravo Edmund Husserl (1859-1938), que parte de la base que los enunciados lógicos no son reducibles a enunciados psicológicos ni (en su extremo) comprensibles desde la psicología. Por lo tanto, los objetos de la conciencia (es decir, el significado intencional de nuestros actos) y nuestros actos psíquicos mismos (nuestra conciencia de tales objetos, nuestra experiencia si se quiere), no se identifican.
La lógica trata sobre el significado de nuestros actos, no sobre la capacidad misma de significar. En consecuencia hay que distinguir entre: los fenómenos, es decir, entre lo que aparece y individualmente y su esencia, intelectiva, única para todo el mundo.
Los humanos vivimos en el mundo de los fenómenos, eso es lo único que tenemos y con lo que nos relacionamos. Las esencias, en cambio, son entendidas por Husserl como una unidad de sentido ideal-lógica, que se manifiesta en la conciencia pero a la cual no tenemos un acceso directo.
La conciencia en los humanos es un fenómeno intencional. Eso es tanto como decir que se va configurando o construyendo a partir de las cosas a las que se dirige: hay una relación recíproca entre las el mundo y el hombre – el hombre es por el mundo y el mundo adquiere sentido por los humanos que lo habitan y lo comprenden. Las cosas son lo que son físicamente y también lo que pueden ser por su relación con los seres humanos.
Para comprender la realidad no podemos imponer nuestro propio punto de vista sobre las cosas, sino que hemos de esforzarnos en que sean ellas mismas quienes nos indiquen lo que son al mostrársenos.
Por lo tanto, se trata de dejar que las cosas mismas hagan patente su manifestación: ¡a las cosas mismas! será el nuevo lema fenomenológico contra los excesos del subjetivismo y del logicismo.
La fenomenología pretende ser, pues, tanto una superación de la lógica, como una superación de la psicología.
Metodológicamente, Husserl propone distinguir entre:
Husserl considera que es posible que la mente descubra fenómenos intuitivamente, es decir, que capte la esencia de su manifestación, siempre y cuando la mente no tome los fenómenos tal cual se le presentan, sino que produzca un fenómeno de distanciación respeto de ellos, una reducción, que denomina epojé (o epokhé).
La palabra ‘epojé’ proviene del vocabulario del escepticismo helenístico. Consistía, para los antiguos, en la actitud mental de quien pone sus propias experiencias entre paréntesis y suspende el juicio. Husserl recoge este término para decir que los fenómenos se han de, por así decirlo, ‘purificar’, o ‘reducir’; en otras palabras, según Husserl sin ‘desconectar’, sin ‘suspender’, sin dejar fuera’ ciertos aspectos del fenómeno no podemos comprenderlo.
Comprender un fenómeno como tal significa poner entre paréntesis (hacer una ‘epojé’) de sus elementos culturales, de su tradición, de los caracteres individuales de ese objeto, e incluso, de su propia existencia afectiva o real. Comprender un fenómeno significa ejercer sobre él una triple reducción (filosófica, eidética y fenomenológica) para obtener una ‘conciencia pura’ ante la que aparezcan ‘fenómenos puros’).
El resultado de ese proceso sería que nuestra conciencia funda el ser del objeto, es decir, que el objeto es captado por la conciencia ‘pura’ o, en el vocabulario de Husserl que se alcanzaría una intuición de esencia.
La conciencia sería, pues, la única cosa absoluta. El idealismo llega con Husserl, a una especie de absolutización en la medida en que todo lo demás queda constituido por la conciencia.
Descartes ya había propuesto algo parecido: para conocer, según el filósofo racionalista debemos poner entre paréntesis todo conocimiento empírico que pueda ser puesto en duda (la duda metódica) hasta llegar a una primera verdad evidente por sí mismo (en su caso la afirmación ‘yo pienso’, el cogito). Pero Husserl criticó a Descartes porque en la filosofía del autor del Discurso del Método no se ponía en duda la coherencia del yo. Que ‘yo pienso’ no pude ser afirmado si previamente no se ha puesto en duda la coherencia del propio ‘yo’, que es algo que Descartes no hizo (y que no se planteó hasta que Freud mostró que el yo tenía una base muy dudosa: el propio inconsciente, es decir, una parte de mi mismo que no tiene explicación lógica y es puramente deseante). En definitiva, la duda cartesiana no era correcta porque no se hacía extensiva a la existencia misma de quien duda.
Husserl pretende ir más allá de Descartes: en su opinión los objetos están constituidos por la conciencia. Esta posición es muy difícilmente sostenible e incluso un punto ingenua. Puede ser útil para pensar sobre algunos temas (se usó mucho, por ejemplo, para distinguir entre ‘enamoramiento’ y ‘amor’, o para diferenciar entre la música misma y mi comprensión de la música, entre los años de la 1ª Guerra mundial y la década de 1950 en la filosofía continental europea). Incluso en el estudio de la memoria es interesante observar su carácter de intencionalidad; para él la conciencia es un ‘flujo intencional’. En ese sentido Husserl ha sido muy estudiado en su aplicación a la psicología, especialmente en la teoría de Gestalt (palabra que significa ‘forma’ o ‘configuración’ y que ha estudiado la percepción como fenómeno unitario).
Pero, por poner otro ejemplo, el hecho mental del dolor es inseparable del hecho físico de haber caído del autobús y de habernos roto un brazo. Por mucho que yo pretenda que el brazo no me duela, la rotura existirá objetivamente… y, finalmente, dolerá. La conciencia poco puede hacer en ese caso para evitar la realidad extramental.
De ahí, que el camino de la fenomenología, que fue una gran moda europea en los años entre las dos Guerras mundiales, fuese abandonado por otra concepción de la realidad: el análisis del lenguaje, abordado por filosofía analítica.