LA
METTRIE, UNA FILOSOFÍA DEL MATERIALISMO
Si
todo se explica por lo que la anatomía y la fisiología
me descubren en la médula, ¡qué necesidad
tengo de forjar un ser ideal!
La
Mettrie: Tratado del Alma, cap. X
¡Qué
fugaz es la vida! Las formas de los cuerpos brillan, al igual
que se cantan sonatas. El hombre y la rosa aparecen por la mañana
y por la noche se desvanecen. Todo se sucede, todo desaparece
y nada perece.
La
Mettrie: Sistema de Epicuro (LI)
Index
Cronología
de La Mettrie
El "proyecto La Mettrie"
Historia natural del alma (1745)
El Hombre-máquina (1748)
El Anti-Séneca (1748)
El Sistema de Epicuro (1750)
Lo que el Hombre máquina no es
La tradición cultural del hombre máquina
Medicina y filosofía
¿Es cartesiano el Hombre Máquina?
La alternativa sensualista
Cronología
de La Mettrie
1709
-1733: Nace Julien Offroy de La Mettrie (25 de diciembre
de 1709), en una familia de ricos comerciantes, en Saint-Malo
(Bretaña). Estudia en diversos lugares (Coutances, Caen,
París). Logra su diploma de médico en Reims (1728).
Ejerce la medicina en su ciudad natal durante cinco años.
1733:
Marcha a Leyden (Holanda), donde trabaja dos años bajo
la dirección de Hermann Boerhaave (1668 - 1738) médico
del que traduce diversas obras, entre las cuales Sistema de M.
Hermann Boerhaave sobre las enfermedades venéreas (1735).
1739:
Se casa con la viuda Marie Louise Droneau, con quien tuvo dos
hijos.
1741:
Regresa a Francia (París). Al año siguiente, la
amistad con duque de Saint Grammont le sirve para obtener plaza
de médico militar, por lo que asiste a diversas batallas,
especialmente a las de Dettingen (1743) y Fontenoy (1745) y al
sitio de Friburgo (otoño de 1744).
1744:
Publica: San Cosme Vengado, contra el cuerpo médico. Frecuenta
los medios aristocráticos y libertinos.
1745:
Publica, como si se tratara de un libro traducido del inglés:
Historia natural del alma (que será luego el Tratado del
alma, a partir de la edición de 1750). El escándalo
le obliga a dimitir de su puesto como médico militar, pero
es nombrado inspector de hospitales de campaña.
1746:
Publica: La Política del médico de Maquiavelo, también
una sátira contra los médicos, en el contexto de
la polémica que les enfrentaba a los cirujanos. Acusado
de minar los fundamentos de la moral y de la religión se
ve obligado a exiliarse en Middelbourg y, posteriormente, en Leyden.
1748:
El Hombre-máquina donde defiende que: "el universo
nunca será dichoso a menos que sea ateo", logra enemistarlo,
a la vez, con la Iglesia y con los "philosophes". Se
ve también obligado a abandonar Holanda. Bajo la protección
de Federico II el Grande, de Prusia, se exilia en Berlín,
donde residirá hasta su muerte. Publica, en el mismo estilo:
El hombre-planta y una traducción del "De vita beata"
de Séneca, con un prólogo que a partir de la edición
de 1750 será conocido como El Anti-Séneca. Vive
en Postdam, cabe el rey.
1750:
Publica: Los animales más que plantas (cuya atribución
es dudosa) y, muy especialmente, Sistema de Epicuro.
1751:
Publica: El arte de Gozar. Muere el 11 de noviembre en el exilio
(tal vez de una intoxicación alimentaria, según
se dijo por comer paté de faisán con trufas) y es
rápidamente olvidado en los medios intelectuales de Francia,
donde Voltaire lo ningunea y Diderot -especialmente- siempre se
negó a reconocer la deuda intelectual que con él
mantenía. En el "Ensayo sobre los reinos de Claudio
y Nerón" Diderot lo presenta como: "un hombre
corrompido en sus costumbres y opiniones" y como "un
escritor que ignora las primeras idea y los fundamentos de la
moralidad".
