LA PERSONALIDAD AUTORITARIA Y LA PSICOLOGÍA DEL TOTALITARISMO
El autoritarismo (de derechas o de izquierdas), entendiendo por tal la tesis según la cual el poder constituido tiene un derecho institucional a la obediencia incondicional sea cual sea lo que ese poder exija, es una tesis política, pero también consiste en un modelo de conducta o una mentalidad. Los psicólogos sociales han hecho de esta cuestión un campo de análisis muy complejo y en los últimos cincuenta años se han producido importantes debates sobre si existe (o no) una ‘personalidad autoritaria’, entendiendo por tal un conjunto de disposiciones estables que se manifiestan en conductas más o menos estereotipadas (represivas, conservadoras, etc…) de manera habitual. Si existiese realmente un tipo psicológico autoritario, (o algo así como una esencia del autoritarismo) entonces las tendencias totalitarias serían simplemente imposibles de erradicar, porque potencialmente todos los humanos lo llevaríamos dentro.
LA PERSONALIDAD AUTORITARIA (1950) de Th. W. Adorno (con la colaboración de tres psicólogos sociales de Berkeley: Frenkel-Brunswik, Sanford y Levinson) es uno de los textos más discutidos de la psicología social del siglo 20, tanto por sus tesis, como por su proceso de elaboración, su financiación e instrumentalización (fruto del subsidio generoso del Comité Judío Americano que usó esos materiales de una manera obviamente propagandística). Aunque su metodología hoy no pasaría los controles académicos exigidos (los ítems que definían la famosa ‘Escala F’ [por ‘fascismo’] no fueron testados previamente y son altamente prejuiciosos), es evidente que marcó una época.
Adorno tiene un gran predicamento entre los filósofos pero sus aportaciones a la psicología han sido más bien perturbadoras. La acusación de que su libro ‘psiquiatrizó’ los prejuicios político y que usó métodos autoritarios para luchar contra el autoritarismo es de suficiente calado. Incluso la idea de que existen ‘tipos’ psicológicos fijos, ha resultado después muy debatida y hoy es poco aceptada. Por todo ello, en general, la psicología social posterior ha dado poca importancia a ese trabajo que sin embargo ha tenido una gran repercusión en los debates periodísticos y en la divulgación y contribuyó (especialmente en la época de la guerra de Vietnam) a un importante cambio cultural.
El contexto de la obra de Adorno es psicoanalítico: para él la personalidad totalitaria sufre una represión, un bloqueo emocional de origen inconsciente, cuya resolución sólo es posible mediante un refugio en actitudes intolerantes y autoritarias. Los intentos de explicar el fascismo desde el psicoanálisis fueron abundantes durante los años 20 y 30 del siglo pasado. Freud incluso tuvo que desautorizar la teoría ‘sexualpolítica’ de W. Reich autor de una importante «Psicología de masas del fascismo», que fue el primero en vincular la frustración sexual y el carácter autoritario en política.
También Erich Fromm había elaborado en la década de 1930 una serie de cuestionarios con los que pretendía estudiar (más o menos influido por el psicoanálisis) a los obreros alemanes a partir de las categorías de ‘autoritario’, ‘revolucionario’ o ‘ambivalente’. De su trabajo empírico, (que no se publicó hasta mucho más tarde) se desprendía que los obreros eran básicamente partidarios del nazismo. Fromm se exilió y arrastró durante muchos años (y muchos libros), su perplejidad intelectual ante el fenómenos de una clase obrera que supuestamente habría sido abducida por el Hitler porque, en hipótesis, el nazismo sería algo mucho más profundo que una actitud política. Que la Ilustración conduzca a la barbarie y las masas fuesen los auténticos sujetos del antisemitismo parecía imposible de entender desde la ‘buena conciencia’ del progresismo más tópico. Su obra clásica «El miedo a la libertad» (1941) resume sus reflexiones sobre el tema.
Así que cuando en 1942 Max Horkheimer (el director del Instituto para la Investigación Social, más conocido hoy entre nosotros como ‘Escuela de Frankfurt’) contactó con el Comité Judío Americano su propuesta era muy clara; lo que se pretendía: «no es meramente describir el prejuicio, sino explicarlo a fin de ayudar a su erradicación (…) Erradicación significa reeducación científicamente planeada fundada sobre una comprensión obtenida por medios científicos».
Mientras Arendt se interesa por la ‘banalidad del mal’, los miembros de la Escuela de Frankfurt (replegados en California durante la guerra) se cuestionaron la ‘monstruosidad de lo banal’, es decir, lo que había de siniestro en los prejuicios de la clase media para que en determinadas situaciones pudiese llegar a abrazar el fascismo. La tesis de fondo de Adorno y sus colaboradores es que el fascismo no constituye específicamente un ‘problema alemán’, sino que realiza tendencias típicas de la sociedad occidental en su conjunto y específicamente que canaliza miedos atávicos de las clases medias. De hecho, entre los trabajos preparatorios para el estudio, Adorno analizó los discursos de un predicador fanático religioso norteamericano, Martin Luther Thomas, fundador de la ‘Christian American Crusade’ a quien el propio Adorno denominaba ‘Me-gustaría-ser-Hitler’ [‘Möchtegern-Hitler’]. Adorno defendía, y así lo escribió en MINIMA MORALIA, que: «[El fascismo es] la dictadura de los que tienen delirio de persecución» que «convierte en realidad todos los temores de persecución de las víctimas». De esta manera, cualquiera que sienta miedo a perder su poder o su nivel social, puede responder de forma autoritaria. Los estereotipos inducidos por los medios de comunicación de masas, la fragilidad de los vínculos familiares y de la familia pequeñoburguesa (que Adorno odió con todas sus fuerzas), etc. conllevarían en su opinión gérmenes de conducta fascista, incluso si el fascismo estaba ya militarmente derrotado. El campo de estudio de Adorno hace referencia a lo que él denominó «el fascista potencial», título que alguna vez quiso dar a su trabajo.
La preocupación de Adorno no es ya la de la ‘personalidad revolucionaria’ (el tema de Fromm) sino la de ‘personalidad democrática’, pero en fondo ambos coinciden en que la personalidad autoritaria tiene un sentido compensatorio ante la ‘inseguridad del yo’. En uno u otro momento todos podemos ser inseguros. En el fondo, en el planteamiento de Adorno se trata de mostrar que cualquiera puede ser un enemigo de la democracia, susceptible de ‘reeducación científicamente planeada’, lo que dicho así parece poco tranquilizador amén de dudosamente democrático.
Las tesis básicas de Adorno pueden reducirse a dos:
1.- Existe, en su opinión, algo así como un síndrome del fascismo no manifiesto, potencial, que actúa como un elemento oculto de la estructura de la personalidad.
2.- Este fascismo potencial se puede atribuir a estructuras profundas que configuran la personalidad socialmente (la familia, la religión, la escuela, etc).
Planteadas así es obvio que el fondo de las tesis adornianas tienen algo de universalmente culpabilizador; en la medida en que las sociedades modernas son dinámicas, la ‘seguridad’ absoluta es una quimera.
Lo que se pretendía con el estudio sobre la personalidad autoritaria era poco más o menos que someter América a una «terapia de choque» preventiva en la medida en que el origen de tal mentalidad no se encontraría en la limitación intelectual de las gentes, sino en una estratagema (descrita en términos más o menos freudianos) tendente a la contención de graves conflictos interiores. Adorno, por lo demás supo siempre que su trabajo tenía un claro sentido propagandístico. En una carta a Horkheimer (22.10.1944), que recoge su biógrafo Stefan Müller-Doohm, lo dice explícitamente: «Si pudiese demostrar de forma fiable que un porcentaje especialmente alto de criminales son antisemitas extremos, el resultado en sí ya sería propaganda», [EN TIERRA DE NADIE, Barcelona: Herder, 2003].
La creación de «un nuevo tipo antropológico» (en este caso ‘la personalidad autoritaria’) respondía a una base empírica muy bien estudiada: ni más ni menos que 2.099 norteamericanos (incluyendo estudiantes, presos, amas de casa, sindicalistas…), en los que se trataba de estudiar, con una hipótesis de inspiración psicoanalítica, la relación entre estructuras manifiestas y estructuras latentes de la personalidad.
El objetivo básico de Adorno no era el de situar a un miembro particular del grupo en relación a otros miembros del grupo (que es lo que se espera de una escala de actitudes en psicología), sino construir una escala que de manera general diese cuenta de las estructuras psicológicas subyacentes en el ‘autoritarismo’. Elaboraron tres escalas de actitudes: «Antisemitismo» (AS), «Etnocentrismo» (E) y Conservadurismo político y económico (PEC) que correlacionaban fuertemente entre si, midiendo nueve dimensiones o subvariables:
1 Conformismo [convencionalismo]: adhesión a los valores de la clase media.
2 Sumisión a la autoridad: idealización de la autoridad y sumisión exagerada a quienes la ostentan.
3 Agresividad: tendencia a castigar a los individuos que no aceptan o atacan los valores convencionales.
4 rechazo a los que muestran imaginación y creatividad (artistas…): oposición a lo subjetivo, a la introspección, etc.
5 Superstición y recurso a estereotipos: tendencia a pensar en categorías rígidas, creencia en la determinación sobrenatural, en el destino…
6 Gusto por el poder: preocupación por el dominio, identificación con los fuertes, valoración excesiva de la dureza.
7 Espíritu de destrucción y cinismo: hostilidad hacia la humanidad
8 Proyectividad: tendencia a proyectar en el mundo y en los demás las propias tendencias inconscientes, y a creer que en el mundo exterior suceden cosas terribles y peligrosas.
9 Condena de prácticas sexuales desviadas: preocupación exagerada por el sexo.
A partir de estas dimensiones construyeron una escala que, en su opinión, da cuenta del ‘autoritarismo’ de los individuos a quienes se aplica. La denominaron «escala de Fascismo» (F) [su primera formulación se reproduce a final de este texto].
Sin embargo el proyecto fracasó porque no demostraba nada sobre la existencia de ningún tipo de personalidad autoritaria. Se podía leer el resultado de su encuesta diciendo que la población de Estados Unidos era conservadora, defendía la familia y consideraba que la promiscuidad sexual debía ser motivo de castigo. Pero pensar eso no significa en absoluto ser fascista a no ser que se suponga que ‘todo el mundo’ puede serlo. Más bien lo que se deducía es el hecho (bien conocido) de que las clases medias tienden a un pensamiento rutinario y tópico. Por lo demás la hipótesis según la cual alguien podía abandonar una idea equivocada por simple maduración de sus opiniones no era considerada en la hipótesis de Adorno. Una cosa es aceptar los tópicos de la clase media y otra ser fascista (dejando a parte que los fascista como buenos nietzscheanos odiaban a las clases medias por poco heroicas).
Ser hostil a las diferencias o incluso intolerante no es una característica exclusiva del fascismo en absoluto. Hay intolerantes en la derecha y en la izquierda. E incluso un individuo puede ser tolerante e intolerante a la vez dependiendo de las circunstancias. Siendo cierto que entre las personas autoritarias hay más gente con ideas religiosas que entre las no-autoritarias y que las personas rígidas son más autoritarias que las tolerantes, eso no basta para construir un contenedor suficientemente amplio de la diversidad de las conductas.
Suponer que el capitalismo es intrínsecamente fascista o que la filosofía del cristianismo es intrínsecamente antisemita no deja de ser una hipótesis suficientemente vaga y con muchos contrafácticos posibles, aunque ayude a la buena conciencia progresista. Eso no niega que existan trazos muy típicos de la psicología totalitaria, especialmente en el uso la propaganda de masas. Se ha observado también que una regla básica de la propaganda totalitaria es no utilizar jamás el modo condicional al hablar, para imprimir mayor sensación de seguridad al discurso y que la propaganda nazi fue la primera en usar la teoría de los reflejos condicionados a gran escala, para generar emociones en las masas. Pero de ahí a suponer que exista una mentalidad intrínsecamente totalitaria hay un gran trecho.
ANEXO: ALGUNOS ÍTEMS DE LA PRIMERA ESCALA DE FASCISMO
1.- Las cosas más importantes que hay que enseñar a los niños son la obediencia y el respeto a la autoridad.
2.- Ninguna debilidad, ninguna dificultad puede pararnos si tenemos suficiente fuerza de carácter.
3.- La ciencia tiene su lugar, pero hay muchas cosas importantes que el espíritu humano jamás logrará comprender.
4.- La naturaleza humana es como es, de manera que siempre habrá guerras y conflictos.
5.- Todos debieran tener una completa fe en algún poder sobrenatural al cual obedecer sin dudas.
6.- Cuando una persona tiene un problema o está aburrido es mejor para ella no pensar en eso y ocuparse en cosas que le interesen más.
7.- Lo que más necesita la gente joven es una estricta disciplina, decisiones fuertes y voluntad de combatir por su país.
8.- Quien tiene malas maneras, malos hábitos, mala educación, difícilmente puede tener tratos con gente adecuada.
9.- Hay gente que nace con ganas de acceder a los puestos más altos.
10.- En estos tiempos en que hay tanta gente que se aglomera, una persona debe protegerse atentamente para no atrapar una infección o una enfermedad.
11.- Siempre hay que castigar un insulto a nuestro honor.
12.- Los jóvenes a veces tienen ideas revolucionarias, pero, al hacerse mayores han de abandonarlas y estabilizarse.
13.- Lo mejor es usar algunos métodos autoritarios, como hacían en Alemania antes de la guerra, para mantener el orden e impedir el caos.
14.- Este país lo que necesita, más que leyes y programas políticos, son líderes valientes, incansables y entregados, en los que el pueblo pueda depositar su confianza.