«ROMANTICISMO» Y TOTALITARISMO
               
              
               
              El fascismo y el nazismo han sido descritos, por lo menos  en la tradición progresista, como formas «romanticismo». Es una acusación que  formularon Isaiah Berlin y Eric Voegelin, y que vincula el romanticismo al  nacionalismo y, por extensión, a la creación del mito germánico — y  específicamente a la huella de Herder y a la construcción del concepto de ‘Volkstum’ (‘pueblo’, ‘nación’, ‘vida del pueblo’). El cap. 17 de la gran síntesis de  Rüdiger Safranski: ROMANTICISMO. UNA ODISEA DEL ESPÍRITU ALEMÁN, Barcelona.  TUSQUETS, 2009 (ed. original, 2007) plantea esta cuestión de forma directa. 
              Como en tantas otras cosas, conviene no olvidar que el  nacionalsocialismo fue un movimiento, es decir, que coexisten en él, diversas  orientaciones. Para Rosemberg, y en general, para los partidarios del «neopaganismo»,  el romanticismo fue más bien una forma ‘idealista’ del decadentismo. Lo  fundamental era la raza. Y el romanticismo significaba una especie de elitismo.  En palabras de Safranski: «Los ataques al Romanticismo histórico alcanzaron a  veces tales niveles de acritud, que Goebbels protestó y recordó pragmáticamente  que el Romanticismo pertenece, sin más, a la herencia cultural, a una herencia  de la que el pueblo alemán puede sentirse ‘orgulloso’ también ante el  extranjero. Tomó precauciones también frente a los expertos en el uso del  pelvímetro, que exigían al Romanticismo una concepción del mundo basada en la  biología racial. Desde su punto de vista esos conocimientos han de buscarse más  bien en las ciencias competentes, y con el concepto romántico de pueblo no  puede edificarse ningún Estado sobre una ideología racial». (pp. 317-318).
              Para Goebbels se necesitaba un «Romanticismo de acero»; «un  Romanticismo que no se esconde ante las durezas de la existencia, y no intenta  escapar a lejanías azules, un Romanticismo que tiene el valor de enfrentarse a  los problemas y de mirarles a los ojos, sin compasión, con firmeza y sin  vacilar». (Discurso de Goebbels, 15 nov. 1933, citado por Safranski, p. 319).  En definitiva, eso significaría unir romanticismo y técnica. Y era tanto como  amputar de la teoría romántica su antiindustrialismo. Donde los románticos  veían la industria como una forma de negar el alma del pueblo, el nazismo ve la  técnica como una forma de desarrollarlo y hacerlo crecer. Así, Goebbels en la  inauguración de una exposición de automóviles en 1939, repitió que: «Vivimos en  una época que es a la vez romántica y de acero, que no ha perdido su  profundidad de ánimo pero que, por otra parte, ha descubierto un nuevo  Romanticismo en los resultados de las invenciones y de la técnica en la  modernidad» (Safranski, p.320).
              El romanticismo habría producido en Alemania un exceso de  imágenes, de retórica y de emotivismo, acompañado de una absoluta falta de  política, es decir, de capacidad para el cálculo, para el análisis frío.  Safranski recuerda que ya Richard Wagner había escrito: «un hombre político me  resulta repugnante» (p. 327).
              Así algunos elementos del Romanticismo: la emotividad, el  exceso de metáforas, la glorificación de la subjetividad, etc., acabarían por  ser manipulados por la mitología nazi produciendo lo que Hannah Arendt  denominó: «alianza entre chusma y élite». Se trataría de una especie de  ‘autodivinización’ esteticista convertida en motor político (Voegelin y  Benjamin defienden esta tesis). En palabras de Safranski, los románticos y el  nazismo coinciden al creer que: «si la realidad no corresponde a mis  representaciones, tanto peor para la realidad». Al substituir lo que es propio  de la política — el análisis frío, la estrategia, el cálculo — por la  emotividad, el Romanticismo habría ayudado a la emergencia del nazismo.  Conceptos como el ‘Heimat’ [la tierra natal], el linaje, etc., son de  obvia raíz romántica. 
              Es también significativo que el ministro nazi Albert Speer  comentase a Joachim Fest que «Hitler era incapaz de pensar en términos de  disyuntiva  (…), siempre quería no uno y  lo otro (…) Así nunca establecía prioridades» [Joaqchim Fest: CONVERSACIONES  CON ALBERT SPEER- PREGUNTAS SIN RESPUESTA, Barcelona: Destino, p. 113]. Esa  necesidad, profundamente romántica, de ‘tenerlo todo’ es, exactamente, lo  contrario de la política que, si algo implica, es ir paso a paso, buscando lo  posible y estableciendo prioridades. 
              Pero el nazismo incluye también una teoría sobre la  decadencia, tan significativa como el romanticismo y que se construyó con  materiales del darwinismo social más divulgativo y con gotas de filosofía  nietzscheana. Es esa mezcla de darwinismo vulgar y de romanticismo lo que  define de una manera más obvia el pensamiento nazi.  
               
               
              