Feminismo y cyborgs

Júlia Torres

Con un lenguaje disruptivo y visionario y una riqueza narrativa completamente nueva para un texto con implicaciones filosóficas y políticas, Donna Haraway propuso a finales de la década de 1980 en su Manifiesto para cyborgs una alternativa social de carácter tecnológico (¿o post tecnológico?), imaginando ensamblajes de cuerpos con injertos de hardware, en parte seres humanos y en parte robots, pero sin una marca de género. El cyborg supera así las dicotomías; no está condicionado por la reproducción biológica, sino que es capaz de subvertir el orden establecido y convertirse en un símbolo de redención para cualquier minoría, a fin de trascender las convenciones y abrazar conexiones sociales nuevas y fluidas. Por lo tanto, surge una concepción diferente de la familia que prevé la endogamia entre los no humanos y las tecnologías.

Donna Haraway nació en Colorado de una familia católica de ascendencia irlandesa. Se graduó en biología y, al darse cuenta de las implicaciones políticas de la militarización de la ciencia, comenzó a participar activamente en las luchas por los derechos civiles y contra la guerra en Vietnam. Dio su primer curso sobre "mujeres y ciencia" en 1971 en la Universidad de Honolulu (Hawai). Se mudó a la Universidad de Baltimore y se unió a un grupo feminista socialista que comenzó a desarrollar su pensamiento antirracista, no sexista y crítico sobre las aplicaciones de la electrónica, la química y la biología de la industria de la guerra. En 1980 se trasladó a la Universidad de California en Santa Cruz para enseñar teoría feminista y comenzó a trabajar en el cyborg y, como ella misma indica: «en otras hibridaciones y fusiones entre lo orgánico, lo humano y lo técnico». El fruto de sus estudios se publicó en una colección de escritos titulada: Simians, Cyborgs and Women: The Reinvention of Nature cuyo texto de mayor influencia ha sido «Manifiesto para cyborgs. Ciencia, tecnología y feminismo socialista a finales del siglo XX». Sus últimas publicaciones tratan sobre la crítica feminista de la ciencia. Actualmente es profesora emérita de teoría feminista, estudios feministas y la cultura e historia de la ciencia y la tecnología en el departamento de Historia de la Conciencia de la Universidad de California en Santa Cruz.

Corresponde a Donna Haraway el mérito de haber desarrollado la corriente ciberfeminista, cuyos análisis y propuestas rupturistas, fueron durante los últimos años del siglo XX y los primeros años del siglo XXI un acicate para la apertura de los estudios sobre los usos de la tecnología y sobre la relación entre la tecnociencia y las mujeres. Para Haraway, la ubicación histórica de las mujeres en las áreas del hogar, el mercado, el trabajo, el estado y las instituciones, en las sociedades de industrialización avanzada, ha sido modificada en gran medida por la evolución de la ciencia y la tecnología, lo que ha convertido en obsoletas muchas relaciones sociales y obliga también a repensar cuestiones como el goce y la sexualidad en general. La estructura de las sociedades occidentales se basa en una serie de dualismos sustancialistas muy empobrecedores: yo / otro, mente / cuerpo, cultura / naturaleza, hombre / mujer, civilizado / primitivo… que constan de un elemento dominante y un elemento dominado. Estos dualismos deben superarse porque son funcionales y en su lugar hay que pensar desde una identidad fluida, mucho más compleja.

La mirada a través de la cual Haraway analiza las transformaciones que marcan nuestro tiempo se deriva de su historia como bióloga: en particular destaca la profunda reelaboración y replanteamiento que nos permite repensar la biología en relación con la aparición de nuevos conocimientos, como la cibernética, las teorías de sistemas y las ciencias de la comunicación y de la información. El replanteamiento de la biología después de la contaminación con nociones, teorías y conceptos de estas ciencias ha sido tan profundo que, según Haraway, se puede argumentar que el "organismo" biológico, como objeto de la ciencia, ha dejado de existir, y ha sido reemplazado por sistemas de comunicación completamente desnaturalizados. Por lo tanto, los organismos se han convertido en artefactos, siempre contingentes, cuyos métodos de construcción no están sujetos a ninguna arquitectura natural. Al mismo tiempo, las máquinas cobraron vida: si años atrás las máquinas aún podían distinguirse de los organismos, las máquinas cibernéticas hacen que la distinción entre autodesarrollo y diseño externo sea ya del todo ambigua. L@s pensador@s bernétic@s han de dar cuenta de una nueva realidad que se ha vuelto fluida de la misma manera que la biología actual se ocupa de tecnologías y códigos, de procesos de desmontaje y reensamblaje, y de sistemas de control altamente tecnológicos. En realidad, la historia de la cultura es también la de una serie de desplazamientos, de “heridas”, en nuestro narcisismo humano. No somos el centro del universo (cosmología), no somos una especie superior (darwinismo), nuestra racionalidad no es lógica (psicoanálisis). La aparición del cyborg plantea un desplazamiento más.

 Haraway analiza (¿propone?, ¿describe?) una nueva relación hombre / máquina donde los roles de sujeto y objeto ya no son distinguibles. Considera necesaria una nueva visión de la realidad en la que las máquinas no nos dominen, sino más bien, donde los humanos nos combinemos con ellas como responsables de sus fronteras; en consecuencia, el vínculo humano con las herramientas tecnológicas se intensifica: el límite de nuestros cuerpos no necesariamente tiene que coincidir con el de nuestra piel.

El ejemplo / modelo de superación de la dualidad es, para Haraway, el Cyborg. La metáfora del Cyborg, desde una perspectiva de género, significa una mujer altamente tecnificada, capaz de maniobrar cualquier herramienta a su servicio. En su opinión a través de los desarrollos de la biología (técnicas de reproducción asistida) y en la práctica diaria (el trabajo doméstico que todos hacemos ahora con la ayuda de máquinas) ya estamos en el modelo del cyborg. De este análisis se deduce que las mujeres deben asumir la responsabilidad de relacionarse en primera persona con la ciencia, rechazando la metafísica anticientífica y la demonización de la tecnología. De ahí su enfrentamiento con la teoría feminista de tipo idealista y espiritualista. Haraway es claramente cientificista, porque la ciencia ofrece:

  • La mejora de la vida diaria;
  • Las herramientas para distorsionar las estructuras de dominio existentes;
  • La superación de los dualismos que nos obligaron, como mujeres, a interpretar lo real;
  • La posibilidad, para los que se encuentran en los diferentes márgenes sociales, de afirmar la pluralidad de lo existente a través de la pluralidad de la expresión.

El desarrollo de la tecnología y su presencia cada vez más generalizada y decisiva en la sociedad occidental actual ha llevado a la crisis de la imagen exclusiva del sujeto que posee el poder (hombre, heterosexual, burgués, blanco). En esta fragmentación de perspectivas, las mujeres ciertamente deben conquistar, mantener y expandir su espacio de conocimiento y uso de la tecnología como herramienta para la liberación. A partir de las teorías de Haraway, la posición ciberfeminista sobre el uso de las biotecnologías se ha desarrollado de una manera muy amplia, teorizando modificaciones importantes de lo real que conducen a la destrucción de la obligatoriedad histórica de lo natural, en particular de la categoría "mujer" como indivisible de la de "madre". Un punto central en el planteamiento de Haraway (que comparte con muchas pensadoras feministas, especialmente con surgidas desde el movimiento hippie californiano en los años posteriores a 1968), es su afirmación de que el deseo de la maternidad no es concebido individualmente por las mujeres, sino inducido por la sociedad occidental actual, donde cada recién nacido es un nuevo consumidor potencial. El texto de Haraway y en su conjunto el pensamiento de género (no la `teoría’ de género que en tanto que tal no existe) ha ayudado a que las mujeres se desvinculen de un rol histórico de género que ha estructurado su propia identidad a lo largo de los siglos, disolviendo las tesis de la inevitabilidad de la maternidad. En el contexto de las tesis ciberfeministas la procreación siempre se ha considerado como el principio de la dependencia humana y con las técnicas de reproducción asistida se evitará la perpetuación, a través de la maternidad, de las actuales estructuras socioeconómicas injustas.

 

 

 

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay