SÓCRATES, 
                EL BRUJO 
               
              Al 
                margen de un libro de Nicolas GRIMALDI
               
              SOCRATE, 
                LE SORCIER [Sócrates, el brujo, 2004] del filósofo 
                francés Nicolas Grimaldi, discípulo de Jankélévich 
                y estudioso de la filosofía cartesiana, es uno de los textos 
                más significativos para el estudio de lo irracional en 
                el socratismo. Para evitar, sin embargo, una lectura superficial 
                e “irracionalista” del texto, tal vez no estaría 
                de más acercarnos a esta obra recordando, por lo menos, 
                el cap. 1 de una obra anterior de Grimaldi Ambigüités 
                de la liberté (1999) [hay traducción catalana a 
                cargo de Josep Mª Porta Fabregat: Lérida: Pagés, 
                2004] donde se establece que la experiencia socráticoplatónica 
                de la libertad no es la del relativismo, sino la del piloto que 
                conduce la nave. Para Grimaldi la libertad sólo se ejerce: 
                «mimando la necesidad» y no negándola o suprimiéndola. 
                Conviene dejar eso muy claro para evitar la tentación nihilista 
                según la cual lo irracional se identifica con lo absurdo 
                y, por lo tanto, con la negación del conocimiento significativo. 
                Más bien se tratará de todo lo contrario: nadie 
                lograría “embrujar” sin un conocimiento muy 
                serio –y profundamente metódico– del alma humana. 
                
              Y 
                en todo caso no estaría de más recordar también 
                que cualquier “Sócrates” que podamos leer es 
                una construcción cultural a partir de mimbres muy concretos 
                (Platón, Jenofonte, Aristófanes, etc); siempre será, 
                por lo tanto, “Sócrates, el presunto” como 
                plantea el cap. 1 de la «Guía para No entender a 
                Sócrates» de Gregorio Luri (Madrid: Trotta, 2004). 
                
              Sentadas 
                esas premisas podemos acercarnos de una manera algo menos ingenua 
                a la concepción del “Sócrates brujo”. 
                La tesis de Grimaldi sobre el origen no racional de la racionalidad 
                socrática no es nueva, pero resulta muy útil porque 
                rompe esquemas en la medida que obliga a pensar cómo pudo 
                nacer la razón (argumentativa, lógica, definidora) 
                a partir de un contexto telúrico en que la atención 
                hacia el alma se iba convirtiendo en atención hacia el 
                discurso. Es bien sabido que esta vinculación de lo socrático 
                con lo arcano constituye un lugar común en el estudio filosófico 
                antiguo y forma parte esencial de la relectura nietzscheana del 
                pensamiento griego. Que no sea para nada una idea nueva no significa 
                que no logre perturbarnos todavía hoy. Lo importante es, 
                en profundidad, evitar que esa tesis sea manipulada para convertirla 
                en una fundamentación irracionalista de la filosofía, 
                cuando lo que en ella hay implícito es todo lo contrario: 
                que existe un conocimiento primordial sobre el hombre y que eso 
                nos conduce, en su propio desarrollo, al saber filosófico 
                en cuanto explicitación del saber sobre el alma. 
              Grimaldi 
                comienza citando el locus más típico, el del Menon 
                80a en que éste confiesa: «me has embrujado tanto 
                que incluso ya no sé ni lo que pienso.» El hombre 
                capaz de convencer a cualquiera sobre cualquier cosa no puede 
                ser, en puridad, más que un brujo, un mago o un chamán. 
                Pero como argumenta Grimaldi: «Que el primero de los lógicos, 
                que el inventor de la dialéctica haya practicado la filosofía 
                como una brujería es lo que debemos intentar comprender. 
                ¿Qué subrepticia connivencia pudo darse desde el 
                origen entre lo racional y lo irracional, entre el orden de la 
                verdad y el de la creencia, como entre el encadenamiento lógico 
                y el ensalmo terapéutico» (p.10-11). Pero hay además 
                otra pregunta que la filosofía inspirada por el método 
                socrático debiera responder: «¿Dónde 
                encontraremos un mago tan perfecto cuando nos hayas abandonado?» 
                (Fedón 78a). 
              El 
                descubrimiento que tal vez une a Sócrates con la tradición 
                chamánica es el del uso terapéutico de la palabra. 
                En Cármides 156e – 157, Teeteto 149c,d y otros muchos 
                textos, aparece la idea de que los males que afectan al cuerpo 
                tienen su origen en el alma y la magia de la palabra sería 
                la fuente de la curación. «Sócrates es un 
                brujo porque cura». 
              Grimaldi 
                retoma la investigación de Mircea Eliade (en EL CHAMANISMO) 
                para mostrar que entre las características del chamán 
                clásico, prácticamente todas podrían atribuirse 
                a Sócrates: 
              1.- 
                El chamán es un curandero; Sócrates también 
                se presenta como alguien capaz de curar el alma, e incluso de 
                canviar en profundidad la vida de quienes con él dialogan.
              2.- 
                El chamán devuelve a cada cual su identidad; Sócrates 
                hace lo mismo procurando que cada cual profundice en su propia 
                alma. Por eso no hay, en puridad, doctrina socrática, sino 
                un impulso hacia la búsqueda personal del camino de conocimiento 
                propio de cada cual. 
              3.- 
                El chamán está habitado por los espíritus 
                o ha sido elegido por alguna divinidad; a Sócrates (véase 
                Fedón 60e) le visitan también los dioses y se mueve 
                por la exigencia de su daimon interior al que no sabría 
                sustraerse (Cf: Apologia). 
              4.- 
                El chamán es un asceta y como tal es capaz de liberarse 
                de su existencia corporal, tener éxtasis y contemplar lo 
                absoluto; toda la filosofía socrática es una constante 
                referencia a la liberación del alma desde la prisión 
                del cuerpo. La ascensión hacia lo absoluto es una característica 
                a la vez de la mística y del conocimiento socrático-platónico. 
                
              Pero 
                donde el texto de Grimaldi resulta más esclarecedor es 
                al hacernos ver que al mismo tiempo Sócrates a partir de 
                su herencia chamánica consigue establecer las características 
                básicas del modelo de filósofo hasta nuestros días.
              1.- 
                Sócrates enseña tanto mediante su vida como por 
                su doctrina. Así la vita philosophica ejemplifica la teoría 
                y la pone en acto.
              2.- 
                Sócrates defiende que «la verdad basta para cambiar 
                nuestra vida al hacérnosla comprender».
              3.- 
                Sócrates (contra la sofística) defiende que «la 
                verdad es estrictamente reflexiva, que tiene un carácter 
                puramente lógico y nunca empírico»; y así 
                por cierto se distancia tanto de la retórica como de la 
                ciencia positiva. 
              El 
                tercer punto resulta especialmente significativo para concretar 
                lo que hay de implícito en el oficio de filósofo. 
                En la filosofía el punto decisivo «no consiste en 
                ningún tipo de conformidad con lo real, sino únicamente 
                en un acuerdo del pensamiento consigo mismo». Y Grimaldi 
                concreta, siguiendo una intuición muy central en la obra 
                de su maestro Jankélévitch, que: «... no puede 
                haber criterio exterior a la verdad. Se impone por ella misma 
                (...) Pero como [la verdad] no se puede descubrir más que 
                por la experiencia del pensamiento, quien no ha hecho esa misma 
                experiencia no puede descubrirla»
              La 
                relación intrínseca, inseparable, entre la verdad 
                y el pensamiento se denomina «logos» Y así 
                el chamán Sócrates se convierte en el padre de la 
                filosofía Sócrates cuando fija el método 
                del «saber sobre el alma» que no es el saber sobre 
                las cosas (ciencia) ni siquiera el saber sobre el lenguaje (sofística). 
                Desde Sócrates el objeto de la reflexión de la filosofía 
                será el alma humana (su deseo y el conocimiento de aquello 
                a lo que aspira). Mientras que las técnicas pretenden administrar 
                el mundo, el alma tiende a elucidar los valores. Por eso, según 
                Grimaldi «la fórmula délfica “Conócete 
                a ti mismo” debe entenderse como una advertencia para no 
                esperar de la física lo que es propiamente metafísico». 
                
