MILL,
HARRIET Y JOHN TAYLOR, UN ‘MENAGE À TROIS’
ALTRUISTA
Barbara
Foster, Michael Foster i Letha Hadady
Durante
el verano de 1830, el eminente clérigo unitario W.J. Fox
llevó en Londres al prometedor y joven filósofo
John Stuart Mill a una cena ofrecida por un rico comerciante y
su esposa. John y Harriet Mill, casados desde hacía cuatro
años y padres de dos hijos, eran feligreses de Fox. Harriet
le había confesado que a pesar de ser el centro de un grupo
de intelectuales, se sentía asfixiada. Fox propuso al soltero
Mill como un regalo para la solitaria esposa cuyo marido estaba
absorto en los negocios y en las reformas políticas.
Fox,
aunque obeso y casado, tenía una relación prácticamente
reconocida con su hermosa pupila, Lizzie. Cuando su esposa se
quejo, él la trasladó al piso de arriba, mientras
entretenía a Lizzie en el de abajo. Fox no era ningún
hipócrita, y cuando su esposa hizo pública su acusación
de adulterio, negó que fuera asunto de sus feligreses.
Dejó la congregación pero mantuvo su ministerio
y su amante. Sin embargo, incluso Fox debió sentirse sorprendido
por el resultado de sus labores de casamentero.
Mill,
de ascendencia escocesa, era víctima de las teorías
pedagógicas del filósofo utilitarista Jeremy Bentham
que le inculcó su padre. El anciano Mill había intentado
convertir al «ingenioso y afable joven... de pelo rojo y
apacible expresión patética», tal como lo
describió Thomas Carlyle, en una máquina de pensamiento
racional, sin permitirle frivolidades ni amigos. Cada momento
de la vida del muchacho se regía conforme a un esquema
rígido. A los cuatro años leía en griego
y después de estudiar lógica y retórica se
convirtió en un formidable dialéctico. Sin embargo,
Mill admitió en su AUTOBIOGRAFÍA: «Crecí
sin amor y con constante temor». Con algo más de
veinte años, en los albores de una brillante carrera parlamentaria,
sufrió un colapso. Aunque la lectura de los poetas románticos
le solazaba, no se sintió completamente recuperado hasta
que encontró su alma gemela.
A
Harriet, casada con John Taylor a la edad de diecinueve años,
la describió un contemporáneo como «poseedora
de una belleza y de una gracia única en su especie. Alta,
delgada, y con una figura ligeramente lánguida, sus movimientos
eran de una gracia ondulante ... Grandes ojos oscuros ... con
una mirada de reposada seguridad en ellos». En realidad,
Harriet sólo medía un metro y medio, era mucho más
baja que Mill y hablaba suavemente pero su aspecto tenía
un aire regio.
Carlyle,
que esperaba hacer de Mill su protegido, relató irónicamente
sobre el resultado del encuentro de Mill con Harriet: «Aquel
hombre que hasta ese momento nunca había mirado a la cara
a una criatura femenina, ni siquiera a una vaca, se encontró
frente a él con unos grandes ojos oscuros que expresaban
cosas indecibles». Mill se vio envuelto en una situación
imposible. John Taylor era su colega en el Reform Club, un grupo
que ayudaría a la fundación del Partido Liberal.
Tylor era tolerante y afirmaba que su esposa era intelectualmente
superior a él, en contra de lo que ella opinaba. Mill lo
describió como «honrado, valiente y honorable»,
pero insistió en que le faltaba sensibilidad para ser un
compañero adecuado ante tal dechado de virtudes. Phyllis
Rose en PARALLEL LIVES, realiza la probable afirmación
de que «la agresividad y brutalidad» de las exigencias
sexuales de Tylor disgustaban a su esposa. Pero Harriet siguió
acostándose con él y tendrían otro bebé,
una hija. Por el contrario, el propio Mill motivó que Harriet
se involucrase en una relación simulada con otro hombre.
