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¿CÓMO LLEGÓ ARISTÓTELES HASTA NOSOTROS?

Rémi BRAGUE

 

 

Comencemos por el final. Las ediciones y traducciones de obras de Aristóteles que usamos, dependen de una edición completa del original griego editada entre 1831 y 1836 por el erudito prusiano Immanuel Bekker. Disponemos actualmente de ediciones más satisfactorias. Sin embargo un pasaje de Aristóteles se cita siempre, en todo el mundo, según la página, la columna (a, b) y la línea de los dos espesos volúmenes de Bekker. Y todas las traducciones llevan al margen esa indicación que permite una localización cómoda y precisa.

Escapan a esa edición algunos fragmentos citados por autores antiguos y un aerolito, la ‘Constitución de Atenas’, uno de los ejercicios de descripción de un régimen político que Aristóteles practicaba con sus alumnos y que se encontró en un papiro descubierto en las arenas de Egipto a finales del siglo XIX.

La edición Bekker clasifica las obras en un orden que se inspira en la división estoica de la filosofía en lógica, física y ética. Se abre con las obras de lógica, llamadas ‘Organon’ (es decir ‘instrumento’) en la medida que la lógica es el instrumento universal de las ciencias. Sigue con las obras de física, empezando por la ‘Física’ propiamente dicha, obras que comprenden también extensos tratados sobre los animales, precedidos del ‘Tratado del Alma’ que no se ocupa para nada de psicología, sino más bien del movimiento de los seres vivos que, en sentido estricto los ‘anima’. Después de las obras físicas viene la ‘Metafísica’ cuyo obscuro prefijo ‘meta’ incluye el sentido de ‘después’ pero también el de ‘más allá de...’. El apartado de ética comprende los tres tratados de Aristóteles sobre este tema, seguidos de la ‘Política’, la ‘Retórica’ y la ‘Poética’.

Se habrá notado que el lugar de estos dos últimos tratados, relegados al final del Corpus, los separa de las obras lógicas que lo abren. Al actuar así, Bakker seguía una determinada tradición interpretativa. Según otra tradición, seguida particularmente por los árabes, la ‘Retórica’ y la ‘Poética’ forman, sin embargo, un todo con las obras lógicas, en la medida en que todas están consagradas a los diversos usos del lenguaje: riguroso en primer lugar, más relajado después y finalmente puramente estético.

UNA OBRA INCOMPLETA

Lo que hoy denominamos obras de Aristóteles, constituye un conjunto de textos que el filósofo sin duda había escrito para sus cursos en el Liceo. No fueron compuestos para ser publicados. Encontramos notas de cursos, a veces fichas, simples compendios o resúmenes que como enseñante se reservaba ampliar. A veces, por el contrario, la introducción del curso está magníficamente redactada, como un texto de lucimiento para una lección inaugural. En cambio Aristóteles había escrito con mucha atención diálogos o invitaciones (‘protreptico’’) a la filosofía. Como eran obras dirigidas al gran público, no retuvieron el interés de los filósofos y no se conservaron más que algunas citas.

Los textos correspondientes a los cursos de Aristóteles fueron editados hacia el año 80 antes de Cristo por Andrónico de Rodas de quien casi nada se sabe. Conocemos esta edición por copias de manuscritos, los más antiguos de los cuales, tal vez copiados en Constantinopla, datan del siglo IX. Algunos historiadores antiguos explican la historia, tal vez inventada con fines publicitarios, según la cual los libros habrían enmoecido en un subterráneo antes de ser reencontrados. De hecho, los escritos de Aristóteles jamás dejaron de influir en los filósofos, particularmente en Epicuro, por los menos en los años transcurridos entre la muerte de Aristóteles y su primer comentarista, Alejandro de Afrodisia (aprox. 198 después de Cristo).

La obra de Aristóteles entró en la síntesis realizada por los neoplatónicos del fin de la Antigüedad. Un curso completo de filosofía se iniciaba con la lógica, la física y la ética, para elevarse después hacia los más altos principios de la metafísica y hallaba su coronación en la experiencia mística de la unión con el Uno. Platón era la única guía para las últimas etapas. Pero para la enseñanza elemental eran necesarios manuales que Platón no ofrecía ¿Qué más natural que buscarlos en su más célebre discípulo? La enseñanza comenzaba, pues, con Aristóteles y después Platón tomaba el relevo con el ‘Timeo’ y, luego, con el ‘Parménides’. Esta división del trabajo supone que se minimizan las diferencias entre ambos pensadores, supuestamente en profunda armonía más allá de divergencias entre términos. Eso permitía, por lo demás, ofrecer un frente común a los rivales de la filosofía y evitar la crítica según la cual los filósofos «ni siquiera son capaces de ponerse de acuerdo entre ellos.»

En este ámbito escolar, los filósofos griegos redactaron comentarios a veces muy voluminosos de las obras de Aristóteles que enseñaban. Temistio (s. IV) prefirió parafrasearlas; Simplicio (s. VI) las comentó palabra por palabra.

ARISTÓTELES CONTRA PLATÓN

La unión sagrada entre platonismo y aristotelismo debía durar hasta el siglo XV, cuando el bizantino Jorge Gemisto (llamado Plethon), llegó a Florencia en 1439 para participar en un Concilio que pretendía unir a las iglesias griega y latina, y demostró que ambos pensadores eran inconciliables. Él mismo se pronunciaba a favor de Platón cuya obra, que había sido desconocida tanto en latín como en árabe, fue traducida en 1484 por Marsilio Ficino. Platón volvía así a entrar en la escena filosófica europea para no abandonarla nunca más.

En todo caso se debe a la alianza póstuma entre ambos filósofos el hecho de haber conservado los textos de Aristóteles al mismo tiempo que los de Platón. Lo que hoy denominamos«la filosofía griega» es en muy buena parte la que los neoplatónicos y la Antigüedad tardía consideraron como útil y, en consecuencia, digna de sobrevivir.

Los escritos de Aristóteles se encontraban en las bibliotecas de Constantinopla y también en los conventos de Siria e Iraq. Servían como base para la enseñanza de la lógica, ciencia indispensable como propedéutica de la teología. Es en este marco que se tradujeron al siriaco, en alguna ocasión diversas veces, los tratados del principio del ‘Organon’.

En el siglo IX estos textos se tradujeron al árabe ya desde el siriaco o directamente del griego. Se trataba al principio, de ofrecer métodos de argumentación a las controversias entre teólogos cristianos y musulmanes. Por ello, y aunque resulte sorprendente para nosotros, la primera obra de Aristóteles traducida al árabe fue el tratado de las ‘Refutaciones sofísticas’, manual sobre la discusión contradictoria.

En Occidente, el patricio romano Boecio, uno de los últimos occidentales que conocía bien el griego, había tenido el proyecto de traducir y comentar todo Aristóteles. Desgraciadamente, el rey visigodo Teodorico, de quien era ministro, lo consideró sospechoso de entenderse con el emperador de Constantinopla, Justiniano, y lo hizo ejecutar (524) antes de que hubiese podido traducir más que las primeras páginas del ‘Organon’. El Occidente latino tuvo que prescindir, pues, de la mayoría de las obras de Aristóteles para elaborar su propio pensamiento. Tal vez algunos manuscritos durmiesen en las bibliotecas de los conventos griegos del sur de Italia. Pero pocos se interesaron por ellos.

El mundo islámico, en cambio, pudo sacar buen provecho del pensamiento de Aristóteles. Al-Farabi (fallecido en 950) comentó diversos de sus tratado o compuso obras que, bajo los mismos títulos que las de Aristóteles, presentaban su contenido en otro orden. Avicena (fallecido en 1037) no escribió comentarios pero integró la substancia del pensamiento aristotélico, mezclado de neoplatonismo, en su propio sistema filosófico, que presentó en varias ocasiones en enciclopedias de diversas dimensiones. Averroes (fallecido en 1198) deseoso de purificar a Aristóteles, que para él representaba la cima del espíritu humano, de las influencias de Avicena, regresó a la práctica del comentario y ofreció un resumen de todas las obras de Aristóteles que pudo encontrar, un resumen, mayormente una paráfrasis, y de cinco una explicación palabra por palabra.

A partir de mediados del siglo XI, Europa conoció una renovación intelectual vinculada a la querella entre el Papado y el Imperio. Los juristas que redescubrían el derecho romano intentaron sistematizarlo como ciencia rigurosamente deducida a partir de primeros principios. Necesitaban una lógica mejor ordenada que la que entonces estaba disponible. Se pusieron, pues, a buscar las partes del ‘Organon’ que no habían sido traducidas, particularmente los Segundos Analíticos, auténtico tratado sobre lo que es una ciencia y se tradujo Aristóteles comenzando por ellos. En el siglo XII se le traducía en Toledo a partir del árabe. Rápidamente se prefirió traducirlo directamente a partir del griego en Sicilia.

Las universidades se habían fundado a finales del siglo XI en Bolonia, después en el siglo XX en París y finalmente se extendieron por el resto de la Europa latina. Las obras de Aristóteles se convirtieron rápidamente en los manuales de la enseñanza filosófica, suscitando por ello la resistencia de las autoridades eclesiásticas. El Tratado del Cielo demostraba que el mundo es eterno; así que ¿cómo justificar la creación? Las obras de Aristóteles fueron comentadas por santo Tomás de Aquino (fallecido en 1274) y sirvieron de mobiliario conceptual a la escolástica. Así los fundadores de la modernidad filosófica, Bacon, Descartes y Hobbes, le sometieron junto a la escolástica, a una crítica que no siempre fue equitativa.


© Rémi BRAGUE (Paris I / Munich) Le Magazine Littéraire, febrero de 2008, pp. 34-37. Reproducción exclusivamente para uso escolar. [Trad. R.A.]


 

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