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Eva Illouz: DE LA PASIÓN A LA TERAPIA

Comprender las categorías culturales desde las que se plantea la sociedad de la terapia y la cultura de la autoayuda, típica de los primeros años del siglo 21, significa también situarla dentro de lo que podría denominarse la historia de  las pasiones que, al cabo, ha ido degradándose hasta devenir en historia de las neurosis que compartimos.

 

Cada cultura construye su propia explicación de las pasiones, su propia idea del amor y su gestión particular del deseo. (1) En la época antigua el ideal del hombre superior residía en el control de las pasiones; sólo quien las dominaba lograba la ataraxia, o lo que es lo mismo, la vida digna del sabio. Con el cristianismo llegó la búsqueda de la paz interior, que era la paz de Dios y cuya ‘voz’ peculiar se hallaba profundizando en la propia conciencia. Sólo a través de la poesía occitana medieval y de las ‘cortes de amor’ apareció brevemente la idea del amor pasión. Desde Lutero y Calvino, y ya definitivamente con el capitalismo victoriano, se consolidó la idea de que la felicidad se logra mediante el trabajo y el esfuerzo duro, que incluye la honradez y los valores de lo que se ha dado en llamar ‘la cultura del esfuerzo’. Y en paralelo desde el siglo 19 se fue consolidando el amor romántico, hecho en gran parte de metáforas que reivindicaban la subjetividad y las emociones cuando en el mundo exterior lo que realmente triunfaba era utilitarismo vulgar y la Revolución Industrial. Esos son a grandes rasgos los diversos períodos por los que ha transcurrido la historia de esa extraña mezcla de impulso biológico y de construcción cultural que llamamos “amor”.

 

A partir de Freud, sin embargo, el ideal romántico se rompió en pedazos y ya no fue posible reconstruirlo. En palabras de Eva Illouz en LA SALVACIÓN DEL ALMA MODERNA: «[Freud] Formuló nuevos códigos culturales que, más que cualquier otro sistema cultural  disponible en esa época, podían otorgar sentido a las transformaciones que la familia, la sexualidad y la relaciones entre los géneros habían atravesado durante la segunda mitad del siglo XIX» (p.54). El psicoanálisis, cuyo material de estudio no eran las personas sanas, sino las histéricas, creó una nueva categoría de ‘genio’, el neurótico, y desde los años de la década de 1970 esta categoría se ha ido democratizando. Freud y posteriormente Maslow lograron transformar en enfermedad lo que antes eran problemas morales y medicalizaron (o psicologizaron) la vida social en su conjunto. Hoy se acepta como un implícito normal en nuestra cultura que todo el mundo es neurótico, todo el mundo tiene problemas psicológicos y todo el mundo va en pos de su «Yo concreto», aunque nadie sea capaz de decir en que consiste cosa tal.

 

Con la Primera Guerra Mundial algo importante empezó a cambiar en el paisaje de los sentimientos. El vienés Karl Kraus (el observador más agudo de ese “laboratorio del Apocalipsis” que fue la Viena de los primeros años del siglo 20), consignó en su Glosa “Un asunto secundario”, publicada en su revista «Die Fackel» del  5 octubre 1915, la aparición en la prensa del siguiente anuncio:

 

« Busco

Suegro

Que quiera establecer conmigo negocio de confección; tengo 33 años, soy conocido como viajante y confeccionista. Resp. a J.C. 3378 exp. del per. Berlin SW. »     

 

Kraus comentaba entonces: «el suegro es cuanto queda de una evolución superada que aún conocía ciertos sentimentalismos y que tenía en cuenta a la mujer a la hora de hacer el inventario (…) Irrumpe una época heroica. No lloréis por lo que ha sido. ¡Ven, oh, aurora! Dos canallas se darán la mano en esta gran época por encima de la vida muerta de una muchacha». (2) La glosa es significativa porque muestra que con la guerra desapareció el amor romántico, cuyo destino definitivo quedó sellado con la aparición de una sentimentalidad cuyo modelo último era el cine. Al fin y al cabo, convendría recordar que ‘romántico’ como adjetivo proviene de ‘roman’ (novela) y designa un sentimiento literario. Con el cine, que es imagen y no letra, el tipo de sentimientos significativos que llegaron a la sociedad industrial inevitablemente tenía que ser distinto al de la nostalgia romántica. 

 

El hundimiento de la cultura romántica fue del brazo con la irrupción de los psicólogos en la vida familiar y en el matrimonio. De manera que, para volver sobre una observación de Eva Illouz en INTIMIDADES CONGELADAS, actualmente: «Parece casi una trivialidad sugerir que el lenguaje terapéutico es el lenguaje privilegiado para analizar la familia. El lenguaje terapéutico no sólo fue desde sus comienzos una narrativa familiar, es decir, una narrativa de la personalidad y la identidad que ancla el yo en la infancia y en las narraciones familiares primarias, sino también un  lenguaje dispuesto a transformar la familia (tal vez sobre todo la familia de clase media» (pp. 61-62). Lo que sucedió tras el hundimiento del romanticismo fue el advenimiento de lo que pronosticaba el anuncio que sorprendió en su momento a Kraus. Advino lo que Illouz ha denominado: «capitalismo emocional». Con esa expresión se designa un tiempo –el nuestro– en que las emociones se vinculan a la racionalidad instrumental y se vuelven objeto de cálculo y de inversión. El amor se convirtió lentamente en parte de un negocio (o de una negociación) emocional.   