Federico
el Grande escribió en su Elogio Fúnebre, leído
en la Academia de Berlín: "Calvinistas, católicos
y luteranos olvidaron por un tiempo que la transubstanciación,
la libertad... la infalibilidad pontificia les dividía:
¡se unieron para perseguir a un filósofo!".
De hecho, el exilio de La Mettrie en Berlín era una pieza
propagandística importante para Federico. Voltaire en sus
Lettres sur Rabelais (1767) no deja de notar que: "un rey
gobernado por los jesuitas hubiese podido proscribir a La Mettrie
y a su memoria; un rey que sólo estaba gobernado por la
razón separó al filósofo del impío
y, dejando a Dios la preocupación por castigar la impiedad,
protegió y loó su mérito".
La
Mettrie, por su parte, fue más cáustico: en La obra
de Penélope, no deja de notar -refiriéndose a Federico-
que: El honor de acercarse a un gran rey no impide la triste idea
de que uno está con su dueño, por amable que sea".
El "proyecto La Mettrie"
La
Mettrie escribe sus obras más significativas en un lapso
de tiempo tremendamente breve: entre 1745 y 1751. Ello da a su
trabajo intelectual una unidad de estilo y de objetivo conceptual
que, en lo bueno y en lo menos bueno, nos permite hablar (retrospectivamente)
de un "proyecto La Mettrie", es decir, de un impulso
que unifica su labor intelectual de manera unitaria. Puede decirse
que su proyecto intelectual, en el ámbito de las Luces,
consistió en desmenuzar -o mejor en "vaciar"-
el concepto de ley natural en clave materialista.
El
denominador común a los diversos opúsculos de La
Mettrie consiste en propugnar una ética sin raíz
metafísica. Pretende pensar la ética del materialismo
situándola más allá de cualquier concepto
de "naturaleza" (biológica, física...)
o de "ley natural", puesto que: "la ley natural
no es más que un sentimiento íntimo el cual pertenece
también a la imaginación, como todos los demás
entre los que se incluye el pensamiento" ("Hombre Máquina",
en Obra Filosófica, Madrid, 1983, p. 231). De hecho, todo
su trabajo como médico-filósofo es un esfuerzo por
evitar la confusión de lo "natural" con ningún
artificio de la razón o -peor todavía- confundirlo
"al modo ridículo de los teólogos" con
la fe o con el poder político. Lo "natural",
simplemente, no existe. Asumir eso significa ser materialista
y "esprit fort".
Si
la ley natural es un sentimiento íntimo, es decir, no constituye
una unidad transcendente, entonces el alma tampoco consiste en
una entidad situada más allá del cuerpo: el alma
es sólo una modificación del instinto. El materialismo
filosófico empieza, estrictamente, en esta afirmación.
Posteriormente; Diderot elaborará una versión más
consistente del materialismo ilustrado (con una componente biologista
más que obvia). Pero cuando la mayoría de filósofos
enciclopedistas todavía profesaban un deismo ambiguo, La
Mettrie diseñaba ya un materialismo consistente, aunque
problemático en su fundamentación.
La
Mettrie, en lo personal era poco más que un moralista epicúreo,
tocado de humorista filosófico (con un sentido del humor
peculiar que le llevaba a dedicar su "Hombre Máquina"
materialista al médico espiritualista Heller (1708-1777)
llamándole además, sin rebozo: "doble hijo
de Apolo, suizo ilustre, Fracástoro moderno"). Cualquier
lectura de su obra debe ser retrospectiva, situándolo más
en el ámbito de los precursores que en el de las grandes
realizaciones; con un mínimo conocimiento del pensamiento
ilustrado es difícil considerarlo un autor de primera línea.
Pero en la genealogía del materialismo su propuesta médica
ocupa un papel significativo. Una teoría no-esencialista
de la realidad, reconoce en La Mettrie no sólo al precursor
de Diderot (el materialista más consecuente del período)
sino al "eslabón perdido" entre el epicureísmo,
el mecanicismo cartesiano y la revolución científico
técnica.
Resumen
de sus textos: Historia natural del alma (1745)
La
Mettrie intenta superar la definición cartesiana de la
materia inerte reapropiándose de la noción aristotélica
de forma substancial. La materia, pasiva por sí misma,
debe su carácter activo a la intervención de un
principio exterior. La física aristotélica ofrece
dicho principio a través de la noción de forma substancial,
que permite al ser la actualización de sus facultades de
movimiento y de sensación. Sin embargo La Mettrie evita
toda causa final.
La
nueva versión de la obra, publicada en 1750, recoge las
experiencias de Trembley y Réaumur demostrando el movimiento
autónomo de un pólipo de agua dulce, que permite
eliminar el argumento de las formas substanciales y afirmar que
el movimiento es inherente a la materia. Así, pues, todo
es materia.
La
noción tradicional de alma no tiene derecho de ciudadanía
en el materialismo monista de La Mettrie. Así reunifica
la "res cogitans" y la "res extensa" que Descartes
había separado. Se evita, pues, cualquier dualismo, identificando
el alma razonable en la sola y única alma sensitiva. En
sus propias palabras: "El alma y el cuerpo han sido hechos
juntas en el mismo instante, como de una sola pincelada".
(Onfray)
Resumen
de sus textos: El Hombre-máquina (1748)
En
continuidad con la Historia natural del alma, La Mettrie reafirma
su teoría materialista. Sólo hay una -y única-
substancia, diversamente modificada. En consecuencia, la diferencia
entre el hombre y el animal es de grado, y no de esencia. Si el
hombre se halla dotado de lenguaje, no debe verse en ello más
que un simple accidente de la materia, y no un carácter
esencial. Allí donde otros "philosophes" hablaban
todavía de esencias y de finalidad (en un paradigma cuasi
aristotélico), La Mettrie no admite más que accidentes
de la materia. Por lo mismo, en virtud del monismo materialista,
se da en el hombre la unidad de lo físico y de lo moral.
El único principio que gobierna lo humano es la sensación
o, dicho de otra manera, el cuerpo. Se reconoce aquí la
influencia de la medicina, en tanto que modelo epistemológico.
El alma, la razón, la voluntad... no constituyen valores
morales principales. (Onfray)
Resumen de sus textos: El Anti-Séneca
(1748)
Recusando
el finalismo metafísico, La Mettrie niega todo valor a
los principios morales. El hombre solo es guiado por sus principios
naturales. Remordimientos, bien y mal... no son más que
ideas construidas por la educación en vistas a lograr la
cohesión social. Pero ninguna ley moral tiene el poder
de condenar el crimen, resultado de las pulsiones instintivas
que gobiernan al hombre. El autor habla aquí en tanto que
médico, consciente del posible carácter patológico
de las ideas morales en ciertos individuos. Esta posición
radical le valdrá una severa condena por parte de Diderot
y de D'Holbach (ellos mismos, materialistas también!).
El valor de la obra se halla en su intento de substituir la moral
cristiana por una visión médica y psicologista de
lo humano. (Onfray)
Resumen de sus textos: El Sistema de
Epicuro (1750)
En
este tratado se explicita la concepción lamettriana de
la materia. Inspirándose en la teoría leibniziana
de una "cadena de los seres", La Mettrie intenta mostrar
que los órganos humanos no han sido creados para una función
precisa, sino que la función existe por el hecho mismo
de la esencia del órgano. De esta manera, La Mettrie rechaza
la explicación finalista de la materia. Por decirlo en
su propio ejemplo: la naturaleza no decidió crear el ojo
para ver, de la misma manera que el agua no fue creada para que
se reflejara en ella la pastora. Así el libro elimina el
finalismo material y el principio de creación. Así,
La Mettrie se acerca a la teoría griega del "clinamen".
Los principio de la materia se explican términos de sucesión
de casualidades (azar) y no en términos de creación.
(Onfray)
Lo que el Hombre máquina no es
Para
entender el problema del "Hombre Máquina" resulta
imprescindible situarse en el contexto de la tradición
mecanicista occidental, cuyo origen último remonta a Grecia
y al pensamiento hebreo -en una tradición más o
menos cabalística- que, por su misma complejidad, resulta
difícil valorar en conjunto. El problema del Hombre Máquina
había sido ya una cuestión discutida por los medievales.
No representa, por lo tanto, al menos en principio, ningún
símbolo de modernidad. Olvidar eso conduce directamente
al anacronismo histórico. Lo que se discute en el texto
de La Mettrie no es innovador, ni por su vocabulario, ni por su
orientación (epicúrea, en lo fundamental).
El
"Hombre Máquina" de La Mettrie debería
situarse en el contexto histórico de un conflicto de intereses
y de mentalidades muy concreto (el que enfrentaba a médicos
y cirujanos en el XVIII) y también en el marco un debate
entre las dos ramas básicas del materialismo ilustrado:
la mecanicista y la biologista. La Mettrie no fue, ni mucho menos,
un autor de primera línea en ninguno de ambos bandos. Diderot
como materialista biologista resulta infinitamente más
elaborado en sus hipótesis, en la medida que conoce bien
la tradición filosófica. Y D'Holbach o Helvetius
son mecanicistas más depurados, además de conocer
mejor el mundo religioso tradicional. La Mettrie, en cambio, tiene
a su favor que resulta fácil de leer, enlaza más
con la tradición de los moralistas del barroco (por mucho
que lo disimule con un barniz de ciencia) y permite esquematismos
que -si no explican su obra y más bien lo malinterpretan-
en cambio dan una coartada a supuestos intérpretes retrospectivos
de la modernidad, tipo Foucault.
Lo
primero que debiera saber un lector del "Hombre Máquina"
es que, por mucho que lo diga Foucault en "Vigilar y castigar",
La Mettrie no tiene nada que ver con ninguna intención
de disciplinar el cuerpo, ni con ninguna supuesta "docilidad"
que pueda unir: "el cuerpo manipulable al cuerpo analizable".
La tradición mecanicista era, exacta y precisamente, lo
contrario a una tradición disciplinar. Y si a Federico
de Prusia (y a Luís XIV) le gustaban los autómatas,
eso no tiene nada que ver con el hecho de que también les
gustasen los ejércitos. Ocurría -y ocurre- algo
mucho más simple: los autómatas eran fascinantes
y "modernos", pero no en la medida en que representaban
el orden, sino -justamente por lo contrario- por añadir
un poco de fantasía a la vida. Un autómata implica
un tipo de causalidad que, en rigor, no pude ser explicado por
la tradición aristotélica y, en tal sentido, significa
un desafío a la filosofía tradicional.
El
mecanicismo del XVIII se orienta hacia el placer, hacia la liberación
del cuerpo y hacia la crítica religiosa. Sólo mucho
más tarde (a inicios del siglo XIX) las fábricas
modernas, retomando el modelo del monasterio, con sus horas medidas
estrictamente por la campana, y con sus mecanismos de encierro,
dieron con una versión peculiar (industrialista) del mecanicismo,
absolutamente lejana a la que movió a los ilustrados que,
por su parte, optaban por la libertad y el epicureísmo.
Si conviene entender el contexto del mecanismo, es para evitar
una comprensión sesgada de lo que en La Mettrie y, en general,
en la Ilustración pueda haber de transgresión.
La tradición cultural del hombre
máquina.
Según
Yurij Castelfranchi y Oliviero Stock, en Máquinas como
nosotros. El desafío de la inteligencia artificial. (Ed.
Acento, Madrid, 2002), el planteamiento de la cuestión
de los autómatas arrancaría de los mitos clásicos,
concretamente de Pigmalión (que habiendo esculpido la estatua
de una mujer bellísima, se enamoró de ella), y de
Efesto, el dios del fuego, herrero y artesano, en cuya casa las
mesas de tres patas caminaban solas para situarse donde más
convenía a los huéspedes, y esclavas de oro macizo
escanciaban el vino. Pero la sociedad griega, en lo fundamental,
era naturalista y detestaba lo mecánico, considerado como
contrario al orden natural de las cosas.
En
la época medieval, sin embargo, las leyendas sobre autómatas
fueron muy populares, por lo menos desde el siglo XIII. La historia
de "la cabeza de latón parlante", donde se atribuye
un papel central a Roger Bacon (1214 -1294) es especialmente significativa,
y digna de ser narrada. Se cuenta que para defender el territorio
inglés, dos monjes franciscanos, Bungley y Bacon, idearon
una inmensa muralla de latón que rodease las fronteras
del reino. Pero para calcular el perímetro, ambos trabajaron
durante siete años en la construcción de una cabeza
mecánica capaz de calcular las diversas operaciones matemáticas
necesarias. Sin embargo, al final, la cabeza mecánica se
negaba a hablar. Así que los monjes se vieron obligados
a hacer un conjuro. Invocado el espíritu de la cabeza,
éste respondió: "Esperad y estad preparados
para cuando la cabeza hable". Bugley y Bacon se sentaron
frente al artefacto durante tres semanas a la espera de que el
cerebro mecánico se activase. Pero la cabeza seguía
muda. Así que decidieron concederse una noche de descanso.
