ALEXANDER BROADIE
TOMÁS DE AQUINO Y EL CONOCIMIENTO DE DIOS (fragmento)
Santo Tomás establece una aguda distinción entre dos vías para el conocimiento de Dios. Una es la revelación y otra es la razón humana. Hay muchas cosas que es mejor conocer que no conocer; por ejemplo, que Dios existe y que es uno e incorpóreo. Y si bien, hablando en términos generales, nuestra razón es una guía menos segura que la revelación para la adquisición de ese valioso conocimiento, Santo Tomás cree, no obstante, que nos es posible alcanzar esas verdades sin la ayuda de la revelación, argumentando, en particular, sobre la base de hechos de la experiencia común, tales como la existencia de movimiento en el mundo. Remontarse hasta las anteriores proposiciones sobre Dios apoyándose en esta base y por aplicación de una lógica rigurosa es hacer filosofía, no teología, y menos aún, fundarse simplemente en la revelación. Estos ejercicios de lógica están diseminados a todo lo largo de los escritos de Santo Tomás, y por esta razón debe ser considerado como filósofo incluso en aquellos contextos en donde las cuestiones de que trata son abiertamente religiosas, como, por ejemplo, las relativas a la existencia y a la naturaleza de Dios.
[Las cinco vías]
Tomás se ve obligado a buscar una demostración de la existencia de Dios, porque reconoce que la proposición “Dios existe”, aunque es evidente en sí misma, no es evidente para nosotros. Una demostración puede proceder en una u otra de esas dos direcciones: de la consideración de una causa podemos inferir su efecto, y a partir de un efecto podemos inferir su causa. Santo Tomás presenta cinco pruebas de la existencia de Dios, las “cinco vías” (quinque viae), cada una de las cuales parte de un efecto de un acto divino y argumenta retrospectivamente hasta su causa. A su juicio, ninguna demostración puede partir de Dios y avanzar hasta su efecto, porque tal proceder requeriría de nosotros haber penetrado en la naturaleza divina, lo cual excede efectivamente de la capacidad de la nuestra. Lo que nosotros sabemos de Dios es que él es, pero no qué es (es decir, el hecho de que existe, pero no su esencia).
Santo Tomás argumenta en su primera vía partiendo del hecho de que las cosas se mueven en este mundo para llegar a la conclusión de que hay un primer motor que mueve todo y que no es movido por nada, “y que todo el mundo piensa que ese motor es Dios”. La segunda vía arranca del hecho de que encontramos en el mundo un orden de causas eficientes, y la conclusión que de ello se deriva es que tiene que haber alguna causa eficiente, a la que todo el mundo llama “Dios”, que es la primera en la cadena de tales causas. La tercera vía parte del hecho de que encontramos cosas que tienen la posibilidad tanto de ser como de no ser, puesto que son cosas que han sido generadas y serán destruidas. Y argumentando que no todas las cosas pueden ser semejantes a éstas, Santo Tomás concluye que tiene que existir algo, a lo que todos llaman “Dios”, que es necesario de por sí y no tiene la causa de su necesidad fuera de sí mismo. La cuarta vía parte del hecho de que encontramos una gradación en las cosas, pues hay cosas que son más buenas, y otras que lo son menos, como hay también cosas que son más verdaderas y otras que lo son menos, y así en lo que atañe a las demás perfecciones; y concluye que tiene que haber algo, a lo que llamamos “Dios” que sea la causa del ser, y de la bondad, y de cualquier perfección en las cosas. Y finalmente, en la quinta vía observa Santo Tomás que las cosas actúan en la naturaleza con vistas a un fin, aun en el caso de que carezcan de conciencia de ello; de lo cual concluye que tiene que haber un ser inteligente, al que llamamos “Dios”, por quien todas las cosas naturales son dirigidas hacia una meta o fin. Se ha objetado que varios de esos argumentos encierran defectos fatales por estar basados en una física anticuada, aunque otros comentaristas modernos han expresado sus dudas a esta línea de crítica.
[El conocimiento por analogía]
Su convicción de que no podemos intuir la naturaleza divina, obligó a Santo Tomás a ocuparse del problema de dilucidar cómo hemos de entender los términos usados por la Biblia para describir a Dios. ¿Qué significan los términos “bueno”, “sabio” y “justo”, por ejemplo, cuando son predicados de Dios? Su significado es diferente del que tienen cuando se los predica de los seres humanos, porque en caso contrario podríamos tener, sin duda, una visión intuitiva de la naturaleza divina. ¿Deberían, por tanto, ser entendidos estos términos de una manera meramente negativa, con el significado de “no malvado”, “no injusto”, etc.? Esta solución, especialmente asociada con Maimónides (1135-1204), fue rechazada por Santo Tomás porque no es eso lo que la gente quiere decir cuando usa esas palabras. Su respuesta fue alegar que esos términos son usados de manera analógica cuando está referidos a Dios. Dado que no podemos tener una concepción adecuada de Dios, es decir, dado que nuestra ideal de Él está lejos de alcanzar la divina realidad, no tenemos más remedio que reconocer que las cualidades significadas por los términos que usamos para designar perfecciones existen (o “preexisten”) en Dios de modo más excelente que en nosotros. No es que Dios no sea realmente, o en el más pleno sentido, bueno, sabio, justo, etc. Por el contrario, posee esas perfecciones del modo más pleno posible, y somos nosotros, las criaturas, quienes no podemos alzarnos a la visualización de esas perfecciones.
Entre las perfecciones divinas consideradas por Santo Tomás está la del conocimiento. Dios conoce todo lo que es cognoscible. Su conocimiento del mundo creado no sucede a la manera del espectador que se limita a conocer el objeto que aparece ante sus ojos. Dios, como absoluta causa primera que es, no depende en nada de nada. Su conocimiento de las cosas no depende, por lo tanto, de la existencia anterior de las cosas que conoce. Por el contrario, es su acto de conocer lo que confiere existencia a las cosas. A juicio de santo Tomás, nosotros podemos obtener un pequeño destello de la naturaleza de tal conocimiento si lo concebimos como el tipo de conocimiento que el arquitecto tiene de una casa antes de que haya sido construida en comparación con el conocimiento que de esa casa tiene el caminante que pasa junto a ella. Es la concepción de la casa en la mente del arquitecto la que hace que la casa pase a la existencia, mientras que es la casa ya existente la que hace que el caminante se forme una concepción de ella.
[El libre albedrío]
Puesto que Dios conoce todo lo cognoscible, debe conocer todo acto que un ser humano pueda realizar alguna vez, lo cual plantea el famoso problema de saber hasta qué punto son libres los seres humanos si Dios es ciertamente omnisciente. En el tratamiento de este problema, Santo Tomás nos ofrece una metáfora. Un hombre situado en la cima de una colina ve simultáneamente a todos los viajeros que siguen el camino que rodea la colina aun cuando los viajeros situados en el camino no puedan verse entre sí. De la misma manera, el Dios eterno ve simultáneamente toda cosa pasada, presente y futura, porque “la eternidad incluye todo el tiempo”. Y así como mi conocimiento actual de la acción que tú estás ejecutando ante mis ojos no implica que tu acción no sea libre, así también el actual conocimiento intemporal que tiene Dios de nuestros actos pasados, presentes y futuros, no implica que no sean libres esos actos nuestros. Un grave problema asociado con esta solución es el concerniente al hecho, antes mencionado, de que, a juicio de Santo Tomás, el conocimiento de Dios no es semejante al de un espectador, sino que se parece más bien al conocimiento que tiene un agente de lo que está haciendo. Si es menester considerar la historia del mundo como el despliegue gradual de un plan divinamente ordenado, entonces es ciertamente difícil ver en qué sentido, relevante al menos para la moralidad pueden ser libres los actos humanos. La solución aportada por Santo Tomás a este problema continúa siendo materia de un intenso debate.
Fragmento del artículo de Alexander Broadie: “Santo Tomás de Aquino”, en Tom HONDERICH (compilador): Los filósofos. Una introducción a los grandes pensadores de Occidente. Madrid: Tecnos, 2000; pp. 60-64. Ed. original, Oxford University Press, 1999. Trad. Carmen García Trevijano. Los subtítulos entre paréntesis son nuestros [R.A.]
Alexander Broadie (1942) es un profesor de filosofía especializado en el pensamiento de la Ilustración, especialmente de la Ilustración escocesa, en la teoría de la guerra justa y en el pensamiento cristiano a lo largo de la época medieval.