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HUME: «SOBRE LA ENVIDIA EN EL COMERCIO»

 

UN ENSAYO SOBRE ECONOMÍA DE DAVID HUME

– TEXTO Y BREVE COMENTARIO –

 

«Tras realizar el esfuerzo de eliminar un tipo de mal fundada envidia, que es preponderante entre naciones comerciales, no debe faltar la mención de otra, que parece carecer igualmente de base. Nada es más usual, entre Estados que han realizado algunos avances en el comercio, que contemplar el progreso de sus vecinos con una mirada de sospecha y considerar que es imposible que ninguno de ellos progrese si no es a su costa. En oposición a esta estrecha y maligna opinión, me aventuro a afirmar que el incremento de riquezas y comercio en una nación, en lugar de dañar, por lo general promueve las riquezas y actividad mercantil de todos sus vecinos. Un Estado difícilmente puede llevar muy lejos su comercio e industria si todos los Estados que le rodean se encuentran sepultados en la ignorancia, la pereza y la barbarie.

 

Es obvio que la industria doméstica de una población no puede ser dañada por la mayor prosperidad de sus vecinos y, como esta rama del comercio es indudablemente la más importante en cualquier extenso reino, debemos reconocer que carecemos de razones para la envidia. Pero voy aún más lejos y observo que donde una abierta comunicación se mantiene entre las naciones, es imposible que la industria de cada uno no reciba un estímulo de las mejoras ajenas. Compárese la situación de Gran Bretaña en el presente con la que existía hace doscientos años. Entonces las técnicas, tanto de la agricultura como de las manufacturas, eran extremadamente rudas e imperfectas. Cada mejora que hemos hecho desde entonces ha surgido de nuestra imitación de los extranjeros, y por eso tenemos que juzgar como feliz que previamente hayan progresado en técnicas e ingenio. Pero esta relación es aún mantenida para nuestra gran ventaja: a pesar del avanzado estado de nuestras manufacturas, diariamente adoptamos en cada arte las invenciones y mejoras de nuestros vecinos. La mercancía es primero importada del extranjero, para nuestro gran descontento porque imaginamos que eso drena nuestro dinero; después, la técnica misma es gradualmente importada, para nuestra visible ventaja. Olvidamos que si primero no nos hubiesen instruido, en el presente deberíamos seguir siendo bárbaros, y que, si no continuaran aún con su enseñanza, las artes deberían caer en un estado de languidez y perderían esa emulación y novedad que contribuye tanto a su avance.

 

El incremento de la industria doméstica prepara la fundación del comercio exterior. Donde un gran número de mercancías son reunidas y perfeccionadas para el mercado nacional, siempre se encontrarán algunas que puedan reexportarse con beneficio. Pero si nuestros vecinos carecen de artes o refinamiento, no las pueden tomar porque no tienen nada que dar a cambio. A este respeto, los Estados se encuentran en la misma condición que los individuos. Una persona difícilmente puede ser laboriosa donde todos sus conciudadanos son holgazanes. Las riquezas de los diversos miembros de una comunidad contribuyen a incrementar mis riquezas, con independencia de la profesión que se siga. Consumen los productos de mi trabajo y me proporcionan, a cambio, el del suyo. Tampoco tiene ningún Estado que temer que sus vecinos mejoren hasta tal punto en cada arte y manufacturas como para no demandar sus mercancías. La naturaleza, proporcionando una diversidad de genios, climas y suelos a diferentes naciones, ha asegurado su mutua relación y comercio, en la medida que todas permanezcan industriosas y civilizadas. No; cuanto más se incrementen las artes en cada Estado, más serán solicitados de sus laboriosos vecinos. Los ciudadanos, habiéndose convertido en opulentos y habilidosos, desearán tener mercancías lo más perfectas que sea posible; como poseen numerosos artículos para ofrecer a cambio, realizarán mayores importaciones de cada país extranjero. La industria de la nación en la que comprar recibe un estímulo y la suya también se incrementa por la venta de los bienes que ofrecen a cambio.

 

Pero, ¿qué sucede si una nación tiene un producto de primera necesidad, como es la lana manufacturada para Inglaterra? ¿La interferencia de nuestros vecinos en esa producción no será para nosotros una pérdida? Respondo que cuando una mercancía es denominada de primera necesidad en un reino, es porque se supone que el territorio tiene alguna ventaja peculiar y natural para obtener ese artículo y si, pese a esos recursos, pierde semejante manufactura, deben culpar a su propia holgazanería o mal gobierno en lugar de a la laboriosidad de sus vecinos. También debe considerarse que, si debido al incremento de la industria entre las naciones vecinas, crece el consumo de cada especie particular de mercancía, aunque las manufacturas extranjeras interfieran con ellas en el mercado, la demanda de su producto puede continuar aún, o incluso aumentar. Y, aunque disminuyera, ¿tienen que ser las consecuencias tan fatales? Si se preserva el espíritu industrial, debe desviarse fácilmente de una rama a otra y los trabajadores de la lana, por ejemplo, ser empleados en el lino, seda, hierro o cualquier otra mercancía para la cual parezca haber demanda. No debemos temer que se agoten todos los objetos de la industria o que todos nuestros manufactureros, mientras permanezcan en igualdad de condiciones con los de nuestros vecinos, se encuentren en la tesitura de carecer de empleo. La emulación entre naciones rivales sirve más bien para mantener la industria viva en todas ellas y cualquier población es más feliz si posee una variedad de manufacturas que si disfrutan de una sola, en la que todos se encuentran empleados. Su situación no es tan precaria y sentirán menos sensiblemente aquellas revoluciones e incertidumbres a las que cada particular rama del comercio siempre se encontrará expuesta.

