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GUIA BREVE DE GIANNI VATTIMO


Gianni Vattimo (Turín, 1936) es uno de los referentes centrales de la posmodernidad o – en su propio vocabulario – del «pensiero debole». Formado intelectualmente hacia los años de 1950 en las juventudes de la democracia cristiana, que es tanto como decir en la herencia del personalismo y de las terceras vía, se aleja de la religión durante los años sesenta para militar en la izquierda (incluso junto a los maoistas), pero siempre más cerca de Nietzsche que de Marx. Influido básicamente por Heidegger y más en concreto por Löwith y Gadamer (en cuyos seminarios participó), su concepción del pensamiento débil (‘débil’ en cuanto que falto de fundamentación metafísica, no de convicción moral) y su reivindicación materialista del cuerpo (él mismo se presenta como homosexual y católico), ciñe el ámbito de su obra a unos pocos temas centrales, con un fuerte contenido sociológico (descriptivo) que conduce a propuestas morales (valorativas).

CONCEPTOS BÁSICOS

Para comprender la obra de Vattimo hay que acudir a tres temas centrales que circulan a lo largo de su obra: (1) ‘pensamiento débil’, (2) ‘nihilismo’ y (3) ‘cristianismo como hermenéutica’.

(1) El pensamiento débil, da cuenta de ‘la experiencia de la fragmentación’ (la imposibilidad de pensar la historia como relato unitario) en tanto que situación producida por el hundimiento de la modernidad.

(2) El nihilismo, es decir, la falta de guía axiológica para comprender un proyecto histórico y actual, nos conduce a ‘la ontología del presente’ (único espacio en que se desarrolla –y tal vez también se agota– lo real).

(3) Y finalmente la experiencia del pluralismo moral y de la crítica ilustrada le ha conducido a algo que, por resumir en exceso, podría describirse como recuperación hermenéutica del cristianismo; el escepticismo de las Luces debería extenderse según Vattimo a la propia Ilustración o lo que es lo mismo debe emprenderse la ‘desacralización de la desacralización’ (es decir la crítica debe extenderse también a la pretensión ilustrada de poder impugnar o superar la religión).

Vattimo, como otros pensadores ‘tocados’ por Nietzsche, por Heidegger y por Benjamin está convencido que la experiencia de la Ilustración ha dado ya de sí todo lo que podía dar. Las Luces han sido, para él, el último intento de proponer convicciones fuertes pero en profundadidad no lograron ir más allá de la substitución –en la forma, que no en el fondo–de lo Sagrado por la Cultura –y el sacerdote por el Intelectual (tema que por cierto se encuentra en Simmel y en Ortega antes de la guerra mundial).

Si se define como cristiano (especialmente a partir de la segunda mitad de la década de 1990), lo es, estrictamente, en la medida en que el nihilismo posmoderno le permite comprender el cristianismo no ya como una religión de salvación (es decir no como una verdad última capaz de responder a todas las cuestiones) sino como un esfuerzo de interpretación del mundo desde la profunda miseria de lo humano. En la medida en que la posmodernidad ha mostrado el camino hacia la disolución de las pretensiones de objetividad de cualquier discurso, el cristianismo (con la condición de evitar el restauracionismo fundamentalista), adquiere un sentido que ya no es reaccionario sino también ‘débil’, más acorde al mensaje evangélico.

MODERNIDAD Y POSMODERNIDAD

Convendría situar claramente estos dos conceptos – modernidad y posmodernidad – para evitar errores conceptuales. La modernidad (‘el proyecto moderno’) consiste en la afirmación de la racionalidad del proceso histórico y como tal proviene de la Ilustración. Posmodernidad, en cambio, significa comprenderse uno mismo y el mundo a partir de las consecuencias de la Luces. Ello implica asumir la experiencia de la contingencia del discurso, después de la cual ya no es posible explicar la historia de una manera unitaria: es una experiencia de fin de la historia y de nihilismo.

En su artículo « Posmoderno: ¿una sociedad transparente? », incluido en LA SOCIEDAD TRANSPARENTE (Bcn: Paidos, 1990) Vattimo escribe: «hablamos de posmoderno porque consideramos que, en alguno de sus aspectos esenciales, la modernidad ha concluido». La modernidad concluye cuando deja de ser posible hablar de la historia como algo unitario» (p.75).

Durante la modernidad la tarea del hombre había sido la de asumir la historia de la humanidad. La modernidad quiere decir secularizar o realizar en su concepto mundano un planteamiento de origen teológico: el de la redención -de origen cristiano. De Agustín a Burkhardt la idea cristiana de ‘redención’ se fue convirtiendo en la de ‘progreso’ (el progreso redime) pero hoy está en crisis, porque lo ‘progresivo’ se considera sólo sinónimo de ‘desarrollo’. Esta ‘secularización de la idea de progreso’ implica un consumo de la idea de futuro. Cuando se hunde la idea de un ‘telos’ en la historia, deja de tener sentido también la idea de progreso. [Conferencia en Barcelona, Palau de la Virreina; 19 octubre 1987]

La modernidad ha dado origen a la posmodernidad en la medida en que ha dado lugar a una pluralidad de discursos, que hace imposible dar una explicación unitaria de lo que acontece. Ya no hay fundamentacion ontológica posible de la verdad: la misma idea heideggeriana del ser como ‘acontecer’ argumenta en tal sentido y sería ahí donde convergen la intuiciones de Nietzsche y Heidegger, ambos convencidos de que el nihilismo llega su fase de plena realización. En palabras de Vattimo: ‘en esta acentuación del carácter superfluo de los valores últimos, está la raíz del nihilismo consumado’.

‘Contemporáneo’ o ‘posmoderno’ es el que piensa el mundo como simultáneo, no como sucesivo. El historicismo fue la última forma de racionalidad fuerte, en que la sucesión de las cosas se veía como progreso. Pero hoy esa forma de la racionalidad (la de Hegel en ‘La razón en la historia’) ya no es operante. Ya no hay una racionalidad que se despliega progresivamente (demostrarlo ha sido el gran logro de Freud). El yo es el de ‘la contingencia del Self’. Lo que se descubre en el análisis es la absoluta contingencia del ser. [Conferencia en Barcelona, Palau de la Virreina; 19 octubre 1987].

PENSAMIENTO DÉBIL

Numerosos síntomas sociales indican que el modelo de razón auspiciado por Occidente resulta estructuralmente incapaz de explicarnos la complejidad del presente. La emergencia (poscolonial) de modelos de razón no occidental con los que hay que aprender a convivir y la crisis del comunismo muestran, también, la imposibilidad de concebir una sociedad racionalizada al máximo y construida desde la matriz del pensamiento occidental (metafísico). Incluso la palabra ‘crítica’ ya no significa exactamente nada; mantenerse en el ámbito de la ‘crítica’ significa continuar siendo moderno –y por lo tanto ciego a otro tipo de conocimiento (corporal, emotivo...).

De ahí la necesidad de un ‘pensamiento débil’ que no debe traducirse por una debilidad de convicciones, sino por la conciencia de que ya no hay ningún relato metafísico que sea capaz de sustentar nuestro presente. La fundamentación del presente –nihilista en sentido nietzscheano– y la posibilidad de un futuro habitable exige renunciar a una fundamentación ontológica -por ello mismo normativa o ‘última’– de la verdad. Una época ‘postmetafísica’ (sin concepto unitario de ser) lleva consigo un pluralismo moral y epistemológico. Estamos, pues, en las antípodas de la concepción hegeliana de la filosofía que busca la unión entre razón y realidad. En el fondo lo único que nos queda es la interpretación (no la fundamentación) de lo que nos acontece.

EL PENSAMIENTO DÉBIL fue el título de una antología de textos editada por Vattimo y por Pier Aldo Rovatti en 1983 (trad. esp. 1989) que pretendía ofrecer una genealogía de la tradición que se muestra escéptica ante el progreso y, a la vez, consciente de la victoria del nihilismo. Es el pensamiento «de un ser que se oculta» (prefigurado por Heidegger, Kafka, Wittgenstein o Simone Weil) consciente de que «las historias se multiplican» para convertirse en narraciones y que sólo nos queda el mundo de lo fragmentario y de lo provisional (p. 69).

Pier Aldo Rovatti termina su texto en la citada antología con un párrafo muchas veces reproducido: «... hay algo de transitorio y de intermedio en la expresión ‘pensamiento débil’. Provisionalmente, encuentra un lugar entre la razón fuerte del que dice la verdad y la impotencia refleja del que contempla la propia nada. Desde esta zona intermedia puede hacer las funciones de un indicador». (p.75)

La debilidad es, pues, un síntoma y un lugar desde el que observar el mundo, pero es también una reacción contra discursos que pretendían saberlo todo sobre el sentido de la historia (ilustrados, marxistas...). Alessandro Dal Lago en la misma antología apunta que la debilidad «describe... la esencia de la situación humana en el mundo de la técnica» (p.167). Sólo desde ésta condición puede hablarse sin que cada palabra se degrade en sentencia. En última instancia, ‘debilidad’ sería, si lee en positivo, un sinónimo de ‘responsabilidad’ en la era del nihilismo.

NIHILISMO

‘Debilidad’ puede ser también otro nombre del nihilismo, a condición de no entender el nihilismo como un fracaso, sino como la condición del pensar. El nihilismo clásico ha propugnado dos cosas (1) negar el presente (en nombre de una más o menos incierta historia del ser) y (2) buscar lo singular, lo original. Puestas así las cosas, el pensamiento débil postula que todo presente es momento de crisis y que lo singular es, también, una fábula. En palabras de Vattimo: ‘en esta acentuación del carácter superfluo de los valores últimos, está la raíz del nihilismo consumado’. (véase «Apología del nihilismo» en EL FIN DE LA MODERNIDAD, Bcn, Gedisa, 1986, p. 27, -edición original italiana 1985)

En vez de lanzar un lamento moralista, el pensamiento débil considera el nihilismo como una oportunidad: en la proliferación de los relatos se hace posible la pequeña dosis de libertad que nos permite sentirnos humanos, es decir, diversos. Olvidar el ser es también un presupuesto de la libertad como espacio del acontecer. ‘La enfermedad histórica’ que consiste en considerar el nihilismo como decadencia nos impide verlo también como condición de posibilidad.

CREER QUE SE CREE

El pensamiento débil reacciona contra el simplismo moral de las teorías (más o menos platónicas o platonizantes) aparentemente ingenuas pero profundamente totalitarias, que intentan fundar la política sobre la verdad. En las sociedades abiertas la verdad se construye, se interpreta o se pacta e, incluso a un nivel más cercano, todo el mundo sabe que la misma palabra ‘verdad’ no tiene igual significado en matemáticas que en la vida cotidiana. Imponer una concepción matematizada de la verdad a la vida cotidiana (como intentó Platón al suponer que el filósofo-rey debía gobernar de acuerdo al modelo matemático), simplemente resulta incompatible con la sociedad abierta y con la misma humanidad de la vida.

El pensamiento débil no impugna ni pretende abolir la Ilustración (en tanto que último intento de pensamiento ‘fuerte’, anclado en la idea de progreso); pero obliga a pensar las Luces contra ellas mismas, es decir, a pensar contra la ingenuidad de nuestra creencia en el progreso o en la razón, concebida como un proceso lineal. En la obra de Vattimo resulta esencial comprender que el nihilismo no es lo contrario de la cultura sino su condición de posibilidad: sólo cuando se prescinde de la necesidad de lo absoluto resulta posible realizar la propuesta kantiana de ‘atreverse a pensar’ sin certezas previas –es decir sin hacer trampa.

A partir de los años de 1990, Vattimo ‘regresó’ al cristianismo de su juventud y tal vez deja de interesar a muchos de sus lectores nietzscheanos. Sin embargo no sería justo olvidar ‘por qué’ lo hace: en el contexto de la crisis de la razón producido por el hundimiento del Muro de Berlín, por el final del comunismo en Rusia, por el 11 S en Nueva York y por la crisis ecológica, Vattimo cree encontrar en la sencillez del gesto cristiano original (no necesariamente en la Iglesia) una ‘debilidad’ –la de la piedad popular algo ingenua, la del amor sin ofrecido sin contrapartida– un instrumento de resistencia al nihilismo.

Y es en este punto cuando re/aparece el cristianismo que, para Vattimo, consiste en una religión hermenéutica y no en una religión sacrificial. Jesús no viene al mundo para ser sacrificado (a diferencia de los otros dioses de la tradición) sino para hacer posible la reinterpretación de la Ley y del sacrificio. Así, pues, en la tradición del pensamiento débil, resulta posible ser cristiano si deja de entenderse como una religión dogmática para ser una comprensión humana de la esperanza. O si se prefiere: del sentido del ser en cuanto solidaridad, caridad e ironía.

En una humanidad que ha entendido el sentido hermenéutico de la verdad (el hecho fundador de la sociedad como creadora de interpretaciones) ya no resulta posible creer en tanto que acto de afirmación dura de unas convicciones puramente subjetivas. Lo cristiano no es creer en las ideas sino en la persona. Lo único posible será ‘creer que se cree’ (título de uno de sus libros), es decir, hacer de la interpretación un criterio de apertura a la comprensión de cuanto nos supera.

La nueva posibilidad para comprender el mensaje cristiano nace, precisamente, de la comprensión (nihilista) del fracaso constatado de los grandes relatos a la hora de explicar la historia. O en sus propias palabras: «... el nihilismo posmoderno (la disolución de las metanarraciones) es la verdad del cristianismo» (« La Edad de la interpretación», p. 76 ed. esp.) Y lo es porque abre el camino a la interpretación como criterio. Vattimo propugna así la ‘desacralización de la desacralización’: agotado el concepto de la verdad absoluta y terminado trágicamente en el Gulag cualquier intento de explicar el sentido de la historia (situación en que de ‘de facto’ se encuentra hoy la vida humana), ni el cristianismo ni la ilustración pueden presentarse ya más que como relatos y no como verdades absolutas. E incluso el relato cristiano podría pretender un poco de superioridad moral ante algunos relatos de unas Luces cientificistas, en la medida en que, por lo menos, ofrece caridad y esperanza a un mudo sórdido y brutal. «La única verdad de la Escritura – dice Vattimo en « La Edad de la interpretación », recogido en EL FUTURO DE LA RELIGIÓN – ... es la verdad del amor, de la ‘caritas’» (p.75 ed. esp.).

En la medida en que se pueda considerar que Vattimo ha recuperado su primer cristianismo, convendría matizar que ese cristianismo que realiza la experiencia de la posmodernidad dejaría de ser un dogma (lo dogmático del cristianismo nace según él cuando en 1870 Pio IX excomulga al liberlismo). Será tal vez una apuesta, por usar el término pascaliano, o más exactamente una ‘hermenéutica’; un intento de interpretación del mundo desde la solidaridad, la carida y la ironía. Como recordaba en el Aula Magna de la Universidad de Barcelona en mayo de 2001, la Biblia no es un libro de teología, sino la expresión de la presencia de Dios a través de la caridad.

Vivir sin la seguridad que nos permitía la creencia en un dios mágico y en una ciencia que se presentaba como revelación de la verdad, resulta incómodo a la vez que inevitable. De ahí nace la actitud del pensamiento débil. En un mundo dónde nos hemos quedado sin idea de progreso y sin confianza en la idea de ‘Razón en la historia’ –por usar el título de un libro de Hegel– la pregunta es: ¿cómo se recupera el fundamento? Si la secularización de la idea de progreso no ha funcionado, eso no significa que se pueda dar vuelta atrás y prescindir de las Luces, sino permitirnos también sospechar de ellas. La salida de Vattimo ha consistido en recuperar la condición de ‘pobreza’ de lo humano. La concepción heideggeriana del hombre como ‘ser para la muerte’ se reencuentra ahora con los conceptos cristianos de ‘piedad’ y de ‘caridad’.

¿Confesión de impotencia? ¿Necesidad de ‘creer que se cree’ para soportar un mundo nihilista? En todo caso, también necesidad de recuperar el hombre concreto (no el ‘humanismo’ abstracto) en un mundo de ‘cosas’ sin personas.