«Totalitarismo» es el concepto que en filosofía política designa el gobierno de lo brutal. Un gobierno revolucionario, que intenta reescribir la historia del mundo sobre nuevas bases, que usa métodos expeditivos para lograr el triunfo de su ideología y que no reconoce a nadie ningún tipo de derecho, excepto el que él mismo crea. Mientras los gobiernos autoritarios son elitistas, tienen una limitación e el tiempo y son habitualmente de tipo militar, el totalitarismo significa un nuevo tipo de gobierno: se basa en aprovechar el impulso de masas histéricas y la desesperación social para intentar un cambio radical en la historia. No basta un líder fuerte (más o menos un carismático ‘salvador de la patria’) y un partido revolucionario para que se pueda hablar de un gobierno totalitario. Lo central en el totalitarismo es, junto a la manipulación de masas, el uso de medios tecnológicos para la transformación de la naturaleza jurídica del Estado y de la ley en una caricatura al servicio de intereses ideológicos. El Estado y la ley son tan sola herramientas para a cabo una utopía política mediante una política de aniquilación del enemigo, sin reparar en los medios, poniendo la ideología por encima de toda otra consideración — menospreciando la vida humana si es preciso — y movilizando toda la población y todo el aparato productivo para el logro de sus propósitos.
Dos modelos de gobierno (nazifascista y comunista se definen como totalitarios y han marcado a sangre y fuego la historia del siglo 20. Y, más allá, la sombra de comportamientos totalitarios se cierne sobre el siglo 21 en forma de guerra en Irak o de ‘cruzada’ neoconservadora en supuesta defensa de la civilización occidental. Sin embargo la naturaleza del fenómeno totalitario — y el hecho mismo de que sea pertinente usar el mismo concepto para regimenes tan distintos — no deja de ser un ámbito de debate apasionante,
Cuando se discute sobre la naturaleza del ‘totalitarismo’ es habitual que se establezca un debate entre los análisis ‘esencialistas’ (cuyo referente generalmente son los textos de Arendt o J.L. Talmond) y los más ‘descriptivistas’ o fenomenológicos, es decir, aquellos que entienden que el totalitarismo sólo es posible por la yuxtaposición de una serie de fenómenos complejos, y que no necesariamente un solo elemento (el terror, el partido único, el racismo, la primacía de la comunidad ‘originaria’, etc.), por brutal que sea, basta para definir un régimen como totalitario — aunque sí como autoritario o autocrático.
El análisis descriptivista o fenomenológico del fenómeno totalitario se debe a C. F. Friedrich y a Z. Brzezinski (que andando el tiempo fue uno de los principales asesores del presidente Carter), en TOTALITARIAN DICTATORSHIP AND AUTOCRACY y fue retomado en Francia por Raymond Aron.
Estos autores consideran el totalitarismo como un fenómeno de la modernidad e insisten en los rasgos comunes a la versión comunista y fascista del fenómeno cuya «característica preliminar» consiste en «ser una forma de autocracia basada en la tecnología moderna y en la legitimación de las masas», es decir, «una adaptación de la autocracia a la sociedad industrial del siglo 20».
El totalitarismo se presenta, así, como una combinación de seis características que pueden aplicarse prácticamente de la misma manera al nazismo, al comunismo, al fascismo italiano, al franquismo y muchos otros gobiernos (aunque a veces se considere que el franquismo español, el salazarismo portugués y las dictaduras sudamericanas de las décadas 1960-1980 son ‘autoritarismos’ [gobiernos militares cruentos pero de ideología mínima], más que totalitarismos).
Estas características son:
1.- Una ideología oficial que han de asumir todos los miembros de la sociedad, una ideología que se basa en apelaciones milenaristas y promete la realización plena de la humanidad, rechazando todo compromiso con el orden social vigente.
2.- Un partido único de masas cuyos miembros no sólo aceptan sin discusión las directrices ideológicas del partido, sino que se comprometen con convicción a promover la aceptación más amplia de la ideología. Este partido está a menudo dirigido por un líder que se coloca por encima de la organización.
3.- Un control casi monopolístico de los medios de comunicación e información de masas. El gobierno totalitario usa herramientas tecnológicamente avanzadas para lograr el control de la sociedad.
4.- Un control casi monopolístico de los instrumentos de coerción y de la violencia armada (policía, ejército, milicias diversas) para crear una atmósfera de terror y delación.
5.- Un terror difuso ejercido por la policía secreta a través de la coerción física y de la coerción psicológica, terror que se abate no sólo sobre los enemigos del régimen, sino arbitrariamente sobre clases enteras y grupos de la población.