 

El único Estado comercial que debe temer las mejoras y la industria de sus vecinos es uno como el holandés, que al no disfrutar de un territorio extenso ni poseer materias primas nativas, florece sólo por la existencia de agentes de Bolsa, factores y transportistas de otros. Semejante nación puede naturalmente tener la aprensión de que, tan pronto como los Estados vecinos lleguen a conocer y perseguir su interés, tomarán en sus manos la dirección de sus asuntos y privarán a sus agentes de Bolsa del beneficio que ellos se llevaron primero. Sin embargo, aunque esta consecuencia debe ser naturalmente temida, tiene que pasar mucho tiempo antes de que tenga lugar y, en base a ingenio y trabajo, conjurada durante varias generaciones, sino completamente eludida. La ventaja de poseer grandes reservas de productos y relaciones de confianza asentadas es tan grande que no puede ser fácilmente superada. Como todas las transacciones crecen a causa del incremento de la industria en los Estados vecinos, incluso una nación cuyo comercio se levanta sobre esta precaria base puede, al principio, cosechar un considerable beneficio de la floreciente condición de sus vecinos. Los holandeses, habiendo hipotecado todos sus ingresos, no mantienen un papel tan importante en las transacciones como el que tenían anteriormente, pero su comercio es seguramente igual al que era a mediados de la última centuria, cuando fueron reconocidos entre los grandes poderes de Europa.

 

Si nuestros limitados y malignos políticos tuvieran éxito, reduciríamos a todas las naciones vecinas al mismo estado de pereza e ignorancia que prevalece en Marruecos y en la costa de Berbería. ¿Cuál podría ser la consecuencia? No nos enviarían mercancías porque no podrían tomar ninguna de las nuestras. El comercio nacional languidecería por falta de emulación, ejemplo e instrucción; así que nosotros mismos pronto caeríamos en la misma condición a la que los hemos reducido a ellos. Por eso debo aventurarme a reconocer que, no sólo como hombre, sino como súbdito británico, ruego por el floreciente comercio de Alemania, España, Italia e, incluso, Francia misma. Estoy por lo menos seguro de que Gran Bretaña y todas estas naciones, florecerán más si sus soberanos y ministros adoptan estos amplios y benevolentes sentimientos hacia los demás. »

 

 

David HUME: ENSAYOS ECONÓMICOS.  Madrid: Biblioteca Nueva, 2008. Trad. Javier Hugarte Pérez. Ensayo VI: ‘Sobre la envidia en el comercio’, pp. 139-142. © de los autores. Reproducción exclusiva para uso escolar.  

 

 

COMENTARIO: Este texto de Hume se dirige contra el proteccionismo en economía y defiende el libre comercio entre las naciones.  Anuncia, pues, las tesis básicas del liberalismo de Adam Smith (que fue su principal discípulo y el heredero de su legado intelectual). Pero es interesente observar que las razones que aduce a favor del libre comercio no son únicamente económicas. La libertad de comercio entre las naciones se presenta a la vez como un ideal económico y como una fuente de mutuo progreso social. «La emulación entre naciones rivales sirve más bien para mantener la industria viva en todas ellas». Es significativo que, según Hume, en el comercio ganan todos y nadie pierde. El comercio en la tradición liberal no sólo construye vínculos económicos duraderos, sino que pone las bases de un ideal moral cosmopolita, porque a cualquier negociante le interesa también que los negocios vayan bien a sus clientes, de manera que «nuestros limitados y malignos políticos» nos embaucan cuando pretenden limitar el comercio con propuestas proteccionistas. En la medida que la libre circulación de mercancías conlleva también la circulación de las ideas, el comercio contribuye a mejorar la vida de los pueblos a través de la imitación y de la crítica. Si otras naciones u otras empresas nos ganan en libre competencia, es porque ofrecen un servicio más eficiente y eso es bueno para todos. Sólo aprendiendo de quienes saben y evitando caer en  la queja y en el resentimiento se logra progresar.

 

Por lo demás, la interrelación entre las economías se justifica no sólo por su complementariedad sino porque permite la mejora mutua. Pero eso exige una condición: la probidad y el esfuerzo, la «industria» de todos los individuos y de todos los países. En el ámbito del comercio, pierde, simplemente, quien no aprende de los demás y especialmente de sus competidores. Como en todos los planteamientos liberales, la responsabilidad de la acción y de la mejora corresponde a los individuos, considerados en tanto que singulares. La «holgazanería» y la incultura constituyen, pues, obstáculos psicológicos al comercio [R.A.].

 

 

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