ARISTÓTELES
Ética
a Nicómaco
Libro I º
MATERIAL EXCLUSIVAMENTE DE ESTUDIO
(traducción de circulación restringida).
Los
textos intercalados en azul sobre el texto son de nuestra responsabilidad.
Las notas y los intercalados seleccionan algunas de las propuestas
por la edición de María Araujo y Julián Marías
para el Centro de Estudios Políticos (1970) y de las de
Miguel Candel para Santillana (1994) con reelaboración
propia. [R.A.].
SOBRE
LA FELICIDAD
Habitualmente
se considera que los cuatro primeros libros de la Ética
a Nicómaco tienen una cierta unidad interna. El título
de “Sobre la Felicidad” se ha atribuido por tradición
al Libro Iº y se da también a una obra perdida de
Teofrasto, el principal discípulo de Aristóteles.
De hecho la Ética a Nicómaco no constituye propiamente
una unidad, sino que se refiere a una serie de “pragmateía”,
un conjunto de “logoi” (razonamientos, textos…)
de tema común, posiblemente en forma de “cuadernos
de curso” redactados por Aristóteles para el debate
en el Liceo al modo de los “papers” en las universidades
anglosajonas.
OBJETIVO DE LA ÉTICA: EL
BIEN DEL HOMBRE O LA FELICIDAD
1.
Introducción: toda actividad humana tiene un fin
El bien como objeto de la investigación ética. La
acción moral, como toda producción, tiende a su
fin como a un bien.
[1094a] Todo arte y toda investigación e, igualmente, toda
acción y libre elección parecen tender a algún
bien, por esto se ha manifestado, con razón, que el bien
es aquello hacia lo que todas las cosas tienden. Sin embargo,
es evidente que hay algunas diferencias entre los fines, pues
unos son actividades y los otros obras aparte de las actividades;
en los casos en que hay algunos fines aparte de las acciones,
las obras son naturalmente preferibles a las actividades.
Multiplicidad y jerarquía
de los bienes.
Pero como hay muchas acciones, artes y ciencias, muchos son también
los fines; en efecto, el fin de la medicina es la salud; el de
la construcción naval, el navío; el de la estrategia,
la victoria; el de la economía, la riqueza. Pero cuantas
de ellas están subordinadas a una sola facultad (como la
fabricación de frenos y todos los otros arreos de los caballos
se subordinan a la equitación, y, a su vez, ésta
y toda actividad guerrera se subordinan a la estrategia, y del
mismo modo otras artes se subordinan a otras diferentes), en todas
ellas los fines de las principales son preferibles a los de las
subordinadas, ya que es con vistas a los primeros como se persiguen
los segundos. Y no importa que los fines de las acciones sean
las actividades mismas o algo diferente de ellas, como ocurre
en las ciencias mencionadas.
2.
La ética forma parte de la política
Existe un fin último o bien supremo que es el máximo
bien
Si, pues, entre las cosas que hacemos hay algún fin que
queramos por sí mismo, y las demás cosas por causa
de él, y lo que elegimos no está determinado por
otra cosa --pues así el proceso seguiría hasta el
infinito, de suerte que el deseo sería vacío y vano--,
es evidente que este fin será lo bueno y lo mejor. ¿No
es verdad, entonces, que el conocimiento de este bien tendrá
un gran peso en nuestra vida y que, como aquellos que apuntan
a un blanco, alcanzaríamos mejor el que debemos alcanzar?
Si es así, debemos intentar determinar bien y a cuál
de las ciencias o facultades pertenece. esquemáticamente
al menos, cuál es este
La política, ciencia del
bien supremo: el máximo bien es la política
Parecería que ha de ser la suprema y directiva en grado
sumo. Ésta es, manifiestamente, la política. En
efecto, ella es la que regula qué ciencias son necesarias
en las ciudades y cuáles ha de aprender cada uno y hasta
qué extremo. Vemos, además, que las facultades más
estimadas le están subordinadas, como la estrategia, la
economía, la retórica. Y puesto que la política
se sirve de las demás ciencias y prescribe, además,
qué se debe hacer y qué se debe evitar, el fin de
ella incluirá los fines de las demás ciencias, de
modo que constituirá el bien del hombre.
El bien público superior
al privado y garantía de éste (respuesta a una objeción)
Pues aunque sea el mismo el bien del individuo y el de la ciudad,
es evidente que es mucho más grande y más perfecto
alcanzar y salvaguardar el de la ciudad; porque procurar el bien
de una persona es algo deseable, pero es más hermoso y
divino conseguirlo para un pueblo y para ciudades.
A esto, pues, tiende nuestra investigación, que es una
cierta disciplina política.
3.
La política ciencia práctica
El método I: no hay un rigor como el de la lógica
Nuestra
exposición será suficientemente satisfactoria, si
es presentada tan claramente como lo permite la materia; porque
no se ha de buscar el mismo rigor en todos los razonamientos,
como tampoco en todos los trabajos manuales. Las cosas nobles
y justas que son objeto de la política presentan tantas
diferencias y desviaciones, que parecen existir sólo por
convención y no por naturaleza. Una inestabilidad así
la tienen también los bienes a causa de los perjuicios
que causan a muchos; pues algunos han perecido a causa de su riqueza,
y otros por su coraje.
El método II: ¿qué
tipo de razonamientos podemos esperar de un filósofo moral?
Teniendo en cuenta que la política no es una ciencia exacta
Hablando, pues, de tales cosas y partiendo de tales premisas,
hemos de contentarnos con mostrar la verdad de un modo tosco y
esquemático. Y cuando tratamos de cosas que ocurren generalmente
y se parte de tales premisas, es bastante con llegar a conclusiones
semejantes.
El método III: ¿qué
cualidades se pueden esperar de un oyente?
Del mismo modo se ha de aceptar cada uno de nuestros razonamientos;
porque es propio del hombre instruido buscar la exactitud en cada
materia en la medida en que la admite la naturaleza del asunto;
evidentemente, tan absurdo seria aceptar que un matemático
empleara la persuasión como exigir de un retórico
demostraciones.
El método IV: ¿por
qué la ética no es materia apropiada a la juventud?
