EL
DEBATE SOBRE LA EUGENESIA (I)
Presentación
La
propuesta de fabricar «humanos perfectos» mediante
técnicas científicas de selección y de mejora
y su correlato necesario –la eliminación más
o menos incruenta pero inexorable de los “anormales”,
“degenerados” o “anormativos”– no
es ninguna novedad para la filosofía; muy al contrario
se halla presente en la tradición filosófica por
lo menos desde Platón y algunos atribuyen incluso a Pitágoras
diversos intentos en tal sentido. La eugenesia [del griego: “eu”:
bien y “gennan”: nacer] vendría a ser un intento
de evitar la supuesta degeneración de la especie humana,
librándola por una parte de los ejemplares “defectuosos”
y, por otra, intentando forzar y acelerar artificialmente un mecanismo,
la selección natural, que ya se encuentra en la naturaleza,
aunque en ésta se desarrolla con bastante poco éxito
y muy lentamente. Junto a la selección natural mediante
la que la Naturaleza supuestamente se desembaraza de los individuos
(y de las especies) menos adaptadas al medio, debiera existir,
en opinión de los defensores de la eugenesia, una selección
artificial más o menos tutelada por las autoridades judiciales,
que impediría reproducirse a los “mediocres”
o a los “menos dotados” genética o emocionalmente.
Es
una obviedad que ni desde el punto de vista ético, ni antropológicamente
hablando, existen los seres humanos «perfectos»: individuos
anormativos pueden ser, y de hecho son cada día, socialmente
significativos y felices. Toulouse-Lautrec o Stephen Hawking incluso
con graves problemas físicos han contribuido enormemente
al progreso intelectual de la humanidad. La eugenesia, sin embargo,
parte del supuesto de que existen lo que un médico de Fribourg,
Alfred Hoche, y un profesor de derecho de Leipzig, Karl Bindin,
denominaron «muertos en espíritu» [Geistig
Tote] o «existencias cargantes» [Ballast Existenzen]
en una obra de 1920 que leyó Hitler con toda seguridad:
LA LEGISLACIÓN DE LA DESTRUCCIÓN DE LA VIDA INDIGNA
DE SER VIVIDA [Die Freigabe der Vernichtung lebensunwerten Lebens].
La
eugenesia no es, sin embargo, un tema que pueda reducirse a pinceladas
históricas mejor o peor ambientadas en la Alemania nazi
o en la Inglaterra victoriana. Hay una especie de “ontología
implícita” de la raza pura en la misma entraña
de la modernidad. La idea de que nos merecemos la perfección
y de que podemos ser humanos realmente perfectos (o “casi
tan” bien diseñados como las máquinas, para
ser irónicos) pertenece al conjunto de implícitos
culturales con los que supuestamente comulga la sociedad contemporánea.
Además la eugenesia da una cobertura supuestamente científica
a miedos ancestrales (el miedo al Otro) y a mitos de complejidad
difícilmente mesurable –el mito de la Pureza, el
de la Edad de Oro, etc.
Convendría
situar el debate sobre la eugenesia también en un contexto
darwinista. Hay que recalcar que la propuesta eugenésica
parte de una mala comprensión del darwinismo, catastrófica
en sus consecuencias. Para Darwin la naturaleza no es “teleológica”:
ni se ha propuesto ninguna finalidad, ni tiene por objetivo fabricar
a los humanos o a cualquier otro ser vivo. Tampoco existe una
adaptación “perfecta” a ningún entorno
en la medida en que los entornos bióticos se caracterizan
siempre por su equilibrio inestable. Una excesiva adaptación
al medio sería letal necesariamente ante la más
mínima variación climática. De hecho la evolución
no constituye para nada un concepto finalista. La ilusión
que mueve a lograr una «humanidad perfecta» tal vez
sea platónica (e incluso eso es dudoso), pero no pertenece
al paradigma darwinista, que se mueve más bien en el ámbito
del azar: la evolución no premia ninguna respuesta adaptativa,
simplemente convierte en inviables a las no adaptativas.
