FICHTE
Y LOS NAZIS
Pese
al tópico, el filósofo más instrumentalizado
por los nazis no fue Hegel, sino Fichte. Incluso Carl Schmitt
escribió entusiasmado el día 30 de enero de 1933,
con motivo de la ascensión de Hitler al poder: «Hoy
puede decirse que Hegel ha muerto». Hegel era para los nazis
demasiado determinista y demasiado formal en su concepción
del Estado. En tanto que socialista, el nazismo detestaba además
en Hegel su concepción positiva del papel de la propiedad
privada y de la sociedad civil y su falta de voluntarismo. En
cambio demasiados elementos del pensamiento político, jurídico
y económico de Fichte, empezando por la retórica
de la acción y por el absolutismo del «Yo»
–que constituía, ni más ni menos, «la
fuente de toda realidad»–, eran susceptibles de una
lectura protototalitaria o nazi y nunca como en esa época
se ha estudiado tanto su obra. Hasta que una nueva generación
no ha releído la «REIVINDICACIÓN DE LA LIBERTAD
DE PENSAMIENTO» puede decirse que Fichte ha estado ‘secuestrado’.
Y aún hoy de vez en cuando todavía aparece algún
‘papel’ francamente sospechoso.
Para
evitar lecturas ingenuas no estaría de más señalar
tres elementos de su obra en que, guste o no, la teoría
de Fiche ‘se lo puso fácil’ al nacional-socialismo:
1.
La concepción orgánica del Estado: Fichte observó
que la reflexión moderna sobre el derecho político
había intentado construir el concepto de totalidad política
como una asamblea o concentración individual de individuos,
es decir, que se concebía a los individuos como un agregado
de intereses diversos, lo que lleva a dejar escapar la esencia
de la comunidad. Creía que entre el hombre aislado y el
ciudadano existía la misma relación que entre la
materia bruta y la materia organizada. El odio totalitario hacia
el individualismo burgués y la vez la exaltación
del «Yo» podía reivindicar en Fichte uno de
sus ancestros.
2.
El mesianismo nacionalista: Fichte considera que el ‘pueblo
elegido’ no es el judío (por su religión),
ni el francés (por la revolución). El único
‘pueblo elegido’ es el alemán, por ser el de
la racionalidad –el de la filosofía, etc.–
y además por su pureza étnica. En este sentido el
segundo «DISCURSO A LA NACIÓN ALEMANA» (1808)
resulta devastador. Suponer que la lengua alemana es «la
lengua original de la tribu principal» entre los germánicos
da un poco de risa, pero ese argumento de la supuesta superioridad
lingüística se ha usado y se usa para imponer el genocidio
contra las lenguas indígenas en América –y
contra el catalán en España– por parte de
genuinos lectores de Fichte. La asociación fichteana, algo
posterior, entre nacionalismo y mesianismo, cuando llega a decir
que la raza germánica ha sido designada para dirigir al
mundo, puede parecer chusca pero ha tenido su importancia en la
peor tradición totalitaria. Por cierto, Herder, al que
en el ámbito hispánico muchas veces se achaca veces
el hipernacionalismo alemán, procedía de un ámbito
báltico-ruso-germánico y pese a sus arrebatos de
nacionalismo cultural nunca cayó en el nacionalismo político.
Como dice Rosa Sala Rose en «El misterioso caso alemán;
un intento de comprender Alemania a través de sus letras»
(2007), «[Herder] en general seguía siendo fiel a
un ideal de humanidad situado por encima de las diferencias nacionales»,
(p.334). Confundir a Herder con Fichte aunque sea habitual no
deja de constituir un grave error, aunque se haga de forma interesada,
para confundir nacionalismo cultural con nacionalismo político.
3.
La autarquía económica: Fichte defiende ese engendro,
que es la base económica de cualquier totalitarismo, en
EL ESTADO COMERCIAL CERRADO. La idea de la planificación
económica, que no deja espacio a la libre iniciativa, además
de fracasada (y de haber sido el núcleo del pensamiento
socialista), nunca ha servido de ayuda jamás a los más
necesitados y siempre ha ayudado a militarizar la sociedad.
Pero
pese a las críticas que pueden hacerse a Fichte en cuanto
protototalitario, habría que considerar también
que en su obra no deja de haber argumentos que permiten hacer
un cierto contrapeso a su lectura nazi. En EL CARÁCTER
DE LA ÉPOCA ACTUAL, Fichte define la esencia del Estado
absoluto como la forma de poder que pone al servicio de la especie
todas las fuerzas individuales, lo que es –se tome por donde
se quiera– una definición nada liberal. Pero cuándo
él mismo se interroga sobre quién es la especie
según el Estado, Fichte responde «todos los ciudadanos»,
sin la menor excepción –lo que obviamente no entra
en la concepción nazi del Estado, basado en la tesis amigo-enemigo.
Fichte
no coonsideró el peligro de totalitarismo de su teoría
(al fin y al cabo originada en el contexto resistencial contra
la invasión francesa, aunque Heine no dejó de observar
lo mucho que se parecían el «Yo» absoluto del
invasor Napoleón y el del invadido Fichte). Para él
lo auténticamente totalitario y lo peligroso para la libertad
está en la idea de la voluntad general rousseauniana en
tanto que niega la diferencia cultural y separa la gestión
política de la ciudadanía. Por eso propuso transferir
los poderes ejecutivo legislativo y judicial a funcionarios controlados
por los ciudadanos (atención, no por ningún partido).
Podría discutirse la bondad o no de su propuesta, pero
esa no es tampoco ninguna hipótesis que pueda abonar un
fascista.
También
es cierto que en el decimotercero DISCURSO A LA NACIÓN
ALEMANA, Fichte condena abiertamente cualquier política
anexionista o colonial pero es que, simplemente, no quería
verse envuelto en un ataque a Rusia –en lo que demostró
una clarividencia que Hitler no tuvo.
En
definitiva, Fichte es un pensador resistencial que no cree en
la existencia del individuo fuera del Estado. Y esa centralidad
del Estado no puede dejar de ser considerada como un peligro.