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ÉTICA REVOLUCIONARIA DE LAS INVESTIGACIONES CON EMBRIONES

Peter SINGER

 


Lo que parecía el avance científico más trascendental de 2005 está actualmente sometido a un asedio. En junio, la prestigiosa revista Science publicó un artículo del científico surcoreano Woo-Suk Hwang y un equipo internacional de coautores en el que describían cómo habían desarrollado líneas de células-madre humanas clonadas a partir de un adulto, pero que, en realidad, estaban "hechas por encargo". Aunque la validez científica de su trabajo es ahora objeto de varias investigaciones independientes, no menos importante es examinar sus consecuencias éticas.

Hwang y sus colegas afirmaron haber substituido el núcleo de un óvulo humano infertilizado por el de una célula normal tomada de otra persona y haber desarrollado líneas de células-madre procedentes del embrión resultante que correspondían al ADN de la persona que proporcionó la célula normal. Ese logro parecía acercarnos en gran medida a un mundo en el que se podría aplicar a los pacientes que los necesitaran transplantes de células o tejido que su cuerpo no rechazaría, porque los materiales biológicos, clonados a partir de los propios pacientes, cuadrarían perfectamente.

Al comienzo de diciembre, Hwang reveló que algunos de los óvulos procedían de dos mujeres que trabajaban en su laboratorio y que a otras "donantes" se les habían pagado sus óvulos, violación de las directrices éticas que nada tenía que ver con la exactitud de la ciencia, pero después los colaboradores de Hwang empezaron a poner en tela de juicio el propio experimento y Hwang notificó a Science que deseaba retirar su artículo. En el momento de redactar este texto, sigue defendiendo la validez de sus trabajo, si bien reconoce "errores humanos" en la preservación de las líneas de células-madre, incluida una contaminación por hongos. Al parecer, ha indicado incluso que puede que se manipularan algunas células.

No sabremos hasta qué punto estamos cerca de la producción de líneas de células-madre adaptadas a casos individuales hasta que hayan concluido las investigaciones científicas sobre el trabajo de Hwang. No obstante, pocos investigadores dudan que lo que Hwang y sus colegas afirmaron haber hecho es, en principio, alcanzable. Si Hwang no fue el primero en hacerlo, algún otro lo hará con el tiempo. Una vez que se pueda hacer de forma solvente, preparará el terreno para importantes avances médicos.

Pero la importancia ética de semejantes investigaciones supera con mucho la indudable importancia de la salvación de pacientes gravísimamente enfermos. La demostración de la posibilidad de clonar a partir del núcleo de una célula humana normal transformaría el debate sobre el valor de la vida humana potencial, pues descubriríamos que teníamos "vida humana potencial" alrededor de nosotros, en cada una de las células de nuestro cuerpo.

Por ejemplo, cuando el Presidente George W. Bush anunció en 2001 que los Estados Unidos no financiarían investigaciones sobre nuevas líneas de células-madre creadas a partir de embriones humanos, ofreció el siguiente motivo: "Como un copo de nieve, cada uno de esos embriones es único, con el potencial genético único de un ser humano individual".

Pero precisamente ese razonamiento es el que resulta amenazado por lo que Hwang y su equipo afirmaron haber logrado. Si el carácter único de los embriones humanos es la razón por la que está mal destruirlos, no hay una razón convincente para no tomar una célula de un embrión y destruir el resto con vistas a obtener células-madre, porque se preservaría el "potencial genético único" del embrión.

Esa posibilidad subraya la debilidad del argumento de que el aborto también está mal porque destruye un ser humano genéticamente único. En virtud de ese razonamiento, una mujer que se quede embarazada en un momento inconveniente podría abortar, siempre y cuando preservara una célula del feto para garantizar la preservación de su potencial genético único.

Pero parece absurdo que eso suponga alguna diferencia respecto de la moralidad de abortar el feto. Si en fecha posterior la mujer quiere tener un hijo, ¿por qué habría de recurrir al DNA de su anterior feto abortado en lugar de concebir otro de la forma habitual? Todos los fetos -el que aborte y el que más adelante conciba mediante una relación sexual- tienen su propio DNA "único". A falta de razones especiales, como un cambio de parejas sexuales, no parece haber una razón para preferir la existencia de un hijo a la del otro.

Tal vez lo que se supone es que, como dicen a veces quienes se oponen al aborto, el feto abortado tenía el potencial genético para llegar a ser un Beethoven o un Einstein, pero, por lo que sabemos, el siguiente feto que la mujer concebirá y no el abortado es el que resultará un Beethoven o un Einstein. Así, pues, ¿por qué preferir un material genético y no el otro?

Una vez que abandonamos los argumentos basados en el potencial, la afirmación de que está mal matar embriones y fetos debe basarse en la naturaleza de esas entidades mismas: la de que son seres humanos auténticos que ya cuentan con las características por las que está mal matar.
Pero como los fetos, al menos en la fase de desarrollo en la que se hacen la mayoría de los abortos, aún no han desarrollado tipo alguno de conciencia, parece razonable considerar la acción de poner fin a su vida mucho menos grave que la de matar a un ser humano normal. Si es así, con mayor razón aún se puede aplicar a los embriones.


Peter Singer es profesor de Bioética en la Universidad de Princeton. Entre sus libros recientes figuran Writing on an Ethical Life ["Escritos sobre ética"] y One World ["Un solo mundo"]. Ahora (marzo 2006) está acabando un libro sobre la alimentación y la ética.


Traducción: Carlos Manzano
© Project Syndicate, diciembre 2005

 

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