Hartmut Rosa y el pájaro de tres cabezas

 

Ramon Alcoberro

En una conversación con Nathanaël Wallenhorst, que se ha publicado en forma de libro bajo el título: ¡Aceleremos la resonancia! (ed. or. francesa, 2022, trad. esp. 2023), Hartmut Rosa propuso entender el papel que deben realiza la sociología (la filosofía social) en nuestro presente como si se tratase de la labor de un pájaro de tres cabezas. La sociología ha de actuar, a su parecer, con las características de:

a) El buho de Minerva hegeliano, que cuenta historias y construye narrativas sobre la modernidad.

b) Los gansos del Capitolio que en la Roma clásica advertían a la Ciudad del ataque de los enemigos. Advertir de los errores de la modernidad, de la desincronización entre humanos y naturaleza, etc., es ayudar a crear las posibilidades de un diálogo para superar los fallos y las patologías sociales que se denuncian.

c) El ave fénix capaz de darnos una visión renovada de lo que pueda ser una buena sociedad a partir de las cenizas de la nuestra que está en crisis.

El autoanálisis social no se habría de limitar a la descripción de las condiciones materiales de un determinado colectivo, sino que debe preguntarse: «¿qué podemos hacer?» y es aquí donde esas tres aves mitológicas tienen algo que proponernos.

En las sociedades de la post revolución industrial y muy concretamente en la época de la informática, la tecnología progresa de manera tan acelerada que la política y las relaciones sociales siempre van un paso atrás. Así, la necesidad de reformas sociales se vuelve perentoria porque aparecen nuevas necesidades, nuevas posibilidades y nuevos desajustes como consecuencia de la extensión de la tecnología. «la época contemporánea se caracteriza por el hecho de que debe evolucionar para asegurar su existencia» (rosa. P. 18-19)

En este contexto, el problema al que ha de hacer frente la política contemporánea –y con ella la filosofía social– ha sido siempre, y será cada vez más: «¿qué reformas necesitamos?»

Y ante ello, Rosa se pregunta es si estamos interrogando de la manera correcta a una época caracterizada por la aceleración. Tal vez lo que estamos preguntando no pertenece a esta época, o se somete demasiado a un imperativo que es tecnológico, pero no político. Sobre todo, lo que parece inquietarle es la norma, la manera como miramos y a quién miramos cuando asumimos un modelo cada vez más mediado tecnológicamente en las relaciones sociales. Tal parce que estamos confundiendo “aceleración” con “progreso” que otra cosa porque no solo de tecnología vive el ser humano.

Es un hecho que la política se ha sometido a la tecnología, pero eso no ha resulto ni siquiera los problemas políticos, sino que más bien los ha agravado. Lo mismo puede decirse de la pedagogía. Educamos por competencias y para hacer de los alumnos individuos que encuentren su camino en la sostenibilidad. Pero en la práctica eso no funciona porque: «estamos serrando la rama misma de la que la educación recibe su vida» (Nathanaël Wallenhorst). Tampoco parece que la revolución social sea hoy un objetivo ampliamente compartido, ni que la gente viva profundamente a disgusto en sociedades capitalistas, aunque a veces estas resulten sucias y bruscas.

Rosa no cree en absoluto (y eso le diferencia del marxismo y de la Escuela de Frankfurt) que exista lo que denomina «una oposición irreconciliable con las condiciones existentes de nuestras vidas, que están fuertemente marcadas por el capitalismo». Es decir, no cree que solo una revolución, un cambio radical en las condiciones de vida de los humanos, pueda reconciliar a los humanos consigo mismos. Nunca existirá la sociedad ideal y, por lo tanto, no tiene sentido negar a los humanos el derecho a ser (un poco) felices incluso en condiciones de precariedad.

Lo fundamental en la vida humana es mantener el elemento «relacional» que es el centro de gravedad de la sociedad misma. Mientras la productividad y la eficacia estén en el centro mismo de la vida humana, los individuos no podremos vivir creativamente.

La propuesta de la resonancia nos dice que hay que intentar una vida en los márgenes reales del productivismo; que la vida tiene una capacidad relacional (por así decirlo, imperfecta pero perfectible). Obviamente las relaciones de resonancia no nos vienen dadas, ni son siempre maravillosas, pero nos ofrecen el marco para una vida digna de ser vivida.

«Resonar» pasa por evitar hacer de la propia vida una mera mímesis del entorno (marxismo), por prescindir de la hipótesis según la cual todo puede ser erótico o erotizado (Freud) y por evitar una búsqueda del aura estética que no existe en las condiciones reales de la vida humana más allá de ser refugio o ensoñación (Benjamin). No es posible librarse de la alienación, pero sí podemos intentar comprenderla y responderla.

Si la alienación nos vuelve «sordos» y transforma el mundo «en una cosa sorda» (¿sórdida?), tal vez sea porque no escuchamos el mundo en su complejidad. Es aquí cuando tiene sentido preguntarnos sobre si estamos planteando correctamente las preguntas. Tal vez sea demasiado fácil decir que la mujer de cierta edad que lee la revista Hola en la peluquería o la joven que perrea con un machista borracho en una discoteca del extrarradio “está alienada”. La pregunta que debiéramos hacernos previamente es: “¿qué resuena en ella?”

Es aquí donde tiene sentido que la sociología (la filosofía social) se convierta en un pájaro de tres cabezas, que a semejanza de las aves míticas ha de cumplir tres funciones:

• Ha de construir una narrativa que no sea ingenua sobre lo que nos ha pasado. Como el búho de Minerva hemos de reconsiderar el pasado para intentar comprenderlo sin usar el arsenal de tópicos que ya no sirven (y que, aunque eso no lo diga Rosa provienen en buena parte del sartismo de capillita y de mayo del 68, leído en clave universitaria).

• Ha de lanzar alertas. Como los gansos del Capitolio hemos de avisar sobre el peligro de la velocidad, y sobre las consecuencias de no tener tiempo para pensar sobre el futuro porque lo que Rosa llama «la desincronización» de la economía y de la sociedad con la naturaleza y con los principios básicos de la democracia nos pone al borde del abismo – e incluso nos empuja a él.

• Ha de pensar las condiciones de un renacer de lo humano. Como el ave fénix, la filosofía social nos debería ayudar a construir «una visión de lo que podría ser una vida buena» y así reconstruirnos desde las cenizas de una sociedad que se ha quemado ella misma en la velocidad y en la insignificancia.

Es discutible si la respuesta a la aceleración es la resonancia –la respuesta de Rosa, en todo caso, tendrá que hacer frente más o menos las mismas críticas que puede recibir cualquier propuesta comunitarista. Incluso se puede cuestionar si todavía vivimos en sociedades que cobijen comunidades los suficientemente consistentes como para poder mantener una resonancia fuerte. Entablar: «una nueva relación perceptiva con el mundo, marcada por una nueva relación perceptiva con él, que le permita oír y hablar» (Nathanaël Wallenhorst), parece mucho más fácil de decir que de hacer.

«Resonar» puede ser fácil si lo intentamos desde una pequeña comunidad religiosa, en una comuna de artistas o en la admiración por la naturaleza de Lun Emerson. Pero hacerlo entre el ruido y la prisa resulta, tal vez, incluso utópico. De hecho, los críticos de la resonancia tienden a tacharla de elitista.

Hoy vivimos en una época que fácilmente se ha definido como fluida y en entornos de débil cohesión comunitaria. Pero que la resonancia sea muy difícil en contextos urbanos, multiculturales y tecnológicos no niega que sea una cuestión importante. La sociología (la filosofía social) debe plantear preguntas que hoy aún no nos hacemos, incluyendo problemas que solo afectan a grupos de gente muy sensible e incluso elitista; y son esas preguntas las que tal vez nos permitan salir del laberinto… por eso a mí me parece importante poner a debate la necesidad de la resonancia.

 

Materiales para un debate sobre las ideas de Hartmut Rosa – Ateneu Barcelonès, enero 2024

 

 

 

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay