¿QUÉ SIGNIFICABA SER EMPERADOR EN ROMA?

 

 

 

 

Qué era un emperador en Roma? Paul Veyne escribió un largo artículo con ese título, poniendo de relieve la profunda diferencia entre el concepto y las funciones de un emperador romano y un rey o un emperador medieval o moderno. El concepto romano de emperador se acerca mucho más al que después desarrolló el califato en el imperio turco que al modelo cristiano europeo. Marco Aurelio como filósofo-rey es un personaje extraño cuya significación filosófica no puede separarse de su papel en la política, ni los usos y costumbres imperiales.

Un emperador romano es una figura que debe situarse en un contexto muy distinto al de figuras medievales, como Carlomagno, o renacentistas, como Carlos V. Siguiendo a Veyne (a quien pertenecen casi todas las ideas de este texto, sea dicho por adelantado), un rey en el Antiguo Régimen era el propietario y el continuador de una herencia familiar. En cambio, un emperador romano se entiende desde otra estructura de poder. El emperador romano era un mandatario de la colectividad, un personaje significativo e importante, pero cuya legitimidad no era intrínseca, ni le pertenecía por un (supuesto) derecho divino. Su poder no provenía de sí mismo (y ni siquiera de su familia), sino de la colectividad que le había otorgado el cargo, casi a modo de en/cargo. La colectividad delega en el emperador y su legitimidad deriva de quienes le sostienen en el gobierno. En sociedades con muy poca burocracia es la lealtad familiar y el intercambio de favores lo que permite a un emperador sostenerse en el gobierno.

En la medida que un emperador no es un rey, usar un lenguaje servil hacia él está fuera de lugar. Los romanos no se sentían esclavos de un amo – y detestaban la palabra “rey”. De hecho, los Césares en sus discursos y decretos afirman habitualmente servir a la “república”, y lo dicen con toda seriedad. Por eso, no necesariamente los hijos suceden a los padres como emperadores, aunque esa sea la norma más aceptada. Una de las funciones de un emperador, ya en los primeros años de su gobierno, era la de buscar un heredero y hacerlo aceptable para el Senado y, cada vez más, para el ejército. Adoptar a joven prometedor y de buena familia y asociarlo al gobierno como sucesor era lo habitual. Con eso se ahorraba además a Roma una guerra civil, estableciéndose normas consensuadas de transmisión del poder. La continuidad de una dinastía era una promesa de paz. Pero la sucesión dinástica no se producía en la familia sino en el clan. En definitiva, un emperador romano surge por una concepción aristocrática y clientelar del poder. Es el clan, tanto o más que el emperador, quien en realidad gobierna. La historia política y la historia familiar se entremezclan en Roma, con querellas y rivalidades familiares que se implican con guerras y conflictos más estrictamente políticos. Matar a familiares próximos era algo considerado lícito si con ello se garantizaba la seguridad del trono. Veyne explica que sobre doce princesas conocidas en la dinastía julio Claudia solo una escapó a la muerte o al exilio.

Un emperador romano no lo era por derecho divino, aunque a veces se divinizara póstumamente a los emperadores. Era el consenso entre el ejército y el senado lo que proclamaba un emperador. El ejército además sabía ser brutal y las masacres de bárbaros que se grabaron en la columna de Marco Aurelio en Roma no eran ninguna broma. Los soldados, salidos del campesinado pobre tenían un peso importante a la hora de las decisiones políticas. La contradicción es obvia: el emperador disponía de un poder que era, a la vez, ilimitado pero dependiente de quienes le habían situado en su posición. Podía decidir sobre cualquier cosa, incluida la justicia (en este sentido era “autócrata”) y la vez debía estar muy pendiente de complots senatoriales y militares y apaciguarlos cuando no podía desbaratar sus planes – cosa que se lograba siempre mediante la violencia extrema. De ahí el comportamiento neurótico, dubitativo entre la simple humanidad, la tiranía y la excentricidad de tantos emperadores romanos.

En la concepción romana del Estado, la colectividad se da un líder y una vez nombrado se le obedece, de ahí el papel decreciente del Senado romano. Pero, a la vez, el emperador sabe de quién depende y a quién debe favorecer para mantener el estado con cierta estabilidad, Julio Capitolino en su Historia Augusta (22, 3-6) nos dice que Marco Aurelio: “Siempre, antes de hacer cualquier cosa, consultaba con los nobles, no solo en los asuntos de la guerra, sino también en los civiles. Al final, su dictamen preferido era siempre de este modo: ‘es más justo que yo siga el consejo de tantos y tales amigos que el que tantos y tales amigos tengan que seguir mi voluntad, que es la de uno solo’. Sin duda recibía críticas, porque parecía duro a causa de su formación filosófica en los trabajos de la guerra y el conjunto de la vida; pero respondía a los que hablaban mal de él por discursos o cartas” Que el príncipe tenga derecho de vida y muerte sobre sus súbditos es una precaución imprescindible para evitar la guerra civil. Pero, a la vez, evitarla exige privilegiar a los miembros del propio clan. Como escribió Vayne, el cesarismo es “un absolutismo, pero fundado sobre una delegación de la autoridad” y ese carácter doble no debiera ser olvidado. Desconfiar de la clase dirigente obliga también al César a mantenerla tranquila, asegurando la porción de beneficios de los senadores, sin amenazar directamente los intereses de los, próceres, es decir de los notables locales o provinciales en general – y de las familias patricias en particular. El “buen uso” de la corrupción, tolerada, cuando no promocionada, por el Cesar, aseguraba lealtades, exactamente como sucede hoy.  Las alegrías (gaudia) de la existencia garantizadas para la plebs en el circo y con repartos de dinero en caso de necesidad eran también una herramienta de eficacia garantizada para conseguir que el emperador pudiese gobernar sin excesiva oposición. Y en caso de necesidad para eso estaba la manipulación de la piedad popular que atribuía al emperador características divinas (aunque no exactamente las de un dios, ni siquiera a título póstumo). Que el emperador fuese divino solo quería decir que era extraordinariamente poderosos. Para eso era “pontífice máximo”. No más, pero tampoco menos. Que a Marco Aurelio se le atribuyese haber hecho llover cuando sus soldados tenían sed no indica su sacralidad, sino su poder.  Con todo eso queda claro que pese a los esfuerzos de Marco Aurelio para no aparecer “cesarizado” en la Meditaciones, el gobernante realista y el filósofo moral no siempre coincidieron. Tal vez esa sea una inevitable servidumbre de la política, aún hoy.

 

Paul VEYNE: Qu’était-ce qu’un empereur romain? L’EMPIRE GRECO-ROMAIN, París; Seuil, 2005,  pp. 13-91.

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay