El título del
texto no hace referencia al estado de naturaleza, sino a la naturaleza humana,
la única que interesa a Hobbes, que en el primer párrafo es definida como
igualitaria: «la diferencia [en lo físico] entre hombre y hombre no es tan
apreciable como para justificar el que un individuo reclame para sí cualquier
beneficio que otro no pueda reclamar con igual derecho». Ese será un argumento
importante para justificar que los humanos deben entregar su fuerza al monarca
absoluto: evitarán mediante la transferencia de poder que la igualdad de
fuerzas entre ellos degenere en guerra perpetua.
En el segundo
párrafo, la argumentación hobessiana a favor de la igualdad natural de los
hombres recuerda el Discurso del Método de Descartes, que Hobes leyó poco
después de su publicación en 1637: «Le bon sens est la chose du monde la mieux
partagée»; para Hobes «en lo que se refiere a las facultades de la mente», la
igualdad es todavía mayor que en lo que concierne al cuerpo. La política es,
pues, una cuestión de ‘cuerpos’. Cuerpos cuya libertad consiste en moverse sin
trabas y cuya voluntad es el fruto de sus pasiones.
Desde inicios del
párrafo tercero y, especialmente, en el octavo se desarrolla una de las ideas
recurrentes del texto, y que veremos aparecer reiteradamente: la de que la
guerra (o como dijo Walter Benjamin en el s. 20, «el estado de excepción»), es
la situación normal entre los hombres. Lo realmente ‘excepcional’ sería que
hubiese paz. La guerra es tan inevitable como «el tiempo atmosférico» y el
párrafo séptimo continua: «Pues así como la naturaleza del mal tiempo
atmosférico no está en uno o dos aguaceros, sino en la tendencia a que estos
continúen durante varios días, así también la naturaleza de la guerra no está
en una batalla que de hecho tiene lugar, sino en la disposición a batallar».
En el párrafo
tercero encontramos también una característica de la naturaleza humana: las
pasiones y la aversión o el deseo como esfuerzo (o ‘connatus) constante en la
vida humana. No es sólo que «si dos hombres desean la misma cosa que no puede
ser disfrutada por ambos se conviertan en enemigos», o que cada cual lucha por
su propia «conservación». Es también «el deleite» lo que mueve al combate. Y de
ahí el temor y la «previsión» (párrafo cuarto), que regula las relaciones
interhumanas.
«Previsión»
significa «controlar, ya sea por la fuerza ya con estratagemas, a tantas
personas como sea posible» (párrafo cuarto). Las relaciones sociales se reducen
a la desconfianza, el antagonismo y la lucha. Las causas desencadenantes de la
guerra: «la competencia (...), la desconfianza y (...) la gloria» (párrafo
sexto) que dan lugar a «invadir el terreno de otros para adquirir ganancia
(...) para lograr seguridad y (...) para adquirir ganancia», (párrafo séptimo)
son perfectamente inevitables, pues los humanos son seres deseantes y la
frustración de su deseo hace que no encuentren placer, «sino, muy al contrario,
un gran sufrimiento, al convivir con otros allí donde no hay un poder superior
capaz de atemorizarlos a todos», (párrafo quinto).
El estado natural
(la guerra) y la forma de guerra larvada que es la inseguridad «en que cada
hombre es enemigo de cada hombre» (párrafo noveno) impide el progreso «no hay
lugar para el trabajo (...), no hay navegación, no hay construcción de
viviendas ...» (ibd.). Así se nos dice en la última frase del párrafo noveno
que «la vida del hombre es solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta».
El párrafo décimo
se inicia con una crítica al aristotelismo y a la filosofía escolástica cuando,
Hobbes afirma oponiéndose a la tesis según la cual el hombre es por naturaleza
un animal político: «A quien no haya pensado bien estas cosas puede parecerle
extraño que la naturaleza separe de este modo a los hombres». Es la naturaleza
la que requiere de la política y por ello mismo la política no dejará de ser
algo ‘natural’, en sentido que lo que hace posible preservar la vida de los
hombres.
Este mismo párrafo
décimo incluye unas frases que fueron repetidamente mal leídas por la
Ilustración, criticadas por Montesquieu y retomadas por Sade. Hobbes constata
que cualquiera que «cabalga armado» y «cuando va a dormir atranca las puertas»,
está dando la razón por vía de hecho a los partidarios del pesimismo
antropológico. Montesquieu se enfureció con este texto por dar como algo propio
del estado de naturaleza a lo que sólo ocurre en el estado social. Pero como se
ha visto, la naturaleza no es para Hobbes algo contradictorio o alternativo al
estado social: la naturaleza sigue estando aquí siempre y no es revocable, sino
como máximo gestionable. El siglo XVIII, y especialmente Sade, sacarán un gran
provecho de la tesis hobbesiana del hombre como «niño malo» (Tercer Diálogo de
«La filosofía en el tocador») pues, como dice el divino marqués: «la crueldad
está en la naturaleza»
Hacia el final del
capítulo, como se dice en el párrafo décimo tercero, «aunque no hubiese habido
ninguna época en que los individuos estaban en una situación de guerra de todos
contra todos es un hecho que, en todas las épocas, los reyes y todas las
personas que poseen una autoridad soberana están a causa de su independencia,
en un estado y en una situación de perenne desconfianza mutua». Es decir, el
estado de naturaleza no es un tiempo cronológico y la «desconfianza mutua» es
el precio de la «independencia». Sólo resignando la independencia a favor del
Leviatán se puede pensar en asegurarse la seguridad. La otra alternativa sólo
ofrece «la miseria que acompaña a los hombres en el estado de libertad», que
sería también el de la absoluta inseguridad.
El capítulo
catorceavo plantea el tema de la ley como única manera de evitar la guerra. Si
en la naturaleza no existe sociedad, todos somos iguales, tenemos el mismo
derecho y la misma fuerza: «De esta guerra de cada hombre contra cada hombre se
deduce también esto: que nada puede ser injusto». Y en palabras de Hobbes:
«Todo es del primero que pueda agarrarlo, y durante el tiempo que logre
conservarlo». Los últimos párrafos del cap. XIII y los primeros del siguiente
plantean un cambio de marcha o un cruce de perspectivas: «la justicia y la
injusticia se refrieren a los hombres cuando están en sociedad, no en soledad»
(párrafo catorceavo).
Las «normas de
paz» que «reciben el nombre de Leyes de la naturaleza» surgen de la necesidad
de integrar y superar a la vez el estado de naturaleza y su posibilidad deriva
en parte de las pasiones y en parte de la razón. Pero esa es otra historia.