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«PARA ESTIMAR EL MUNDO EN NADA», UNA MEDITACIÓN DE THOMAS MORE

Una meditación espiritual escrita por Sir Tomas Moro, Caballero, mientras estaba prisionero en la Torre de Londres.


«Dadme vuestra gracia, Señor mío,

para estimar el mundo en nada.

Para tener mi mente bien unida a vos;

y no depender de los rebufos de los demás.

Para estar contento en mi soledad;

para no anhelar la compañía mundana;

para que poco me desprenda por entero

del mundo;

y libre a mi mente de todas ideas y venidas.

Para que no ansíe oír de cosas terrenas, y lo contrario, oír esas fantasías se me haga desagradable.

Para que piense en Dios con alegría, e implore tiernamente su ayuda.

Para que me apoye en la fortaleza de Dios y me esfuerce con afán en amarle.

Para que conozca mi propia miseria y vileza;

para que me humille bajo la mano poderosa

de Dios.

Para que deplore los pecados de mi vida;

Y para purificarlos, sufra la adversidad

con paciencia.

Para llevar gozoso mi purgatorio en la tierra;

para alegrarme en las tribulaciones.

Para andar la angosta senda que lleva a la vida,

para llevar la cruz con Cristo;

para tener presentes los novísimos,

para tener siempre delante de mis ojos mi muerte,

siempre más cercana.

Para no hacer de la muerte una extraña figura,

para barruntar y pensar sobre el fuego eterno

del infierno.

Para pedir perdón antes de que venga el Juez,

para tener siempre presente la pasión

que Cristo sufrió por mí.

Para darle gracias sin cesar por sus beneficios;

para redimir el tiempo que he perdido;

para abstenerme de vanas conversaciones;

para huir de toda alegría frívola y tonta;

para cortar toda recreación innecesaria,

para ganar a Cristo, que estime en nada de nada

la pérdida de fortuna, amigos, libertad, vida

y todo.

Para que tenga a mis peores enemigos

por mis mejores amigos; pues los hermanos

de José

nunca podrían haberle hecho tanto bien

con su amor y

favor como le hicieron con su odio y maldad.

Disposiciones como estas, deberían ser más

deseadas

por los hombres que todos los tesoros de todos los

príncipes y reyes, cristianos y paganos,

si pudieran ser

reunidos todos juntos en un montón.»


© Paloma Castillo, por la traducción.

© Ed. San Pablo (Madrid), por la edición.

Reproducción exclusiva para uso escolar.



COMENTARIO:


Juan Pablo II hizo una importante aportación a los estudios sobre Thomas More cuando en vez de presentarlo como «mártir de la fe» lo celebró de una manera mucho más adecuada a la modernidad, como «mártir de la conciencia», es decir, como el sabio que prefirió la muerte antes que aceptar que el poder público penetre en el ámbito de lo más íntimo.

Pero hay otra característica también significativa en esta primacía de la conciencia moral sobre la ley política: según la teoría del idealismo político cualquier poder o cualquier gobierno, entendido el concepto en su sentido de ‘técnica para la gobernación’, es decir, falto de una cierta ‘alma’, sólo es capaz de producir (o gestionar) la miseria cotidiana. Por eso se necesita una política diferente, que alcance más allá de la gestión. El político moral debe ser consciente de que tan humanos son quienes vendrán y merecen una vida mejor como quienes viven hoy sin horizontes. La gestión ha de complementarse con una visión de futuro, con un «proyecto», de tipo visionario, más o menos utópico. Por ello cualquier utopía se propone situar el futuro (deseable) por encima del presente (insuficiente, cuando no miserable).

En este texto ascético de More, que tomamos de la estupenda antología de Paloma Castillo: EL CAMINO ESPIRITUAL DE TOMÁS MORO [Madrid: Ed. San Pablo, 2009], podemos encontrar a la vez un aliento religioso (al fin y al cabo todo utópico espera en un tiempo que no es el estrictamente humano) y una meditación sobre la insuficiencia del mundo, del que More quiere ‘desprenderse’ y que el utópico quiere transformar radicalmente, pues es ‘purgatorio en la tierra’. Al cabo todos sabemos que el mundo real, brutal, duro y disperso, nunca será utópico: de ahí que la utopía sea una expresión de fe, es decir, que ‘estime este mundo en nada’. La utopía tiene muy poco sentido sin una concepción transcendente de la vida y sin el aliento del creyente que aspira a la realización terrenal del reino de los cielos, por mucho que sea consciente de su imposibilidad práctica. Pero, como explicaron los hermanos Jünger, hay otro elemento central en la utopía: el papel de Estado, que la convierte en forma de moralidad obligatoria y totalitaria. [R.A.]