HEIDEGGER 
                (1889 –1976) explicado por M. J. INWOOD
              Enciclopedia 
                Oxford de Filosofía
               
              Filósofo 
                alemán usualmente considerado como el fundador del existencialismo. 
                A lo largo de una serie de lúcidos y sólidos escritos, 
                si bien no sobresalientes, fue planteando los cimientos de su 
                gran obra SER Y TIEMPO (1927) y anticipando así varios 
                de los temas de ese notoriamente oscuro libro de madurez. En el 
                primer artículo que publicó “El problema de 
                la realidad en la filosofía moderna” (1912), argumenta 
                en contra de diversas versiones del idealismo, incluyendo el idealismo 
                crítico de Kant, y a favor del realismo crítico. 
                El énfasis en la epistemología, que venía 
                siendo característico desde Descartes, es blanco de sus 
                críticas. Sus “Nuevas investigaciones sobre Lógica” 
                (1912) enjuician la investigación entonces reciente en 
                Lógica, incluyendo la de Frege, Russell y Whitehead, desde 
                el punto de vista de la crítica husserliana al psicologismo. 
                (De acuerdo con su doctrina de la verdad como “desocultamiento”, 
                el Heidegger maduro mostró escasa simpatía por la 
                tradicional “lógica de la aserción”; 
                y, al igual que el último Wittgenstein, se mostraría 
                más inclinado a fundamentar la aritmética en las 
                actividades cotidianas de contar y medir que en los principios 
                de la lógica). En su disertación doctoral LA DOCTRINA 
                DEL JUICIO EN EL PSICOLOGISMO (1914) se opuso a la reducción 
                de la lógica a procesos psicológicos. Su tesis de 
                habilitación LA DOCTRINA DE LAS CATEGORÍAS Y DEL 
                SIGNIFICADO DE DUNS SCOTO (1916) muestra un respeto por la metafísica, 
                la historia, y la subjetividad que es un rasgo típico de 
                su obra posterior; en dicha tesis examina un tratado, la GRAMATICA 
                SPECULATIVA, que con posterioridad ha sido atribuida por la erudición 
                a Tomás de Erfurt, no obstante lo cual la opinión 
                general considera al pensamiento de Heidegger como afín 
                al de Duns Scoto, e incluso como un “escotismo secularizado”. 
                Su conferencia de habilitación “El concepto de tiempo 
                en la ciencia histórica” (1916) defiende la opinión 
                de que el tiempo que consideran los historiadores difiere del 
                tiempo cuantitativo de la física; no es uniforme, sino 
                articulado en periodos cualitativamente distintos, como, por ejemplo, 
                la era victoriana, cuya significación no depende tan solo 
                de su duración temporal. 
              De 
                1916 a 1927 dejó de publicar para dedicarse a fondo a un 
                exhaustivo estudio de amplio horizonte, que versó especialmente, 
                entre otras materias, sobre la fenomenología de Husserl, 
                la antropología filosófica de Scheler, la hermenéutica 
                de Dilthey, y los textos de San Pablo, San Agustín y Lutero. 
                Los textos cristianos no sólo le suministraron ejemplos 
                de decisiones históricas transcendentales que tienen importancia 
                en su obra posterior, sino también una “ontología” 
                distinta a la que usualmente derivamos de la griega. Al mismo 
                tiempo impartió con cautivadora brillantez cursos sobre 
                éstos y otros muchos temas. (La mayoría de sus publicaciones 
                estuvieron basadas en explicaciones de clase). Enseñó 
                en Marburgo (1923 –1928) y en Friburgo (1928- 1944). En 
                1933 fue elegido rector de esta universidad para dimitir al año 
                siguiente. En 1945, y por razón de sus vínculos 
                con el nazismo, le fue prohibida la enseñanza, que pudo 
                reanudar en 1951. Más que en el antisemitismo, el inicial 
                apoyo de Heidegger al nazismo tenía por raíz su 
                aversión a la tecnología y a la sociedad industrializada 
                de masas (que él asociaba con Estados Unidos y la URSS). 
                Pero su conducta como rector, sus creencias privadas y la relación 
                de su pensamiento con la ideología nazi son todavía 
                materia de controversia.
              
                En SER Y TIEMPO vino a cristalizar su estudio de virtualmente 
                la totalidad del ámbito de la filosofía pretérita 
                y contemporánea. El principal interés de este libro 
                se centra en la “cuestión del ser”. Desde los 
                comienzos de la filosofía en Grecia, el ser (“Sein”) 
                ha tendido a sentirse incómodo con el tiempo. Se lo ha 
                aislado del cambio al considerarlo como “presencia”, 
                con exclusión del pasado y el futuro, y como una presencia 
                que no es necesariamente temporal, pues es también la presencia 
                atemporal y eterna que poseen, por ejemplo, las ideas platónicas. 
                Esto afecta a nuestra concepción del mundo, incluido el 
                hombre mismo. Heidegger propone reavivar la largamente olvidada 
                cuestión del “sentido del ser”, comprometiéndose 
                así en una “ontología fundamental”, 
                una ontología que proporciona el sostén y el fundamento 
                de las ontologías “regionales”, que versan 
                sobre el ser de géneros o ámbitos particulares de 
                entes, tales como la naturaleza y la historia. Ahora bien, para 
                examinar al ser en tanto cual, nos es menester considerar antes 
                un tipo de ente particular, el cual es, precisamente, el ente 
                que se plantea la cuestión: “¿Qué es 
                el ser?” y cuya comprensión o entendimiento del ser 
                es un rasgo esencial de su propio ser: ese ente particular es 
                el hombre o “Dasein” [“el que está ahí”]. 
                El ser del “Dasein” es la “Existenz” [“Existencia”], 
                que es la característica de un ser que no tiene naturaleza 
                fija, sino que “su esencia reside más bien en que 
                él tiene que ser, siempre y en cada caso, su ser como suyo” 
                (Esta formulación guarda semejanza, pese a la posterior 
                negación de Heidegger, con el punto de vista de Sartre 
                de que, al ser “el hombre sólo lo que él hace 
                de sí mismo”, en él “la existencia precede 
                a la esencia”). Por qué implica esto que haya que 
                abordar al ser por la vía del “Dasein”, es 
                cosa que no queda clara. Al plantear y acometer tan larga y amorfa 
                indagación como la cuestión del ser, nos es forzoso 
                recurrir, sin duda, a nuestra comprensión ordinaria e implícita 
                del ser, y esto entrañará un examen preliminar del 
                “Dasein”. Si tal argumentación es correcta, 
                Heidegger viene a estar de acuerdo con Kant y con Husserl en que 
                cómo sean las cosas depende en buena medida de qué 
                es lo que nosotros ponemos en ellas, con la diferencia para Heidegger 
                de que “nosotros” somos seres humanos existentes y 
                concretos, más bien que pura conciencia. 
              Aun 
                cuando el “Dasein” es esencialmente “ontológico”, 
                es decir, tiene un entendimiento o comprensión del ser, 
                el filósofo no puede, sin embargo, adoptar la propia comprensión 
                que tiene el “Dasein” de sí mismo y de los 
                demás entes. Porque el “Dasein” tiende por 
                sistema a malinterpretarse a sí mismo y a su mundo, considerándose 
                a sí propio, por ejemplo, como una cosa igual que las otras 
                cosas. Mucho del vocabulario de la filosofía tradicional 
                –conciencia, sujeto, objeto, etc.–está infectado 
                con tales interpretaciones equivocadas. De ahí que Heidegger 
                (y su actitud en ello es similar a la de filósofos “analíticos” 
                tales como Wittgenstein, J.L. Austin y Ryle) evite semejante terminología 
                prefiriendo emplear términos no comprometidos, como “Dasein”, 
                o palabras que están más a ras de tierra (como “Sorge”: 
                “preocupación”, “cuidado”) que 
                no comportan el lastre de suposiciones filosóficas. (De 
                acuerdo con la opinión de Heidegger de que el silencio 
                es una “posibilidad esencial del discurso”, sus lectores 
                han de tener en cuenta no sólo las palabras que usa, sino 
                las que él deliberadamente evita). Al igual que Husserl, 
                Heidegger pretende describir “las cosas mismas”, sin 
                ayuda de teorías y preconcepciones; pero a diferencia de 
                Husserl, sostiene que ello prerequiere la tarea de repensar de 
                un modo preciso el lenguaje filosófico. Utiliza viejas 
                palabras de modo inusual, apelando a menudo (como Austin) a la 
                etimología, y a veces acuña nuevos vocablos, manteniéndose, 
                empero, al acuñarlos invariablemente fiel al espíritu 
                de la lengua alemana. Característica esencial del método 
                de Heidegger es que al aducir el término correcto o “auténtico”, 
                o la versión correcta o “auténtica” 
                de un fenómeno (p. ej., el hombre, el tiempo o la verdad) 
                no se limita a contraponer lo que aduce a la palabra o a la versión 
                degeneradas, sino que trata de explicar por qué esta degeneración 
                ha tenido lugar. No le parece suficiente mostrar, por ejemplo, 
                que Descartes se equivocó al definir al hombre como “res 
                cogitans”. Es menester mostrar además, en términos 
                de la versión o concepción correcta del hombre, 
                cómo se produjo la equivocación. Porque una interpretación 
                equivocada no es un simple error inexplicable, sino una “posibilidad” 
                a la cual está esencialmente inclinado el “Dasein”.
              Para 
                Heidegger, y a diferencia de Descartes, el “Dasein” 
                es o está esencialmente “en el mundo” del cual 
                es inseparable: “En la comprensión del mundo va entrañada 
                siempre la comprensión del estar-en y, recíprocamente, 
                la comprensión de la existencia en cuanto tal es siempre 
                una comprensión del mundo”. El mundo no es primariamente 
                el mundo de las ciencias, sino el mundo cotidiano, el “mundo-de-la-vida” 
                (Husserl), y no nos es puesto al descubierto por el conocimiento 
                científico, sino por las experiencias precientíficas, 
                por la preocupación o cuidado y por los estados de ánimo. 
                Los entes mundanos no son primariamente objetos de conocimiento 
                teórico, sino herramientas que "están a mano” 
                (“zuhanden”), como, por ejemplo, un martillo, para 
                ser usadas más bien que estudiadas y observadas. El conocimiento 
                teórico, como es el caso cuando yo observo desinteresadamente 
                un martillo (o un escarabajo), es un fenómeno secundario, 
                que ocurre especialmente cuando una herramienta falla y deja de 
                servir, como, por ejemplo, cuando se rompe el martillo. Las herramientas 
                no son independientes entre sí, sino que pertenecen a un 
                “contexto de significación”, en el cual, utensilios 
                tales como martillos, clavos y banco de taller “remiten” 
                los unos a los otros y, en última instancia al “Dasein” 
                y sus propósitos. Tan esencialmente como está en 
                el mundo el “Dasein”, lo está también 
                “con” otros entes del mismo tipo que él. No 
                es que él exista primeramente como un sujeto aislado y 
                luego, subsiguientemente, adquiera conocimiento de otros y se 
                relacione con ellos; desde el principio está con otros. 
                Pero los otros amenazan su integridad: “al ser juntamente 
                con otros, el “Dasein” cotidiano está bajo 
                el dominio de los otros. No es él mismo, los otros le han 
                arrebatado el ser”. “El yo o sí mismo del “Dasein” 
                cotidiano es el “uno-mismo” (“Man-selbst), que 
                nosotros distinguimos del “sí mismo propio o auténtico”, 
                es decir, del yo que se capta a sí mismo en propiedad”. 
                La palabra española “uno”, en el sentido de 
                un “se” indefinido, traduce la partícula alemana 
                “man”: el “uno” hace y cree lo que “se” 
                hace y “se” cree, y no lo que ha decidido independiente 
                y auténticamente. La teoría que presenta Heidegger 
                del “se” o del “uno (“das Man”), 
                al igual que su concepción de la muerte, está influida 
                por LA MUERTE DE IVÁN ILICH de Tolstói: su casa, 
                cuidadosamente redecorada, le parece a Ilich bastante excepcional, 
                pero de hecho contiene “todas las cosas que la gente de 
                una cierta clase posee para parecerse a otras gentes de esa clase”; 
                y, cuando su familia discute la actuación de Sarah Bernhardt, 
                se limita a mantener “el tipo de conversación que 
                se repite siempre y es siempre el mismo”. La versión 
                de la vida cotidiana, que Heidegger presenta primero como una 
                descripción neutral del lecho rocoso de la condición 
                humana, se torna en la descripción de la “caída” 
                e inautenticidad del hombre.
              Para 
                Heidegger, la forma primaria del discurso no es la aserción 
                explícita, como, por ejemplo, “Este martillo es pesado”, 
                sino profrencias o exclamaciones tales como “¡Demasiado 
                pesado! Dame otro más ligero” que tienen lugar en 
                una situación de trabajo. La verdad no es tampoco primariamente 
                la correspondencia entre una aserción o proposición 
                y un estado del mundo, sino el desocultamiento o apertura del 
                mundo al “Dasein” y por el “Dasein”, sin 
                mediación alguna de conceptos, proposiciones, o estado 
                mentales internos; en el fondo la verdad es “desocultamiento 
                del Dasein”. (En apoyo de esta concepción suya, Heidegger 
                apela a la palabra griega para nombrar la verdad “alétheia”, 
                que significa, como él advierte, “desvelamiento”). 
                El significado, igual que la verdad, es desalojado de la mente:
              Las 
                proposiciones supuestamente verbales de Mill no pueden ser separadas 
                por completo de los seres a los que se refieren. Los nombres, 
                las palabras en el más amplio sentido, no tienen ninguna 
                medida fija “a priori” de su contenido significativo. 
                Los nombres, o una vez más sus significados, cambian con 
                las transformaciones de nuestro conocimiento de las cosas, y los 
                significados de los nombres y las palabras cambian siempre según 
                que predomine una u otra línea específica de visión 
                con relación a la cosa de alguna manera nombrada por el 
                nombre. Todas las significaciones, sin excluir aquellas que son 
                aparentemente meros significados verbales surgen de la referencia 
                a las cosas. (LOS PROBLEMAS FUNDAMENTALES DE LA FENOMENOLOGÍA, 
                1927; pero publicado por primera vez en 1975, como vol. 24 de 
                la “Gesamtausgabe” [OBRAS COMPLETAS] de Heidegger, 
                Klostermann, Francfort, p.197)
              La 
                teoría representativa de la percepción es rechazada 
                juntamente con la teoría de la verdad como correspondencia: 
                “Lo que “primero oímos no son nunca ruidos 
                o complejos de sonidos, sino el trepidante vagón, la motocicleta 
                [...] “oír” un “puro ruido” requiere 
                un estado mental muy artificial y complicado”. El problema 
                de la realidad del mundo externo, al igual que el problema de 
                la existencia de otras mentes, es un pseudoproblema: para Kant, 
                el “escándalo de la filosofía” es que 
                no se haya dado todavía prueba alguna de la “existencia 
                de las cosas fuera de nosotros”, más para Heidegger 
                el escándalo está: “no en que no se haya dado 
                aún esa prueba, sino en que tales pruebas sean esperadas 
                e intentadas una y otra vez”.
              El 
                “Dasein” ha de ser considerado como una totalidad, 
                y esto requiere dar cuenta de la muerte. El “Dasein” 
                sólo puede ser genuinamente auténtico en su “ser 
                para la muerte”, puesto que con ella acepta su finitud. 
                El “Dasein” es individualizado por la muerte, muere 
                solo, y ningún otro puede morir en su lugar. Asi la muerte 
                es un criterio de autenticidad: tengo que reconocer que yo moriré, 
                y no simplemente que “uno” muere. Heidegger cree que 
                hay una omnipresente tendencia a ocultar la inevitabilidad de 
                la propia muerte (Al igual que Heidegger y Tolstói, nos 
                recuerda el viejo silogismo “Todos los hombres son mortales, 
                Cayo es un hombre, y por tanto Cayo es mortal”); “que 
                Cayo, el hombre en abstracto , fuese mortal –cavilaba el 
                Iván de Tolstói– era perfectamente correcto”, 
                pero él no era Cayo, no era un hombre abstracto, sino una 
                criatura total y completamente separada de todas las demás”). 
                El auténtico ser para la muerte comporta la “resolutividad” 
                (“Entschlossenheit”): sólo si yo soy consciente 
                de mi finitud tengo razón para actuar ahora, sin aplazar 
                mi acción, y es la crucial decisión que yo tomo 
                con vistas al curso entero de mi futura vida lo que le da a ésta 
                su unidad o perfil.
