NIETZSCHE Y LA CIENCIA: LA ILUSORIA PASIÓN DE CONOCER
Para Nietzsche la ciencia no está constituida por una suma de saberes positivos u objetivos, consolidados como tales, sino por el conjunto de presupuestos y de prejuicios axiológicos que permiten establecer lo que se tiene verdadero y por falso. Ello le permite plantear el problema del conocimiento como apreciación de valor. Por lo demás, según uno de sus Fragmentos póstumos (otoño de 1887): “El grado de saber positivo es, de hecho, indiferente o marginal”.
Desde 1873, en Verdad y mentira en sentido extramoral, Nietzsche no cambió prácticamente su teoría del conocimiento. Es una relación del hombre con el mundo que no puede comprender la realidad (y mucho menos la verdad) por sí misma, sino tan solo lo que es la realidad y la verdad para nosotros. Lo que entendemos por verdad es el error que podemos asumir, lo parcial que podemos comprender y está determinada por su utilidad práctica; no hay algo así como un “instinto de conocimiento” en los humanos.
La utilidad de la ciencia se vincula a la supervivencia. La ciencia, en cuanto tal, es un instrumento de la voluntad de poder. “El supuesto instinto de conocimiento puede relacionarse con un instinto de apropiación y de dominación”, dice en uno de sus Fragmentos póstumos de la primavera de 1888.
Nietzsche siempre consideró que los principios de la física, los de la lógica y los de la metafísica (identidad, no-contradicción, causalidad, leyes mecánicas, etc.), no son más que una axiomática que debe ser creída pero que actúa como “artículos de fe regulativos” (Fragmentos póstumos, junio-julio de 1885), de manera que nuestra creencia en la ciencia reposa sobre creencias universalizadas indemostrables por sí mismas. Que el intelecto tenga necesidad de estructuras fijas, de leyes lógicas, etc., no prueba que esas formas o esas leyes sean ciertas. Para Nietzsche; “La necesidad de creencia (…) es una necesidad de la debilidad” (Anticristo, párrafo 54).
Una vez muerto Dios, los humanos han tratado de silenciar esa muerte mediante apelaciones a la verdad y a la ciencia. El “ideal ascético” ahora se presenta como un sacrificio por la “verdad”; el sabio moderno, funcionario de la ciencia, no se plantea si realmente “la Verdad” es algo existente o cognoscible como tal. Eso no significa que el método científico deba ser rechazado (error que muchas veces han cometido algunos nietzscheanos de pacotilla). Al contrario, el método científico es una escuela de disciplina espiritual – y él mismo estaba muy orgulloso de su formación como filólogo. El rigor intelectual de las matemáticas es necesario para la reflexión (La Gaya Ciencia, párrafo 246). Pero la ciencia separada de la vida es triste. Por eso hay que revindicar una “gaya ciencia” una ciencia alegre para la vida. El valor de la ciencia no se puede discernir desde ella misma, sino desde la vida, como algo orgánico, fisiológico. La ciencia, como la nutrición, solo tienen sentido desde la vida.