Pericles y el demos

Mario AGUDO VILLANUEVA

 

Respecto a qué tipo de saber político constituía el saber que poseían Temístocles o Pericles, como ha sucedido con figuras políticas de igual rango intelectual que el suyo en el mundo helénico o romano se puede suscitar la cuestión de si, en su caso, juega más el carácter o la inteligencia natural que la posesión de un saber explícito en el cual se supone apoyan su acción. Y, generalmente cuando se cuestiona la posibilidad de que posean un saber objetivo se explica su trayectoria persona como expresión de su inclinación o su carácter, como exponente de la disposición natural del individuo, tanto intelectiva como moral. Pero no siempre es suficiente con esto. Y desde luego en el caso de Pericles no lo es.

  De hecho, cuando se discute en Atenas la necesidad del saber político se plantea, de paso, en relación a dos exigencias: 1) La separación del saber político del sentido común nacido de la opinión; 2) La separación del conocimiento político del carácter y aptitud del individuo y, como consecuencia de ambas, su reducción a un saber positivo enseñable. Las doctrinas pedagógicas de los sofistas habían preparado el terreno al partir del hecho de que la virtud (areté) era enseñable y quien supiese más sobre ella era el que debía ser llamado al ejercicio de los cargos públicos.

  Si bien, desde la Antigüedad misma se valoró el carácter y la disposición natural, como el complejo de aptitudes que permitían a ciertos hombres destacarse sobre la mediocridad general e imponer a las cosas el rumbo por ellos decidido y se veía en el autodominio ejercido sobre sí mismo la muestra de esa aptitud natural para la acción, más que el resultado de un saber adquirido y, así sucedió con Pericles,  en su caso hay que tener en cuenta el hecho de que, desde la segunda mitad del siglo V a.C. se diera el primado, en la consecución de la areté política, del aprendizaje sobre la herencia lo que, sin duda, es expresión de la iniciación del proceso de separación del saber político y de la subjetividad del político mismo, particular y concreto, separación que influye no sólo en la demanda de éste, como saber objetivo desde la comunidad, sino en la demanda intelectual sobrevenida respecto a su conversión en disciplina teórica, además de práctica.

  Tanto Temístocles como Pericles, constituyeron ejemplos de inteligencia para calcular los recursos, para empeñarse en la acción. Tienen un vivo sentido de la realidad y un rápido entendimiento de lo que cada circunstancia requería y, en consecuencia, convenía hacer, y una especial capacidad para disimular el propio juego, si ello era necesario a sus planes. No se les puede regatear habilidad e inteligencia. Pero su acción no es explicable sólo en términos de aptitud natural y carácter. Su hacer político no es una cuestión de psicología. Cuenta, particularmente, un repertorio de las experiencias vividas, que han sido sistematizadas mediante un proceso de razonamiento, en el cual se ha aplicado la analogía y la comparación y no solo por ellos, sino por sus mismos antecesores de los cuales han aprendido, porque la política no nace como actividad práctica con Platón y Aristóteles.

  La multiplicidad de la experiencia vivida no es un caos para Pericles, como el mundo mismo había dejado de ser un caos, gracias al intento de orden establecido por el pensamiento filosófico. Él ha establecido un orden practicando una selección de las cualidades comunes de las situaciones y de las personas por medio de un proceso de abstracción generalizadora e individualizadora, según cual estructura las determinaciones circunstanciales, objetivas y subjetivas de los hechos. (…)

  Lo que había pasado es que en el siglo V a.C. culminó un proceso de secularización de la política que, progresivamente, había ido perdiendo en Atenas los aspectos alógicos, míticos e irracionales, lo que suscitaba la necesidad de una redefinición de la acción política y de los parámetros formulados por el pensamiento aristocrático de contenido mitológico. Mientras se mantuvo la hegemonía política de la aristocracia, la vida política estuvo bajo la influencia del mito y de la fábula. Pero ya desde el siglo V a.C. se dio la posibilidad de discutir la naturaleza del poder político porque el universo físico y social deja de estar regido por fuerzas invisibles y la acción intencional, oculta antes tras las fuerzas misteriosas de las representaciones míticas, se hace visible y pueden formularse relaciones de correspondencia entre el deseo del actor y su acción. Son relaciones que se pueden establecer desde que la acción se constituye en la expresión de una interioridad individual que se revela. Y esa posibilidad cobró mayor amplitud en el siglo IV a.C.

 

Fragmentos del cap. 2º de Los orígenes del gobierno en la Grecia clásica de Ángela Sierra González; Barcelona, Editorial Lerna, 1989, p. 80 y ss. Reproducción exclusiva para uso escolar.

 

 

© Ramon Alcoberro Pericay