En cuanto se durmieron la cabeza habló para decir: "Es
el momento". Sin embargo el fraile de guardia creyó
que la frase era demasiado banal para despertarles. Media hora
más tarde, la cabeza repitió: "Es el momento".
Tampoco el guardián le prestó atención. Y
cuando pasó otra media hora, la cabeza pronunció
sus últimas palabras: "El momento ya pasó",
para explotar finalmente en mil pedazos.
Según
otras leyendas, también Alberto Magno (1206-1280), maestro
de Santo Tomás de Aquino, fabricó un autómata
metálico. Y se dice que Johann Müller, llamado "Regiomontano"
(1436-1476), creó en Nüremberg un águila artificial
que voló para saludar al emperador Maximiliano y posarse
luego en la muralla de la ciudad. También Leonardo da Vinci
habría construido, en 1499, un león mecánico
en honor de Luis XII de Francia. Cuando el rey entró en
Milán el león avanzó hacia él, abrió
su tórax con una de sus garras y mostró en el pecho
la flor de lis francesa.
En
el siglo XVI, el médico alemán Paracelso (1493-1541)
dejó una fórmula para crear una criatura minúscula,
el "humunculus", a partir del semen podrido durante
cuarenta días en un alambique. Paracelso tenía una
divisa que constituye un clásico del pensamiento individualista:
"Alterius non sit, qui suus esse potest" [No sea otro,
quien puede ser sí mismo]. No debiera olvidarse ese individualismo
paracelsiano a la hora de entender el origen del Hombre Máquina
en relación a la idea de autonomía racional y no
a la de la servidumbre que hoy se asocia (a veces con frivolidad)
a lo mecánico.
En
cuanto al elemento judío, hay algo de inquietante en la
tradición mecánica, que remite al nombre del mítico
"Golem", monstruo que construyó el rabino Judah
Loew ben Bezabel, de Praga (1525-1609) amigo, según la
tradición, de Tycho Brahe y de Kepler. El Golem es una
figura de hombre mecánico que lleva inscrita en la frente
la palabra "emet" cuyo significado es "verdad".
Así "Elohim emet" se traduce por: "Dios
es verdad". Pero si se borra la primera letra aparece la
palabra "met" [muerte] por lo que surge un inquietante
"Elohim met" ["Dios está muerto"].
La idea es, obviamente, que lo mecánico es la muerte. Pero,
pensando un poco más, algunos han intuido una idea de nihilismo
profundo: lo mecánico estaría así destinado
a matar a Dios.
Los
antecedentes hasta aquí mencionados debieran ser suficientes
como para hacer patente que El Hombre Máquina no es el
principio de una antropología de la modernidad, como erróneamente
pretendió Foucault, sino la continuación en un contexto
materialista de un ideal mucho más antiguo.
El
mecanicismo de La Mettrie tiene que ver, también, con el
modelo cartesiano, pero no es tampoco una consecuencia directa
del modelo racionalista, en la medida que Descartes estaba convencido
de que sería posible reducir lo cualitativo a lo cuantitativo
(su modelo es la matematización), mientras que La Mettrie
mantendrá siempre ese aspecto cualitativo de la vida, que
lo acerca más al debate con la religión que a la
modernidad utilitarista. No se debería, pues, en resumen,
perder de vista, en un ejercicio de lectura, que la propuesta
del "Hombre Máquina" se enmarca en una larga
tradición mecánica occidental, ni sería justo
reducir la obra de La Mettrie a un cartesianismo reduccionista.
Medicina y filosofía
Como
ya hemos dicho, para comprender el contexto del Hombre Máquina
debemos situarnos en la polémica (con abundante guerra
de panfletos) que entre 1724 y 1750 enfrenta a médicos
(teóricos, con formación universitaria) y cirujanos
(prácticos). La facultad de medicina de París defiende
los privilegios médicos, que son además una minoría
enriquecida. La formación médica era libresca (se
realizaban muy pocas disecciones), mientras que la de los cirujanos
era práctica. Finalmente los cirujanos consiguen su autonomía
en 1743. La Mettrie estigmatiza los privilegios de los médicos,
pero tiene claro que forma parte de un cuerpo con importancia
específica: "la cirugía y la medicina no son
más que una sola y misma ciencia, pero que tiene sus grados,
entre los que la cirugía es el primero, es decir, el más
bajo. Sólo se necesitan ojos para llegar a ser cirujano,
pero se necesita inteligencia y genio para ser médico".
En
otras palabras, la medicina es una ciencia, pero necesita un cambio
radical, como el que ha propuesto Boerhaave, que utiliza las teorías
químicas y que considera la vida, como se nos dice en el
Hombre Máquina, consiste en: "el movimiento perpetuo
de sólidos y fluidos". Su teoría materialista
debe entenderse en este contexto. El hombre es el tema básico
de la filosofía, pero para comprenderlo se debe profundizar
en la ciencia: filosofía y medicina se complementan, en
la medida en que ambas versan sobre el mismo tema.
Describir
el hombre desde el dualismo significa un esfuerzo fallido, e inútil.
Pero la filosofía tiene una alternativa mejor que el espiritualismo
-y más capaz de responder a las exigencias de la ciencia:
la opción materialista. Intentar comprender el alma independientemente
del cuerpo conduciría al fracaso. Medicina y filosofía
se reencuentran en el materialismo, pues, como se dice en la "Historia
Natural del Alma": "la sana y razonable filosofía
confiesa con franqueza que no conoce ese ser incomparable que
se presenta con el bello nombre de alma y de atributos divinos".
¿Es cartesiano el Hombre Máquina?
Hay
un debate muy profundo sobre el cartesianismo del "Hombre
Máquina" de La Mettrie, que viene dado por la misma
ambigüedad de nuestro autor. En el Tratado del Hombre, Descartes
afirma que: "puede establecerse una adecuada comparación
de los nervios de la máquina que estoy describiendo con
los tubos que forman parte de una fuente". Lo que uniría
a Descartes y La Mettrie es, obviamente, una clara afirmación
de determinismo. El cuerpo humano ("res extensa") es
mecánico, pero en Descartes lo que define al "Yo"
(el sujeto que permite decir "yo pienso") no es la materia
sino la actividad espiritual: el yo es una substancia cuya naturaleza
toda consiste en pensar. E incluso podría concebirse la
existencia de un pensamiento puro, un yo sin extensión
material.
Para
La Mettrie, cuyo mecanicismo es mucho más matizado, afirmar
-como había hecho Descartes- que un animal es una máquina
constituye una ingenuidad. Así lo afirma en el "Tratado
del Alma", donde se refiere a "cet absurde système".
En el "Hombre Máquina", sin embargo, el juicio
se complica. Como dirá él mismo: "le célèbre
philosophe s'est beaucoup trompé", pero asume que
corresponde a Descartes la gloria de haber sido: "el primero
en demostrar perfectamente que los animales eran puras máquinas".
Parece obvio un cambio de opinión, aunque se matice más
o menos a lo largo del texto.
El
punto de fricción entre Descartes y La Mettrie no reside,
sin embargo, en el tema del mecanicismo, pues La Mettrie asume
sin ambages en casi todas sus obras que los animales tienen vida
psicológica. La diferencia entre ambos debe buscarse en
el dualismo cartesiano que a La Mettrie, en clave materialista,
la parece una recaída idealista o una ficción que
Descartes hubo de mantener para poder ser escuchado en su época.
Un materialista consecuente, (y eso La Mettrie quiere serlo aunque
a veces se le escape el moralista escéptico que lleva dentro),
sólo puede ser monista. Por ello La Mettrie reivindica
su filosofía como un "sistema epicuro-cartesiano"
y la lectura de Lucrecio pesa tanto, o más, que el cartesianismo.
