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LA RUTINA MECÁNICA (Un fragmento de TÉCNICA Y CIVILIZACIÓN)

Lewis MUMFORD

(2) Examine el lector por sí mismo la parte desempeñada por la rutina mecánica y sus aparatos en su jornada de trabajo, desde el despertador que le hace levantarse por la mañana hasta el programa de radio que le acompaña para dormirse. En vez de abrumarle con la recapitulación, me propongo resumir los resultados de sus investigaciones y analizar sus consecuencias.  

La primera característica de la moderna civilización de la máquina es su regularidad temporal. Desde el momento del despertar el ritmo del día está mediado por el reloj. Independientemente del esfuerzo o de la fatiga, a pesar de la desgana o de la apatía, la familia se levanta a su hora establecida. El tardar en levantarse está castigado con la mayor prisa en desayunar o en correr para tomar el tren: a largo plazo, puede incluso significar la pérdida de un empleo o el ascenso en el negocio. El desayuno, el almuerzo, la comida, se hacen a horas fijas y tienen una duración bien limitada: un millón de personas realizan estas funciones dentro de un corto espacio de tiempo y solo se toman escasas medidas para los que tengan que comer fuera de este plan regular. Al aumentar la escala de la organización, la puntualidad y la regularidad del régimen mecánico tienden a incrementarse: el reloj registrador regula automáticamente la entrada y la salida del trabajador, en tanto un trabajador no cumpla con la regularidad —tentado por la trucha de los riachuelos o por los patos de las marismas— se encuentra con que estos impulsos se tratan tan desfavorablemente como la embriaguez arraigada: si quiere atenerse a los impulsos debe permanecer atado a los menos rutinarios dominios de la agricultura. «Los temperamentos refractarios de la gente obrera acostumbrada a los paroxismos irregulares de diligencia», de los que Ure escribía hace un siglo con tan piadoso horror, han sido desde luego dominados.  

Bajo el capitalismo, la medida del tiempo no es solamente un medio de coordinar e interrelacionar funciones complicadas: es también, como el dinero, un producto independiente como valor propio. El maestro de escuela, el abogado, incluso el doctor con su programa de operaciones conforman sus funciones con un calendario casi tan riguroso como el de un maquinista de una locomotora.  

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… la existencia de una civilización de la máquina, completamente cronometrada, programada y regulada no garantiza necesariamente el máximo de eficiencia en ningún sentido. La medida de tiempo establece un punto útil de referencia, y es inestimable en la coordinación de diversos grupos y funciones que carecen de otro marco cualquiera de actividad. En la práctica de una vocación individual dicha regularidad puede ayudar muchísimo en la concentración y en la economía del esfuerzo. Pero el consentir que gobierne arbitrariamente las funciones humanas es reducir la existencia misma a una simple esclava del tiempo y a extender las sombras de la cárcel sobre una zona demasiado amplia de la conducta humana. La regularidad que produce apatía y atrofia —esa acedía que era ruina de la existencia monástica, como lo es asimismo del ejército—, es tan despilfarradora como la irregularidad que produce el desorden y la confusión. Utilizar lo accidental, lo impredecible, lo caprichoso, es tan necesario, hasta en términos de economía, como utilizar lo regular: las actividades que excluyen las operaciones del azar provocan la pérdida de algunas ventajas de la regularidad.  

En pocas palabras, el tiempo mecánico no es un absoluto. Y una población entrenada a atenerse a una rutina mecánica del tiempo, con cualquier sacrificio de la salud, conveniencia y felicidad orgánica, puede muy bien llegar a sufrir de la tensión de esta disciplina y hallar que la vida es imposible sin las más vigorosas compensaciones. El hecho de que el trato carnal en una ciudad moderna esté limitado para los trabajadores en todos los grados y sectores, a las horas ya fatigadas del día puede aprovechar a la eficiencia de la vida de trabajo sólo con un sacrificio demasiado gravoso en las relaciones personales y orgánicas. Los beneficios prometidos por la reducción de las horas de trabajo de ningún modo constituyen una oportunidad para dar al placer corporal el vigor que hasta ese momento se ha agotado al servicio de las máquinas.  

Junto a la regularidad mecánica, se observa el hecho de que una buena parte de los elementos mecánicos de hoy son intentos para contrarrestar los efectos del alargamiento del tiempo y las distancias n el espacio. La refrigeración de los huevos, por ejemplo, es un esfuerzo para espaciar su distribución de la manera más uniforme que la gallina es capaz de hacer. La pasteurización de la leche es un intento de contrarrestar el efecto del tiempo que transcurre en la cadena entre la vaca y el lejano consumidor. Las partes que acompañan al aparato mecánico nada hacen para mejorar el producto mismo: la refrigeración simplemente detiene el proceso de descomposición, mientras que la pasteurización en realidad le quita a la leche algo de su valor nutritivo. Donde es posible distribuir a la población más cerca de los centros rurales en donde se producen la leche, la mantequilla y las verduras, los complicados aparatos para contrarrestar el tiempo y las distancias puede hasta cierto punto disminuir.  

(…)  

Ha de observarse aquí otro efecto ulterior de nuestra más estrecha coordinación del tiempo y de nuestra comunicación instantánea: la ruptura del tiempo y la ruptura de la atención. Las dificultades de transporte y de comunicación antes de 1850 actuaban automáticamente como pantalla selectiva que no permitía que alcanzaran a una persona más estímulos que aquellos a los que ella podía responder: una cierta urgencia era necesaria antes de que uno recibiera una llamada lejana o se viera uno mismo obligado a emprender un viaje. Esta condición de lenta locomoción física mantenía el trato a escala humana, y perfectamente controlado. Hoy día esta pantalla ha desaparecido: lo lejano está tan próximo como lo cercano, lo efímero es tan importante como lo duradero. Mientras el «tempo» del día ha sido acelerado por la comunicación instantánea, se ha roto su ritmo: la radio, el teléfono, el clamor del periódico por llamar la atención y en medio de la multitud de estímulos a que se encuentra sometida la gente, se hace cada vez más difícil de absorber y poder con cualquier otra parte del ambiente, por no decir con el conjunto.

   

Lewis MUMFORD: Técnica y civilización (1934)Cap. 6, apartado 2. Madrid: Alianza Ed., 1994 (sexta reimpresión), pp. 289 y siguientes. 

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