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LOS CRÍTICOS DE LAS LUCES

 

La Ilustración se ha pensado siempre a sí misma como un combate. Luces contra sombras, Razón contra revelación, Progreso contra tradición, Autonomía contra heteronomía… siempre encontraremos la polémica en el núcleo mismo del pensamiento ilustrado.

 

Existe una amplia bibliografía actual sobre los adversarios de las Luces que van desde el texto de extrema derecha de Didier Masseau (1941) Les Ennemis des philosophes; l’antiphilosophie au temps des Lumìères (París: Albin Michel, 2001) al del historiador judío Zeev Sternhell: Les Antilumières; du XVIIIè siècle à la guerre froide (París: Fayard, 2006).

 

Muy en resumen, los ilustrados del XVIII fueron objeto de una campaña continuada de denigración durante todo el s. XVIII y especialmente durante el romanticismo. Pero la argumentación antiilustrada fue cambiando. No siempre la crítica a los ilustrados se originaba en la Iglesia. Morellet, Raynal y Mably eran abées e ilustrados. En origen fue la Academia Francesa quien más se opuso a la Ilustración junto a la Sorbona. No está de más recordar que la Revolución francesa cerró el paso a los estudios universitarios de filosofía y que la Licenciatura de filosofía simplemente no existió en la universidad en Francia durante la primera mitad del s. XIX, que –en cambio- potenció extraordinariamente los estudios de ingeniería.

 

Entre los primeros adversarios de las Luces está el partido devoto con Élie Fréron (1718-176) a la cabeza que publica L’anné litteraire instrumento de crítica tradicionalista. Charles Pallissot de Montenoy (1730-1814) logró una cierta reputación con su obra Les Philosophes (1760) a la manera de Molìere donde los presenta como unos hipócritas redomados. Jacob-Nicolas Moreau concluye la terna de críticos con el Avis utile, ou Premier Mémire sur les Cacauacs (1757).

 

En este primer momento los Enciclopedistas son los Cacouacs, un nombre cuya etimología es desconocida, en quienes se simboliza a falsos sabios (sofistas) cuyo ‘pecado’ es doble: son plagiarios en la República de las letras y son herejes en religión. Poca cosa se puede decir de significativo sobre esta primera crítica. Se basa en una tesis central: toda crítica a la tradición es ‘abominación’ y en una coda: la Ilustración es un cuerpo extraño a la sana tradición del pueblo. Clemente XIII (el papa que hizo cubrir con hojas de parra las esculturas desnudas del Vaticano) en la bula Christianae republicae salus (25 de noviembre de 1766) amplió la crítica: denunció lo que llamaba: la peste contagiosa de los libros que abruma al pueblo cristiano y presentaba a los Enciclopedistas como hombres malditos que se han entregado a los mitos. Esa idea (la de que la Ilustración ‘se ha entregado a un mito’, en este caso el del progreso) será repetida sin demasiados miramientos hasta la Escuela de Frankfurt.

 

La pugna entre Ilustración y tradición tiene un punto especialmente significativo en la educación, feudo tradicional de la iglesia que los Ilustrados ocupan. El pensamiento pedagógico ilustrado (Rousseau, Condorcet), mucho más universalista que el de la tradición, acabará imponiéndose y los ilustrados verán en el maestro la alternativa laica a los sacerdotes.  

 

Con la Revolución francesa la tesis de la Ilustración como conspiración (conspiración masónica, concretamente), gana peso. Su principal valedor es el jesuita Augustin Barruel (1741-1820) en las Memorias para ilustrar la historia del jacobinismo. La teoría del complot, la afirmación de que el mundo ha padecido una conspiración ilustrada se recoge en Edmund Burke cuyas Reflexiones sobre la revolución en Francia (1790) dan el tono de la crítica: la Ilustración, con sus ateos convertidos en predicadores y con sus locos devenidos legisladores, ha destrozado el fondo común del pueblo, una herencia que es más valiosa que los intereses subjetivos de los individuos. Con Burke se asienta la tesis de la oposición al Enciclopedismo por anticomunitario e individualista que ha llegado a nuestros días gracias a Juan Pablo II.  

 

En la mentalidad de las Luces… el gran drama de la historia de la salvación había desaparecido. El hombre se había quedado solo: solo como creador de su propia historia, de su propia civilización; solo como quien decide qué es bueno y qué es malo… Si el hombre puede decidir por si mismo, sin Dios, sobre lo que es bueno y lo que es malo, también puede disponer que un grupo de hombres sea destruido… Decisiones análogas fueron tomadas bajo el III Reich,… por el Partido Comunista de la Unión Soviética y en países sometidos a la ideología marxista. Juan-Pablo II Memoria e identidad.

 

La idea de la ‘soledad del hombre’ se encontrará después en los románticos y en los heideggerianos. Pero será Herder (1744-1803) quien defienda una concepción del hombre basada en sus orígenes étnicos, la historia, la lengua y la cultura. La tradición y la comunidad eran para él la muralla segura ante los peligros del individualismo y el dogma de la razón. Por lo demás era evidente que cuando la revolución y Napoleón ocupan Alemania algo se rompió en el proyecto cosmopolita de las Luces que pasa a ser considerado como claramente imperialista. Ese imperialismo de la razón se denuncia en los románticos como la esencia perversa del proyecto ilustrado. Y el eco de esa denuncia todavía se escucha en algunos postmodernos.

 

La antiilustración se hace evidente en Nietzsche que inspira la revolución conservadora. Pensadores tan distintos como Oswald Spengler (1880-1936) o Charles Maurras (1868-1952) entran en ese cajón de sastre. En Aurora (1881), Nietzsche llamaba a unas nuevas Luces sin la ingenuidad de los philosophes, es decir, a una crítica de la cultura sin democracia. El fascismo acabo siendo algo de eso. 

 

Los horrores del III Reich relanzaron la crítica a la Ilustración. En Dialéctica de la Ilustración (terminada en 1944 y publicada en 1947), reaparecen todos los tópicos de una larga tradición. En general se achaca a los Ilustrados confundir el progreso del conocimiento con la civilización. Para Max Horkheimer y Theodor W. Adorno el racionalismo abstracto de la Ilustración acaba por ser el culpable de… los campos nazis. Algo parecido ocurre con Hannah Arendt que en Los orígenes del totalitarismo atribuye el aislamiento del hombre moderno a la voluntad de las Luces de autonomizar al individuo. La idea de que la razón es también obscurantista, defendida hoy por el filósofo católico y escolástico Remi Brague, tiene, como se ve, una larga tradición.