Por otra parte, cada uno juzga bien aquello que conoce, y de estas
cosas es un buen juez; pues, en cada materia, juzga bien el instruido
en ella, y de una manera absoluta, el instruido en todo. Así,
cuando se trata de la política, el joven no es un discípulo
apropiado, ya que no tiene experiencia de las acciones de la vida,
y los razonamientos parten de ellas y versan sobre ellas; además,
siendo dócil a sus pasiones, aprenderá en vano y
sin provecho, puesto que el fin de la política no es el
conocimiento, sino la acción. Y poco importa si es joven
en edad o de carácter juvenil; pues el defecto no radica
en el tiempo, sino en vivir y procurar todas las cosas de acuerdo
con la pasión.
Corolario metódico: no basta
el conocimiento para actuar correctamente: es necesaria la firmeza
de carácter
Para tales personas, el conocimiento resulta inútil, como
para los incontinentes; en cambio, para los que orientan sus afanes
y acciones según la razón, el saber acerca de estas
cosas será muy provechoso.
Y baste esto como introducción sobre el discípulo,
el modo de recibir las enseñanzas y el objeto de nuestra
investigación.
4.
Divergencias acerca de la naturaleza de la felicidad
Puesto que todo conocimiento y toda elección tienden a
algún bien, volvamos de nuevo a plantearnos la cuestión:
cuál es la meta a que la política aspira y cuál
es el bien supremo entre todos los que pueden realizarse.
La felicidad, bien supremo. Hay
acuerdo sobre el nombre del bien supremo y desacuerdo sobre su
naturaleza.
Sobre su nombre, casi todo el mundo está de acuerdo, pues
tanto el vulgo como los cultos dicen que es la felicidad, y piensan
que vivir bien y obrar bien es lo mismo que ser feliz. Pero sobre
lo que es la felicidad discuten y no lo explican del mismo modo
el vulgo y los sabios. Pues unos creen que es alguna de las cosas
tangibles y manifiestas como el placer, o la riqueza, o los honores;
otros, otra cosa; muchas veces, incluso, una misma persona opina
cosas distintas: si está enferma, piensa que la felicidad
es la salud; si es pobre, la riqueza; los que tienen conciencia
de su ignorancia admiran a los que dicen algo grande y que está
por encima de ellos.
Alusión a la teoría
platónica del bien y a su método
Pero algunos creen que, aparte de toda esta multitud de bienes,
existe otro bien en sí y que es la causa de que todos aquéllos
sean bienes. Pero quizá es inútil examinar a fondo
todas las opiniones, y basta con examinar las predominantes o
que parecen tener alguna razón.
No olvidemos, sin embargo, que los razonamientos que parten de
los principios difieren de los que conducen a ellos. En efecto,
también Platón suscitaba, con razón, este
problema e inquiría si la investigación ha de partir
de los principios o remontarse hacia ellos, así como, en
el estadio, uno ha de correr desde los jueces hacia la meta o
al revés. No hay duda de que se ha de empezar por las cosas
más fáciles de conocer; pero éstas lo son
en dos sentidos: unas, para nosotros; las otras, en absoluto.
El conocimiento ético-político
presupone una buena formación moral
Debemos, pues, quizá, empezar por las más fáciles
de conocer para nosotros. Por esto, para ser capaz de ser un competente
discípulo de las cosas buenas y justas y, en suma, de la
política, es menester que haya sido bien conducido por
sus costumbres. Pues el punto de partida es el qué, y si
esto está suficientemente claro no habrá ninguna
necesidad del porqué. Un hombre así tiene ya o puede
fácilmente adquirir los principios. Pero aquel que no posee
ninguna de estas cosas, escuche las palabras de Hesíodo:
«El mejor de todos los hombres es el que por sí mismo
[comprende todas las cosas], es bueno, asimismo, el que hace caso
al que bien le aconsejar; pero el que ni comprende por sí
mismo ni lo que escucha a otro retiene en su mente, éste,
en cambio, es un hombre inútil» (Trabajos y Días,
291 y ss.)
5.
Los 3 principales modos de vida, según las opiniones corrientes
Diferentes concepciones de la felicidad según los distintos
géneros de vida: 1.- la vida del placer
Pero sigamos hablando desde el punto en que nos desviamos. No
es sin razón que los hombres parecen entender el bien y
la felicidad partiendo de los diversos géneros de vida.
Así el vulgo y los más groseros los identifican
con el placer, y, por eso, aman la vida voluptuosa --los principales
modos de vida son, en efecto, tres: la que acabamos de decir,
la política, y, en tercer lugar, la contemplativa--. La
generalidad de los hombres se muestran del todo serviles al preferir
una vida de bestias, pero su actitud tiene algún fundamento
porque muchos de los que están en puestos elevados comparten
los gustos de Sardanápalo.
Diferentes concepciones de la felicidad
según los distintos géneros de vida: 2.- la vida
de la política y los honores
En cambio, los mejor dotados y los activos creen que el bien son
los honores, pues tal es ordinariamente el fin de la vida política.
Pero, sin duda, este bien es más superficial que lo que
buscamos, ya que parece que radica más en los que conceden
los honores que en el honrado, y adivinamos que el bien es algo
propio y difícil de arrebatar. Por otra parte, esos hombres
parecen perseguir los honores para persuadirse a sí mismos
de que son buenos, pues buscan ser honrados por los hombres sensatos
y por los que los conocen, y por su virtud; es evidente, pues,
que, en opinión de estos hombres, la virtud es superior.
Corolario, posible respuesta a una
objeción: no basta poseer cualidades para ser feliz: hay
que ejercerlas
Tal vez se podría suponer que ésta sea el fin de
la vida política; pero salta a la vista que es incompleta,
ya que puede suceder que el que posee la virtud esté dormido
o inactivo durante toda su vida, y, además, padezca grandes
males y grandes infortunios; y nadie juzgará feliz al que
viva así, a no ser para defender esa tesis. Y basta sobre
esto, pues ya hemos hablado suficientemente de ello en nuestros
escritos enciclopédicos.
Diferentes concepciones de la felicidad
según los distintos géneros de vida: 3.- la vida
teorética o contemplativa
El tercer modo de vida es el contemplativo, que examinaremos más
adelante.
Adición producida en el debate:
la vida de lucro
En cuanto a la vida de negocios, es algo violento, y es evidente
que la riqueza no es el bien que buscamos, pues es útil
en orden a otro. Por ello, uno podría considerar como fines
los antes mencionados, pues éstos se quieren por sí
mismos, pero es evidente que tampoco lo son, aunque muchos argumentos
han sido formulados sobre ellos. Dejémosles, pues.
