Hartmut Rosa y la resonancia

Ramon Alcoberro

 

La primera frase del prólogo es definitiva: «Si la aceleración es el problema, entonces quizá la resonancia es la solución» (Hartmut Rosa, Resonancia. Una sociología de la relación con el mundo. Ed. Katz, 2019, p. 15, trad. Alexis E. Gros – ed. or. 2016). Supuesto que vimos en una sociedad cuya ley social inevitable es el crecimiento y la desmemoria (la aceleración), aunque eso conduzca inevitablemente al conflicto social y al malestar emocional…. Supuesto que, además, esa aceleración resulta inevitable por el desarrollo mismo de la tecnología… entonces convendrá buscar algún tipo de respuesta a la cuestión sobre cómo construir colectividades en tiempos de baja frecuencia de las relaciones humanas.

Para Hartmut Rosa nuestro uso del tiempo es la clave para entender la sociedad moderna: «la aceleración se puede definir primero y de acuerdo con el significado físico básico como un incremento en la cantidad por unidad de tiempo». Lo que caracteriza a nuestra sociedad a inicios del siglo XXI es estrictamente el hecho de vivir el “incremento” como una especie de logos de toda sociedad y ello conduce inexorablemente a una «pérdida de mundo» (p. 77) y a la incomunicación. Las tres formas de acción teorizadas por Habermas (instrumental, estratégica y comunicativa) están mediatizadas por la aceleración de forma irreversible y eso produce lo que los clásicos de la comunicación del siglo XX llamaban ruido o distorsión (Noise source) es decir, todos aquellos elementos psicosociales o tecnológicos que impiden o dificultan la comprensión clara y distinta de un mensaje.

En opinión de Rosa la aceleración es la causa de la angustia creciente en las sociedades tecnológicas: «La angustia es la reacción natural a una experiencia repulsiva del mundo; abunda cuando los sujetos se sienten colocados en un mudo hostil (ya sea de forma latente o manifiesta)» (p.160). Incluso la relación corporal con el mundo está atravesada por la experiencia de la aceleración y por eso nos sentimos “respirando mejor” en la cima de un monte cuando podemos tener un poco de paz y calma en la observación desinteresada de la belleza del mundo.

La aceleración para Rosa no es tanto una cuestión conceptual cuando una sensación “de piel”, de corporalidad que se siente frustrada al no poder seguir su propio ritmo. En el mundo de la aceleración el cuerpo «se convierte en enemigo» (p. 138 y ss.), en «fuente de trastornos», de agotamiento emocional, de estrés y de consumo en vez de ser «fuente de inspiración» y de relación con el mundo (p. 177). Esta situación se corresponde a lo que Marx denominó otrora “alienación”, pero en un sentido que va mucho más allá.

 

«Resonancia» es la respuesta a una situación de aceleración que va más allá de lo que Marx había enunciado como alienación en tanto que característica del capitalismo.

No es solo que la alienación pueda ser definida como relación carente de vínculo, tal como la había planteado la tradición marxista y la Escuela de Frankfurt, sino que ese vacío es, en lo fundamental, una «pérdida de mundo» (p. 77) que implica también «el enmudecimiento de los ejes de resonancia en un mundo marcado por relaciones de indiferencia». Los «trastornos en la relación con el mundo», ese «mundo que nos patea el estómago» (sic., p. 83) y en el que nos sentimos sin relación ni vínculo convierten la vida humana en miseria emocional y en destrucción ambiental.

La lógica de la acumulación de capital que analizó Marx se ha convertido hoy en una institución de la realidad, en un modo de ser (de situarse en el mundo). En este sentido no tiene fin. Siempre querremos más, siempre viviremos aceleradamente, acumulando experiencias (como cuando uno hace viajes turísticos supuestamente “experienciales”) aunque sean irreales. Necesitamos, pues, una respuesta, una alternativa que evidentemente no podrá ser ni masiva, ni permanente, ni estará tal vez al alcance de todos (es decir que no será ni utópica, ni voluntarista. A eso, Hartmut Rosa lo denomina «resonancia».

 

Resonar es buscar una alternativa a la lógica de la acumulación

La lógica de la acumulación se ha convertido en una «lógica estructurante» de las relaciones humanas. En una entrevista sumamente clarificadora, disponible en Internet [Rosa H. (2020), L’alienazione ai tempi dell’accelerazione. Intervista a Hartmut Rosa, a cura de Pierluigi Vizza, en «Cambio. Rivista sulle trasformazioni sociali», Vol.10, n. 20], Rosa plantea que hoy ya no existen imperativos simplemente se da por supuesto que la gente «es» y tiene derecho a ser lo que es (o lo que imagina ser) y distingue siguiendo a Walter Benjamin entre Erlebnissen (episodios de experiencia) y Erfahrungen (experiencias que dejan una señal). Hoy todo el mundo tiene de las primeras, pero faltan las segundas. Son esas las que, por decirlo en el vocabulario de Rosa «resuenan», es decir, hacen sentido y orientan la vida en forma significativa. «Di fatto, dopo una giornata con molte risonanze sembrerà che questo tempo sia stato ricco di esperienze, un tempo lungo nella memoria. Al contrario, se nella mia giornata sono venuto a questo incontro che si è rivelato totalmente noioso e poi leggerò qualcosa che non mi interesserà realmente, quando andrò a letto mi sentirò come se non mi fossi neppure alzato, perché nella mia memoria non è rimasto niente».

 

Si necesitamos de la resonancia es porque la experiencia de la aceleración nos ha vaciado, no solo físicamente sino en el nivel de lo afectivo, y ha convertido nuestras emociones en algo manipulado y sin sentido.

«Resonancia significa que algo se pone a vibrar o a sonar» (Joachim Bauer) y es un concepto con una cierta base biológica y psicológica. En origen se trata de recuperar la tesis de la existencia de neuronas espejo que son las que permiten que el ser humano posea vida emocional, copiando el lenguaje y los gestos y contagiando de emociones nuestra vida social. Obviamente, si tan solo fuésemos un espejo de los otros, no tendríamos existencia propia, ni identidad. Resonar no es ser un eco, sino una respuesta. Sin una cierta voz propia puesta en una relación mutua, sin un «campo de resonancias», tampoco habría relación social significativa. La comprensión emocional y la empatía constituyen según Hartmut Rosa el dique que nos permite contener la aceleración que nos aliena. De hecho, cuando no resonamos socialmente, cuando se nos deniega la palabra, cuando no podemos conversar, lo que se produce en nosotros es una situación efectiva de muerte social.

 

La resonancia se puede definir como «un vínculo específico con el mundo de carácter cognitivo, afectivo y corporal, en el cual ocurren dos cosas: por un lado, los sujetos resultan movilizados por un determinado segmento de mundo y, a veces, “conmovidos” hasta en su base neuronal; y, por otro, ellos mismos actúan “responsivamente” influyendo en el mundo, experimentándose a sí mismos como eficaces» (p. 213).

Es, pues, una «metáfora para describir las cualidades de relación» (p. 215). Resonamos socialmente cuando algo de uno reverbera en otro(s), «cuando la vibración de un cuerpo estimula la vibración de otro en su propia frecuencia». Pero Rosa insiste en que no se trata meramente de una cuestión de estados de ánimo. Solo hay resonancia cuando convergen tres elementos, el cuerpo, el espíritu y el mundo experimentable (p. 221).

«Resonancia» es un concepto a la vez descriptivo (describe una necesidad humana básica) y normativo (describe una situación ideal y deseable de las relaciones humanas). No expresa ningún tipo de “autenticidad” del ser humano sino una forma de relación significativa en un mundo que es plural y contradictorio (por eso no puede identificarse cuáles son las relaciones humanas “auténticas” y cuáles no). Resonar es escuchar el mundo en vez de pretender transformarlo según el modelo prometeico del marxismo y de la Escuela de Frankfurt.

 

La resonancia implica una reconsideración de la autonomía y de la heteronomía.

«Resonar» significa vivir en comunidad y moverse con ella. Es decir, supone que la autonomía de los individuos está limitada por consideraciones de respeto y de utilidad colectiva. En ninguna comunidad se puede ser absolutamente autónomo sin jugarse la posibilidad de ser sancionado o marginado. Pero una sociedad de la resonancia no es tampoco del todo heterónoma. Me han de importar las cosas que sucedan en ella y, a la vez, he de poder mantener mi propia visión, sin que ambos extremos sean contradictorios. Me han de importar, por ejemplo, las emociones y los sentimientos, incluyendo la posibilidad de «amar las historias tristes». Como dice en la p. 227, en un recuadro de su libro: «La resonancia no es una relación de eco, sino de respuesta; presupone que ambos lados hablen con voz propia, y esto solo es posible cuando entran en juego valoraciones fuertes. La resonancia implica un momento de indisponibilidad constitutiva».

Al resonar se produce «un vínculo de amplificación recíproca entre dos cuerpos» y simétricamente se puede hablar de “alienación” (en un sentido ya no marxista) entendiéndola como: «un proceso de ensordecimiento, esto es, como un proceso en que la propia vibración de los partícipes no se amplifica, sino que se debilita o se trastorna. En un estado de alienación, por tanto, la propia voz y la ajena tienden a volverse inaudibles o no dicen nada; el sujeto y el mundo se enfrentan de forma muda y rígida».

Así, el problema es que una sociedad de las multitudes y de la velocidad vive alienada porque es incapaz de resonancia. Nos cuesta lograr esa distancia justa de los puercoespines de Schopenhauer que les permite darse calor sin hacerse daño. De ahí que vivamos en una sociedad donde cada vez crecen las depresiones o lo que Rosa denomina «el congelamiento del cuerpo» (p. 235). La tristeza no implica que se rompa una relación resonante con el mundo y con el cuerpo. Pero estar (vivir) deprimido es otra cosa. Cuando «no tenemos más que lágrimas» y, en consecuencia: «la relación con el mundo ya no puede fluidificarse, sino que está petrificada», porque vivimos en contradicción con las necesidades propias de lo humano, desde la falta de reconocimiento, a la prisa absorbente o a la incapacidad de hallar silencio (y respeto) en nuestro entorno, entonces la alienación se convierte en la (no-)relación humana esencial. Simplemente, vivimos alienados no porque vivamos en la heteronomía sino en un mundo de significantes mudos y de no respuestas a las necesidades comunicativas básicas.

 

«La alienación es una forma específica de relación con el mundo en que el sujeto se contraponen de manera indiferente u hostil (…) puede definirse como la relación de la ausencia de la relación (Rahel Jaeggi)» (p. 240).

Eso no significa, sin embargo, que sea posible un mundo sin alienación, o de resonancia constante, como a veces propone la autoayuda. Sería absurdo creer que es posible ser siempre feliz. No tiene sentido suponer que siempre estaremos “resonando. Ni tampoco el resonar debe verse como la condición de posibilidad de una vida exitosa en los términos del capitalismo emocional. Ser sensible a la resonancia es también ser sensible a la alienación. Resonar significa más bien: ser capaz de «dar una respuesta a un mundo que calla».

 

 

Materiales para la lectura de la primera parte del libro de Hartmut Rosa: Resonancia. Una sociología de la relación con el mundo. (ed. es. Katz Editores). Buenos Aires-Madrid, 2019. Trad. Alexis E. Gros.

 

 

 

 

 

 

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay