Pericles y la Oración Fúnebre; Esparta y Atenas ante el problema de la areté
Ramon Alcoberro
El comportamiento aristocrático el siglo V griego se manifestaba siguiendo dos modelos culturales distintos. Por una parte, el que derivaba de los poemas homéricos, y muy particularmente de la Ilíada, que entre los griegos servía de base para la educación de los jóvenes, cuya base consistía en la exaltación era la gloria del héroe por su carácter único y por su bravura. Por la otra, el modelo militarista espartano, que se popularizó extraordinariamente hasta convertirse en un tópico entre las élites, y que exaltaba las supuestas antiguas virtudes de los dorios. Los espartanos, frugales y a la vez brutales, cautivaban la imaginación, porque supuestamente eran educados desde la infancia para soportar cualquier circunstancia adversa, por terrible que fuere, y para no tener miedo a la muerte. Los espartanos convirtieron la lealtad a su ciudad en brutalidad y primitivismo. Al tiempo limitaron la familia y los derechos de los padres sobre los hijos y la independencia económica personal. Al subordinar el individuo al Estado y restringir el comercio, la educación espartana excluyó de la vida cívica los placeres, el arte, la filosofía y todo atisbo de individualidad. A diferencia del heroísmo individual, de raíz homérica, para un espartano la única areté (virtud) posible consistía en mantener heroicamente el puesto en la falange de hoplitas, sin retroceder jamás.
Temer menos a la muerte que al deshonor era una característica bastante común en el mundo antiguo, pero el ethos heroico de los espartanos fascinaba en Grecia de una manera que hoy nos parece realmente sorprendente. Pero tanto para la Ilíada como para los espartanos no existía gloria fuera de la batalla; lo decisivo era mantener una apariencia noble, en el sentido militar de la palabra; y ello hasta la muerte, que es el momento en que se muestra en plenitud el carácter del héroe. En la tradición de la Ilíada como en Esparta para alcanzar la gloria era preciso que el recuerdo del héroe estuviese vinculado a la memoria de hechos excepcionales, lo suficientemente decisivos como para que fuesen recordados más allá de la muerte, porque para un griego tras de la muerte no había nada más que el silencio y las tinieblas. Solo haber dejado en los contemporáneos el recuerdo de una vida heroica convertía a un griego en inmortal. El recuerdo de una vida excepcional se mantenía de generación en generación, porque las gestas eran cantadas y embellecidas por los poetas. La recompensa única y determinante del héroe aristocrático era el kleos, la gloria, que solo se alcanza mediante el dolor.
La Atenas de Pericles simboliza todo lo contrario a la tradición homérica y al modelo espartano. No pude sorprender que una buena parte de la Oración Fúnebre esté dedicada a comparar el sistema de vida ateniense con el de los espartanos. Pericles, como dirigente político reivindicó la libertad personal contra el heroísmo basado en la sangre; mantuvo una concepción del mundo del todo incompatible con la de Homero y profundamente distinta del tradicionalismo espartano de su época. La Oración Fúnebre implica una manera absolutamente diversa de concebir la gloria y la inmortalidad. Para Homero el criterio decisivo era la gloria del héroe como individuo casi divino, para un espartano era fundamental la fuerza, el combate y la fidelidad al grupo. Pericles también vincula la areté (la excelencia) con el esfuerzo, obviamente. Pero no se trata de un esfuerzo sobrehumano, heroico y brutal. Ni mucho menos vinculaba el heroísmo con personajes semilegendarios en los que, como buen discípulo y amigo de los sofistas no creía en absoluto. Lo que hizo, frente a la tradición homérica y a la espartana, fue reivindcar otro modelo de virtud. En Pericles la excelencia personal está vinculada profundamente a la de la ciudad. Por primera vez en la historia, una vida política auténtica, y la virtud cívica que esta vida implicaba, abría el paso a la gloria.
Las sociedades aristocráticas vivían para acrecentar la fama, y el testimonio de los poemas de Píndaro es perfectamente claro en este punto. Pero la democracia ateniense transformó el sentido de la fama y de la virtud que hasta entonces había dominado en la tradición griega. Solón (Elegías, 1, 4, v39-40) mantuvo que una polis bien gobernada era la mejor defensa contra la injusticia, el faccionalismo y la agitación. Pericles siguió este consejo y le dio un sentido mucho más profundo. Lo que hizo Pericles (y lo que ha tenido una posteridad inmensa en la tradición democrática posterior) es vincular la areté del individuo con la de su ciudad. En la Oración Fúnebre, Pericles recupera los ideales aristocráticos de la tradición heroica, pero hace con ellos algo realmente nuevo: suprime las barreras de clase que limitaban la areté a los nobles, a los ricos y los fuertes. Libera el talento y dice explícitamente que ser pobre no limita a nadie a la hora de ser digno de la ciudad. Ni ser rico, ni ser pobre impide a nadie dedicarse al bienestar y a causa de la libertad de Atenas. Afirma Pericles que los atenienses gestionan su vida pública libremente (eleutherós) y así los eleva a todos a la nobleza. Es la ciudad, en cada uno de sus ciudadanos, la que expresa la nobleza al mantener unas instituciones libres, democráticas, donde todos – y no solo los ricos o los que provienen de antiguas dinastías– pueden hacerse oír y tienen el derecho a una vida feliz. La democracia de Pericles hace que todos los ciudadanos de Atenas puedan gozar de una serie de beneficios y de una consideración social que hasta entonces estaba reservada a unos pocos.
Los atenienses vinculaban el buen nombre de su ciudad a la cultura, al arte y a la reflexión, mientras que los espartanos eran gente silenciosa (lacónicos) y desconfiada. En Esparta las decisiones se tomaban por aclamación y sin debate, mientas que en Atenas todo podía ser discutido. La virtud de Atenas es una consecuencia de la vida arraigada en la razón, No es la fuerza –aunque no la descuiden– ni a la disciplina, que los hombres libres detestan, lo que hace digna de ser vivida la vida de un ciudadano ateniense. En Atenas existe el derecho a la felicidad personal, a la intimidad y la vida privada. Ninguna ley se hace, como en Esparta, solo para el beneficio de una casta privilegiada y el debate se lleva a cabo libremente. La seguridad de la ciudad proviene de la confianza de sus ciudadanos y no del miedo, mientras que la tolerancia es la norma de vida.
En Atenas, el hombre común podía hacer algo importante y decisivo al vincular la buena vida personal con el engrandecimiento de una ciudad regida por leyes justas. Y esa opción por la virtud cívica y por la fuerza de la ley era para Pericles mucho más valiosa que cualquier otra consideración. Si la Atenas de Pericles y la Oración Fúnebre siguen siendo un modelo al cabo de más de dos milenios y medio es porque definieron un modelo de civilización que seguimos vinculando hoy con la vida digna de ser vivida.