EPICTETO Y EL ESTOICISMO ANTIGUO

Epicteto y Marco Aurelio son los dos filósofos centrales del estoicismo romano. Esclavo el primero y Emperador el otro, representan simbólicamente una de las tesis centrales del pensamiento estoico: la insignificancia de las condiciones exteriores en la vida humana que ha de ser regida por la razón y la autoconciencia prescindiendo de las situaciones más o menos azarosas de la vida humana.

Epicteto, nació en Hierápolis, en Frigia (actualmente en Turquía) el año 50.  En su infancia fue llevado a Roma como esclavo, de donde le viene el nombre, que significa “hombre comprado” o “servidor”. Según la leyenda su autodominio llegó al extremo de dejarse romper la pierna por su dueño Epafrodito en una primera prueba de firmeza y control. Tras la muerte de Epafrodito (que a su vez había sido esclavo de Nerón), Epicteto fue liberado y se dedicó al estudio del estoicismo, pero hubo de abandonar Roma tras el decreto del emperador Domiciano contra los filósofos en el año 90.

Se instaló entonces en el Epiro (los Balcanes) donde vivió una vida más tranquila en compañía de su esposa. Su escuela estaba basada en las enseñanzas de los estoicos Crisipo y Zenón y entre sus discípulos se cuenta a Julius Rusticus, que llegó a ser el maestro del Emperador y filósofo Marco Aurelio. Murió en Nicópolis en el 125 o 130.

Como Sócrates, Epicteto no dejó ningún escrito, pero uno de sus discípulos, Arriano, que más tarde fue cónsul e historiador, se encargó de transcribir su doctrina de manera concisa en el MANUAL (Enchiridión) que se presenta como un conjunto de reglas prácticas, y de una manera bastante más detallada en los ocho libros de CONVERSACIONES de los cuales solo nos han llegado cuatro. Ambas obras, escritas en griego, no fueron traducidas al latín antes de la Edad Media, y han tenido también gran influencia sobre el pensamiento árabe.

La vida de Epicteto nos es muy mal conocida y su obra prácticamente no ejerció ninguna influencia hasta el Renacimiento tardío y el Barroco, con Montaigne, Pascal y los estoicos españoles del periodo de los Austrias. A diferencia de otros estoicos como Séneca y Marco Aurelio, que formaban parte de la clase alta romana, Epicteto vivió en la pobreza y la humillación, lejos de los fastos del poder. De ahí que en su obra se observe un punto de resentimiento y de excesiva humildad, cercano a la santurronería. Como Sócrates y el cínico Diógenes, representa también el tipo de filósofo cuya existencia discurrió en adecuación con sus principios, alguien que no se preocupó de hacerse célebre y que propuso una sabiduría ejemplar y práctica.

El núcleo del pensamiento de Epicteto, como del de Marco Aurelio, se encuentra en la teoría de la representación y en la distinción entre lo que depende de nosotros y lo que no depende de nosotros. El secreto estoico para la vida feliz consiste en considerar que lo que nos afecta no son las cosas sino la representación que nos hacemos de ellas. La vida de los humanos será más o menos feliz según la “prohaíresis”, es decir, según la manera que tengamos de pre-ver o de enfocar nuestra relación con las cosas. Por lo tanto, seremos más o menos felices en la medida en que logremos controlar nuestros sentimientos, nuestra imaginación, etc. En el estoicismo romano la realidad como tal solo puede ser conocida mediante representaciones, es decir, imágenes que produce la mente. Por lo tanto, para lograr una vida feliz es imprescindible el autodominio y evitar que una imaginación descontrolada nos haga sufrir anticipadamente. Solo aprendiendo a autocontrolarse y dejando de angustiarse por lo que no depende de nosotros lograremos ser felices. En todo caso habría que evitar ver en la “prohaíresis” algo así como la “voluntad” en un sentido moderno. Se trata más bien de una manera de estar atento a las cosas que de pretender modificarlas: cuando conocemos el bien es imposible aceptar el mal – eso ya lo dijo Sócrates – y cuando estamos atentos a las cosas, cuando conocemos el bien que hay en ellas, tendemos a quererlo y a adaptar nuestra vida por relación ellas.  En este sentido la “prohaíresis” es una forma de juicio.

Lo que depende de nosotros son “nuestros juicios, nuestras tendencias, nuestros deseos, nuestras aversiones, en una palabra, todo cuento es una operación de nuestra alma”. Todo cuanto depende de nosotros “es libre” y, en cambio, lo que no depende de nosotros (“el cuerpo, la fortuna, los testimonios de consideración los cargos públicos…”) es inconsistente y, a la vez, nos esclaviza. Así el sabio se concentrará en cuanto de él depende y evitará o soportará lo que no puede controlar. Las cosas suceden como suceden y no como quisiéramos que sucediesen y asumirlo es una muestra de sabiduría. Así, la enfermedad, según Epicteto, es una contrariedad para el cuerpo, pero no para la voluntad. Eso no significa que un estoico niegue el cuerpo, sino que pretende hacer posible la utilización óptima del cuerpo, controlando la mente, y especialmente la imaginación, trabajando sobre las representaciones para evitar el dolor. En todo caso lo importante en la vida para un estoico son “las cosas de dentro”, la propia conciencia y la autosatisfacción moral. En el fondo uno no es más que el actor de una obra de teatro; debe interpretar bien su papel pero no lo ha elegido y, en el fondo, ni siquiera lo ha escrito.

 

© Ramon Alcoberro Pericay