              El 
                futuro es así el aspecto a “ekstasis” primario 
                del tiempo. Pero una decisión está también 
                constreñida por una situación heredada del pasado, 
                y cuanto más importante sea, más se la tomará 
                con la mirada puesta en el pretérito. El tercer “ekstasis”, 
                el presente, es ahora el “momento” de la decisión: 
                
              A 
                la anticipación inherente a la resolutividad le pertenece 
                un presente de acuerdo con el cual una resolución abre 
                la situación. En la resolutividad, el presente no sólo 
                es recuperado de la disipación en asuntos de interès 
                inmediato, sino que mantiene sus vínculos con el futuro 
                y el pasado. Al presente que se mantiene en la temporalidad auténtica 
                y que es, por tanto, presente auténtico, lo llamamos “visión 
                inmediata”. (“Augenblick”). 
              (La 
                tesis de Russell de que no habría mucha diferencia si nuestra 
                presente posición se invirtiera, es decir, si apenas recordásemos 
                el pasado pero previésemos en cambio mucho del futuro, 
                es una tesis que vale para el tiempo de la física pero 
                no para el tiempo de la acción y de la decisión: 
                al disponerme a decidir si hago esto o aquello, lo característico 
                de una tesitura semejante es que aún no sé lo que 
                voy a hacer). 
              Algunos 
                aspectos centrales del tiempo han sido ignorados por la doctrina 
                tradicional que deriva de Aristóteles. El tiempo es significativo: 
                es tiempo de hacer tal y tal cosa. El tiempo es susceptible de 
                ser fechado por acontecimientos: es el tiempo, por ejemplo, cuando 
                Napoleón se hizo emperador. El tiempo es dimensionable: 
                el ahora no es un instante sin duración, sino lo que dura, 
                por ejemplo, la conferencia. El tiempo es público: todos 
                podemos indicar el mismo tiempo con las partículas “ahora” 
                o “entonces”, aunque lo fechemos por diferentes acontecimientos. 
                El tiempo es finito: (mi) tiempo no discurre eternamente, sino 
                que se está yendo. La historia ha de ser comprendida en 
                términos de esta concepción del tiempo y de la “historicidad” 
                del “Dasein”. La comprensión que tiene el “Dasein” 
                de sí mismo y del mundo depende de una interpretación 
                heredada del pasado. Esta interpretación regula y pone 
                al descubierto las posibilidades que se le abren. El “Dasein” 
                inauténtico acepta irreflexivamente la tradición 
                y realiza las posibilidades que ésta le ha configurado; 
                el “Dasein” auténtico pone a prueba la tradición 
                y abre con ello nuevas y más grandes posibilidades. Heidegger, 
                por ejemplo, no se limita a aportar sin más una contribución 
                a la controversia filosófica contemporánea, sino 
                que mediante la “repetición” y la “de(con)strucción” 
                de episodios cruciales en el desarrollo de nuestra tradición 
                filosófica espera cambiar el entero curso de la investigación 
                en filosofía. Si la historia, en el sentido usual de la 
                palabra, es posible, ello es sólo porque el “Dasein” 
                es histórico. “La adquisición, depuración 
                y verificación de los materiales históricos [restos, 
                monumentos y documentos] no son las actividades que ponen en marcha 
                nuestro retroceso al “pasado”, sino que presuponen 
                ya la dimensión de un ser histórico que remite o 
                dice relación al “estar ahí” [“Dasein”] 
                que “ha-estado-ahí” [“dagewesen”], 
                es decir, presuponen ya la fundamental historicidad de la existencia 
                del historiador”. 
              SER 
                Y TIEMPO quedó sin terminar: ni la tercera sección 
                de la Primera Parte, que tenía que explicar el ser en términos 
                de tiempo, ni la totalidad de la Segunda Parte que iba a ocuparse 
                de examinar a Kant, Descartes y Aristóteles, vieron jamás 
                la luz. Pero obras más breves del mismo período 
                llenaron algunos de esos huecos. En su conferencia inaugural de 
                Friburgo ¿QUÉ ES LA METAFÍSICA? (1929), Heidegger 
                se detiene en el análisis de la nada, que hizo una breve 
                aparición en SER Y TIEMPO, al ser puesta al descubierto 
                por la “angustia” [“Angst”] que revela 
                al “Dasein”, en su libertad y finitud, la definitiva 
                carencia de fundamento de sí mismo, de su mundo y sus proyectos. 
