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¿«AUSCHWITZ» ES ALGO ÚNICO E INCOMPARABLE?

 

 

La deshumanización de las víctimas y la planificación científica del asesinato es una de las características más generalizadas (y una de las estrategias más brutales) del totalitarismo, sea nazi, falangista o comunista. «Auschwitz» ¿es algo singular e irrepetible? ¿O, tal vez, sólo fue un primer aviso de lo que se nos venía encima y que se ha repetido sin parar desde entonces? La palabra ‘genocidio’, propuesta por el jurista polaco Raphaël Lemkin, sólo entró en el vocabulario político después de la II Guerra Mundial. «Auschwitz» es inseparable de una manera de hacer la guerra. O de convertir la guerra y el genocidio en la auténtica naturaleza humana. Y en este sentido hay algo original (y de específicamente occidental) en ese concepto.

 

Sería complicado, sin embargo, postular que «Auschwitz» resulta incomparable con ninguna otra experiencia histórica, porque a niveles muy diversos esa afirmación plantea problemas complejos:

 

1. Éticamente, comparar muertes y jerarquizar genocidios y masacres no es aceptable: toda víctima inocente tiene el mismo valor en todas partes y en cualquier tiempo. Morir en Auschwitz o en cualquier otro lugar del mundo no es significativo.

 

2. Políticamente, creer que Auschwitz es algo imposible de repetir nos impediría también prevenir su reaparición.

 

3. Epistemológicamente, solo se puede decir que algo es único cuando no se puede encontrar nada a que compararlo.

 

El primer valor simbólico y moral de Auschwitz deriva del hecho de ser una posibilidad abierta. Precisamente si ha llegado a ser un símbolo es porque se puede repetir y porque forma parte de lo más terrible del espíritu humano. De hecho hemos visto repetir su estructura en multitud de conflictos posteriores. No está escrito que Bosnia, Somalia, Darfur, Timor, Iraq, etc. no impliquen también algunos de los componentes de eso que simbólicamente hemos convenido en denominar «Auschwitz». La historia no está escrita y siempre es posible que viejos fantasmas reaparezcan. De ahí el valor mismo del símbolo «Auschwitz».

 

Tal como entrevió Walter Benjamin en sus últimos textos, hay otro elemento de eso que hoy en términos generales denominamos «Auschwitz», que configura el pensamiento totalitario en general, y que está incorporado de la razón occidental misma. «Auschwitz» simboliza la más absoluta racionalidad al servicio de la más absoluta irracionalidad. Es una fábrica perfectamente organizada, cuya producción son… cadáveres. «Auschwitz» es la máquina cuando impone su lógica sin que nadie pregunte nada. Y se repite en toda su brutalidad cada vez que la máquina se convierte en instrumento de muerte.

 

La idea de la más perfecta razón instrumental, de la ciencia y la organización burocrática al servicio de la más brutal y absurda bestialidad, ha configurado el pensamiento tecnológico y burocrático en Occidente. Hay algo de «Auschwitz» allí donde la burocracia y la planificación ahogan la vid. Allí donde lo irracional se organiza mediante criterios puramente instrumentales de una eficacia asesina. Cada vez que el Estado se convierte en ogro renace la posibilidad de «Auschwitz». En este sentido «Auschwitz» no nos abandonará jamás.

 

 


 

 

 

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