DIAGNOSTICAR CON BERARDI
Ramon Alcoberro
«No estoy hablando únicamente de un cambio sociológico: los automóviles han cambiado dramáticamente el paisaje urbano y los teléfonos celulares están cambiando la manera en que las personas caminan por la calle y se relacionan con lo circundante y lo lejano. Pero esto solo sucede a nivel superficial. Yo estoy hablando de algo más íntimo y fundamental que resulta difícil de comprender. La mutación digital está invirtiendo la manera en que percibimos nuestro entorno y también la manera en que lo proyectamos, sino que afecta, a la vez, nuestra sensibilidad y sensitividad».
Franco “Bifo” BERARDI: Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación colectiva Prólogo a la edición argentina. Ed. Caja Negra, Buenos Aires, 2017, p. 10.
Franco Berardi, aka “BIfo”, es un pensador con una desagradable tendencia a al dramatismo y a la sobreactuación, en una especie de apuesta por el «apocalipsis permanente», muy propia de lo que fue la izquierda radical italiana del post68; pero a la vez es un personaje de una gran lucidez en el diagnóstico. De él se podría decir que es un experto en el diagnóstico, aunque sea un pésimo terapeuta social porque lo que anuncia tiende a no suceder jamás. Baste recordar que hacia 1980 los operaistas italianos defendían cosas como que la precariedad era una forma de luchar contra la alienación obrera para intuir que la lucidez no ha sido nunca su fuerte.
Los médicos distinguen entre tres fases de lo que llaman «acto médico»: diagnóstico, terapéutica (tratamiento) y rehabilitación. Digamos que Berardi es sagaz en el diagnóstico, que dictamina de una manera muy sólida pero que propone tratamientos imposibles y jamás se le pasaría por la cabeza rehabilitar a nadie porque cree, con Bateson, que lo mejor que puede hacer alguien psicológicamente tocado es disfrutarlo y que, al cabo, siempre está más loco el sistema capitalista que el paciente que lo soporta.
Sin embargo, a Berardi hay que leerlo y no solo porque les gusta a los jóvenes mal peinados que pululan por las facultades de filosofía, intentando despertar a un mundo que no entienden. Su FENOMENOLOGÍA DEL FIN fue en su momento un libro-diagnóstico excelente, que valoraba con lucidez lo que nos pasa como sociedad y que tiene la delicadeza de no proponer una alternativa, básicamente porque parece no creer que la hay, más allá de un cierto esteticismo. El lector puede creer que Berardi incluso se complace en mostrar la miseria de la sociedad tecnológica y que lo hace con un punto narcisista. Pero eso no tiene por qué ser grave. Marx y Bakunin también eran narcisistas y tal vez no se puede ser transformador sin un punto psi muy curioso.
FENOMENOLOGÍA DEL FIN es uno de los mejores retratos que conozco sobre el mundo del primer cuarto del siglo XXI y explica muy bien cómo estamos entrando (cómo hemos entrado) en un túnel de desesperanza social. Que Berardi no tenga ninguna idea relevante sobre la manera de salir del túnel no disminuye para nada la importancia de su libro
El «diagnóstico Berardi» de la crisis de sociedad que estamos viviendo se podría esquematizar en unos pocos puntos, que resumiré en cuatro, excusándome muy mucho por el esquematismo. Evidentemente, con eso no pretendo decir que el libro se pueda resumir tan por encima, pero tal vez sirva como guía de una lectura más profunda.
Lo primero que a Berardi le parece significativo es la forma en que la tecnología contemporánea está cambiando las condiciones de comprensión de la realidad e incluso modificando la manera de pensar.
«En las actuales condiciones de hipercomplejidad y de aceleración tecnológica, la esfera social ya no puede entenderse adecuadamente en términos de intencionalidad y de transformación política. Esta se explica mejor en términos evolutivos, particularmente de evolución neurológica. En efecto, la evolución del cerebro que resulta de la acción del entorno en la cognición y la sociedad y la adaptación subjetiva de la mente humana son hoy en día los principales factores de transformación social y difícilmente pueden ser sometidos a la voluntad política» (p. 35).
De esta manera «Solo aquellos que logren ajustarse a la mente digital que está arraigada y objetivada en el universo tecnoeconómico, podrán integrarse completamente en la esfera neohumana» (p. 82).
El segundo elemento por considerar en el diagnóstico social de Berardi es el del papel de la soledad en una sociedad supuestamente interconectada. Para Berardi, la miseria emocional es un elemento central del capitalismo contemporáneo. A los no integrados solo les queda el papel del hikikomori el nombre japonés que designa a las personas que viven en un absoluto aislamiento emocional, virtualizadas, encerradas en sus casas, sin salir y conectadas con el mundo solo por un uso compulsivo de los ordenadores y de las redes sociales. Lo curioso de los hikikomori es que no son enfermos sino personas plenamente autónomas y capaces de un alto nivel de razonamiento convertidos prácticamente unos resistentes políticos.
«Si se tiene en cuenta el contexto económico japonés, uno podría afirmar que el comportamiento hikikomori es una reacción sana ante la vida frenética y precaria creada por el capitalismo precario: una forma sumamente comprensible de escapar del infierno» (p. 117).
El tercer elemento del diagnóstico que lleva a cabo Berardi sobre la sociedad contemporánea es la semiotización del mundo, que se corresponde con lo que Marx llamaba «fetichismo de la mercancía». En nuestro presente, todo ha de significar algo, no puede haber nada que no represente otra cosa que sí mismo. Todo se llena de sentido y nada es gratuito, insignificante y feliz. En palabras de McLuhan que retoma Berardi: «Según McLuhan, la transición del entorno industrial moderno al electrónico implica que la configuración impera en la cultura» (p. 153). Con ello, en realidad, lo que ocurre es que desaparece la crítica, porque para que exista crítica debe existir también un espacio de lentitud, de reflexión, de in-significancia. Si todo representa todo, nada representa nada.
Al desmaterializarse la realidad puesto que ya todo son símbolos lo que sucede es que también el capitalismo se desmaterializa, no se hace necesario producir nada porque toda la realidad consiste solo en flujos financieros.
«… el incremento del capital monetario no necesita pasar por el proceso de producción de bienes útiles para adquirir más dinero al final del intercambio. La virtualización financiera ha hecho posible un nuevo ciclo de valorización, el dinero se puede transformar en más dinero saltándose la instancia de la producción de bienes útiles» (p. 35).
El último elemento fundamental (ya llevamos cuatro) en el diagnóstico de la sociedad contemporánea es, según Berardi, la aparición de una nueva clase social, la que denomina cognotariado, que reemplaza el trabajo mediante la tecnología, pero sin control sobre los medios de producción y, de hecho, sobrexplotado porque básicamente no cobra en dinero (y menos aún en poder) sino en símbolos de hecho in-significantes. En un largo párrafo que no me resisto a transcribir, Berardi lo explica así
«La actividad cognitiva siempre ha sido la base de toda producción humana, incluso aquella de tipo más mecánico. No existe un proceso de trabajo humano que no implique un ejercicio de la inteligencia. Pero hoy en día la capacidad cognitiva es el recurso productivo esencial. En la esfera del trabajo industrial, la mente fue puesta a trabajar como un automatismo repetitivo, como el soporte fisiológico del movimiento muscular. Actualmente, se ha puesto a trabajar la mente de diversas maneras, porque el lenguaje y las relaciones están cambiando continuamente. La subsunción de la mente en el proceso de valorización capitalista conduce a una verdadera mutación. El organismo consciente y sensitivo está sometido a una presión competitiva, a la aceleración de los estímulos y a un constante estrés de la atención. Como consecuencia, la infoesfera en la cual se forma la mente y entra en relación con otras mentes, se convierte en una atmosfera psicopatogénica. Para comprender el infinito juego de espejos del semiocapital, debemos trazar un nuevo campo disciplinario, delimitado por tres aspectos: la crítica de la economía política de la inteligencia conectiva, la semiología de los flujos lingüísticos-económicos y la psicoquímica de la infoesfera» (p. 225).
El mundo tecnológico, la economía desmaterializada y el control emocional diseñan, pues, en opinión de Berardi un mundo dominado por un nuevo Leviatán (o tal vez, por el Leviatán de siempre mutado hoy en un contexto informacional). El diagnóstico es claro, la conversión de los individuos en autómatas cognitivos, es decir en seres tan impersonales como los flujos financieros y tan precarios como la información in- significante que reciben no anuncia nada de bueno para los humanos. Que Berardi no explique nada sobre cómo resistir a la conversión en autómatas me parece, por lo demás, muy significativo.