Reaparece
un tema olvidado
El
eugenismo, que después de la II Guerra Mundial parecía
una opción muy anacrónica, ha vuelto a plantearse
cada vez con mayor fuerza a partir de los años de la década
de 1970. La publicación en 1994 de la obra THE BELL CURVE
del politicólogo Charles Murray y el psicólogo de
Harvard Richard Herrnstein reabrió definitivamente el tema
de una manera altamente polémica. El libro llegó
a vender 400.000 ejemplares y defendía la tesis según
la cual el Q.I. de los individuos determina su acceso a la riqueza
en mucha mayor medida que la situación social, el sexo
o la fortuna. Para ambos autores la inteligencia se encuentra
desigualmente repartida entre los diversos grupos étnicos
y sociales y es esencialmente hereditaria. Una famosa frase de
esa obra afirma incluso que: «la tendencia a estar en paro
podría ser objeto de una transmisión hereditaria
familiar, de la misma manera que lo es actualmente la tendencia
una mala dentición».
En
un capítulo del libro se afirmaba que los negros americanos
tienen un Q.I. 15 puntos por debajo de los blancos (85 sobre 100),
de lo que se infería la inutilidad de los programas sociales
compensatorios para las minorías étnicas. Murray
y Herrnstein defendían también que «la búsqueda
de sensaciones fuertes», la «agitación compulsiva»
(conceptos difíciles de definir en concreto, todo hay que
decirlo) y la necesidad de satisfacción inmediata podrían
ser consecuencia de una predisposición genética
a los comportamientos violentos.
Además
de argumentaciones ideológicamente muy sesgadas como las
de THE BELL CURVE, otro hecho significativo ha vuelto a poner
de actualidad el problema de la eugenesia. A partir de la década
de 1970 se han ido perfeccionando las técnicas de diagnóstico
prenatal (ecografía, amniocentesis y similares) y con ellas
el “consejo genético” que tiende sistemáticamente,
en virtud del principio de precaución, a recomendar el
aborto a la mínima posibilidad de malformación.
En Francia la primera indemnización judicial por haber
nacido fue el llamado “caso Perrouche” (noviembre
de 2000) en que una madre ganó un juicio contra la Seguridad
Social porque, pese a haber avisado al médico de que abortaría
si aparecía algún contratiempo, no fue correctamente
diagnosticada de rubeola durante el embarazo, por lo que el niño
nació con diversas deficiencias graves (sordo, mudo, con
cardiopatía y con retraso mental). En China e India (donde
el uso de ecografías para revelar el sexo del feto ha sido
prohibido en 2004 pero se siguen realizando) se ha producido,
y seguramente se produce, una auténtica matanza de fetos
femeninos e infanticidio más o menos tolerado en niñas
pequeñas; en ambos casos es realmente difícil distinguir
dónde acaba la eugenesia y empieza el sexismo. Usar la
tecnología para buscar el «bebé perfecto»
haciendo “ciencia sin conciencia” es una perversión
intelectual del uso de la técnica en que la herramienta
se usa contra la diversidad de lo humano.
Hay
un ejemplo muy conocido en el ámbito bioético en
que los problemas de la eugenesia “preventiva” se
manifestaron con especial crueldad. En 1965 el equipo de Patricia
Jacobs publicó en la revista Nature un artículo
titulado «Agresive Behaviour, Mental Subnormality and the
XYY Male» en que se proponía una relación
entre la presencia de un cromosoma anormal XYY, la agresividad
y la deficiencia mental a partir de estudios en residencias y
hospitales escoceses. Diversos artículos publicados durante
los cinco o seis años posteriores insistieron en la hipótesis
que finalmente se reveló falsa. Pero cuando la prensa empezó
a discursear sobre el “cromosoma criminal” se llegó
a un cierto estado de psicosis y hay documentados diversos casos
de aborto en mujeres de Europa y América que estaban brutalmente
espantadas ante la perspectiva de tener hijos con el cromosoma
de marras.
Y
pese a que hoy por hoy la clonación de humanos sea poco
más que un espejismo existen ya casos de “bebés
sustitutos” engendrados para servir de donantes que puedan
salvar a sus hermanos enfermos. Si alguna gente tiene hijos por
causas más bien moralmente discutibles (salvar un matrimonio
que naufraga, mantener un apellido, etc.) tal vez no debiera sorprender
que esos “bebés substitutos” puedan llegar
a ser –y de hecho sean– niños extremadamente
queridos por sus padres. Pero el hecho es que vivimos en una sociedad
donde no se tolera la imperfección y en que no está
clara la distinción, si es que existe, entre lo imperfecto
y lo que resulta, simplemente, diverso y poco normativo.
En
resumen, el problema de la eugenesia no es sólo algo que
sucedió en tiempos de Hitler, o una hipótesis de
científicos locos de finales del siglo XIX. Desde el ámbito
bioético conviene también plantear el tema para
evitar que la tentación de los «niños de diseño»
empañe el valor de la diversidad inherente a la vida.
Galton
En
su versión contemporánea el «eugenismo»
proviene de las teorías del victoriano Sir Francis Galton
(1822-1911). Para los eruditos quede que el término «Eugenics»
apareció en sus INQUIRIES INTO HUMAN FACULTY (1883). Galton
era un auténtico obseso de las mediciones y las estadísticas
y con la eugenesia se proponía estudiar los factores que
pueden aumentar o disminuir las cualidades, físicas o mentales,
de las generaciones futuras. De hecho en HEREDITARY GENIUS (1869)
parece que Galton ya se había referido a «la estupidez
de los negros» que se sitúan en su opinión
«dos grados por debajo de los blancos en la escala de talentos».
Galton como otros victorianos (de Mill a Marx) es un reformador
social convencido y militante. Pero el cambio social que Marx
proponía a través de la lucha de clases –HEREDITARY
GENIUS se publicó el mismo año que el volumen I
de EL CAPITAL– lo concebía Galton mediante la reproducción
de una élite, en el ámbito biológico y no
social.
Con
el tiempo Galton distinguió entre “eugénica”,
o estudio de los factores susceptibles de mejorar la especie humana
(lo que vendría a ser prácticamente una variante
del higienismo) y “eugenesia” que consistiría
en un auténtico programa social y político moralizante
para llevar a cabo de una manera más o menos radical el
programa de mejora racial. Galton instaló en 1884 un laboratorio
de antropometría, creó un comité de la Royal
Society en 1893 y en 1904 fundó la Eugenics Record Office
[Oficina de archivos eugénicos]. Su principal discípulo
británico Karl Pearson fundó en 1901 la revista
Biometrika que dio origen en 1925 a los Annals of Eugenics que,
desde el curso 1954-1955 se convirtió en los Annals of
Human Genetics, una de las revistas más significativas
en el ámbito científico.
De
hecho el eugenismo en los primeros años del siglo XX constituía
una rama perfectamente científica y acreditada de la estadística
biomédica. No sería ni mucho menos correcto olvidar
que los grandes problemas de salud de masas a principios del siglo
XX –y muy especialmente la tuberculosis– se vinculaban
a las desastrosas condiciones de vida de la clase trabajadora
y a la falta de higiene en las ciudades. Tampoco sería
difícil encontrar propuestas eugenistas e higienistas compartidas
de manera suprapartidista por todas las opciones políticas
de la época (del anarquismo al conservadurismo) y algunos
de los más significados higienistas –entre quienes
cabría recordar al genial Ferran Garcia Fària, el
equivalente de Idelfons Cerdà en el diseño de las
cloacas de Barcelona– fueron republicanos progresistas muy
significados. Sólo después de la I Guerra Mundial,
y especialmente, según los historiadores, tras el II Congreso
Mundial de Eugenismo en 1921, la eugenesia se convirtió
en una teoría política y en una propaganda explícitamente
racista. El éxito del nudismo y el naturismo en toda Europa
no puede en ningún caso desvincularse del eugenismo. Es
demasiado fácil tacharlo de directamente reaccionario sin
consultar a la vez las pavorosas estadísticas sobre salud
pública de los primeros años del siglo XX.
Los
dos eugenismos
Se
acostumbra a distinguir conceptualmente entre un «eugenismo
negativo» que preconiza mejorar la calidad de vida de la
población limitando la reproducción de individuos
sin medios de subsistencia o cuyas aptitudes intelectuales son
limitadas y un «eugenismo positivo» cuyo programa
consiste en “mejorar” la población mediante
una extensa panoplia de medidas que van desde la práctica
metódica de la gimnasia y el atletismo entre los jóvenes
(y eventualmente las prácticas nudistas) hasta la potenciación
de matrimonios entre individuos jóvenes y sanos con vistas
a la creación de una cierta “élite racial”.
No está muy lejos de ese programa una cierta lectura (literal)
de Nietzsche y es obvia la huella de un laicismo anticristiano
que reivindicaba el goce corporal como objetivo primario. En economía
es obvio que el eugenismo era una hipótesis de carácter
netamente mathusiano.
El
contexto biológico de ambas propuestas no es darwinista
sino lamarckiano. Mas que defender un supuesto patrimonio racial
intangible, los eugenistas creían en la transmisión
hereditaria de los caracteres adquiridos. Para sus partidarios
el eugenismo era tan moralmente positivo, como lo es la extensión
de la higiene. Hoy nos sorprende ver cómo una imagen muy
reiterada –la de la cría de caballos– se repitió
una y otra vez entre los argumentos eugenistas. Jeremy Rifkin
en su libro EL SIGLO DE LA BIOTECNOLOGÍA ofrece suficientes
ejemplos de ello.
Pero
el eugenismo formaba parte del “sentido común”
de mucha gente a principios del siglo XX. Citemos simplemente,
tomado del libro de Rifkin, un testimonio del presidente norteamericano
Theodore Roosvelt que en una carta del 3 de enero de 1913 escribió
a Charles B. Davenport, codirector del Eugenic Record Office desde
1910, lo siguiente: «mi mayor deseo sería que los
individuos malsanos pudiesen ser totalmente impedidos de reproducirse;
y si la naturaleza malvada de esos individuos es suficientemente
flagrante, no hay que dudar en hacerlo. Hay que esterilizar a
las criminales e impedir a los débiles de espíritu
dejar una descendencia tras de sí (...) dar prioridad a
la reproducción de las personas adecuadas».
Margaret
Sargent, la multimillonaria feminista que financió los
trabajos para la obtención de la píldora anticonceptiva
(y que según parece era un personaje psicológicamente
muy complejo, llena de odios realmente enfermizos) consideraba,
seguimos una vez más a Rifkin, que: «sólo
hay una manera de promover una tasa de reproducción más
importante de los individuos más inteligentes: exigir al
gobierno que no libre del peso de los alienados y de los débiles
de espíritu (...) la solución a ese problema es
la esterilización».
Convendría
no olvidar tampoco que el nacimiento de los test de inteligencia
está también profundamente vinculado a las teorías
eugenésicas. Henry Herbert Goddard utilizó los test
de quociente intelectual Q.I. introducidos por Lewis Terman para
demostrar que la aptitudes son innatas y diversos médicos
pretendieron mostrar ya desde inicios del siglo XX que hay una
relación entre inteligencia y raza. En la I Guerra mundial
el test de inteligencia, usado sistemáticamente por los
Aliados, sirvió para lograr que cientos de miles de jóvenes
con un Q.I. bajo se convirtiesen pura y simplemente en carne de
cañón.