6.
Refutación de la idea platónica del Bien: no hay
idea universal de todos los bienes
Quizá sea mejor examinar la noción del bien universal
y preguntarnos qué quiere decir este concepto, aunque esta
investigación nos resulte difícil por ser amigos
nuestros los que han introducido las ideas. Parece, sin embargo,
que es mejor y que debemos sacrificar incluso lo que nos es propio,
cuando se trata de salvar la verdad, especialmente siendo filósofos;
pues, siendo ambas cosas queridas, es justo preferir la verdad.
Crítica de la teoría
de las formas substanciales
Los que introdujeron esta doctrina no formularon ideas sobre las
cosas en las que se establecía un orden de prioridad y
posterioridad (y, por eso, no crearon una idea de los números);
pero el bien se dice en la sustancia y en la cualidad y en la
relación; ahora bien, lo que existe por sí mismo
y es sustancia es anterior por naturaleza a la relación
(que parece una ramificación y accidente del ente), de
modo que no podrá haber una idea común a ambas.
Contra Platón I: el bien no puede ser único pues
se expresa en diferentes categorías
Además, puesto que la palabra «bien» se emplea
en tantos sentidos como la palabra «ser» (pues se
dice en la categoría de sustancia, como dios y el intelecto;
en la de cualidad, las virtudes; en la de cantidad, la justa medida;
en la de relación, lo útil; en la de tiempo, la
oportunidad; en la de lugar, el hábitat, y así sucesivamente),
es claro que no podría haber una noción común
universal y única; porque no podría ser usada en
todas las categorías, sino sólo en una. Por otra
parte, puesto que de las cosas que son según una sola idea
hay una sola ciencia, también habría una ciencia
de todos los bienes. Ahora bien, en cambio, hay muchas ciencias,
incluso de los bienes que caen bajo una sola categoría;
así, la ciencia de la oportunidad, en la guerra es la estrategia,
y en la enfermedad, la medicina; y la de la justa medida, en la
alimentación es la medicina, y en los ejercicios físicos,
la gimnasia.
Contra Platón II: la forma
en sí y el individuo que la posee no se diferencian en
cuanto a su definición
Uno podría también preguntarse qué quiere
decir con «cada cosa en sí misma»; si, por
ejemplo, la definición de hombre es una y la misma, ya
se aplique al hombre en sí mismo y a un hombre individual;
pues en cuanto hombre, en nada difieren; y si es así, tampoco
en cuanto a bien. Ni tampoco por ser eterno sería más
bien, pues un blanco que dura mucho tiempo no lo es más
que el que dura un solo día.
Los pitágoricos parece que dan una opinión más
verosímil sobre esta cuestión, al colocar lo uno
en la serie de los bienes, y Espeusipo parece seguirlos. Pero
dejemos esta materia para otra discusión.
Adición producida en el debate:
concesión al platonismo
Se puede suscitar una objeción acerca de lo dicho porque
los argumentos de los platónicos no incluyen todos los
bienes, sino que se dicen según una sola especie los que
se buscan y aman por sí mismos, mientras que los bienes
que los producen o los defienden de algún modo o impiden
sus contrarios se dicen por referencia a éstos y de otra
manera.
Es evidente, pues, que los bienes pueden decirse de dos modos:
unos por sí mismos y otros por éstos. Separando,
pues, de los bienes útiles los que son bienes por sí
mismos, consideremos si éstos se dicen según una
sola idea.
Determinación de los supuestos
bienes en sí
Pero ¿qué bienes hay que colocar en la clase de
bienes por sí mismos? ¿Acaso cuantos buscamos, incluso
aislados, como el pensar y el ver y algunos placeres y honores?
Pues todos éstos, aunque los busquemos por otra cosa, podrían
considerarse, con todo, como bienes por sí mismos.
No hay idea de “bien”
en sí mismo
¿O sólo se ha de considerar como bien en sí
la Idea <del bien>? En este caso las especies del bien existirían
en vano. Si, por otra parte, aquellos son bienes por sí
mismos, aparecerá por necesidad en todos ellos la misma
noción del bien, como la noción de blancura en la
nieve y en la cerusa.
Pluralidad de los bienes y analogía: el término
“bien” es análogo y no unívoco
Pero las nociones de honor, prudencia y placer son otras y diferentes,
precisamente, en tanto que bienes; por tanto, no es el bien algo
común en virtud de una idea. Entonces ¿en qué
manera estas cosas son llamadas bienes? Porque no se parecen a
las cosas que son homónimas por azar. ¿Acaso por
proceder de un solo bien o por tender todas al mismo fin, o más
bien por analogía? Como la vista en el cuerpo, la inteligencia
en el alma, y así sucesivamente. Pero acaso debemos dejar
esto por ahora, porque una detallada investigación de esta
cuestión sería más propia de otra disciplina
filosófica.
Un bien asequible no puede una realidad cerrada en sí misma
Y lo mismo podríamos decir acerca de la Idea, pues si el
bien predicado en común acerca de varias cosas es realmente
uno, o algo separado que existe por sí mismo, el hombre
no podría realizarlo ni adquirirlo; y lo que buscamos ahora
es algo de esta naturaleza.
Pero, quizás, alguien podría pensar que conocer
el bien sería muy útil para alcanzar los bienes
que se pueden adquirir y realizar, porque poseyendo este modelo
conoceremos también mejor nuestros bienes, y conociéndolos
los lograremos.
Cada saber práctico se ocupa exclusivamente de bienes concretos
Este argumento no deja, sin duda, de ser verosímil; pero
parece estar en desacuerdo con las ciencias; todas, en efecto,
aspiran a algún bien, y buscando lo que les falta descuidan
el conocimiento del bien mismo. Y, ciertamente, no es razonable
que todos los técnicos desconozcan una ayuda tan importante
y ni siquiera la busquen. Además, no es fácil ver
qué provecho sacarán para su arte el tejedor o el
carpintero de conocer el Bien en sí, o cómo podría
ser mejor médico o mejor general el que haya contemplado
esta idea. Es evidente que el médico no considera así
la salud, sino la salud del hombre, o, más bien aún,
la de este hombre, ya que cura a cada individuo. Y basta con lo
dicho sobre estas cosas.