Michael
Packe, biógrafo de Mill, resumió la dinámica
de la conexión a tres bandas que abarcó diecinueve
años: «Todo giraba alrededor de Harriet... Dos hombres
la admiraban, ambos eran distinguidos y uno de ellos era rico.
Ella dirigió el hogar de uno de ellos y la filosofía
del otro. Ambos se sentían perfectamente satisfechos de
que el extraordinario equilibro durara indefinidamente».
Eso dice mucho a favor del ‘ménage’, aunque
encontraría algunas dificultades.
Mill
y Harriet se veían a diario o intercambiaban cartas apasionadas.
Él la comparaba con Shelley por sus ideales y sus sentimientos
y quería pasar cada momento en su compañía.
Los dos juntos leían poesía, mientras Harriet le
introducía en la belleza de un arte apartado de su valor
utilitarista. Su entusiasmo dio al traste con años de árido
estudio. Mill, un niño educado en el campo instintivo,
dejó que Harriet le condujera hacia la madurez emocional.
A mediados de 1832, John Taylor se sintió molesto por las
habladurías maliciosas y le pidió a su esposa que
acabara con un compromiso que le estaba poniendo en peligro. Mill,
cuya propia carrera estaba amenazada, accedió aparentemente.
Al
principio las cartas y luego los encuentros secretos mantuvieron
en contacto a la pareja. Taylor acudía a su club cuando
suponía que Mill iba de visita a su casa. «Me he
sentido bien y feliz desde esa deliciosa tarde», escribió
Harriet a Mill. En 1833 ella abandonó París durante
seis semanas para solucionar su futuro. Mill se unió a
ella y escribió al reverendo Fox que Harriet «estaba
convencida de que estamos perfectamente preparados para vivir
juntos». Mientras tanto las cartas de la dama a su siempre
generoso marido eran cada vez más cariñosas, casi
románticas. «Era frecuente que Harriet Taylor encontrase
plena satisfacción al ser el vértice entre dos hombres»,
escribe Rose.
El
descanso parisino confirmó la decisión de Harriet
y Mill de vivir juntos. Sin embargo no querían deshacerse
de Tylor, que no podía imaginar su existencia sin su esposa
ni su familia. La solución de Harriet fue invocar al utilitarista
credo del máximo de felicidad para el máximo número
de personas. La decisión más convincente fue que
ella siguiera viviendo con su marido mientras se entretenía
con su amante. Después de arrepentirse de su posesividad,
Taylor adquirió una casa en Kent, donde Harriet podía
recibir a Mill la mayoría de los fines de semana. Cundo
no estaban en Londres ella y su pequeña hija acudían
a esa casa que en alguna ocasión visitaba su marido y sus
hijos. Sorprendentemente ambos hombres aceptaron el acuerdo como
un sacrificio sobre su parte de Harriet.
La
tolerancia de Tylor animó a la pareja a aparecer cogidos
del brazo en una recepción nocturna. En su obra JOHN STUART
MILL AND HARRIET TYLOR, F.A. Hayeck recoge que «los modales
de la dama y la evidente atracción del caballero pronto
atrajeron la atracción general y una risa contenida corrió
por la habitación». Todo el mundo se sorprendió
de que una mujer casada estuviera acompañada por un atractivo
soltero del que se sabía que era su amante. Los hombres
se comportaron fríamente con Mill, las mujeres dejaron
de lado a Harriet. Su valiente intento de aparecer juntos en las
recepciones formales de Londres se volvió en su contra.
Los tórtolos habían violado el código tácito
victoriano; el pecado, en privado. La pareja se vio obligada a
romper sus lazos sociales y a retirarse a su pequeña fortaleza.
Sin embargo, los tres siguieron estando políticamente activos
y su sociedad produjo obras tan extraordinarias como PRINCIPLES
OF POLITICAL ECONOMY. Cuando el patriota italiano Mazzini llegó
a Londres, los Taylor le abrieron las puertas de su casa.