              Y, 
                entonces: si el saber sobre el alma no es un conocimiento del 
                mundo físico (de las cosas), ¿para qué sirve 
                la filosofía?”. O mejor “¿para qué 
                sirve a la ciudad el sabio en las cosas del alma?”. Me gustaría 
                dar un salto hasta el último capítulo del libro, 
                en que Grimaldi formula una de las tesis mayores del socratismo 
                filosófico: «nuestra vida no puede dar testimonio 
                de nuestro pensamiento sino porque nuestro pensamiento ha tomado 
                posesión de nuestra vida» (p.108). Lo que Sócrates 
                aportaría así a la Ciudad (p. 27-30) son tres intuiciones 
                profundas que todavía hoy ofrecen materia para pensar: 
                
              1.- 
                Contra una concepción escolar del socratismo, lo que el 
                Filósofo habría sabido es, en opinión de 
                Grimaldi, que: «la voz del justo es inaudible en ninguna 
                asamblea». Lo que nos muestra la filosofía socrática 
                es que, lejos de esperar el reconocimiento de un tribunal o de 
                una mayoría, el filósofo, según se dice en 
                República VI, 496cd, sólo puede esperar «abandonar 
                esta vida sin haber cometido injusticia». Lo que convertiría 
                al filósofo en alguien imprescindible para la Ciudad no 
                es haber encontrado eco en sus conciudadanos –algo en puridad 
                imposible– sino el esfuerzo por no “fallarse a sí 
                mismo” cayendo en la injusticia.
              2.- 
                Por lo demás el Filósofo que no participa en la 
                Asamblea, hace algo que sin embargo tiene trascendencia para la 
                Ciudad «forma hombres capaces de conducir la ciudad» 
                en la vía de la justicia. Esa pedagogía socrática 
                del hombre justo es, pues, imprescindible para la ciudad justa. 
                
              3.- 
                Finalmente, la respuesta socrática a la acusación 
                de que el filósofo es un parásito en la Ciudad se 
                resuelve también en la doble enseñanza derivada 
                de la muerte de Sócrates: su gesto al aceptar la muerte 
                mostraría, por vía de ejemplo, que la muerte no 
                es horrible (lo más horrible sería no ser fiel a 
                la conciencia) y que la vida no es algo que dependa del tiempo 
                (cantidad) en que vivimos, sino de la conciencia de «haber 
                bien vivido» (p.30). 
              Conforme 
                a esas tres premisas Grimaldi explica el texto platónico 
                según el cual la diferencia entre el filósofo y 
                el sofista es la que existe entre el perro y el lobo, (Sofista 
                231a). Aparentemente ambos provienen del mismo lugar (la Ciudad) 
                y usan el mismo instrumento (el lenguaje), pero uno lo usa para 
                proteger a la Ciudad, poniendo su atención en el alma), 
                mientras que el otro destruye la ciudad mediante la retórica. 
                Lo que Sócrates, como chamán, nos propone es profundizar 
                en nuestra alma para que mediante el conocimiento interior podamos 
                prescindir de los oropeles y de las pequeñas miserias de 
                lo cambiante. Lo que el sofista pretende, como retórico, 
                es todo lo contrario: separar el lenguaje de la verdad y así, 
                escindiendo la unidad del conocimiento y del alma, destruir la 
                sociabilidad. 
              Evidentemente 
                en este resumen esquemático del capítulo 1º 
                del libro de Grimaldi me habré dejado muchas cosas en el 
                tintero. Tal vez para debatirlas mejor y para preguntarnos sobre 
                más en profundidad sobre “el mago perfecto” 
                que surge en el filósofo cuando se pregunta por su alma... 
                
              [Materiales 
                de la participación de R. Alcoberro en una lectura y debate 
                del libro de Nicolas Grimaldi «SOCRATE, LE SORCIER» 
                Girona, julio de 2006. El resumen se refiere exclusivamente al 
                cap. I del libro: “L’homme aux yeux de taureau”.] 
                
               
              