                Y en KANT Y EL PROBLEMA DE LA METAFÍSICA (1929) argumenta 
                que la primera CRÍTICA no es una teoría del conocimiento 
                o de las ciencias (que es lo que sostienen los pensadores neokantianos 
                como Hermann Cohen, Paul Natorp y Ernst Cassirer), sino que se 
                propone establecer los fundamentos de la metafísica. Kant 
                se percató de que la razón, el conocimiento y el 
                hombre en general son finitos, y de ahí que hiciera de 
                la imaginación transcendental la base de la posibilidad 
                del conocimiento sintético a priori. Pero, como esto amenaza 
                a la primacía de la razón y a los fundamentos de 
                la “metafísica occidental”, Kant retrocedió 
                ante el “abismo” en la segunda edición de la 
                CRÍTICA y relegó la imaginación a una “función 
                del entendimiento”. Esta interpretación de Heidegger 
                fue blanco de los ataques de la mayoría de los eruditos 
                kantianos, incluido a Casirer, pero su autor se ha retractado 
                implícitamente de algunos de sus puntos de vista en posteriores 
                ensayos sobre Kant.
              Heidegger 
                publicó poco en los años 1930, pero las conferencias 
                que pronunció por aquellos años y que han sido publicadas 
                más tarde, sugieren que para entonces había abandonado 
                muchos de sus iniciales puntos de vista, especialmente en lo que 
                atañe al papel central del “Dasein”. En DE 
                LA ESENCIA DE LA VERDAD (1943) no se localiza ya primariamente 
                la verdad, y por implicación el ser, en el “Dasein”, 
                sino que se la muestra más bien como el “espacio 
                de lo abierto” al que es expuesto el hombre. En la TEORÍA 
                DE LA VERDAD EN PLATÓN (1942) Heidegger argumentó 
                que en el mito platónico de la caverna la verdad cesó 
                de ser “desocultamiento” y se tornó “bajo 
                el yugo de la idea”, en mera “corrección”, 
                con lo cual se puso en marcha la degeneración que rebaja 
                al pensar sobre el ser a la condición de metafísica: 
                el hombre se dirige a ocupar el centro de las cosas. La historia 
                de la filosofía occidental es una historia de decadencia. 
                Este enfoque alcanzó su forma más o menos final 
                con sus conferencias de 1935, INTRODUCCIÓN A LA METAFÍSICA.
              
                La última filosofía de Heidegger emerge en su mayor 
                parte, al hilo de la discusión de pensadores del pasado, 
                especialmente el “más desenfrenado platónico 
                de la metafísica occidental”, Nietzsche (NIETZSCHE, 
                1961); poetas como Hölderlin, que ofrece un escape del “olvido 
                del ser”; y los pensadores presocráticos que precedieron 
                a ese olvido. (Si Nietzsche es considerado como metafísico, 
                es porque su tesis de que “la verdad es esa suerte de error 
                sin el cual no podría vivir un tipo definido de ente vivo. 
                Lo que en última instancia decide es el valor para la vida”, 
                es una tesis que presupone que la verdad reside en el pensamiento 
                del hombre y que hay un ámbito de valores distinto del 
                mundo). En estos últimos escritos heideggerianos, el ser 
                se torna en algo cada vez más elusivo, apenas susceptible 
                de ser descrito a no ser en términos tautológicos, 
                como “el ser es el ser mismo”. La “diferencia 
                ontológica”, la crucial distinción entre el 
                ser y los entes o seres, es descrita de modos diferentes en fechas 
                diferentes. Pese a las negativas de Heidegger, el ser se parece 
                a Dios. No está a disposición del hombre, sino que 
                más bien dispone de él. Cuanto acaece proviene del 
                ser. El hombre “pastor del ser” ha de responder a 
                sus misivas. El ser está por encima de la historia, pero 
                ha quedado oculto desde el tiempo de Platón, y la “historia 
                del ser” puede ser reconstruida a partir de los textos de 
                filósofos y poetas. El olvido del ser, o “nihilismo”, 
                ha culminado en la dominación del mundo por la tecnología 
                que es primariamente un evento en la historia del ser, “la 
                consumación de la metafísica”. El futuro del 
                planeta dependerá de si el hombre puede, o no, retornar 
                al genuino pensar sobre el ser. A este respecto Heidegger no era 
                totalmente pesimista: “Más donde hay peligro, crece 
                también lo salvador” (Hölderlin). 