7.
Esbozo de la definición de bien supremo: el bien del hombre
es un fin en sí mismo, perfecto y suficiente
Pero volvamos de nuevo al bien objeto de nuestra investigación
e indaguemos qué es. Porque parece ser distinto en cada
actividad y en cada arte: uno es, en efecto, en la medicina, otro
en la estrategia, y así sucesivamente. ¿Cuál
es, por tanto, el bien de cada una? ¿No es aquello a causa
de lo cual se hacen las demás cosas? Esto es, en la medicina,
la salud; en la estrategia, la victoria; en la arquitectura, la
casa; en otros casos, otras cosas, y en toda acción y decisión
es el fin, pues es con vistas al fin corno todos hacen las demás
cosas. De suerte que, si hay algún fin de todos los actos,
éste será el bien realizable, y si hay varios, serán
éstos. Nuestro razonamiento, a pesar de las digresiones,
vuelve al mismo punto; pero debemos intentar aclarar más
esto.
El fin más perfecto que los
medios
Puesto que parece que los fines son varios y algunos de éstos
los elegimos por otros, como la riqueza, las flautas y, en general,
los instrumentos, es evidente que no son todos perfectos, pero
lo mejor parece ser algo perfecto. Por consiguiente, si hay sólo
un bien perfecto, ése será el que buscamos, y si
hay varios, el más perfecto de ellos.
El bien es el fin último, que se busca por sí mismo,
es decir, consiste en la felicidad
Ahora bien, al que se busca por sí mismo le llamamos más
perfecto que al que se busca por otra cosa, y al que nunca se
elige por causa de otra cosa, lo consideramos más perfecto
que a los que se eligen, ya por sí mismos, ya por otra
cosa. Sencillamente, llamamos perfecto lo que siempre se elige
por sí mismo y nunca por otra cosa.
Tal parece ser, sobre todo, la felicidad pues la elegimos por
ella misma y nunca por otra cosa, mientras que los honores, el
placer, la inteligencia y toda virtud, los deseamos en verdad,
por sí mismos (puesto que desearíamos todas estas
cosas, aunque ninguna ventaja resultara de ellas), pero también
los deseamos a causa de la felicidad, pues pensamos que gracias
a ellos seremos felices. En cambio, nadie busca la felicidad por
estas cosas, ni en general por ninguna otra.
La autarquía [autosuficiencia]:
el bien es lo que asegura nuestra autosuficiencia
Parece que también ocurre lo mismo con la autarquía,
pues el bien perfecto parece ser suficiente. Decimos suficiente
no en relación con uno mismo, con el ser que vive una vida
solitaria, sino también en relación con los padres,
hijos y mujer, y, en general, con los amigos y conciudadanos,
puesto que el hombre es por naturaleza un ser social. No obstante,
hay que establecer un limite en estas relaciones, pues extendiéndolas
a los padres, descendientes y amigos de los amigos, se iría
hasta el infinito. Pero esta cuestión la examinaremos luego.
Consideramos suficiente lo que por sí solo hace deseable
la vida y no necesita nada, y creemos que tal es la felicidad.
Es lo más deseable de todo, sin necesidad de añadirle
nada, pero es evidente que resulta más deseable, si se
le añade el más pequeño de los bienes, pues
la adición origina una superabundancia de bienes, y, entre
los bienes, el mayor es siempre más deseable. Es manifiesto,
pues, que la felicidad es algo perfecto y suficiente, ya que es
el fin de los actos.
La felicidad, actividad específica
del ser humano
Decir que la felicidad es lo mejor parece ser algo unánimemente
reconocido, pero, con todo, es deseable exponer aún con
más claridad lo que es. Acaso se conseguiría esto,
si se lograra captar la función del hombre. En efecto,
como en el caso de un flautista, de un escultor y, de todo artesano,
y en general de los que realizan alguna función o actividad
parece que lo bueno, y el bien están en la función,
así también ocurre, sin duda, en el caso del hombre,
si hay alguna función que le es propia. ¿Acaso existen
funciones y actividades propias del carpintero, del zapatero,
pero ninguna del hombre, sino que éste es por naturaleza
inactivo? ¿O no es mejor admitir que así como parece
que hay alguna función propia del ojo y de la mano y del
pie, y en general de cada uno de los miembros, así también
pertenecería al hombre alguna función aparte de
éstas? ¿Y cuál, precisamente, será
esta función? El vivir, en efecto, parece también
común a las plantas, y aquí buscamos lo propio.
Debemos, pues, dejar de lado la vida de nutrición y crecimiento.
Seguiría después la sensitiva, pero parece que también
ésta es común al caballo, al buey y a todos los
animales. Resta, pues, cierta actividad propia del ente que tiene
razón. Pero aquél, por una parte, obedece a la razón,
y por otra, la posee y piensa. Y como esta vida racional tiene
dos significados, hay que tomarla en sentido activo, pues parece
que primordialmente se dice en esta acepción.
Si, entonces, la función propia del hombre es una actividad
del alma según la razón, o que implica la razón,
y si, por otra parte, decimos que esta función es específicamente
propia del hombre y del hombre bueno, como el tocar la cítara
es propio de un citarista y de un buen citarista, y así
en todo añadiéndose a la obra la excelencia queda
la virtud (pues es propio, de un citarista tocar la cítara
y del buen citarista tocarla bien), siendo esto así, decimos
que la función del hombre es una cierta vida, y ésta
es una actividad del alma y unas acciones razonables, y la del
hombre bueno estas mismas cosas bien y hermosamente, y cada uno
se realiza bien según su propia virtud.
Definición de la felicidad:
la actividad bien hecha es la que se realiza según la virtud
Y si esto es así, resulta que el bien del hombre es una
actividad del alma de acuerdo con la virtud, y si las virtudes
son varias, de acuerdo con la mejor y más perfecta, y además
en una vida entera. Porque una golondrina no hace verano, ni un
solo día, y así tampoco ni un solo día ni
un instante bastan para hacer venturoso y feliz.
Sirva lo que precede para describir el bien, ya que, tal vez,
se debe hacer su bosquejo antes de describirlo con detalle. Parece
que todos podrían continuar y completar lo que está
bien bosquejado, pues el tiempo es buen descubridor y coadyuvante
en tales materias. De ahí han surgido los progresos de
las artes, pues cada uno puede añadir lo que falta.
No todos los saberes tienen el mismo
grado de exactitud
Pero debemos también recordar lo que llevamos dicho y no
buscar del mismo modo el rigor en todas las cuestiones, sino,
en cada una según la materia que subyazga a ellas y en
un grado, apropiado a la particular investigación. Así,
el carpintero y el geómetra buscan de distinta manera el
ángulo recto: uno, en cuanto es útil para su obra;
el otro busca qué es o qué propiedades tiene, pues
aspira a contemplar la verdad. Lo mismo se ha de hacer en las
demás cosas y no permitir que lo accesorio domine lo principal.
Tampoco se ha de exigir la causa por igual en todas las cuestiones;
pues en algunos casos es suficiente indicar bien el hecho, como
cuando se trata de los principios, ya que el hecho es primero
y principio.
Importancia de determinar bien el
principio de cada conocimiento
Y de los principios, unos se contemplan por inducción,
otros por percepción, otros mediante cierto hábito,
y otros de diversa manera. Por tanto, debemos intentar presentar
cada uno según su propia naturaleza y se ha de poner la
mayor diligencia en definirlos bien, pues tienen gran importancia
para lo que sigue. Parece, pues, que el principio es más
de la mitad del todo, y que por él se hacen evidentes muchas
de las cuestiones que se buscan.
8.
La felicidad es una actividad de acuerdo con la virtud
Se ha de considerar, por tanto, la definición de la felicidad,
no sólo desde la conclusión y las premisas, sino
también a partir de lo que se dice acerca de ella, pues
con la verdad concuerdan todos los, datos, pero con lo falso pronto
discrepan.
La felicidad, bien del alma.
Acuerdo de la posición aristotélica
con la división clásica de los bienes
Divididos, pues, los bienes en tres clases: los llamados exteriores,
los del alma y los del cuerpo, decimos que los del alma son los
más importantes y los bienes por excelencia, y las acciones
y las actividades anímicas las referimos al alma. Así
nuestra definición debe ser correcta, al menos en relación
con esta doctrina que es antigua y aceptada por los filósofos.
Es también correcto decir que el fin consiste en ciertas
acciones y actividades, pues así se desprende de los bienes
del alma y no de los exteriores.
Identidad de la felicidad con la
vida buena
Concuerda también con nuestro razonamiento el que el hombre
feliz vive bien y obra bien, pues a esto es, poco más o
menos, a lo que se llama buena vida y buena conducta. Es evidente,
además, que todas las condiciones requeridas para la felicidad
se encuentran en nuestra definición. En efecto, a unos
les parece que es la virtud, a otros la prudencia, a otros una
cierta sabiduría, a otros, estas mismas cosas o algunas
de ellas, acompañadas de placer o sin él; otros
incluyen, además, la prosperidad material. De estas opiniones,
unas son sustentadas por muchos y antiguos; otras, por pocos,
pero ilustres; y es poco razonable suponer que unos y otros se
han equivocado del todo, ya que al menos en algún punto
o en la mayor parte de ellos han acertado.
Nuestro razonamiento está de acuerdo con los que dicen
que la felicidad es la virtud o alguna clase de virtud, pues la
actividad conforme a la virtud es una actividad propia de ella.
Pero quizás hay no pequeña diferencia en poner el
bien supremo en una posesión o en un uso, en un modo de
ser o en una actividad.
La felicidad, ¿estado habitual o ejercicio activo?
Porque el modo de ser puede estar presente sin producir ningún
bien, como en el que duerme o está inactivo por cualquier
otra razón, pero con la actividad esto no es posible, ya
que ésta actuará necesariamente y actuará
bien. Y así como en los Juegos Olímpicos no son
los mas hermosos ni los más fuertes los que son coronados,
sino los que compiten (pues algunos de éstos vencen), así
también en la vida los que actúan rectamente alcanzan
las cosas buenas y hermosas; y la vida de éstos es por
sí misma agradable.
La felicidad exige el placer pero va más allá
Porque el placer es algo que pertenece al alma, y para cada uno
es placentero aquello de lo que se dice aficionado, como el caballo
para el que le gustan los caballos, el espectáculo para
el amante de los espectáculos, y del mismo modo también
las cosas justas para el que ama la justicia, y en general las
cosas virtuosas gustan al que ama la virtud. Ahora bien, para
la mayoría de los hombres los placeres son objeto de disputa,
porque no lo son por naturaleza, mientras que las cosas que son
por naturaleza agradables son agradables a los que aman las cosas
nobles. Tales son las acciones de acuerdo con la virtud, de suerte
que son agradables para ellos y por sí mismas.
La virtud va unida al placer que
acompaña a las buenas acciones
Así la vida de estos hombres no necesita del placer como
de una especie de añadidura, sino que tiene el placer en
sí misma. Añadamos que ni siquiera es bueno el que
no se complace en las acciones buenas, y nadie llamará
justo al que no se complace en la práctica de la justicia,
ni libre al que no goza en las acciones liberales, e igualmente
en todo lo demás. Si esto es así, las acciones de
acuerdo con la virtud serán por sí mismas agradables.
Y también serán buenas y hermosas, y ambas cosas
en sumo grado, si el hombre virtuoso juzga rectamente acerca de
todo esto, y juzga como ya hemos dicho.
La felicidad suma de lo bello, lo
bueno y lo agradable
La felicidad, por consiguiente, es lo mejor, lo más hermoso
y lo más agradable, y estas cosas no están separadas
como en la inscripción de Delos:
"Lo más hermoso es lo más justo, lo
mejor, la salud. Pero lo más agradable es lograr lo que
uno ama".
Todos estos rasgos pertenecen a las actividades mejores; y la
mejor de todas éstas decimos que es la felicidad.
Necesidad de los bienes externos
Pero es evidente que la felicidad necesita también de los
bienes externos, como dijimos; pues es imposible o no es fácil
hacer el bien cuando no se cuenta con recursos. Muchas cosas,
en efecto, se hacen por medio de los amigos o de la riqueza o
el poder político, como si se tratase de instrumentos;
pero la carencia de algunas cosas, como la nobleza de linaje,
buenos hijos y belleza, empañan la dicha; pues uno que
fuera de semblante feísimo o mal nacido o solo y sin hijos,
no podría ser feliz del todo, y quizá menos aún
aquel cuyos hijos o amigos fueran completamente malos, o, siendo
buenos, hubiesen muerto. Entonces, como hemos dicho, la felicidad
parece necesitar también de tal prosperidad, y por esta
razón algunos identifican la felicidad con la buena suerte,
mientras que otros la identifican con la virtud.
9.
La felicidad y la buena suerte –o la propia iniciativa
Resolución de un debate clásico:
¿Es la felicidad un don o se logra con esfuerzo?, ¿puede
aprenderse la virtud?
De ahí surge la dificultad de si la felicidad es algo que
puede adquirirse por el aprendizaje o por la costumbre o por algún
otro ejercicio, o si sobreviene por algún destino divino
o incluso por suerte. Pues si hay alguna otra dádiva que
los hombres reciban de los dioses, es razonable pensar que la
felicidad sea un don de los dioses, especialmente por ser la mejor
de las cosas humanas. Pero quizás este problema sea más
propio de otra investigación. Con todo, aun cuando la felicidad
no sea enviada por los dioses, sino que sobrevenga mediante la
virtud y cierto aprendizaje o ejercicio, parece ser el más
divino de los bienes, pues el premio y el fin de la virtud es
lo mejor y, evidentemente, algo divino y venturoso.
Toda persona capaz de adquirir la
virtud puede lograr la felicidad
Además, es compartido por muchos hombres, pues por medio
de cierto aprendizaje y diligencia lo pueden alcanzar todos los
que no están incapacitados para la virtud. Pero si es mejor
que la felicidad sea alcanzada de este modo que por medio de la
fortuna, es razonable que sea así, ya que las cosas que
existen por naturaleza se realizan siempre del mejor modo posible,
e igualmente las cosas que proceden de un arte, o de cualquier
causa y, principalmente, de la mejor. Pero confiar lo más
grande y lo más hermoso a la fortuna sería una gran
incongruencia.
La felicidad, bien intrínseco
del alma
La respuesta a nuestra búsqueda también es evidente
por nuestra definición: pues hemos dicho que la felicidad
es una cierta actividad del alma de acuerdo con la virtud. De
los demás bienes, unos son necesarios, otros son por naturaleza
auxiliares y útiles como instrumentos. Todo esto también
está de acuerdo con lo que dijimos al principio, pues establecimos
que el fin de la política es el mejor bien, y la política
pone el mayor cuidado en hacer a los ciudadanos de una cierta
cualidad, esto es, buenos y capaces de acciones nobles. De acuerdo
con esto, es razonable que no llamemos feliz al buey, ni al caballo
ni a ningún otro animal, pues ninguno de ellos es capaz
de participar de tal actividad.
La felicidad requiere madurez y
quedar a cubierto de determinados infortunios
Por la misma causa, tampoco el niño es feliz, pues no es
capaz todavía de tales acciones por su edad; pero algunos
de ellos son llamados felices porque se espera que lo sean en
el futuro. Pues la felicidad requiere, como dijimos, una virtud
perfecta y una vida entera, ya que muchos cambios y azares de
todo género ocurren a lo largo de la vida, y es posible
que el más próspero sufra grandes calamidades en
su vejez, como se cuenta de Príamo en los poemas troyanos,
y nadie considera feliz al que ha sido victima de tales percances
y ha acabado miserablemente.
10.
Constancia de la felicidad
Nuestra definición permite resolver el problema de Solón:
¿Hay que esperar al final de la vida para poder decir si
uno ha sido feliz?
Entonces, ¿no hemos de considerar feliz a ningún
hombre mientras viva, sino que será necesario, como dice
Solón, ver el fin de su vida? ¿Y si hemos de establecer
tal condición, ¿es acaso feliz después de
la muerte? Pero ¿no es esto completamente absurdo, sobre
todo para nosotros que decimos que la felicidad consiste en alguna
especie de actividad? Pero si no llamamos feliz al hombre muerto
--tampoco Solón quiere decir esto, sino que sólo
entonces se podría considerar venturoso un hombre por estar
libre ya de los males y los infortunios--, también eso
sería objeto de discusión, pues parece que para
el hombre muerto existen también un mal y un bien, como
existen, asimismo, para el que vive, pero no es consciente de
ello, por ejemplo honores, deshonras, prosperidad e infortunio
de sus hijos y de sus descendientes en general. Sin embargo, esto
presenta también una dificultad, pues si un hombre ha vivido
una vida venturosa hasta la vejez y ha muerto en consonancia con
ello, muchos cambios pueden ocurrir a sus descendientes, y así
algunos de ellos pueden ser buenos y alcanzar la vida que merecen,
y otros lo contrario; porque es evidente que a los que se aparten
de sus padres les puede pasar cualquier cosa. Sería, sin
duda, absurdo si el muerto cambiara también con sus descendientes
y fuera, ya feliz, ya desgraciado; pero también es absurdo
suponer que las cosas de los hijos en nada ni en ningún
momento interesan a los padres.
La felicidad de hoy no queda condicionada
por las eventualidades del mañana
Pero volvamos a la primera dificultad, ya que quizá por
aquello podamos comprender también lo que ahora indagamos.
Pues si debemos ver el fin y, entonces, considerar a cada uno
venturoso no por serlo ahora, sino porque lo fue antes, ¿cómo
no es absurdo decir que, cuando uno es feliz, en realidad, de
verdad, no lo es por no querer declarar felices a los que viven,
a causa de la mudanza de las cosas, y por no creer que la felicidad
es algo estable, que de ninguna manera cambia fácilmente,
sino que las vicisitudes de la fortuna giran sin cesar en torno
a ellos? Porque está claro que, si seguimos las vicisitudes
de la fortuna, llamaremos al mismo hombre tan pronto feliz como
desgraciado, representando al hombre feliz como una especie de
camaleón y sin fundamentos sólidos. Pero en modo
alguno sería correcto seguir las vicisitudes de la fortuna,
porque la bondad o maldad de un hombre no dependen de ellas, aunque,
como dijimos, la vida humana las necesita; pero las actividades
de acuerdo con la virtud desempeñan el papel principal
en la felicidad, y las contrarias, el contrario.
La constancia de la virtud, garantía
de constancia para la felicidad
Este razonamiento viene confirmado por lo que ahora discutíamos.
