FRANçOISE D'EAUBONNE, LAS BRUJAS Y JUAN PABLO II

Ramon ALCOBERRO

Es terrible pero tal vez inevitable. Cualquiera que se avanza a su tiempo e intente expresar un mensaje nuevo (y mucho más un mensaje de cambio social), acaba entrando en guerras simbólicas y pagando por ello un precio grave en estabilidad emocional y en capacidad para hacerse comprender a nivel lógico. La novedad y la ruptura conceptual resultan tan difíciles de formular que, demasiadas veces, no pueden ser comprendidas sino en perspectiva.

   Decía John Stuart Mill que la libertad y el valor moral de una sociedad se reconocen en su capacidad no solo para aceptar, sino para producir y promocionar, a un buen número de gente excéntrica. Para el funcionamiento de una buena sociedad los excéntricos resultan imprescindibles y es de idiotas reírse de ellos. Son imprescindibles en el proceso de creación porque permiten ver las cosas desde otros puntos de vista. Sirven para mostrar los agujeros de las argumentaciones, para producir las ideas creativas y para encontrar salidas a las crisis. La excentricidad es un testimonio de libertad intelectual y produce riqueza social. Y económicamente también puede ser productiva, como saben muy bien en Figueres, donde siguen viviendo del mito de Salvador Dalí. En ese sentido, Françoise d’Eaubonne fue una excéntrica toda su vida. Tal vez, tampoco lo fue tanto. Si se quiere fue una excéntrica “de segundo nivel” porque en los años del existencialismo la especie abundó mucho en Francia. Pero su originalidad y su dificultad para hacer amigas, le salió cara; aunque tuvo intuiciones deslumbrantes, siempre se quedó a medio camino. Se le podría considerar un caso de “fracaso exitoso”, pero muchas de las ideas de Eaubonne, en manos (o en libros) de otras gentes más disciplinadas, han acabado por ser muy significativas. Hay incluso teólogas ecofeministas, lo que sin duda le sorprendería. La idea del “ecofeminismo” ocupa indiscutiblemente un lugar central en el pensamiento político del 2020. Tampoco puede decirse, pues, que lo suyo sea la crónica de un fracaso. Françoise d’Eaubonne creó un vocabulario que hoy es de uso común en el pensamiento social y tiene una calle a su nombre en Toulouse. Eso es mucho más de lo que lograrán el 99% de los filósofos mesetarios españoles en sus pueblos respectivos. Dispensen la franqueza.

El Sexocidio de las brujas (ed. francesa, 1999) es el único libro de Françoise d’Eaubonne que se puede encontrar en las librerías españolas en el año de su centenario y un buen resumen de lo que llevamos dicho. Su tesis central es simple y proviene del siglo XIX, concretamente de Michelet (La bruja. Un estudio de las supersticiones en la Edad Media, 1862), cuando se identificaba las brujas con una especie de sabiduría arcana y radical, originada en la noche de los tiempos. Desde el Romanticismo, Michelet identificaba a la bruja con «la recuperación de la orgía pagana por el pueblo». Hoy la investigación histórica más bien las ve como una expresión de la pobreza y el desamparo en un momento en que la sociedad urbana y el capitalismo consolidaban su dominio sobre el mundo rural. En realidad, las brujas fueron siempre mujeres pobres, abandonadas e ignorantes. Pero eso es secundario. A Françoise d’Eaubonne lo que le interesa es convertirlas en un arquetipo de la mujer oprimida por razón de sexo y presentar su persecución como sexocidio. Obviamente no se pregunta (gajes del centralismo francés) si hay alguna relación entre la persecución de las brujas y el genocidio medieval contra la cultura occitana.

 El gran problema de la hipótesis del Sexocidio…, que se ha hecho muy popular en la cultura feminista, e incluso tiene ya un punto de “sentido común” en el pensamiento de género, es que sus argumentos se sostienen sobre una base documental muy débil. Eaubonne no se detiene especialmente en la tesis de Jean Palou (La Sorcellerie, 1957) que consideraba la persecución como una emanación más o menos directa de las condiciones de vida miserables de la población europea de aquel momento. Insiste donde cree que Roland Villeneuve (Le fleau des sorciers - Histoire de la diablerie basque au XVIIe siècle, 1983) pasó por alto: en la dimensión femenina de la masacre de personas acusadas de brujería entre 1450 et 1650. Pero no hay un análisis de los documentos primarios en el libro, sino directamente citas del Malleus maleficarum, una acusación y una sentencia de culpabilidad: Sexocidio, odio a la mujer porque su sexo es poderoso. Lo que se pretende es crear un mudo simbólico feminista y para ello los materiales se usan de un modo retrospectivo para explicar una historia de represión contra la mujer.

   En El Sexocidio…, Eaubonne argumentó con más intuición que otra cosa. Pero entre sus diversas afirmaciones hay poca continuidad y el libro funciona por acumulación más que por el análisis “claro y distinto”, y por partes, que debiera sustentar cada una de sus afirmaciones. Lo que afirma no es absurdo, pero debiera estar mejor fundamentado. Aunque a algunos teólogos tradicionalistas eso puede no gustarles, no es descabellado afirmar, como ella hace, que Jesús fue un protofeminista (lo testimonian en los Evangelios la presencia de María Magdalena y su perdón a la prostituta). Pero es más complejo afirmar que supuestamente la Iglesia, desde la primera epístola de Pablo a los Corintios (14:34), habría traicionado su mensaje. Eaubonne asume aquí las ideas de una serie de teólogas que basándose en los manuscritos de Nag-Hamadi han planteado la tesis de un Jesús amigo de las mujeres (Jésus et les femmes de Françoise Gange, 2005) al que la Iglesia habría manipulado. Esa es una hipótesis sugerente pero bastante discutida en el ámbito de la historia religiosa cuando se entra en el detalle. Básicamente tiene poco en cuenta el contexto social del primer cristianismo. Así d’Eaubonne defiende que: «el patriarcado no tardó mucho en apropiarse de la capacidad expansiva de las enseñanzas evangélicas» (p. 39), empezando por llamar a Jesús Hijo del Hombre cuando en puridad debería ser “Hijo de la Mujer”. En todo caso “Hijo del Hombre” en hebreo significaba “uno cualquiera” (en italiano sería un “uomo qualunque”), y la expresión es un genérico que no tiene nada que ver con hombres, ni con mujeres en sentido material.

El segundo argumento que aduce D’Eaubonne es incluso más discutible. Se trata de la hipótesis de una protoreligión basada en la Diosa Madre, fuerza femenina e incluso feminista, surgida en la prehistoria y que se habría mantenido como una especie de enseñanza secreta de generación en generación entre las mujeres hasta llegar a las brujas. Tampoco es en absoluto una idea absurda, pero como hipótesis aún ha resultado menos demostrable. Françoise Gange (Avant Les Dieux. La Mère Universelle, 2006), Robert Graves y muy especialmente Marija Gimbutas (1921-1994) en El lenguaje de la diosa (1989) han defendido esa hipótesis, pero la falta de evidencia documental y arqueológica lastra ese tipo de afirmaciones. La tesis de la analogía entre la mujer y la Madre Tierra posee un valor emocional fuerte: la tierra y la mujer son fértiles y están explotadas y eso permite imaginar una semejanza de fondo, argumentando desde la solidaridad de los oprimidos. Pero de ahí a convertir eso en un principio de protoreligión va un trecho.

En todo caso, en El Sexocidio… no se pretende elaborar una reflexión erudita, sino que estamos ante un texto de combate, donde Françoise d’Eaubonne da voz a hipótesis un punto románticas y de poco valor historiográfico. De lo que se trata en el libro es de defender una hipótesis que puede resumirse en una cita de Françoise Gange:

«Lo femenino no será nunca suficientemente aplastado porque su poder     amenaza con resurgir. Este es el fantasma inextinguible que más amenaza al orden patriarcal. Esto explica el ensañamiento con el que se ha intentado pisotear, aniquilar a la bruja».

Pero como buena revolucionaria, Françoise d’Eaubonne hizo todavía algo más. El 15 de agosto de 1988, Juan Pablo II publicó, la carta apostólica Mulieris dignitatem, que fijaba la posición de la Iglesia respeto a la mujer – e inmediatamente, ella junto a un grupo de amigas aprovechó para enviar una carta al Papa pidiéndole que, como ya había hecho en el caso de los judíos, la Iglesia pidiese perdón por la persecución (el sexocidio) a las brujas. Carta que no obtuvo respuesta.  Eso puede parecer una pura provocación, aunque la misiva estaba escrita en términos respetuosos. Sin embargo, el tema de las brujas no es en absoluto lo que en Colombia llamarían una “guevonada” o lo que en catalán se dice una “collonada”. Tras del símbolo se plantea una guerra cultural bastante obvia. La defensa de las brujas no tiene nada de apolítico, ni de ahistórico. Françoise d’Eaubonne la entiende como una manera de argumentar la continuidad histórica del feminismo. Defender la bruja es defender un mundo simbólico específico para el feminismo y, de paso, significa establecer un espacio político propio, ofreciendo una raíz al movimiento.

   En Mulieris Dignitatem Juan Pablo II, una encíclica que el movimiento feminista en general ni tan solo  ha leído, usaba la expresión «genio femenino» y lo proponía como un principio de vida, que sitúa a la mujer como punta de lanza de una sociedad donde los valores de “cura” (cuidado) fuesen mucho más significativos. Viniendo de la Iglesia, para las feministas del 68 eso era solo una manipulación machista más. La bruja tal como la entiende d’Eaubonne simboliza un tipo de feminidad que se enfrenta a la del mundo macho y a la iglesia tradicional. La oposición mujer-madre o, en general, mujer-que-cuida (Juan Pablo II) versus mujer-bruja (Eaubonne) es, obviamente, bastante ingenua. Tanto Juan Pablo II como Françoise d’Eaubonne están hablando de arquetipos, más que de realidades empíricas. Ni todas las mujeres tienen instinto maternal (suponiendo que el concepto de instinto sea definible), ni todas consideran la maternidad como una alienación. Haberlas, las hay de ambos tipos por estos mundos y por sus buenas razones. La bruja, como la mujer-madre, como el ideal femenino del cuidado según la Care Ethics pueden ser pensadas como ideales o como modelos, ciertamente. La realidad de la condición femenina, hay que decirlo, siempre ha sido mucho más compleja...

 

 

Françoise d’EAUBONNE: El Sexocidio de las brujas. Ed. Incorpore, Blanes, 2019. Hay traducción catalana en la misma editorial.

 

 

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay