ALGUNOS EJES DEL PENSAMIENTO CONSERVADOR Y SU REFORMULACIÓN POSTMODERNA

Ramon Alcoberro

 

   “Conservador” es una curiosa palabra. Hasta 1968 ser conservador equivalía a situarse en la derecha política. Pero desde entonces han aparecido nuevos usos del término y el mismo sentido de la palabra “derecha” ha variado mucho. El ecologismo, por ejemplo, es conservador sin formar parte necesariamente de la derecha. Hay sindicatos que adoptan políticas “conservadoras” (proteccionistas) cuando se enfrentan al neoliberalismo. Partidos políticos socialistas se vuelven “conservadores” ante la inmigración. “Conservador” en el siglo XIX era un sinónimo de “antimoderno” y se contraponía a progresista. ¿Sigue siendo esto válido hoy?

Matthew (Mattt) McManus (Universidad de Monterey) usa la expresión “conservadorismo postmoderno” para designar la mezcla de elementos relativistas (especialmente de ideas morales y culturales) con una apelación a valores tradicionales (básicamente de tipo identitario) y una retórica de la victimización. Fue Michael Oakshott quien en un influyente texto: “Rationalism in Politics” insistió en el valor de la tradición en el conservadurismo. Pero tan fuerte como la tradición, en el conservadurismo un punto central es el de la reivindicación de la identidad, que es un concepto mucho más maleable que el de tradición. Contra lo que muchas veces se ha escrito, en el conservadurismo lo habitual no era tomar como referentes valores “fuertes” (aunque la retórica fuera esa). Desde Burke, que es todavía hoy el referente insoslayable del conservadurismo, el pensamiento conservador se ha caracterizado, más bien, como dice McManus, por combatir contra los enfoques abstractos y “científicos” del conocimiento y la moralidad. Burke enfatizó la necesidad de prestar mucha atención a la historia, la tradición y la identidad de un pueblo en particular. Aplicando este punto de vista, lo que convierte a alguien en conservador no es tanto creer en la tradición, sino poner en el centro el valor de la identidad.

Se es conservador cuando se está contra las abstracciones y, específicamente, contra los individuos que mantienen la “arrogante presunción” haber descubierto el mundo por sí mismo, confundiendo la vida real y compleja con las ideas simples (y redentoras). Por eso en el conservadurismo es tan importante la identidad, que siempre es algo concreto.  Lo particular, el respeto por las diferencias, por las circunstancias y por la historia es para el pensamiento conservador algo mucho más decisivo en el juicio político que las abstracciones jurídicas o morales. Así, pues, conservadurismo e identidad están más íntimamente vinculados que conservadurismo y tradición. Y obviamente el gran peligro para la identidad es el multiculturalismo que todo buen conservador considera el peor disolvente de los vínculos comunitarios y de la moralidad pública.

Volviendo a McManus: “lo que sigue siendo una característica constante para los conservadores posmodernos es que consideran que la identidad o identidades con las que se asocian están ahora sometidas a ataque.  La dimensión agonística de la identidad es una característica definitoria de la narrativa conservadora posmoderna". Ello asocia conservadurismo y populismo y ofrece además un adversario cómodo (constituido por una “caterva impía” de izquierdistas, intelectuales elitistas, medios de comunicación), frente al que definirse. El “afuera” de los conservadores (“el islam, los globalistas, una conspiración judía, los ‘cosmopolitas sin raíces’, los aliados traidores y, por supuesto, Canadá”), es cómodo; pero a ese “afuera” no se le oponen ya valores morales absolutos, sino que se sitúa la restauración de la identidad como único valor a defender, mientras se acentúa la queja por la pérdida de la tradición sin proponer alternativa a la disolución de los vínculos sociales y culturales.

El conservador tampoco es necesariamente un universalista moral. No cree necesariamente que sus principios sean ni los únicos posibles ni los únicos buenos. Más bien el conservador asume que no lo pude saber todo, ni dominarlo todo, ni actuar a la manera de un Prometeo. Decía Julio Cortázar que: “En algún lugar debe haber un basural donde están amontonadas las explicaciones”; el conservador no busca una explicación totalizadora del mundo, sino simplemente intenta minimizar los riesgos de un futuro que ve incierto, usando para esa labor preventiva un arsenal de argumentaciones y de prácticas políticas que le parecen validadas por el paso de los años.

El conservadorismo ha planteado tres críticas principales al progresismo, basándose en lo que consideran hechos de experiencia común en las sociedades:

1.- Una crítica de principio: el hombre no es Dios, ni puede saberlo todo, ni debe desearlo todo. Debe ser, pues, modesto en lo tocante a sus expectativas. Cambiar un orden político validado por el tiempo y por la experiencia de siglos resulta, como mínimo, una temeridad.

2.- Una crítica social: la democracia resulta incompatible con la autoridad porque es un régimen que permite dar rienda suelta a las pasiones. Es bien sabido que las pasiones pueden resultar algo terrorífico realmente cuando se desmandan. Por eso se hace necesaria una autoridad auténtica, validada por los tiempos largos, que encuadre y apacigüe el alma pasional de las gentes y de los colectivos sociales.

3.- Una crítica social: una buena sociedad no es compatible con el individualismo extremo, no es un simple agregado de individuos sino una comunidad viva, ordenada y organizada según principios de jerarquía naturales y validados por la costumbre.

Esas tres críticas, sitúan el conservadurismo como una triple reacción:

• Reacción frente al universalismo (lo único universal es Dios, las sociedades, las sociedades y los valores solo tienen una universalidad vicaria).

• Reacción contra el racionalismo (la razón no es universal, la tradición es el criterio racional auténtico, aunque eso no lo acepten los ilustrados).

• Reacción contra el desorden y la ingeniería social (consecuencia de haber olvidado o menospreciado las enseñanzas del pasado y de buscar respuestas abstractas a problemas concretos. El poder se justifica como garantía del orden).

Los adversarios del conservadurismo (liberales, socialistas o revolucionarios) creen en el progreso y en lo que denominan “sentido de la historia”; en cambio, lo esencial en el conservadurismo es tener una relación pesimista la historia y valorar, en cambio, la tradición. La tradición tiene un punto de sentido íntimo, de certeza confortable, que la opone fácilmente a la historia –trágica demasiadas veces.

   Los conservadores del siglo XIX lo eran en su mayoría por reacción a las consecuencias de la revolución francesa y a la revolución industrial. Rechazaban la idea de progreso porque la asociaban al desorden y a la pérdida del sentido tradicional de la vida. Muchos conservadores no eran personas religiosas a nivel personal, pero valoraban la religión (especialmente el catolicismo) como un freno eficaz a las tendencias disolventes de la modernidad. El conservadurismo clásico y ve el progreso como un peligro a la estabilidad social, como un desorden institucionalizado. Es ahí donde conservadurismo clásico y postmoderno se encuentran

   Los conservadores del siglo XXI tienen miedo al futuro tecnológico, rechazan en su mayoría las consecuencias de la globalización (de ahí su oposición a veces agresiva a los intelectuales liberales que la defienden) y consideran que la crisis de los valores comunitarios (muy especialmente de la familia) despoja al individuo de su dignidad moral. Desde la perspectiva conservadora, sin la promoción efectiva una serie de valores compartidos, que la globalización ha destruido, no puede haber tampoco proyectos comunes que articulen la vida buena. El conservador es antiliberal, porque intuye que la sociedad liberal es la de la desconfianza. Y sobre la desconfianza no se puede construir una vida decente, ni vínculos duraderos, ni proyectos en común. En la desconfianza es imposible tener hijos, hacer negocios o pensar el futuro. El conservadurismo postmoderno, a diferencia del clásico, no cree en valores fuertes; simplemente tiene un profundo sentido de las consecuencias que para una vida con sentido conlleva la disolución postmoderna de los vínculos colectivos. El conservador puede ser ateo, pero sabe que “religar” la comunidad (darle una religión, un culto, unos valores) es básico para otorgar sentido a cualquier proyecto vital. Eso acerca el conservadurismo al populismo. El encuentro entre posiciones de conservadurismo postmoderno y de populismo puede ser una de las cuestiones políticas más difíciles de resolver en los próximos años.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay