Lo
que parecía el avance científico más trascendental
de 2005 está actualmente sometido a un asedio. En junio,
la prestigiosa revista Science publicó un artículo
del científico surcoreano Woo-Suk Hwang y un equipo internacional
de coautores en el que describían cómo habían
desarrollado líneas de células-madre humanas clonadas
a partir de un adulto, pero que, en realidad, estaban "hechas
por encargo". Aunque la validez científica de su trabajo
es ahora objeto de varias investigaciones independientes, no menos
importante es examinar sus consecuencias éticas.
Hwang y sus colegas afirmaron haber substituido el núcleo
de un óvulo humano infertilizado por el de una célula
normal tomada de otra persona y haber desarrollado líneas
de células-madre procedentes del embrión resultante
que correspondían al ADN de la persona que proporcionó
la célula normal. Ese logro parecía acercarnos en
gran medida a un mundo en el que se podría aplicar a los
pacientes que los necesitaran transplantes de células o
tejido que su cuerpo no rechazaría, porque los materiales
biológicos, clonados a partir de los propios pacientes,
cuadrarían perfectamente.
Al comienzo de diciembre, Hwang reveló que algunos de los
óvulos procedían de dos mujeres que trabajaban en
su laboratorio y que a otras "donantes" se les habían
pagado sus óvulos, violación de las directrices
éticas que nada tenía que ver con la exactitud de
la ciencia, pero después los colaboradores de Hwang empezaron
a poner en tela de juicio el propio experimento y Hwang notificó
a Science que deseaba retirar su artículo. En el momento
de redactar este texto, sigue defendiendo la validez de sus trabajo,
si bien reconoce "errores humanos" en la preservación
de las líneas de células-madre, incluida una contaminación
por hongos. Al parecer, ha indicado incluso que puede que se manipularan
algunas células.
No sabremos hasta qué punto estamos cerca de la producción
de líneas de células-madre adaptadas a casos individuales
hasta que hayan concluido las investigaciones científicas
sobre el trabajo de Hwang. No obstante, pocos investigadores dudan
que lo que Hwang y sus colegas afirmaron haber hecho es, en principio,
alcanzable. Si Hwang no fue el primero en hacerlo, algún
otro lo hará con el tiempo. Una vez que se pueda hacer
de forma solvente, preparará el terreno para importantes
avances médicos.
Pero la importancia ética de semejantes investigaciones
supera con mucho la indudable importancia de la salvación
de pacientes gravísimamente enfermos. La demostración
de la posibilidad de clonar a partir del núcleo de una
célula humana normal transformaría el debate sobre
el valor de la vida humana potencial, pues descubriríamos
que teníamos "vida humana potencial" alrededor
de nosotros, en cada una de las células de nuestro cuerpo.
Por ejemplo, cuando el Presidente George W. Bush anunció
en 2001 que los Estados Unidos no financiarían investigaciones
sobre nuevas líneas de células-madre creadas a partir
de embriones humanos, ofreció el siguiente motivo: "Como
un copo de nieve, cada uno de esos embriones es único,
con el potencial genético único de un ser humano
individual".
Pero precisamente ese razonamiento es el que resulta amenazado
por lo que Hwang y su equipo afirmaron haber logrado. Si el carácter
único de los embriones humanos es la razón por la
que está mal destruirlos, no hay una razón convincente
para no tomar una célula de un embrión y destruir
el resto con vistas a obtener células-madre, porque se
preservaría el "potencial genético único"
del embrión.
Esa posibilidad subraya la debilidad del argumento de que el aborto
también está mal porque destruye un ser humano genéticamente
único. En virtud de ese razonamiento, una mujer que se
quede embarazada en un momento inconveniente podría abortar,
siempre y cuando preservara una célula del feto para garantizar
la preservación de su potencial genético único.
Pero parece absurdo que eso suponga alguna diferencia respecto
de la moralidad de abortar el feto. Si en fecha posterior la mujer
quiere tener un hijo, ¿por qué habría de
recurrir al DNA de su anterior feto abortado en lugar de concebir
otro de la forma habitual? Todos los fetos -el que aborte y el
que más adelante conciba mediante una relación sexual-
tienen su propio DNA "único". A falta de razones
especiales, como un cambio de parejas sexuales, no parece haber
una razón para preferir la existencia de un hijo a la del
otro.
Tal vez lo que se supone es que, como dicen a veces quienes se
oponen al aborto, el feto abortado tenía el potencial genético
para llegar a ser un Beethoven o un Einstein, pero, por lo que
sabemos, el siguiente feto que la mujer concebirá y no
el abortado es el que resultará un Beethoven o un Einstein.
Así, pues, ¿por qué preferir un material
genético y no el otro?
Una vez que abandonamos los argumentos basados en el potencial,
la afirmación de que está mal matar embriones y
fetos debe basarse en la naturaleza de esas entidades mismas:
la de que son seres humanos auténticos que ya cuentan con
las características por las que está mal matar.
Pero como los fetos, al menos en la fase de desarrollo en la que
se hacen la mayoría de los abortos, aún no han desarrollado
tipo alguno de conciencia, parece razonable considerar la acción
de poner fin a su vida mucho menos grave que la de matar a un
ser humano normal. Si es así, con mayor razón aún
se puede aplicar a los embriones.
Peter Singer es profesor de Bioética en la Universidad
de Princeton. Entre sus libros recientes figuran Writing on an
Ethical Life ["Escritos sobre ética"] y One World
["Un solo mundo"]. Ahora (marzo 2006) está acabando
un libro sobre la alimentación y la ética.
Traducción: Carlos Manzano
© Project Syndicate, diciembre 2005