 

En la cultura de la terapia de nuestros días, cualquier conducta es susceptible de  formar parte del marketing sanitario y cualquier sentimiento debe ser medicalizado. Así la amante despechada, el niño travieso (que hoy se denomina hiperactivo y sufre Trastorno de Déficit de Atención) y la madre abnegada o las personas tímidas en general se han convertido en los nuevos enfermos. «La terapia como un nuevo estilo emocional», por decirlo con una expresión de Eva Illouz en LA SALVACIÓN DEL ALMA MODERNA se ha convertido en un vector imprescindible para entender las sociedades postindustriales.

 

En palabras de Illouz: «Denomino ‘estilo emocional’, a la combinación de modos como una cultura comienza a ‘preocuparse’ por ciertas emociones y crea “técnicas” específicas –lingüísticas, científicas, rituales– para aprehenderlas» (p.28). Cada sociedad construye una determinada manera de resolver (¿normalizar?) sus problemas emocionales, es decir, su propio estilo. En el capitalismo postindustrial el estilo emocional dominante es «terapéutico», es decir, se basa en un conocimiento experto que pasa por científico, el de los psicólogos.

 

«El estilo emocional terapéutico emergió en el período relativamente breve que medió entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, y se solidificó y fue puesto al alcance de un público amplio luego de los años setenta. Sin duda este estilo hacía uso de los residuos de nociones decimonónicas del yo, pero también presentaba un nuevo léxico para conceptualizar y discutir las emociones y el yo en la esfera de la vida corriente, y también nuevos modos de manejar la vida emocional» (p. 29). En el estilo terapéutico, cualquier acto era susceptible de convertirse en síntoma y de ser interpretado/racionalizado de forma (supuestamente) objetiva por un profesional acreditado (psicólogo, psiquiatra). Para cada angustia existe una terapia y, últimamente, también un fármaco.

 

La medicalización de la vida significa que lo que antes se consideraban comportamientos personales o cuestiones morales empezaron a convertirse en enfermedades, más o menos graves pero tratables. La cultura emocional empezó a manifestarse después de la Segunda Guerra Mundial en todos los ámbitos de la vida y, muy especialmente, en el mundo de la empresa y del consumo. La autoayuda (self-help) se convierte en un nuevo campo de negocios. Con la curiosa paradoja de que exponemos nuestros sentimientos a la mirada pública, y lo hacemos incluso de una manera que una manera que un par de generaciones atrás se hubiese considerado impúdica, pero negamos a los demás cualquier derecho a juzgarnos, porque los propios sentimientos se viven como “auténticos” (son nuestra propia marca de autenticidad), como si no hubiese ninguna manera de refrenarlos o contenerlos. La sentimentalidad nos vuelve pasivos en la medida que creemos que nada podemos hacer por nosotros mismos y, de paso, nos otorga un cómodo sentimiento de “víctimas”. La conversión de todo lo que nos sucede en síntoma y la especialización de unos terapeutas en la gestión de las emociones define buena parte de nuestro paisaje cultural.     

 

Hoy vivimos en lo que Eva Illuoz ha denominado «capitalismo emocional» y el análisis de este concepto es significativo en la medida que ofrece una herramienta la crítica de la razón psicológica que hoy amenaza con desatar sobre el planeta una epidemia de neurosis y de devastación psicológica por exceso de autoanálisis. El capitalismo emocional es la traducción al ámbito de los sentimientos de los procedimientos del capitalismo. En palabras de la misma autora: «En el capitalismo emocional, los discursos emocional y económico se moldean mutuamente de modo tal que el afecto es convertido en aspecto esencial de la conducta económica» (pp.83-84).

 

A partir de los años 20 del siglo pasado, el éxito del capitalismo emocional en la cultura empresarial norteamericana (en la medida que permitía un control eficiente la fuerza de trabajo y aumentaba la productividad) fue la palanca que extendió por todo el mundo el estilo terapéutico. Así la psicología ha transformado la manera de entender las relaciones humanas y la gestión empresarial se ha convertido también en el modelo desde el cual se hacen comprensibles las relaciones personales y la sexualidad. Conceptos como ‘comunicación’, ‘negociación’, ‘inversión’ o ‘beneficio’ que provenían del mundo empresarial se usan hoy habitualmente para describir la vida emocional y el amor romántico se ha convertido en una palanca tremendamente eficaz para impulsar el consumo. Que metáforas procedentes de la economía colonicen las mentes no es ninguna casualidad. Que donde antes había pasión ahora se imponga la gestión más bien indica que la racionalidad instrumental, por decirlo en el vocabulario de Habermas, está alcanzando sus últimos objetivos. Siniestros, por cierto.

 

 

Materiales para un debate, julio 2011.

 

 

 

Bibliografía:

 

Eva ILLOUZ: La salvación del alma moderna. Terapia, emociones y la cultura de la autoayuda. Buenos Aires: Katz Editores, 2010. Traducción de Sergio Llach, 316 p.

 

Eva ILLOUZ: Intimidades congeladas. Las emociones en el capitalismo. Buenos Aires: Katz Editores, 2007. Traducción de Joaquín Ibarburu, 244 p.

 

NOTAS:

 

1.- Una buena introducción a las diversas formas de comprender el amor en la cultura occidental y específicamente un buen instrumento para reflexionar sobre el papel del amor en la filosofía es el libro de Manuel CRUZ: Amo luego existo. Los filósofos y el amor. Madrid: Espasa Calpe, 2010.

 

2.- El texto de Karl Kraus, no citado por el Illouz, corresponde a su antología: Karl KRAUS: «La Antorcha». Selección de artículos de «Die Fackel», edición y traducción de Adan Kovacsics. Barcelona: El Acantilado, 2011, pp. 388-389.