6.- Una dirección centralizada (planificada) de la economía.
Si embargo ésta es una descripción muy esquemática (no tiene suficientemente en cuenta, el aspecto ritual ni la mentalidad religiosa que impregna el totalitarismo (aunque se presenten como ‘científicos’ en el caso del marxismo). Ese aspecto mágico ya fue analizado en su momento por Cassirer (tras su épico debate de Davos con Heidegger) y convendría no olvidarlo.
También cabría añadir la común creencia de todos los totalitarios en un orden mecánico y tecnológico y el común empeño en substituir la sociedad por el Estado). Y finalmente no se debería pasar por alto la tesis de Ernst Nolte para quien, de forma específica, el marxismo sería la matriz del totalitarismo (la «última fe de Europa») y el fascismo constituye básicamente una respuesta ‘contra Lenin y Wilson’, es decir contra el comunismo y contra la doctrina Wilson de independencia de las viejas nacionalidades europeas. Pero no cabe duda de que la aportación de C. F. Friedrich y Z. Brzezinski es, de lejos, la más influyente en la historiografía y ha sido muy útil como ‘grado cero’ en el debate sobre el tema.
Por su parte Arendt centró su análisis más «esencialista» en la afirmación que una sociedad totalitaria es singularmente una sociedad basada en el uso indiscriminado del terror; un terror que ni tan solo desaparece cuando se ha liquidado a la oposición, porque forma parte de la esencia misma del régimen; porque de lo que trata es de cegar la fuente de posibilidad de la libertad desde el mismo momento de su nacimiento. Cuando se lee a Arendt conviene, por lo demás, recordar que la experiencia del totalitarismo está vinculada a la modernidad y la experiencia que lo funda está indisolublemente unida al imperialismo y al antisemitismo que le precedieron.
Arendt en el último capítulo de ORÍGENES DEL TOTALITARISMO trató de describir una especie de ‘esencia’ del totalitarismo, retomando una distinción que ya se encuentra en Montesquieu entre naturaleza y principios del gobierno.
1.- La naturaleza del gobierno totalitario la ideología (la superioridad de la visión ideológica sobre la descripción objetiva, el antiutilitarismo, el gobierno basado en principios sin importar las consecuencias). La ideología es, como su nombre indica, la ‘lógica’ de una idea, llevada a su extremo, en un movimiento imparable, sin que importen las consecuencias. La ideología sin ‘lógica’ sirve para evitar el pensamiento.
2.- El principio de gobierno es el terror. Pero no es un terror arbitrario (se le ha criticado que el estalinismo sí lo fue), sino que pretende ser una forma de superar la escisión entre legalidad y legitimidad. Mediante el terror se trata de fundar una nueva legalidad.
Esa centralidad del terror sólo es posible porque en las sociedades modernas el concepto de ley ha cambiado de sentido. Para los movimientos totalitarios (y eso era un ‘descubrimiento’ de los socialdemócratas, especialmente de Bernstein), el movimiento no acaba nunca. No hay un final en los procesos políticos. En consecuencia la ley deja de ser un instrumento de estabilización de las sociedades. Todo es sólo un momento de su evolución posterior. Y la violencia deja de ser lo excluido para convertirse en un instrumento de aceleración del cambio.
Mediante la ideología y el terror se logra que los individuos se aíslen; la experiencia del totalitarismo es la de la «desolación», una situación que va mucho más allá del aislamiento y de la soledad. El aislamiento destruye las posibilidades de ejercicio de la acción política y la soledad es la condición misma del ejercicio del pensamiento. Pero la desolación es otra cosa. Es una experiencia extrema, en el sentido que concierne a la totalidad de la experiencia (no sólo a la acción política o al pensamiento). «Desolación» es lo que experimentan las masas privadas a la vez de raíces, privadas de mundo y superfluas. «Lo que llamamos aislamiento en la esfera política — escribe Arendt — se denomina desolación en la esfera de las relaciones humanas». Y es básico comprender que en la medida en que la desolación es una característica de la modernidad, el fenómeno totalitario va mucho más allá del nacionalsocialismo o del comunismo. Su germen se encuentra en todas las sociedades modernas, como una posibilidad de la que nunca podremos librarnos.
Dos frases de Arendt pueden servir como resumen de su tesis:
«La dominación totalitaria (…) se funda en la desolación, la experiencia de absoluta no-pertenencia al mundo, que es una de las experiencias más radicales y más desesperadas del hombre».
