EL ESPÍRITU DE FRONDA
Anne-Vanessa PRÉVOST
Del autor de los ESSAIS parece que lo sepamos todo; es fácil encontrar en la diversidad y en la inconsecuencia de ese libro ejemplar, los Montaignes más diversos. «Yo soy la materia de mi libro», nos previene. Ahora bien, «materia» no significa «objeto»: «No son mis gestos (acciones) lo que escribo; es yo, es mi esencia».
Cuando Montaigne se confía en los ESSAIS utilizando un «yo» [«je»] sincero y familiar, cuando se sorprende ante un «mi mismo» [«moi»] en construcción, cuando nos da a conocer los deseos y las debilidades de su cuerpo envejecido y las meditaciones de su alma sobre el orgullo o el engaño, el lector no descubre una biografía, sino que se le ofrece la experiencia de una vida. Precisamente porque toda la empresa de Montaigne narra el malestar de un yo situado entra la exigencia de asentarse fijamente y la imposibilidad de construirse como ser estable....
Michel Eyquem de Montaigne viene al mundo indolentemente, el último día de febrero de 1533 –su madre lo habría gestado durante once meses– en el castillo de Montaigne, en los confines del Bordelés y del Périgord. Sus primeros años están marcados por las inoportunas iniciativas de su padre. Pierre Eyquem, que, convencido de que los sentidos corporales de su vástago constituyen una de las claves de su cerebro, le hace despertar diariamente por un músico y lo confía a los cuidados de un preceptor alemán que sólo se dirige al muchacho en latín. A los seis años, el joven Michel no sabe francés [*]. En 1540 inicia estudios en el colegio de Guyenne, un establecimiento elitista, para consagrarse a continuación a los estudios de derecho en Toulouse y más tarde en París.
Se ignora casi todo a cerca su vida en aquel momento, dedicada a su formación, a relacionarse con la corte y a conocer los ambientes letrados. Algo es seguro: la voluptuosidad fue el gran tema de su juventud y en París vive el preludio de «su estación más licenciosa» (1). Conoce los bailes y las aventuras amorosas, frecuenta los burdeles –«cuyo vicio consistía más en salir que en entrar» (2). Si para él la vocación del hombre consiste en pensar, el protagonista de su aventura humana sigue siendo ese a quien denomina «señor mi parte», ese miembro «desobediente» y «contestatario». Sin pasión, pues, Montaigne abraza en 1554 la carrera de magistrado en el tribunal de Périgueux, antes de ingresar en el Parlamento de Burdeos. La situación política y religiosa de la época, en que se producn los más brutales enfrentamientos entre católicos y reformados hacen recaer importantes responsabilidades sobre esa institución. Montaigne ve como se le confían misiones políticas: en 1559 acompaña al rey en su viaje, asiste a la corte, participa en el sitio de Rouen. Si este aspecto de la carga parlamentaria no deja de apasionarle, nunca puede, sin embargo, ocultar su repugnancia ante los procedimientos judiciales. Denuncia el carácter arbitrario y perverso de las «leyes (cuyo) crédito se mantiene, no porque sean justas sino porque son leyes (...) es un verdadero testimonio de la humana imbecilidad» (3). Frondista entes de la Fronda, Montaigne condena el sistema, tanto en lo que hace referencia a la tortura como al aparato legal del país. Sin embargo esos años de magistratura enriquecen su experiencia sobre la fluctuante naturaleza humana, irreductible a principios normativos.
En ese período se hace amigo de Étienne de La Boétie, cuya violenta invectiva contra la tiranía, el DISCURSO DE LA SERVIDUMBRE VOLUNTARIA, había captado ya su atención. Un encuentro fulminante. «Si se me obliga a decir por qué le quería, siento que sólo puedo responder a eso diciendo: “Porque era él, porque era yo”» ¿Puede reivindicarse con mayor claridad la absoluta singularidad que Montaigne otorga a esa relación, irreductible a cualquier otra, sin tener necesidad más que de sí misma, diciendo como él «Esa amistad (..) que Dios ha querido tan entera y perfecta (...) es mucho si la fortuna la logra una vez en tres siglos?» (4).
La peste que se lleva brutalmente a La Boétie, deja hundido a Montaigne. Desaparecido Etienne, entra en otra vida: «No es más que humo, no es más que una noche obscura y aburrida. Desde el día en que le perdí (...) no hago más que arrastrarme languidecente». Más tarde, en su palomar, se dolerá por el amigo escribiendo para el ausente: «Íbamos a medias en todo. Me parece que le hurto su parte». Esa parte se la ofrece en palabras, en pensamientos, en lecturas. ¿No es mediante el misterio de esa relación como Montaigne descubre las virtudes del único, es decir, del individuo, que le permiten «explicarse» [«se réciter»]?
Privado de ese «espejo fiel», Montaigne busca consuelo en la frecuentación de hermosas amigas, entre la cuales una tal Margarite Duras confidente de la «reina Margot», antes de decidirse por el matrimonio, ese «mercado sin entrada libre», en 1565 con Françoise de la Chasseigne, hija de influyentes colegas. Le dará seis hijos, cinco de los cuales mueren en la infancia: sólo sobrevive Léonor, heredera del apellido y de la finca. En 1570 vende su cargo de consejero y renuncia a la magistratura. Todo sucede como si se retirase de la acción para encerrarse en un retiro más empático: «El año de Cristo 1571, a la edad de 38 años, en la víspera de las calendas de marzo, aniversario de su nacimiento, ya desde tiempo atrás hastiado de la esclavitud de la corte y de los públicos empleos, se refugió, todavía en pleno vigor, en el seno de las musas, para encontrar allí la calma y la entera seguridad, para pasar el resto de los días que le queden por vivir». Y sin embargo...
Así recluido en su «biblioteca», Montaigne va a convertirse en Montaigne. En 1572 emprende la redacción de los ESSAIS que sólo la muerte interrumpirá: «He tomado un camino mediante el cual, sin cesar y sin trabajo, iré mientras haya en el mundo tinta y papel» (5). Toma forma una obra sin precedentes, fragmentaria, discontinua, inacabable. Hasta 1580, fecha de la primera edición, compone los dos primeros libros. Sin por ello eclipsarse de la escena política: su «retiro» no será más que una ida y vuelta entre gestiones políticas y períodos de escritura. Porque el pensamiento de Montaigne , nacido de la experiencia, retorna a ella: «Componer nuestras costumbres es nuestro oficio y no componer libros». Dos años después de la masacre de la noche de Saint-Barthélemy [24 de agosto de 1572] pronuncia un elogiado discurso ante el Parlamento de Burdeos; entre 1572 y 1576 conduce negociaciones delicadas entre el católico Enrique de Guisa y el protestante Enrique de Borbón, rey de Navarra y futuro Enrique IV.
Pero si entre dos misiones diplomáticas el señor de Eyquem goza viviendo entre sus libros su libertad interior, teme a la esclerosis. Así a los 48 años abandona sus tierras para un periplo de diecisiete meses en que «con el culo en la silla», va a «pasear su filosofía» por los caminos de Europa, de Francia y de Navarra. A quienes le preguntan la razón de sus viajes les responde: «Sé de lo que huyo, pero no sé lo que busco» (6). Sin duda busca ciudades propicias al apaciguamiento de su mal, la gravilla –los cálculos renales– cuyos primeros síntomas le llegan en 1578. De paso por París, presenta sus ESSAIS al rey, se relaciona con Enrique de Navarra, conversa con ministros de diversas religiones y con varios embajadores. En Roma le recibe el papa y le honran con el título de ciudadano romano. Queda que el motor principal de esa aventura sea «ese humor ávido de cosas nuevas y desconocidas», el placer de «frotar y limar» su cerebro con el de otros: «Se logra una maravillosa claridad para el juicio humano mediante la frecuentación del mundo. Andamos todos limitados y hacinados en nosotros mismos y tenemos la vista limitada a la longitud de nuestra propia nariz». Esos quinientos días a través de los países, las sociedades, las confesiones, los paisajes y los climas azuzan su conciencia de la diferencia de usos y de comportamientos: «No conozco escuela mejor para formar la vida que proponerle incesantemente la diversidad de tantas otras vidas, fantasías y usos, y hacerle saborear la tan perpetua variedad de formas de nuestra naturaleza».
El 7 de septiembre de 1581, mientras se encuentra en Florencia, una carta le informa de que ha sido escogido alcalde de Burdeos. Reelegido dos años más tarde, Montaigne debe gestionar una región bajo dependencia de la corona de Francia, pero también hogar de agitación permanente de la Liga católica y objeto de la codicia de su amigo el rey de Navarra. Fino diplomático, logra mantener el orden y apaciguar los espíritus. Cuando está finalizando su mandato, la peste asola la ciudad y se ve obligado a huir. De regreso a sus tierras en diciembre de 1585, se dedica a la revisión de los dos primeros libros de los ESSAIS que aumenta con un tercero. Pero, en tanto que gran servidor del Estado no deja de estar involucrado en los negocios de su época. En 1588 cuando se dirige a París para una nueva edición de sus ESSAIS es encarcelado por orden de Enrique de Guisa y liberado a las pocas horas gracias a la intervención de la reina madre, Catalina de Médicis.
En el curso de sus últimos años, Montaigne conoce a Marie de Gournay. Junto a esa «fille d’aliance», amada por él «más que paternalmente», «recalentará» su vejez. En 1595 será ella quien proceda a la edición póstuma de los ESSAIS, la “edición de Burdeos”. Porque de ahora en adelante nada le distraerá de su tarea: Montaigne inflexiona, borra, enriquece incansablemente sus manuscritos mediante el principio de las «extensiones» [«allongeails»] que constituyen casi un cuarto de la obra. Los ENSAYOS, como una cantera siempre abierta, se convierten en una empresa de reconstrucción sobre los escombros del tiempo. Anda puliendo una nueva molienda cuando, tras un edema en el cuello, se lo lleva la muerte el 13 de septiembre de 1592, en el curso de una misa dicha en su habitación.
Lo que confiere su sentido a los ESSAIS es la mezcla inseparable de vida y obra en Montaigne. Todas las peripecias de su existencia son a la vez esenciales e insignificantes para comprender su libro porque no son más que instantes de una tarea interminable que no se cierra más que con la muerte; capítulos de un libro siempre «por venir» que reconsidera inacabablemente lo advenido no para alabarlo o mesospreciarlo, sino para sondearlo, para degustarlo una vez más. Los ESSAIS no son sólo «consubstancial(es) a su autor», sino a la vida ella misma, que impone al libro su ley.
© Anne-Vanessa PRÉVOST; PHILOSOPHIE MAGAZINE, nº 9, Mayo de 2007.
Notas
[1] Essais, III, 3- [2] Aristipo, citado por Montaigne en los Essais, III, 5 - [3] Essais, III, 13 - [4] Essais, I, 28 - [5] Essais, III, 9 - [6] Essais, III, 9.
Nota del traductor
[*] En Burdeos en esa época, aunque la autora del texto parece ignorarlo, casi nadie hablaba francés –y mucho menos en la calle. El idioma de uso diario de Montaigne en sus propiedades y en su ciudad era el occitano, naturalmente.