              La 
                respuesta apropiada al ser es el pensar. El pensar es nuestra 
                obediente respuesta a la llamada del ser: los primeros griegos 
                lo hicieron, pero nosotros lo hemos olvidado. El pensar viene 
                a contrastar con la aserción, con la lógica, con 
                la ciencia (“la ciencia no piensa”), con la metafísica, 
                con la filosofía misma y, especialmente, con la tecnología 
                que es un mero instrumento para el cálculo y la dominación 
                de los entes. El lenguaje, que, al igual que el pensar, desarrolló 
                un papel subordinado en SER Y TIEMPO, se torna ahora central, 
                mas no el lenguaje como un instrumento de manipulación 
                –en lo que ha degenerado bajo los auspicios de la metafísica–, 
                sino el lenguaje como la “morada” del ser: “habla 
                el lenguaje, no el hombre. Éste habla sólo cuando, 
                de conformidad con el destino, responde al lenguaje”. El 
                arte y, en especial, la poesía son de crucial importancia 
                para el pensamiento y para el lenguaje. La poesía no es 
                un fenómeno secundario: tiene una especial relación 
                al ser y a la verdad. La poesía es “fundadora de 
                verdad”: desoculta, poniéndolo de manifiesto, el 
                (o “un”) mundo y crea un lenguaje que lo expresa adecuadamente. 
                Cuando un cuadro, como aquel en que pintó Van Gogh unos 
                zapatos de campesino, “instituye” un mundo, el mundo 
                del campesino, eso es esencialmente poesía. El pensamiento 
                y el lenguaje apoéticos son parásitos de la poesía 
                y de su visión. La poesía se aproxima a lo sagrado: 
                “El pensador dice el ser. El poeta nombra lo santo”. 
                
              El 
                cambio de SER Y TIEMPO al último pensamiento de Heidegger 
                suele ser denominado “el giro”, o la vuelta (“die 
                Kehre”). Heidegger utilizó esta expresión 
                en su CARTA SOBRE EL HUMANISMO (1947) para referirse al cambio 
                de dirección que implicaba su propuesta, aunque incumplida, 
                de continuación de SER Y TIEMPO. (También la utilizó 
                para designar la esperanza-de-cambio mediante el cual la historia 
                del ser pasara del olvido del ser al pensamiento). Pero negó 
                una y otra vez que su primer pensamiento difiriese significativamente 
                de su pensamiento posterior, como también que dicho primer 
                pensamiento albergase similiaridad alguna con el existencialismo 
                de Sartre. La interpretación que hace Heidegger de su propia 
                obra, como de muchas otras cosas, mantiene un continuado interés, 
                si bien está abierta a la discusión. 
              El 
                valor último del pensamiento de Heidegger está todavía 
                “sub judice”. Al igual que su gran rival Hegel (que 
                también se lo puso difícil a sus lectores no germanos 
                en su intento de “enseñar a la filosofía a 
                hablar alemán”), el autor de SER Y TIEMPO es alternativamente 
                venerado, vilipendiado o asimilado con simpatía a otros 
                filósofos más accesibles, especialmente a Wittgenstein 
                (La relación que guarda Heidegger con Husserl no es disimilar 
                a la que guarda el último Wittgenstein con el primero). 
                Pero su inmensa erudicción, su profunda e innovativa inteligencia, 
                su compromiso con la indagación filosófica y, sobre 
                todo, su intensa influencia en el pensamiento moderno no admiten 
                duda alguna. Filósofos como Sartre, Gadamer y Derrida derivan 
                de él muchos de sus conceptos básicos y su influencia 
                filosófica se extiende a Japón y China. Teólogos, 
                tanto católicos (Karl Rahner) como protestantes (Rudolf 
                Bultmann), están en deuda con él, como también 
                lo están psicólogos (Ludwig Binswanger) y críticos 
                literarios (Emil Staiger). Sea o no el pensamiento de Heidegger 
                “verdadero” en el sentido tradicional, ha puesto al 
                descubierto algo del mundo, y de las posibilidades de nuestro 
                “comportamiento” con el mundo, que antes de él 
                estaba oculto. 
               
              Tod 
                HONDERICH (Compilador): “Los Filósofos”. Antología 
                de la Enciclopedia Oxford de Filosofía. Ed. Tecnos, Madrid, 
                2000, pp. 301-311.