Atenas educadora: el “demos” ideal

Cuando Pericles idealiza Atenas en el Discurso Fúnebre del año 431 expresa también el concepto que los atenienses tienen de su ciudad y de su papel en la civilización. Es una ciudad abierta al mundo, sin otras armas secretas que el propio valor y la lealtad, cuyo amor a la belleza no conduce a la extravagancia y que considera la riqueza como un instrumento que debe ser usado para el bien común, más que como un fin en si misma. En Atenas –o en la Atenas tal como la concibe Pericles– ser pobre no impide participar en el gobierno y está mal visto quien no se preocupa por el buen gobierno de la ciudad.

Tras la muerte de Pericles (429), ese programa de civilización siguió vigente, incluso pese a la derrota en las guerras del Peloponeso. Atenas fue la educadora de Grecia y de Roma. Pero Europa no se concibe incluso hoy sin la Atenas de Pericles, una de las ciudades que con, Jerusalén, la Florencia del Renacimiento y el Londres victoriano, han definido Occidente. Como escribió C.M. Bowra: “no cabe duda tampoco de que los atenienses se hablaban libremente, prescindiendo de la clase a la que perteneciesen y no existió en absoluto el servilismo que marcó a la Inglaterra victoriana o la Alemania del Kaiser”. Esa idea de libertad se expresa mediante la construcción del Partenón como templo de la religión civil ateniense y en la extensión de la filosofía en tanto que reflexión racional y libre.

 

El debate de los Templos

La primera expresión de Atenas como ciudad educadora hay que buscarla en lo que se ha llamado “el debate de los templos”, es decir, en la polémica acerca de la reconstrucción de la Acrópolis que había sido saqueada e incendiada por los persas durante la guerra. En el año 479 los atenienses habían prometido no reconstruir los templos destruidos antes de vengarse y durante algunos años las ruinas ennegrecidas dominaron el horizonte de la ciudad. Pero tras la victoria sobre los persas, Pericles sugirió utilizar una parte del tesoro de la Liga para reconstruirlos. Esta propuesta, sin embargo, estaba lejos de obtener un gran consenso en Atenas. Tucídides (no el historiador, sino su primo) se opuso claramente a esta política y ni que decir tiene que las otras ciudades griegas no estaban nada de acuerdo en que su dinero se usase para embellecer Atenas. Sencillamente, consideraban que Atenas las humillaba, usando su oro para el provecho propio en vez de usarlo en la seguridad y la prosperidad común. Pero Tucídides fue ostraquizado (exiliado) y el programa de obras públicas de Pericles le hizo extremadamente popular porque ofrecía una gran cantidad de puestos de trabajo a toda clase de artesanos, básicamente de Atenas, pero también de toda Grecia.

Los templos no solo eran la morada de los dioses. Servían también, y muy especialmente, para proclamar el poder de la ciudad. Como escribió C.M. Bowra, Pericles era “un experto en el talento” y juzgaba a los hombres según lo poseyeran. Entendió muy claramente que las grandes construcciones de la Acrópolis eran la manera más eficaz de reivindicar la singularidad ateniense ante propios y extraños. Los templos de Atenas eran la tarjeta de presentación del imperio que Pericles pretendía forjar.

 

La construcción del Partenón

Pericles no llegó a ver culminado el Partenón, pero cuando en 447 empezaron los trabajos era evidente que pretendía erigir el templo más célebre del mundo y dejarlo en la memoria de la humanidad. La gigantesca estatua crisoelefantina (es decir, en oro y marfil) de Atenea, la diosa virgen, sabia y guerrera a la vez, era toda una declaración de intenciones. En la construcción del Partenón se empleó la técnica de la “éntasis” que bombeaba ligeramente la base de las columnas para que fuesen percibidas perfectamente rectas desde lejos, mediante una ilusión óptica. El suelo no es la superficie plana que parece; se eleva unos diez centímetros a los lados y unos cinco en las fachadas del este y del oeste

El Partenón, de estilo dórico, es decir tradicional, fue diseñado principalmente por el arquitecto Ictinos y se terminó en el 432. La estatua de Atenea, de doce metros de alto, y el friso en bajorrelieve que se extiende alrededor del monumento (de los cuales forman parte los mármoles de Elgin, hoy en el British Museum de Londres), eran obra de Fidias. Pericles y Fidias poseían un talento incomparable. La política democrática, el comercio y los templos, con sus delicados ornamentos elevaron Atenas (sus dioses, sus héroes y la ciudad misma) a un nivel casi divino.

 

Filosofía y supersticiones

Si Fidias era uno de los amigos más cercanos de Pericles, en el círculo del primer ciudadano de Atenas figuraba otro personaje muy controvertido: Anaxágoras de Clazomene, que defendía que el sol era tan solo una piedra que quemaba y que nada tenía de divino. Eso sí, era una piedra mucho mayor que el Peloponeso. Esa afirmación le costó el exilio de Atenas tras la muerte de Pericles para evitar un juicio por impiedad que seguramente habría acabado mal. Otro filósofo fundamental en ese momento fue Protágoras de Abdera, que proclamaba que “el hombre es la medida de todas las cosas”. El hombre es, efectivamente “metron” (medida) porque las decisiones que toman los ciudadanos reunidos en la boulé (asamblea) afectan a todas las cosas. Eso, evidentemente, afecta de manera muy clara a los privilegios de los antiguos dioses que ahora se sitúan un lugar por debajo del poder popular. Pericles que creía en la igualdad de derechos entre todos los ciudadanos e ignoraba las antiguas supersticiones, uso tanto la arquitectura como la filosofía para desarrollar un programa racionalista de gobierno cuyo desarrollo levó a Atenas a los más significativos intelectuales griegos y que todavía hoy es un modelo de acción política.

 

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay