EL ESTILO SIMPLE
Henry David THOREAU
Textos de Juventud – College Essais VIII
«Lo que permite decir que el estilo de un hombre constituye una ofensa a la simplicidad.»
Si pretendemos alcanzar la perfección en todo, no hay que negligir la Simplicidad. Si el autor quiere lograr la fama literaria, que se preocupe por sugerir pensamientos que sean simples y evidentes y por formular lo que quiere decir en un lenguaje depurado. Para hacerlo debe en primer lugar omitir toda argumentación superflua que, aunque esté bien presentada, -incluso si se puede decir que está bien argumentada-, tiende más a distraer el espíritu que a ofrecernos un pasaje más límpido y más sorprendente, o una idea más clara. No quiero decir que todo cuanto se añade a la gracia atenta a la simplicidad del estilo. La toga de los antiguos es la ropa más simple que imaginarse pueda, pero ¿Dónde podría encontrarse otra que fuera más bella? Eso vale igual para el salvaje medio desnudo que para el dandi apasionado por la moda.
Otro defecto muy extendido consiste en utilizar palabras raras, palabras que no hacen más claro lo que pretendemos decir, ni más elegante nuestra composición. En este caso la atención del lector se aleja del tema y se concentra del todo en la expresión rara y por esta misma razón, hiriente -puesto que denota, por lo demás, erudición y premeditación en el autor. Se puede decir de cierto que la obscuridad es lo contrario a la simplicidad. En consecuencia, todo lo que contribuye a eso, como las imágenes y las metáforas muy rebuscadas, -en realidad todas esas florituras que constituyen el Estilo florido- no solo es superfluo, sino absolutamente incompatible con la excelencia.
El estilo en cuestión no parece ser el propio de los temas ordinarios y familiares (contrariamente a lo que algunos afirman), pues los preceptos más sublimes y más nobles pueden ser expresados con claridad y simplicidad. Las Escrituras nos ofrecen abundantes pruebas de ello. ¿Qué imágenes sabrían ser más naturales y que sentimientos de mayor fuerza, y al mismo tiempo más nobles y exaltados que los que ahí se hallan en abundancia? Están desprovistos de todo ornamento vinculado a un lugar o a una persona, susceptible de que se pierda en la traducción; y sea cual sea su aderezo, no conservan menos su encanto particular. Son la simplicidad misma. Todo el mundo lo admite, todo el mundo la admira, ¡pero pocos lo logran! ¿Cuántos escritores, que en cada momento pretenden la posteridad, dependen, para tener éxito de la simplicidad superior de su estilo? Dicen que así Shakespeare logró la inmortalidad y que eso es lo que caracteriza sus obras. La unión de la sabiduría y de la simplicidad es explícitamente evocada por estos versos de Milton: «La Sospecha duerme a la puerta de la Sabiduría y entrega su carga a la Simplicidad» (John Milton (1608-1674): El paraíso perdido. Libro III, v.687-688.)