Kant considera que los conceptos morales han de ser ‘puros’, es decir, que hay que excluir de la moralidad todo contenido empírico. La ética no es descriptiva sino normativa y hay que excluir de ella todo fundamento natural de determinación de la voluntad.
La felicidad no puede ser un criterio de la moralidad, en primer lugar, porque es una cuestión empírica, que cada cual entiende a su propia manera. Ser feliz tiene incluso algo de caprichoso o de casual: no nos lo merecemos sino que nos lo encontramos. Alguien puede ser feliz en la misma situación en que algún otro es desgraciado. Si la felicidad es empírica siempre será concreta, solo puede producir, por tanto, imperativos hipotéticos. En cambio la moralidad pretende ser un ámbito global, que dirige y ordena la vida, mediante imperativos categóricos.
Nada empírico es universal y la moralidad no pertenece al nivel de lo empírico sino que es a priori. En la Crítica de la razón práctica dice explícitamente que: «de ninguna representación de cualquier objeto, sea el que sea, se puede conocer a priori si estará ligada con placer o dolor o si será indiferente». Uno se encuentra con la felicidad (o no) por circunstancias empíricas, mientras que, en cambio, es moral porque actúa según normas universales, no empíricas. Una idea nunca puede ser sensible.
La búsqueda de la felicidad nos puede hacer felices (o desgraciados), pero en si misma, no nos hace buenos – es decir, no nos hace merecedores de ella. Para Kant siempre es preferible ser digno a ser feliz, porque una felicidad sin dignidad sería simplemente falsa.
Además la felicidad humana no se encuentra en la naturaleza, que –todo sea dicho– nos maltrata desde el punto de vista moral porque nos dota de inclinaciones contrarias al deber (nos hace violentos, injustos…). La felicidad moral, por lo demás, sobrepasa la felicidad física. La felicidad moral es inseparable de la virtud (y eso implica un crecimiento, una necesidad de hacerse digno de ella) que propiamente no puede darse en el ámbito de lo empírico. Solo la persistencia de una intención siempre progresando hacia el bien nos haría felices. Un hombre que se dedica a cultivar la razón (piensa Kant) difícilmente puede ser feliz porque ha perdido su conexión con la naturaleza y con lo primario). Pero, en cambio, ha ganado en dignidad, en autoexigencia, se ha construido a si mismo, situándose más allá de la vida puramente instintiva.