El
hecho de que Mill y Harriet se convirtieran en amantes en el sentido
más habitual del término dio lugar a acalorados
debates sobre si la señora Tylor era la coautora de las
obras de Mill, en especial de ON THE SUBJECTION OF WOMAN, un alegato
a favor de la igualdad de derechos que influyó en Earl
Russell, el padre de Bertrand, cuando se convirtió en primer
ministro. Mill insistió en que la pareja se mantuvo casta.
También atribuyó a Harriet una igual o superior
parte en sus producciones. En ambos asuntos probablemente exageró.
Mill y Harriet estuvieron enfermos debido a lo que entonces se
denominaba «tisis». Pero Mill se recuperaba siempre
que él y su amor viajaban al continente. ¿Tenía
Harriet una vena masoquista? ¿O acaso detestaba el amor
físico porque pensaba que explotaba a las mujeres? Concibió
tres hijos y John Taylor no era la clase de hombre que la forzaría
en este sentido.
La
prueba fragmentaria que tenemos de su aventura amorosa hace que
parezca completamente normal. En 1836, la pareja pasó dos
meses de diversión en Italia. En otras vacaciones, las
habladurías llegaron hasta Carlyle, celoso de que Harriet
se hubiera fugado con su protegido, de que los hubieran visto
«en algún lugar de Francia ... comiendo uvas juntos
del mismo racimo, como dos tórtolos». Mill y ella
odiaban estar separados y en Londres se solían citar en
el zoo, a salvo de cualquier interrupción. En el campo,
Harriet esperaba anhelante la cartas de amor de Mill. Él
las enviaba por lista de correos, que era la forma más
habitual de enviar la correspondencia en la época victoriana.
Wendell Johnson, autor de la aguda LIVING IN SIN, señala:
«si no había nada ilícito en sus relaciones,
lo que sí había era un aire de intriga, e incluso,
algunas veces, de secreto».
Durante
un viaje en 1839, la pareja salió sola de Roma con destino
a Nápoles, donde pasaron tres semanas. Se comportaron como
si fueran amantes: «Ocultaron su rastro muy bien, tan bien
que llegaron a arriesgar su insólita intimidad. Se quedaron
en el mismo hotel ... en el hermoso y discreto Sorrento, donde
alquilaron habitaciones en el mismo piso en un hostal llamado
La Sirena». Mill llamaba a Harriet preciosidad y ella le
apodaba «caro mio». Aunque su intimidad era obvia
para todos, Mill, como un caballero, siguió negándolo.
Los victorianos (Matthew Arnold entre ellos) pensaban que era
peor condenar el adulterio que cometerlo.
Que
Harriet era capaz de seguir siendo la señora Tylor, una
madre cuyos hijos la adoraban, se debía en parte a la severidad
de la ley que le habría arrebatado a sus hijos (y propiedades)
en caso de haber abandonado a su marido, sin importar les razones
de ello. El divorcio (la libertad del ser) fue el derecho que
obtuvieron las mujeres durante el siglo XIX. La educación
de Harriet respecto a su amante y su marido sobre los males del
matrimonio tal y como estaba concebido entonces ayudó a
la creación de una reforma gradual. Este ‘ménage’
que no podía haber existido sin la cooperación de
John Taylor acabó bien. Harriet al regresar de una estancia
en el extranjero con Mill en 1849, se encontró con que
su marido padecía estoicamente un cáncer. Lo cuidó
las veinticuatro horas y él murió en sus brazos.
Se guardó un decente período de luto antes de que
Harriet se convirtiera en la esposa de Mill. Su colaboración
en los pocos años que les quedaban, escribiendo la extraordinaria
SOBRE LA LIBERTAD, ayudó a aflojar las ataduras sociales
y morales en las que los humanos siempre se están enmarañando.
Fragmento de «TRIÁNGULOS AMOROSOS - EL ‘MÉNAGE
À TROIS’ DESDE LA ANTIGÜEDAD HASTA NUESTROS
DÍAS», de Barbara Foster, Michael Foster y Letha
Hadady. Barcelona: Ed. Paidos, 1999; Cap. 10, ‘La reina
y sus cornudos’; pp. 164-167. Trad. de Carlos Ossés.