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NEUROÉTICA

ENTREVISTA CON MICHAEL GAZZANIGA

 

 

 

Guillermo Santamaría
Revista ‘MUY INTERESANTE’
Martes, 04 de Septiembre de 2007

Michael Gazzaniga –su apellido es italiano y se pronuncia con el acento en la segunda “a”– es uno de los fundadores de la neurociencia cognitiva, el estudio de la relación entre mente y cerebro. Este catedrático de psicología de la Universidad de California ha visitado España invitado por la Fundación LaCaixa para hablar de su último libro, El cerebro ético (Paidós, 2007). Es un hombre muy amable, que se parte de risa cuando los niños que visitan el museo se acercan a él, le dan la mano y le dicen “Hello Mr. Scientist!”



Debe haber poca gente que conozca tan bien como usted el kilo y medio de neuronas que tenemos en la cabeza. ¿Qué me diría si le pregunto cómo trabajan?

 
–Que nuestro cerebro funciona tomando decisiones. En realidad, la pregunta que hay que hacer es: ¿para qué sirve nuestro cerebro? Y la respuesta es que está ahí para tomar decisiones que mejoren el éxito reproductivo.

¿Podría resumir en una frase las conclusiones de sus estudios?
 
–A mí me gusta decir que “tú eres tu cerebro”; significa que son tus sesos los que generan tu mente. El hecho de que exhibas diversos comportamientos en relación al ambiente demuestra que tienes cognición. Los millones de sentimientos y pensamientos de los que disfrutas son procesos suyos interaccionando con el entorno y pasan a formar parte física de tus neuronas. Todos tus procesos mentales, incluyendo la sensación de tener una mente y un Yo, son fruto de tu cerebro.

Usted propone una filosofía de vida basada en la neurociencia. ¿En qué consiste?

–Simplemente pretendo decir que se puede intentar explicar la naturaleza humana comprendiendo mejor el sustrato físico de nuestros pensamientos. Estamos descubriendo que hay muchos aspectos del comportamiento moral que están incorporados a la naturaleza de nuestro cerebro, mezclados con otras reglas que provienen de vivir en un grupo social. Hay que entender que las personas deben su manera de ser a la naturaleza de su cerebro, que allí es donde se construye lo que somos.
 

–¿Si gran parte de nuestra forma de ser está basada en este órgano, una verdadera máquina de aprender, no habría muchas cuestiones que deberían resolverse con la educación, en lugar de hacerlo más tarde con el código penal?

 
–El tema de la educación y la justicia es complejo. Creo que los aspectos éticos de nuestra vida tendrían que ser un asunto común en las escuelas, ya que hoy en día parece haber desaparecido en la cultura general que recibimos. Por otra parte, el verdadero desafío de la neurociencia moderna es ver cuánto de nuestro comportamiento ético está incorporado a nosotros como especie y en qué medida eso es fuente de reglas sociales. Es un desafío fascinante para la neurociencia de este siglo.


–Hay quien se podría sentir amenazado por este punto de vista, pues podría parecer que la ciencia está intentando abrirse hueco en un campo que en muchas sociedades ha estado tradicionalmente reservado a la religión. ¿Existe un choque ciencia-religión?


Son dos historias diferentes. Pienso que algunas cosas que la ciencia tiene que decir hace que ciertos aspectos de la religión sean difíciles de creer. Yo no soy creyente, pero tampoco me incluyo entre quienes tienen problemas con que existan las religiones: si tanto las personas religiosas como los científicos comprendieran mejor por qué creemos lo que creemos, nuestra vida en común sería más fácil.

–¿Viviríamos en un mundo más justo si basáramos nuestra moral en las respuestas que desde la neurociencia se da a algunas de las grandes preguntas de la filosofía? 

–Mi opinión personal es que sí. Podríamos entender mejor el por qué hacemos lo que hacemos comprendiendo mejor el cerebro humano, pero eso tardará mucho en llegar. Pensar que se pueden cambiar rápidamente los sistemas culturales del mundo es una locura; es un hecho que es más fácil cambiar los genes humanos que la cultura. Cuando las personas se den cuenta de que las decisiones que toman no están relacionadas con ninguna institución cultural –de la que creen que han aprendido a obrar así– el impacto en su forma de vivir va a ser enorme.

–¿Un ejemplo?


–Puedo hablar de lo que nosotros estamos haciendo hoy en día, de nuestros estudios sobre la variabilidad individual –el hecho de que cada persona es única– y los mecanismos cerebrales que lo generan. Son las diferencias entre tú y tu hermana o tú y tu colega; cosas que ellos pueden hacer y tú no, y cosas que tú puedes realizar y ellos no. Si conseguimos entenderlo tendrá un gran impacto en la sociedad. Todas estas cuestiones ni siquiera existían hace una década. Hace dos años casi no teníamos la información y ahora ya podemos analizarla.

–¿Qué tiene que decir la neurociencia respecto a la justicia?

 
–Vamos a empezar un nuevo proyecto para estudiar el impacto de determinados resultados científicos en la ley y los sistemas de justicia. Gran parte del asunto va a consistir en demostrar que en muchos casos la neurociencia no pinta nada en los juzgados. Por ejemplo, existe un abuso en las cortes estadounidenses, donde se intentan usar los resultados científicos para hacer parecer que alguien no es responsable de sus crímenes. Esperamos que nuestros estudios cambien esta forma de trabajar. Es un proyecto muy prometedor y estamos deseando empezar... ¡si conseguimos que alguien nos financie!

Su libro trata de neuroética, que viene a ser la intersección entre la neurociencia y la ética... ¿Es muy amplia en la actualidad?

–Sí, es bastante amplia. Los estudios sobre cómo funciona esta masa gris tienen mucho que decir en los grandes debates éticos de nuestro tiempo. Por ejemplo, sobre el estatus moral de los embriones, relacionado con la investigación de células madre, pero también acerca de qué pasará si la neurociencia acaba por descubrir a qué se deben las diferencias entre una persona y otra y cómo usaremos esa información, la privacidad de nuestros pensamientos... Todo ello requiere un análisis minucioso y es realmente nuevo, ya que las tecnologías que lo hacen posible son también recientes y, francamente, creo que la mayoría de las personas que generan estos resultados nunca han pensado en sus implicaciones éticas. Así que estamos poniendo en marcha esta disciplina llamada neuroética y animando a la gente a pensar en ello.

–¿Cuál es el debate “caliente” en este escenario?


–Trabajamos en aumentar la memoria, y también en borrarla. Estudiamos fármacos que han despertado la expectación en torno a esa posibilidad. Hay que ver qué tipo de situación deseamos: ¿queremos que haya seres humanos por ahí tomando pastillas para reforzar sus recuerdos –yo, personalmente, me apunto a eso– o queremos algo como: “mira, este año ha sido malo, así que me voy a tomar una pastilla y lo olvido”? Habrá que considerar el impacto que puede tener algo semejante en nuestras vidas. Este es un asunto del que todo el mundo quiere hablar y sobre el que se desea trabajar. Yo no lo encuentro muy problemático, pero hay quien sí, y por tanto tendremos que discutirlo.

–¿Y qué pasa con la posibilidad de alterar nuestras capacidades mentales?


–El aumento de nuestras capacidades mentales, lo que se llama inteligencia, tiene aún un larguísimo camino por recorrer. Ha habido algunos estudios sobre esto, pero el hecho es que nadie entiende por qué una persona es más inteligente que otra. Para intentar manipular los mecanismos en que se basa la inteligencia primero hay que saber cómo funcionan y sólo después se podrá alterar su biología. –Una investigación reciente apunta la posibilidad de leer las intenciones de alguien antes de que las ejecute. ¿Perderemos nuestra privacidad de pensamiento? –Hay muchos trabajos que sugieren que puedes leer las intenciones de alguien, pero en realidad todo lo que esos resultados te dicen es muy diferente: que para cuando tú eres consciente de tu pensamiento, tu cerebro ya lo ha ejecutado. Así que aquellos que lo estudien tendrán que descubrir cómo colarse ahí y escuchar cuándo se está preparando para hacer algo de lo que tú estás a punto de ser consciente. Este tipo de resultados son espectaculares porque demuestran que cuando eres consciente de un pensamiento, este ya ha pasado.

Usted forma parte del Consejo Presidencial sobre Bioética en EE UU, un órgano consultivo formado por figuras relevantes, desde la ciencia hasta la religión. ¿Cuál ha sido el debate más candente?

–Sin duda el primero fue el más controvertido: determinar el estatus moral del embrión y valorar el impacto de esta decisión a la hora de aconsejar al Presidente si debía apoyar la investigación con células madre. Hubo largas conversaciones acerca de la clonación terapéutica y reproductiva. Nadie respaldó la clonación reproductiva, pero de los 17 miembros del consejo, 10 determinaron que no tenían ningún problema moral para apoyar la clonación terapéutica, frente a 7 que sí lo tenían. Así que enviamos nuestra recomendación, pero el Presidente no cambió su decisión sobre ese tema. Algunos Estados apoyan la investigación con células madre, así como algunas universidades por su cuenta, cuando lo que sería necesario es el apoyo del Gobierno para poder tener fondos suficientes para este tema tan importante.

 

 

VER TAMBIÉN: LA VANGUARDIA, jueves 19 de abril de 2007

 

 

 

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