La tesis fundamental de Simone de Beauvoir afirma que la feminidad es una construcción social. La célebre primera frase del texto que abre la segunda parte de El segundo sexo (1949) dice: «No se nace mujer, se llega a serlo» Esa frase se encuentra en la base de toda una reflexión sobre el género y sobre el papel de la cultura en la construcción de estereotipos:
«No se nace mujer, se llega a serlo. Ningún destino biológico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; es el conjunto de la sociedad el que elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado que se califica de femenino».
El segundo sexo, un texto voluminoso y apasionante a la vez, constituye un análisis de la condición humana en dos partes: ‘Los hechos y los mitos’ y ‘Experiencias vividas’. En el libro Beauvoir interroga la manera en que el imaginario de la feminidad ha sido impuesto a las mujeres como una realidad natural. Y refuta además la idea de que sea algún tipo de diferencia biológica de la mujer lo que explique la dominación masculina.
Para leer a Simone de Beauvoir es importante entender la tesis existencialista de la cual parte. En el existencialismo es crucial la idea de que ‘la existencia precede a la esencia’. El hecho de vivir precede al ser, a lo que se es. En consecuencia, corresponde a cada cual escoger lo que quiere ser, forjarse un destino. Pero la feminidad es un destino impuesto por la mirada de los otros, una construcción construida mediante la educación. La educación de las mujeres se orienta sobre todo a hacerles creer en las virtudes ‘femeninas’, que se asocian a la coquetería, a la dulzura, a la sumisión… mientras los chicos son orientados por el entorno a ejercer su espíritu de independencia.
«…[en las mujeres] toda su educación conspira para impedirle el camino de la revuelta y la aventura; la sociedad entera —empezando por los respectivos padres, le miente exaltando el alto valor del amor, del sacrificio, de la entrega, y disimulándole que ni el amante, ni el marido ni los hijos esta«…[en las mujeres] toda su educación conspira para impedirle el camino de la revuelta y la aventura; la sociedad entera —empezando por los respectivos padres, le miente exaltando el alto valor del amor, del sacrificio, de la entrega, y disimulándole que ni el amante, ni el marido ni los hijos estarían dispuestos a soportar esa pesada carga».
Es evidente que hay en la obra de Simone de Beauvoir mucho de ‘ajuste de cuentas’ con su educación burguesa y católica que narra en Memorias de una joven formal (1958). Simone de Beauvoir había sido expulsada del cuerpo de profesores de instituto por mantener relaciones lésbicas con una alumna y sus propias preferencias sexuales son complicadas de explicar. Pero sería absurdo explicar El segundo sexo en clave biográfica. Lo que se explica en el libro no es un itinerario personal, sino las trabas que impiden desde hace generaciones la libertad de las mujeres. En su opinión las mujeres han sido desde siempre mantenidas en un estado infantil de sujeción, confinadas en el papel de esposa y madre dependiente financieramente del marido.
Los prejuicios sobre el reparto de papeles entre los sexos tienen consecuencias concretas. Las mujeres, dice Beauvoir, se convierten en cómplices del sistema que las oprime, identificándose con el papel que se les asigna. De hecho, Simone de Beauvoir llevó una carrera de escritora y de filósofa acorde con sus ideas, que la convirtió en una especie de ‘astro cultural’ para las mujeres entre 1950 y 1980. Ella misma era el paradigma de la mujer liberada de las cadenas de la época. ‘Agrégé’ [catedrática de instituto] de filosofía, vivió en una especie de ‘unión libre’ que duró cinco décadas con Jean-Paul Sartre (cada uno en su casa, pero cada cual con su mamá) y con él dirigió desde 1945 Les temps modernes. Pero eso no le impidió tener diversos amantes, y especialmente una relación abierta y emocionalmente muy compleja con el escritor comunista de Chicago Nelson Algren (1909-1981). Su rechazo al papel de madre —y el emotivo libro que dedicó a la muerte de la suya propia, Una muerte muy dulce—, fue todo un escándalo en su época.
En Simone de Beauvoir se encuentra, pues, una reflexión sobre las consecuencias prácticas de la emancipación de la mujer, que pasa por una emancipación financiera. Pero es significativo que hasta muy avanzada la década de 1960, ella misma consideraba que la emancipación de las mujeres ocupaba un papel secundario en relación a la lucha de la clase obrera. En el que quizá sea su libro menos interesante, El pensamiento político de la derecha, llegó a afirmar que el pensamiento político conservador era el anticomunismo. Solo con mayo del 68, o tal vez un poco antes, Beauvoir defendió que el combate de las mujeres y el de los obreros debía ser conducido simultáneamente.
El éxito de El segundo sexo fue inmenso. En una semana vendió 22.000 ejemplares y, evidentemente, chocó con el poder establecido. Sus tesis sobre la maternidad, y muy especialmente su defensa del derecho al aborto como parte del derecho al propio cuerpo, que luego se han convertido en parte del sentido común, parecían inaceptables. El escritor católico François Mauriac (1885-1970) consideraba que el ensayo: «literalmente alcanza los límites de lo abyecto» y la iglesia católica lo puso en el Índice de libros prohibidos (una lista de libros que el buen católico no debía leer so pena de grave pecado). Pero también Albert Camus declaró que el libro era «un insulto al macho latino».
El segundo sexo ha tenido una posteridad duradera y su eco está lejos de haberse apagado. Entre el libro y el movimiento de liberación feminista transcurrieron veinte años, lo que tal vez muestra que las buenas ideas tardan en fructificar. Pero en filosofía ha quedado como un texto fundador aunque autoras como Carol Gilligan o Judith Butler hayan ido más lejos en la distinción entre sexo y género.