«La desolación está ligada al desarraigo y a la superficialidad con la que son golpeadas las masas desde el principio de la revolución industrial y que han llegado a ser críticas con el ascenso del imperialismo (…) y con la debacle de de las instituciones políticas y de las tradiciones sociales de nuestra época».
En un nivel más descriptivo, para Arendt hay cuatro condiciones históricas objetivas para llegar a hacer posible la existencia de un Estado totalitario:
1.- Derrumbe las clases y de la comunidad durante y después de la guerra, debido a la industrialización acelerada y a la expansión de las doctrinas individualistas radicales.
2.- Una masa emancipada pero sin experiencia política, que se convierte en presa fácil para los líderes demagógicos.
3.- La construcción de una «solidaridad negativa», muchas veces vehiculada por intelectuales fracasados, cuyo motor es el resentimiento.
4.- La existencia de una gran población, que hace posible la creación de grandes bolsas de individuos susceptibles de ser usados políticamente y de crear ‘chivos expiatorios’ a gran escala.
Se ha criticado a Arendt (lo sostuvo, por ejemplo, Berlin) que su análisis básicamente se centra en la Alemania nazi y no explica el comunismo. También se le ha discutido que el totalitarismo sea una experiencia propia y exclusiva de la modernidad y muchos críticos liberales lo han visto, simplemente, como la continuidad en formas modernas de ideologías muy anteriores. De ahí que otro referente del substancialismo sea J. L. Talmond en THE ORIGINS OF TOTALITARIAN DEMOCRACY (1960). Para dicho autor (y para Popper en gran medida), lo esencial en el totalitarismo es la amalgama de los seis factores siguientes:
1.- Una visión utópica, una supuesta ‘verdad’ política, situada más allá de opiniones, partidos o elecciones, cuyo origen Popper sitúa en Platón, pero que también se encontraría en la ‘voluntad general’ de Rousseau o en la sociedad comunista.
2.- La desconfianza ante la naturaleza humana, puesto que los hombres son directamente irracionales (no saben lo que ‘realmente’ les conviene) o simplemente débiles, egoístas, malvadas y antisociales. El Rey Pastor medieval y el Estado moderno serían así los encargados de conducir al pueblo por la senda correcta. La función de la élite (el partido) sería, precisamente, la de corregir esa naturaleza.
3.- La afirmación de la primacía de las ‘necesidades verdaderas’, según la cual la masa ignora realmente lo que le conviene. Los humanos no son capaces de ver a largo plazo, ni entienden cuales son sus ‘auténticos’ intereses. De ahí que los líderes y el Partido deben actuar como vanguardia para identificar las auténticas necesidades del pueblo.
4.- El sacrificio de la libertad, consecuencia obvia de las características anteriores. El Estado totalitario tiende a ofrecer ‘seguridad’ (aunque mejor sería decir ‘orden público’) y, a cambio, restringe la libertad que le parece algo puramente ficticio o un formalismo.
5.- La hipertrofia de la política, de manera que cualquier aspecto de la vida tiene que ser politizado: todo depende de la esfera pública y se justifica por el interés público: no existe así la vida privada, ni la intimidad.
6.- La supremacía del Estado que controla todos los aspectos de la vida y cuya supervivencia (a costa de lo que sea) es el principal objetivo político del partido totalitario.
En resumen, según la teoría esencialista, en la lectura de Talmond, el totalitarismo se halla ya implícitamente en las filosofías políticas de algunos clásicos (Platón y Hegel, en el caso de Popper) y no es sólo una reacción al fracaso o al desarrollo espectral de la modernidad. Vendría a ser una especie de «metaideología» o una especie de hijo bastardo de algunas filosofías y se basaría en la fácil instrumentalización de elementos como el miedo y la desconfianza, que están presentes en todos los humanos.
No entraremos, de momento, en una valoración de las diversas tesis. Ni siquiera es seguro que sea posible describir el totalitarismo como una unidad conceptual, en la medida en que el énfasis totalitario en la acción como creadora de de derecho incluye un profundo desprecio por la teoría (e incluso — y especialmente, como sabe cualquier lector de Heidegger, Schmitt o Jünger — por la teoría de los propios defensores del totalitarismo). Aunque es posible negar que exista realmente algo así como una ‘teoría’ totalitaria, pensar el totalitarismo es, tal vez, la única manera de impedir que se reproduzca.
FUENTE:
Simona FORTI: «El totalitarismo: trayectoria de una idea límite», Barcelona: Herder, 2008, p. 86-87.
Barbara GOODWIN: «El uso de las ideas políticas», Barcelona: Península, 1997, p. 207-229.