En efecto, en ninguna obra humana hay tanta estabilidad como en
las actividades virtuosas, que parecen más firmes, incluso,
que las ciencias; y las más valiosas de ellas son más
firmes, porque los hombres virtuosos viven sobre todo y más
continuamente de acuerdo con ellas. Y ésta parece ser la
razón por la cual no las olvidamos. Lo que buscamos, entonces,
pertenecerá al hombre feliz, y será feliz toda su
vida; pues siempre o preferentemente hará y contemplará
lo que es conforme a la virtud, y soportará las vicisitudes
de la vida lo más noblemente y con moderación en
toda circunstancia el que es verdaderamente bueno y «cuadrilátero,
sin tacha».
Sólo las grandes desgracias
pueden atenuar la felicidad
Pero, como hay muchos acontecimientos que ocurren por azares de
fortuna y se distinguen por su grandeza o pequeñez, es
evidente que los de pequeña importancia, favorables o adversos,
no tienen mucha influencia en la vida, mientras que los grandes
y numerosos harán la vida más venturosa (pues por
su naturaleza añaden orden y belleza y su uso es noble
y bueno); en cambio, si acontece lo contrario, oprimen y corrompen
la felicidad, porque traen penas e impiden muchas actividades.
Sin embargo, también en éstos brilla la nobleza,
cuando uno soporta con calma muchos y grandes infortunios, no
por insensibilidad, sino por ser noble y magnánimo.
Así, si las actividades rigen la vida, como dijimos, ningún
hombre venturoso llegará a ser desgraciado, pues nunca
hará lo que es odioso y vil.
El virtuoso puede sacar provecho,
incluso, de los mayores contratiempos
Nosotros creemos, pues, que el hombre verdaderamente bueno y prudente
soporta dignamente todas las vicisitudes de la fortuna y actúa
siempre de la mejor manera posible, en cualquier circunstancia,
como un buen general emplea el ejército de que dispone
lo más eficazmente posible para la guerra, y un buen zapatero
hace el mejor calzado con el cuero que se le da, y de la misma
manera que todos los otros artífices. Y si esto es así,
el hombre feliz jamás será desgraciado, aunque tampoco
venturoso, si cae en los infortunios de Príamo. Pero no
será inconstante ni tornadizo, pues no se aparará
fácilmente de la felicidad, ni por los infortunios que
sobrevengan, a no ser grandes y muchos, después de los
cuales no volverá a ser feliz en breve tiempo, sino, en
todo caso, tras un periodo largo y duradero, en el que se haya
hecho dueño de grandes y hermosos bienes.
¿Qué nos impide, pues, llamar feliz al que actúa
de acuerdo con la vida perfecta y está suficientemente
provisto de bienes externos no por algún periodo fortuito,
sino durante toda la vida? ¿O hay que añadir que
ha de continuar viviendo de esta manera y acabar su vida de modo
análogo, puesto que el futuro no nos es manifiesto, y establecemos
que la felicidad es fin y en todo absolutamente perfecta? Si esto
es así, llamaremos venturosos entre los vivientes a los
que poseen y poseerán lo que hemos dicho, o sea, venturosos
en cuanto hombres. Y sobre estas cuestiones baste con lo dicho.
11.
La felicidad de los muertos y la buena o mala suerte de los descendientes
Una dificultad secundaria: ¿la felicidad del hombre está
sujeta a vicisitudes tras de la muerte?
En cuanto a que la suerte de los descendientes y de todos los
amigos no contribuya en nada a la situación de los muertos,
parece demasiado hostil y contrario a las opiniones de los hombres.
Pero, puesto que son muchas y de muy diversas maneras las cosas
que suceden, y unas nos tocan más de cerca que otras, discutir
cada una de ellas seria una tarea larga e interminable, y quizá
sea suficiente tratarlo en general y esquemáticamente.
Ahora bien, de la misma manera que de los infortunios propios
unos tienen peso e influencia en la vida, mientras que otros parecen
más ligeros, así también ocurre con los de
todos los amigos. Pero ya que los sufrimientos que afectan a los
vivos difieren de los que afectan a los muertos, mucho más
que los delitos y terribles acciones que suceden en la escena
difieren de los que se presuponen en las tragedias, se ha de concluir
que existe esta diferencia, o quizá, más bien, que
no se sabe si los muertos participan de algún bien o de
los contrarios. Parece, pues, según esto, que si algún
bien o su contrario llega hasta ellos es débil o pequeño,
sea absolutamente sea con relación a ellos; y si no, es
de tal magnitud e índole, que ni puede hacer felices a
los que no lo son ni privar de su ventura a los que son felices.
Parece, pues, que la prosperidad de los amigos afecta de algún
modo a los muertos, e igualmente sus desgracias, pero en tal grado
y medida que ni pueden hacer que los felices no lo sean ni otra
cosa semejante.
12.
La felicidad, valiosa pero no objeto de no de alabanza
El estudio de la felicidad requiere previamente el de la virtud
Examinadas estas cuestiones, consideremos si la felicidad es una
cosa elogiable o, más bien, digna de honor; pues está
claro que no es una simple facultad. Parece, en efecto, que todo
lo elogiable se elogia por ser de cierta índole y por tener
cierta referencia a algo; y así elogiamos al justo y al
viril, y en general al bueno y a la virtud por sus acciones y
sus obras, y al robusto y al ágil, y a cada uno de los
demás por tener cierta cualidad natural y servir para algo
bueno y virtuoso. Esto es evidente también cuando elogiamos
a los dioses, pues aparece como ridículo asimilarlos a
nosotros, y esto sucede porque las alabanzas se refieren a algo,
como dijimos.
La felicidad no admite valoraciones
morales
Y si la alabanza es de tal índole, es claro que de las
cosas mejores no hay alabanza, sino algo mayor y mejor. Y éste
parece ser el caso, pues de los dioses decimos que son bienaventurados
y felices, y a los más divinos de los hombres los llamamos
bienaventurados.
Hay dos clases de bienes. Unos que son fin en sí mismos,
y otros que son bienes instrumentales, es decir, que buscamos
a causa de otras cosas. A éstos los alabamos, a los primeros
los honramos, como a los dioses que son fin en sí mismos.
Y así también respecto de los bienes, porque nadie
elogia la felicidad corno elogia lo justo, sino que la ensalza
como algo más divino y mejor. Y parece que Eudoxo, con
razón, sostuvo la excelencia del placer, pues pensaba que
el hecho de no ser elogiado, siendo un bien, indicaba que era
superior a las cosas elogiables, del mismo modo que Dios y el
bien, pues las otras cosas están referidas también
a éstas.
La virtud sí admite valoraciones
morales
Porque el elogio pertenece a la virtud, ya que por ella los hombres
realizan las nobles acciones, mientras que el encomio pertenece
a las obras tanto corporales como anímicas. Pero, quizá,
la precisión en estas materias es más propia de
los que se dedican a los encomios; pero, para nosotros, es evidente,
por lo que se ha dicho, que la felicidad es cosa perfecta y digna
de ser alabada. Y parece que es así también por
ser principio, ya que, a causa de ella, todos hacemos todas las
demás cosas, y el principio y la causa de los bienes lo
consideramos algo digno de honor y divino.
13.
El alma, sus partes y sus virtudes
El estudio de la felicidad requiere previamente el de la virtud
Puesto que la felicidad es una actividad del alma de acuerdo con
la virtud perfecta, debemos ocuparnos de la virtud, pues tal vez
investigaremos mejor lo referente a la felicidad. Y parece también
que el verdadero político se esfuerza en ocuparse, sobre
todo, de la virtud, pues quiere hacer a los ciudadanos buenos
y sumisos a las leyes. Como ejemplo de éstos tenemos a
los legisladores de Creta y de Lacedemonia y los otros semejantes
que puedan haber existido. Y si esta investigación pertenece
a la política, es evidente que nuestro examen estará
de acuerdo con nuestra intención original. Claramente es
la virtud humana que debemos investigar, ya que también
buscábamos el bien humano y la felicidad humana.
El estudio de la virtud requiere
previamente el del alma
Llamamos virtud humana no a la del cuerpo, sino a la del alma;
y decimos que la felicidad es una actividad del alma. Y si esto
es así, es evidente que el político debe conocer,
en cierto modo, los atributos del alma, como el doctor que cura
los ojos debe conocer también todo el cuerpo, y tanto más
cuanto que la política es más estimable y mejor
que la medicina. Ahora bien, los médicos distinguidos se
afanan por conocer muchas cosas acerca del cuerpo; así
también el político ha de considerar el alma, pero
la ha de considerar con vistas a estas cosas y en la medida pertinente
a lo que buscamos, pues una mayor precisión en nuestro
examen es acaso demasiado penoso para lo que nos proponemos.
Las partes del alma: lo racional
y lo irracional
Algunos puntos acerca del alma han sido también suficientemente
estudiados en los tratados exotéricos, y hay que servirse
de ellos; por ejemplo, que una parte del alma es irracional y
la otra tiene razón. Nada importa para esta cuestión
si éstas se distinguen como las partes del cuerpo y todo
lo divisible, o si son dos para la razón pero naturalmente
inseparables, como lo convexo y lo cóncavo en la circunferencia.
La función vegetativa, común
a todos los vivientes
De lo irracional, una parte parece común y vegetativa,
es decir, la causa de la nutrición y el crecimiento; pues
esta facultad del alma puede admitirse en todos los seres que
se nutren y en los embriones, y ésta misma también
en los organismos perfectos, pues es más razonable que
admitir cualquier otra. Es evidente, pues, que su virtud es común
y no humana; parece, en efecto, que en los sueños actúa
principalmente esta parte y esta facultad, y el bueno y el malo
no se distinguen durante el sueño. Por eso, se dice que
los felices y los desgraciados no se diferencian durante media
vida. Esto es normal que ocurra, pues el sueño es una inactividad
del alma en cuanto se dice buena o mala, excepto cuando ciertos
movimientos penetran un poco y, en este caso, los sueños
de los hombres superiores son mejores que los de los hombres ordinarios.
Pero basta de estas cosas, y dejemos también de lado la
parte nutritiva ya que su naturaleza no pertenece a la virtud
humana.
Pero parece que hay también otra naturaleza del alma que
es irracional, pero que participa, de alguna manera, de la razón.
Pues elogiamos la razón y la parte del alma que tiene razón,
tanto en el hombre continente como en el incontinente, ya que
le exhorta rectamente a hacer lo que es mejor. Pero también
aparece en estos hombres algo que por su naturaleza viola la razón,
y esta parte lucha y resiste a la razón. Pues, de la misma
manera que los miembros paralíticos del cuerpo cuando queremos
moverlos hacia la derecha se van en sentido contrario hacia la
izquierda, así ocurre también con el alma; pues
los impulsos de los incontinentes se mueven en sentido contrario.
Pero, mientras que en los cuerpos vemos lo que se desvía,
en el alma no lo vemos; mas, quizá, también en el
alma debemos considerar no menos la existencia de algo contrario
a la razón, que se le opone y resiste. (En qué sentido
es distinto no interesa.) Pero esta parte también parece
participar de la razón, como dijimos, pues al menos obedece
a la razón en el hombre continente, y es, además,
probablemente más dócil en el hombre moderado y
varonil, pues todo concuerda con la razón.
La función apetitiva
Así también lo irracional parece ser doble, pues
lo vegetativo no participa en absoluto de la razón, mientras
que lo apetitivo, y en general lo desiderativo, participa de algún
modo, en cuanto que la escucha y obedece; Y así, cuando
se trata del padre y de los amigos, empleamos la expresión
«tener en cuenta», pero no en el sentido de las matemáticas.
Que la parte irracional es, en cierto modo, persuadida por la
razón, lo indica también la advertencia y toda censura
y exhortación. Y si hay que decir que esta parte tiene
razón, será la parte irracional la que habrá
que dividir en dos: una, primariamente y en sí misma; otra,
capaz sólo de escuchar a la razón, como se escucha
a un padre.
División de las virtudes
según las partes del alma
También la virtud se divide de acuerdo con esta diferencia,
pues decimos que unas son dianoéticas y otras éticas
, y, así, la sabiduría, la inteligencia y la prudencia
son dianoéticas, mientras que la liberalidad y la moderación
son éticas. De este modo, cuando hablamos del carácter
de un hombre, no decimos que es sabio o inteligente, sino que
es manso o moderado; y también elogiamos al sabio por su
modo de ser, y llamamos virtudes a los hábitos dignos de
elogio.