El elemento cualitativo de la vida, que La Mettrie reivindica
en forma de "placer", (lo que Descartes no llegó
a considerar en su Traité de l'Homme), debe valorarse -estrictamente-
desde la tradición epicúrea.
Tal
vez, como resumen de lo que La Mettrie opinaba sobre Descartes,
puede valer este fragmento del capítulo V del "Tratado
del Alma":
"Descartes,
genio hecho para fraguarse nuevas rutas y extraviarse, ha pretendido
junto con algunos otros filósofos que dios era la única
causa eficiente del movimiento y que lo imprimía a cada
instante en todos los cuerpos. Pero este sentimiento no es más
que una hipótesis, que él ha tratado de ajustar
a las luces de la fe; y entonces eso ya no es hablar en calidad
de filósofo, ni dirigirse a filósofos, sobre todo
a los que no se puede convencer si no es por la fuerza de la evidencia".
El
problema con Descartes es, pues, que por una parte plantea una
hipótesis que es más matemática (cuantitativa)
que biológica (cualitativa) y que, además, mediante
el dualismo abre un camino para rehabilitar la fe. Una filosofía
materialista no se puede compatibilizar con una metafísica
dualista.
La alternativa sensualista
La
alternativa de La Mettrie a un mundo sin dios se halla en su libro:
"El Arte de Gozar", donde se opta por un sistema epicúreo,
sensualista y amable. Que el libro resulte retórico -e
incluso, que sea el más ampuloso entre los suyos- no puede
extrañar a nadie que entienda el papel del placer en la
lógica del Barroco, tal como la analizó Bataille.
Siendo el placer de esencia física, la voluptuosidad no
pude ser más que la expresión de un cuerpo feliz
que vive sin culpa. Es importante insistir, contra las interpretaciones
foucaultianas, que La Mettrie no imagina un cuerpo-para-el trabajo,
sino un "cuerpo para el disfrute".
Así
en "El Arte de Gozar" escribe: "El voluptuoso ama
la vida, porque tiene sano el cuerpo [y] el espíritu libre
y sin prejuicios. Amante de la Naturaleza, adora sus bellezas,
pues sabe lo que cuestan: inaccesible al fastidio, no comprende
como veneno tal viene a infectar nuestros corazones. Por encima
de la Fortuna y sus caprichos, él es su propia fortuna;
por encima de la ambición, no tiene otra que la de ser
feliz; por encima de los relámpagos, Filósofo epicúreo,
no teme más que el relámpago de la muerte. Los árboles
se desnudan, él conserva su amor. Los ríos se cambian
en mármol, un frío cruel hiela hasta las entrañas
de la Tierra, él quema como fuego de verano. Dormido con
su querida Delia, el rigor del invierno, el viento, la lluvia,
el granizo, los elementos todos desencadenados se añaden
a la felicidad de Tíbulo. Si el mar está en calma
i tranquilo, el voluptuoso no ve en esa perfecta mancha de aceite
más que una perfecta imagen de la paz. Si las olas agitadas
por Eolo en furia amenazan de naufragio algún barco, esa
imagen ajetreada de la guerra, la ve, por espantosa que sea, con
el placer de un hombre alejado del peligro. No se hallará
en tal mal paso nadie que corra gustosamente hacia la voluptuosidad".
El
fragmento recupera, como sabe cualquier lector, uno de los mejores
momentos de Lucrecio. Pero lo importante es que sirve para desmentir
cualquier "mecanicismo vulgar". El hedonismo ofrece
la única esperanza a un mundo sin dioses. Y esa será
una enseñanza fundamental de la Ilustración.
Bibliografía:
Julien
Offroy de La Mettrie: Obra Filosófica. Editora Nacional,
Madrid.
Julien
Offroy de La Mettrie: L'Art de Jouir: Prefacio de Michel Onfray.
Ed. Le Passeur, Nantes. Los resúmenes de textos marcados
con paréntesis, pertenecen al prefacio de dicho libro.
Julien
Offroy de La Mettrie: L'home màquina Traducción
catalana de Joan Soler i Amigó. Edición de Miguel
Morey. Ed. Laia, Barcelona
Julien
Offroy de La Mettrie: El Hombre máquina. Edición
de José Luís Pérez Calvo. Ed. Alhambra.